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Capítulo II; En tus sueños, Min.

Corrí a la cocina, sintiendo cómo los minutos parecían desvanecerse en el aire, y serví café en mi taza favorita. Era un regalo de Jihyo, mi hermana menor, por mi último cumpleaños. Aunque tenía mis dudas sobre su buen gusto en diseño (aquella taza rosa con un oso dibujado no era precisamente mi estilo), había aprendido a apreciarla. Quizás porque me recordaba a su risa nerviosa al dármela, como si supiera que yo nunca admitiría que la encontraba adorable.

Pero ese momento nostálgico se interrumpió abruptamente cuando el calor del café recién hecho atravesó la cerámica, transformándola en un infierno portátil.

— ¡Carajo...! —solté, dejando caer la taza al fregadero con un golpe seco.

El estallido llamó la atención de Jihyo, quien apareció como un torbellino en la cocina, sus ojos llenos de alarma y sus pies descalzos haciendo eco en el suelo de madera.

— ¿Qué diablos hiciste ahora? —exclamó, acercándose como si fuera a descubrir un desastre nuclear. Su mirada pasó de la taza rota a mi expresión culpable, y en un abrir y cerrar de ojos, comenzó la descarga verbal—. ¡Pero mira esto! ¡Se ha roto! ¿Qué te pasa en la cabeza, Yoongi? ¿Eres un niño? ¡No puedes cuidar ni una taza!

Jihyo tenía un talento especial para los insultos creativos. Era casi poético, si ignorabas el hecho de que ella estaba vociferando a todo pulmón mientras gesticulaba como si su vida dependiera de ello. Por mi parte, decidí mantener la calma y asentir de vez en cuando, fingiendo arrepentimiento mientras recogía los pedazos del suelo.

—Tranquila, Jihyo. No es para tanto. Encontraré una igual —dije con el tono más conciliador que pude reunir.

Ella me lanzó una mirada incrédula, cruzándose de brazos como si fuera una madre regañando a su hijo.

—Esa taza no la conseguiste tú, la consiguió Félix. Así que, suerte con eso —espetó, haciendo énfasis en el nombre de su novio como si fuera una declaración de guerra.

—Espera, ¿quieres decir que ni siquiera fuiste tú quien la eligió? —pregunté, alzando una ceja.

Jihyo parpadeó, algo desconcertada, antes de poner esa expresión melosa que usaba para salirse con la suya.

—Bueno... Félix tenía mejor idea de qué te gustaría. Además, fue un equipo. Yo lo supervisé —se defendió, fingiendo una inocencia que no le creí ni por un segundo.

No pude evitar reírme. Por más que intentara parecer la adulta responsable, siempre terminábamos revelando el mismo patrón: yo siendo un desastre, y ella regañándome por ello mientras secretamente se divertía con mi caos.

—Lo siento, prometo encontrar una igual —le dije, esta vez con algo más de sinceridad.

—Bebe tu café y vete al trabajo. Llegas tarde. Otra vez. —Me señaló como si fuera una orden directa del alto mando y giró sobre sus talones, desapareciendo hacia las escaleras.

Me quedé en la cocina por unos segundos, recogiendo lo poco que quedaba de mi dignidad y buscando otra taza. Esta vez, una simple y aburrida que no fuera un arma de destrucción masiva contra mis manos.

— ¡Nos vemos luego, mocosa! —grité antes de salir.

— ¡No me llames así! ¡Voy a golpearte!

— ¡Te quiero, adiós! —respondí, divertido, mientras lanzaba un beso al aire y cerraba la puerta tras de mí.

Una vez en el auto, encendí el motor y miré el reloj. Todavía era temprano, aunque sabía que Seokjin hyung no se molestaría ni un poco si me retrasaba. Ser su mejor amigo tenía ciertas ventajas, como él mismo decía: “Eres un desastre, pero eres nuestro desastre, mi pequeño primogénito”. Y eso, en parte, era suficiente para sobrevivir otro día.

En la sala de descanso, yo estaba buscando algo de café porque, francamente, no funciono sin él. Es curioso cómo la ironía se infiltra en la vida de un médico: recomendaría no más de una taza al día, pero ¿a qué médico le importa seguir sus propios consejos? Había tomado una taza por la mañana, claro, pero ya eran las tres de la tarde y mi cerebro necesitaba combustible. Mientras la máquina llenaba mi taza, escuché un ruido al otro lado de la sala. Me giré con mi café a medio hacer y allí estaba él, el doctor Park, con su carrito lleno de expedientes y dos tazas que claramente no contenían café. Reconocí el té negro de inmediato; mi hermana menor adoraba las infusiones, y gracias a ella mi apartamento estaba invadido de esas bolsas aromáticas. Jimin parecía apurado, como siempre, con el ceño ligeramente fruncido. Me recordó a la mañana cuando nos habíamos topado accidentalmente. Por alguna razón, esa interacción había salido mal, como si me guardara rencor desde antes de conocerme.

— ¿Café? —pregunté, señalando las tazas mientras retomaba mi propia bebida. Claro que sabía que no era café, pero quería divertirme un poco. La jornada había sido interminable con tanto papeleo administrativo, y Jimin había llegado justo a tiempo para alegrarme la tarde.

—No, es una infusión de té —respondó, rodando los ojos mientras dejaba las tazas sobre una mesa y empujaba el carrito hacia el sofá. Luego, con un suspiro, salió hacia el pasillo. Lo observé ir y venir, recogiendo unos libros y apuntes de una camilla cercana—. No todos necesitamos de cafeína para funcionar.

Tomé un sorbo de mi café, disfrutando de su amargura, y me apoyé en el marco de la puerta con aire despreocupado.

—Claro, porque el té negro no tiene cafeína, ¿verdad, doctor Park?

Jimin volvió la vista hacia mí, pero no me respondió de inmediato. ¡Vaya que le costaba lidiar conmigo! Cuando regresó a la sala con los apuntes en las manos, decidí que era momento de intensificar el juego. Cerré la puerta con tranquilidad y avancé hacia él con mi taza en mano. 

Estaba tan concentrado en sus expedientes que tardó en notar mi presencia a escasos metros.

—Doctor Park, dígame algo —le dije, inclinando ligeramente la cabeza—. ¿Usted sale con sus colegas?

Jimin bufó, alzó la vista y dejó los papeles a un lado. Por un momento, creí que se iba a reír, pero en su lugar me regaló una mirada que destilaba sarcasmo.

— ¿Qué es esto? ¿Ahora estamos en Grey’s Anatomy y usted es McSteamy? Qué ridículo, doctor Min. —dijo, volviendo su atención a los expedientes.

«¿Por qué todo el mundo tenía una fascinación por esa serie

No me dejé intimidar. De hecho, disfruté cada segundo de su respuesta.

—Entonces, ¿eso es un sí o un no? —insistí, dándole un trago a mi café.

—Es un: con cualquiera menos usted —replicó sin mirarme, con una naturalidad que casi me hizo reír.

Me reí suavemente. Su honestidad era refrescante.

—Honestidad brutal. Me gusta. Pero, dime, ¿esa es tu manera de disimular que sí te agrado un poco?

—Sí, por supuesto, como sea —respondió, volviendo a sus apuntes con una expresión de fastidio que no lograba ocultar del todo.

— ¿Me crees si te digo que puedo hacerte cambiar de opinión? —dije, dando un paso más hacia él.

Jimin dejó escapar una risa corta, pero no alzó la vista de sus apuntes.

—Lo dudo —contestó, pasando una hoja sin siquiera mirarme.

—Pruébame —repuse, disfrutando de cada palabra.

Esa frase pareció hacer que se detuviera unos segundos. No demasiado, pero lo suficiente para que yo lo notara. Levantó la cabeza, me miró con ese aire escéptico suyo tan característico y sonrió apenas, más para sí mismo que para mí.

—Doctor Min, no soy una de esas personas que caen en juegos triviales, y menos de alguien como usted. ¿Quiere saber por qué?

—Por favor, ilústreme —respondí, inclinándome ligeramente hacia él como si esperara la clase más fascinante de mi vida.

Jimin dejó sus papeles con un golpe suave sobre la camilla. Luego, apoyando una mano en su cintura, me señaló con el bolígrafo que tenía en la otra mano.

—Porque usted es el tipo de hombre que cree que todo el mundo gira a su alrededor, como si tuviera un aura especial por ser “Min Yoongi” que nadie puede resistir. Atractivo, sí; lo suficiente para que uno lo mire dos veces en un mal día. Pero su arrogancia —y enfatizó la palabra, dándole un toque teatral— es agotadora. Le quita ese pequeño “algo” que podría hacerlo interesante.

Sonreí, encantado con la manera en que diseccionaba mis defectos como si fuera un paciente en una mesa de operaciones.

— ¿Así que estoy a medio camino? —pregunté, divertido.

—Ni siquiera en la línea de salida —zanjó él, tomando su carpeta y apilando todo lo necesario en el carrito. Luego, lo empujó lentamente hacia la salida, pero no sin lanzarme una última mirada por encima del hombro—. Ahora, si me disculpa, doctor Min, tengo trabajo real que hacer.

—No se esfuerce demasiado, doctor Park. No quiero que se canse tanto.

— ¿Por qué?

—Porque lo invitaré a cenar después de esto para celebrar su casi cumplido hacia mi.

— ¡En sus sueños, Min! —respondió desde el pasillo, su voz lo suficientemente alta para que la escuchara, pero no lo suficiente como para sonar molesto.

Me quedé donde estaba, mi taza de café aún tibia en la mano, con una sonrisa que no pude evitar.

«Cuatro horas más y por fin me iré a casa», me repetía una y otra vez, como si de alguna manera eso hiciera que el reloj avanzara más rápido. Al ser miércoles, el único día en mi agenda que podía dedicar a soñar con descanso, aunque, siendo honesto, “descanso” era un término bastante relativo. Entre montañas de expedientes, consultas interminables y la leve esperanza de que un caso interesante de neurocirugía llegara por emergencias, el día avanzaba. Mi rutina era un vaivén constante entre lo tedioso y la adrenalina, y me encontraba deseando más acción, algo que rompiera la monotonía controlada que, por alguna razón, me había impuesto.

Sin embargo, aquel miércoles no prometía nada fuera de lo común, excepto quizás la oportunidad de irritar un poco al doctor Park, solo por el placer de hacerlo. Después de terminar con el papeleo, y debido a una mezcla entre curiosidad y falta de mejores distracciones, decidí que tenía que preguntarle a Taehyung sobre Jimin. Sabía que trabajaba en el área donde él era jefe, además de que los había visto hablar en varias ocasiones. Taehyung probablemente lo conocía, así que quise aprovechar la oportunidad para saber un poco más sobre él. Después de todo, me conocía lo suficiente como para saber que no me gustaba quedarme con la intriga.

—Entonces, ¿lo conoces?

—Sí. Yoongi, ¿por qué el repentino interés por Jimin? —Taehyung me lanzó una mirada inquisitiva, con una ceja levantada mientras subíamos juntos las escaleras hacia la azotea. Era nuestro ritual no oficial para despejar la mente en medio de jornadas agotadoras.

—Solo curiosidad —respondí, intentando sonar casual, como si realmente no fuera nada—. Compartimos un caso y me pareció un hombre muy profesional.

Pero nada pasaba desapercibido para Taehyung. Su capacidad para leer entre líneas era, en ocasiones, un don y a la vez una maldición, y, como era de esperar, no tardó en cambiar su expresión a una mucho más seria.

—Dime algo, ¿tu curiosidad incluye una cama, Yoongi hyung? —preguntó tan directo que casi tropiezo con el último escalón—. Porque si es así, hyungie, no voy a dejar que eso pase.

— ¿Por qué? —pregunté, abriendo la puerta que daba a la azotea mientras trataba de ignorar el escalofrío que me había dejado su advertencia.

Taehyung no tardó en avanzar hacia la salida, sin mirar atrás, y habló con la misma determinación que siempre lo caracterizaba.

—Porque Jimin es importante para mí —dijo sin rodeos—. No quiero que sea algo que puedas desechar fácilmente, como haces con todos los demás.

Lo miré, confundido. ¿Qué quería decir con eso? No estaba seguro si solo era el amigo sobreprotector que conocía o si su advertencia tenía un trasfondo más profundo. Su tono estaba lleno de una mezcla de seriedad y advertencia, como si intentara prevenir una catástrofe que solo él podía ver.

—Tae...

—No he terminado, hyung —interrumpió, su voz firme y clara—. Jimin es mi amigo. Un amigo de los de verdad, ¿entiendes? No como tú y yo, que nos toleramos solo porque no queda de otra —Dejó caer esas palabras como si fueran plomo. Aunque la última parte fue dicha en un tono que me permitió captar su broma, no pude evitar fruncir el ceño, sintiéndome incómodo—. Y lo valoro demasiado como para permitir que alguien como tú juegue con él. Te conozco, hyung. Sé cómo te aburres, cómo te metes en juegos que crees que puedes controlar, pero Jimin no es un “juego”.

—Espera, Taehyung. Respóndeme una cosa: ¿Crees que soy una mala persona? —le pregunté de repente, deteniéndome en seco. No estaba seguro de por qué lo dije, pero algo en sus palabras había tocado una fibra sensible que llevaba tiempo ignorando.

Taehyung se giró hacia mí y, por unos segundos, me observó en silencio. Finalmente, suspiró, como si estuviera dispuesto a soltar algo que llevaba tiempo guardando.

—No, porque tú y yo tenemos historia, y sé la clase de persona que eres. Sé que te arrancarías el corazón por todos nosotros. Pero, hyung... A veces eres un completo imbécil. Si debes romper el corazón de alguien, lo harás. Y no te importará. Y no sabes lo que se siente eso —dijo, su voz mucho más baja, como si realmente no quisiera herirme, pero sabía que debía decirlo.

Su sinceridad me atravesó como una daga, pero no pude evitar reconocer que tenía razón. Era una verdad amarga, de esas que no quieres escuchar, pero que de alguna forma sabes que están allí, esperando ser dichas. No podía refutarlo, aunque me molestara escuchar esas palabras en voz alta. Y, si soy honesto, Taehyung se equivocaba en una cosa: Yo sí sabía lo que era tener el corazón roto, lo había experimentado de la manera más cruel y desgarradora. Pero eso era otro tema, uno que prefería guardar en lo más profundo de mi ser, donde no pudiera alcanzarme tan fácilmente.

—Estás dramatizando la situación. Solo será una vez, solo una, y se acabó —dije, intentando restarle importancia a todo lo que estaba sucediendo. Era mi manera de calmarme, de racionalizar lo que en el fondo sabía que no era tan simple.

—Aún así —respondió Taehyung, su voz cargada de algo más que advertencia. Era la preocupación genuina de un amigo que no quería ver a alguien más sufrir, incluso si esa persona era yo.

Regresé a mi oficina con la intención de sumergirme en algo que me distrajera de todo eso. Sin embargo, apenas crucé la puerta, me encontré sentado, mirando la pared como si esta tuviera las respuestas que necesitaba. Pensé en Taehyung y en lo mucho que cargaba sobre sus hombros. Siempre estaba cuidando de todos nosotros, olvidándose de sí mismo en el proceso. Su preocupación por Jimin era prueba de ello, aunque su dureza conmigo dejaba claro que había líneas que nunca cruzaría para protegernos. 

Mis pensamientos fueron interrumpidos por un golpe en la puerta. 

 —Pase —dije, sin levantar la vista del papeleo que tenía enfrente, sabiendo que no era urgente.

—Hola, Yoongi hyung. —La voz de Jungkook resonó familiarmente, y al escucharla, levanté la mirada y lo vi entrar. Se sentó frente a mí sin esperar invitación, como siempre.

—Hola, Jungkookie. ¿Qué necesitas? —respondí con tono neutral, mientras me acomodaba en mi silla.

— ¿Irás a jugar básquet con nosotros hoy? —preguntó con una sonrisa, esa misma energía juvenil que nunca lo dejaba, siempre tan animado.

Cada miércoles, cuando nuestras agendas coincidían, Taehyung, Jungkook y yo nos reuníamos en una cancha pública de básquet para liberar algo de la tensión que acumulábamos en la semana. Había olvidado por completo esa cita. Ni siquiera sabía si quería encontrarme con Taehyung después de la conversación tensa que acababa de tener con él. Pero Jungkook no se detuvo allí, y lo que dijo a continuación me dejó completamente descolocado.

—Iremos Taehyungie, nuestro amigo Jimin, tú y yo.

La bomba cayó como si nada, como si estuviera hablando de un asunto trivial. Mis pensamientos se estancaron un segundo, y la sonrisa que había formado en mi rostro se desvaneció poco a poco mientras intentaba procesar sus palabras. El doctor Park... Jimin... ¿en nuestra cancha de básquet? Bueno, no era nuestra, pero ya saben a lo que me refiero. Mi mente comenzó a dar vueltas y mi reacción inicial fue de total incredulidad. 

— ¿Qué has dicho? ¿Jimin? —pregunté, intentando sonar desinteresado, aunque el leve temblor en mi voz me delató por completo.

—Sí, Jimin, hyung. Ya sabes, el que parece un modelo de revista y no un pediatra —repitió Jungkook con una sonrisa inocente, como si no acabara de soltar la noticia más perturbadora del día. Apoyó los codos sobre el escritorio y continuó con total naturalidad—. Taehyung lo invitó. Se ha vuelto cercano a nosotros últimamente. Me dijo que le vendría bien despejarse un rato. Supongo que solo verá el partido, pero quién sabe, tal vez hasta quiera jugar. ¿No te parece genial, hyung? ¡Alguien más podría estar formando parte de nuestra rutina de los miércoles!

Genial. Claro, porque no había nada que me pareciera más “genial” que tener a Jimin—con su irresistible sonrisa, su mirada hastiada y esa exasperante manera de cruzar los brazos como si nada en el mundo pudiera alterarlo—, sentado al borde de la cancha. Solo imaginármelo allí, observando el partido con su expresión relajada y esos ojos que parecían ver más allá de lo evidente, me bastaba para saber que mi concentración estaría completamente perdida. Fantástico. A partir de ese momento, ni siquiera podría fingir que el básquet seguía siendo un escape para mí.

—No me molesta —respondí finalmente, con un tono tan falso que incluso un niño habría visto a través de mis palabras.

Jungkook me miró con una ceja levantada, claramente dudando de mi sinceridad.

— ¿Seguro? Porque parece que sí te molesta un poco.

—Estoy perfectamente bien —insistí, intentando recuperar la compostura y desviando la mirada hacia la pila de documentos que había en mi escritorio, como si de repente hubieran adquirido una importancia vital.

Pero Jungkook no se dejó engañar. Con esa sonrisa descarada que siempre tenía cuando me atrapaba en algo, se inclinó un poco más hacia adelante.

—Hyung, no te pongas raro. Es solo un partido de básquet, no una cita a ciegas.

— ¿Quién dijo que me estoy poniendo raro? —gruñí, demasiado rápido para mi propio bien.

—Tú lo dijiste, con esa cara —replicó, señalándome con un dedo acusador antes de levantarse de la silla—. Nos vemos a las ocho. No llegues tarde... o Tae te matará.

—Él siempre dice cosas así. 

Jungkook alzó una ceja, claramente divertido por mi respuesta. Luego añadió, con una expresión traviesa que conocía demasiado bien: 

—No te preocupes, hyung. No dejaré que te pongas nervioso. A menos que te pongas a hacer cosas raras con el balón.

— ¿Qué cosas raras? —pregunté, irritado, aunque más conmigo mismo que con él.

—Oh, no sé... Tal vez la lances fuera de la cancha porque estás demasiado distraído mirando a alguien... —Jungkook se llevó una mano al mentón, inclinando ligeramente la cabeza y fingiendo estar pensativo, como si estuviera revelando un gran misterio. El muy mocoso había visto algo. Aquella suposición bastó para alterarme. Aunque, repasando mentalmente, no había sucedido nada interesante entre Jimin y yo. Nada que pudiera justificar esa acusación. Bueno, a menos que contar las discusiones absurdas, casi infantiles, que yo solía comenzar sin razón alguna—. ¿O quizás te caigas de espaldas intentando lucirte? —añadió Jungkook, interrumpiendo mis pensamientos con una sonrisa maliciosa—. Ya sabes, cosas así.

Rodé los ojos con desgano, aunque mi mandíbula se tensó de manera casi involuntaria. Jungkook podía ser insoportable cuando se lo proponía, pero lo peor era su maldito talento para observar más de lo necesario. Tenía ese mal hábito de notar pequeños detalles que nadie más percibía. Y, por supuesto, la mera mención de Jimin parecía bastarle para dar en el blanco.

—Deja de decir tonterías —respondí con un tono firme, o al menos eso intenté. Pero la autoridad que buscaba imprimir en mi voz se diluyó en el aire, y Jungkook lo notó.

Él se encogió de hombros con la misma tranquilidad de siempre, como si no acabara de clavarme una espina en el costado, y caminó hacia la puerta. Por un instante creí que se iría, pero justo antes de cruzarla, giró sobre sus talones con una expresión tan descarada que sentí cómo mi paciencia pendía de un hilo.

—Ah, por cierto... —dijo, alargando las palabras con malicia—. Taehyung mencionó que Jimin tiene un buen tiro. Tal vez deberías invitarlo a jugar contigo.

Su sonrisa era la definición perfecta de “traviesa”, y antes de que pudiera encontrar algo con qué responder, Jungkook desapareció por la puerta, dejándome solo con un nudo en el estómago y una tormenta de pensamientos que no quería afrontar.

Me quedé mirando hacia la puerta cerrada por un segundo largo, intentando ignorar el calor que me subía a la cara y el maldito retumbar de mi pulso. ¿Jimin tiene un buen tiro? Claro, porque lo único que necesitaba ahora era visualizar al doctor Park, en ropa deportiva, encestando un balón mientras era ajeno de mis intentos por concentrarme y no echarle un vistazo.

—Genial. Absolutamente genial... —murmuré para mí mismo, dejándome caer en el respaldo de la silla.

No lograba entender por qué aquello me afectaba tanto. Había jugado a este juego antes, con otras personas y en otras circunstancias, y siempre salía ganando, casi sin esfuerzo. Pero con Jimin era distinto. No porque él estuviera “jugando” conmigo, sino porque el trato que me daba era tan directo y desafiante que lograba ponerme de cabeza sin siquiera intentarlo. Y yo, como el masoquista que al parecer era, me dedicaba a incitarlo, a buscar esas reacciones suyas con comentarios llenos de egocentrismo y bromas calculadas que, aunque parecían inocentes, siempre lograban irritarlo. Descubrí con una precisión inquietante lo fácil que era alterarle los nervios, y aun así, en lugar de detenerme, me deleitaba con cada respuesta afilada que recibía.

Lo peor —y lo más irónico— era que mientras Taehyung me advertía que no me acercara demasiado, él mismo había sido quien le entregó a Jimin las llaves para colarse en mi cabeza. Como si le hubiera dicho: “Adelante, doctor Park, siéntase como en casa.

Era desconcertante. No se suponía que alguien como él pudiera provocar esto en mí, pero ahí estaba, plantado en el centro de mis pensamientos con una naturalidad irritante. Porque sí, yo quería acercarme a él. Pero no con intenciones puras ni con la clase de moralidad que Taehyung parecía exigir de mí. Yo quería acercarme de esa manera egoísta y cuestionable que me caracterizaba, esa que me aseguraba salir ileso cuando todo terminara.

Solo que, con Jimin, nada parecía asegurado.

Y, aun así, yo seguía insistiendo, aunque no terminara de entender los motivos. Tenía otras opciones, claro, siempre las tenía, pero cada vez que lo recordaba a él, todo lo demás perdía sentido. Era como si mi mente se empeñara en retener cada detalle suyo: sus labios que me provocaban más de lo debido, la forma en que sus manos se movían con precisión, su respiración pausada y casi desafiante cuando discutíamos, el calor de su piel que parecía grabarse en la mía sin permiso, y ese rastro de colonia que, aunque sutil, lograba permanecer conmigo mucho más tiempo del que debería.

Todas aquellas “opciones” se desvanecían sin resistencia porque ahora lo quería a él. Su cuerpo. Su presencia física que, de alguna manera, había conseguido instalarse en mi sistema como una necesidad molesta y persistente. Físicamente hablando, por supuesto.

Me dejé caer en el suelo, extendiendo brazos y piernas como si fuera una estrella de mar derrotada. Dos horas corriendo, esquivando a Jungkook y a Taehyung, intentando que no me quitaran el balón, y otras tantas veces peleando por recuperarlo y encestar. Sentía el corazón latiendo en mis oídos y el sudor empapándome la frente, pero la satisfacción de verlos agotados era incomparable.

—Niño de plástica, sin reglas por esta noche, acuérdate —dije al recuperarme, poniéndome de pie y enfrentándome a ambos con una sonrisa triunfal.

Taehyung y Jungkook me miraron con la misma expresión de fastidio de siempre. Para ellos, la competencia era algo personal, incluso cuando ni siquiera habíamos acordado jugar con puntos o equipos.

—Ya lo sé —respondió Jungkook, haciendo rebotar el balón a su costado con un gesto mecánico—. Pero, ¿cuándo vas a dejar de llamarme así? Ya no soy uno de tus residentes, hyung.

Negué con la cabeza, sonriendo con autosuficiencia mientras Jungkook hacía un pase directo a Taehyung. Ambos intercambiaron una mirada y asintieron casi en sincronía, como si compartieran un maldito lenguaje secreto.

— ¿Qué demonios planean ahora? —murmuré para mí mismo, atento a cualquier movimiento sospechoso—. Jeon, así te nombré cuando eras un pequeño interno, así te vas a quedar —sentencié, arrebatándole el balón a Taehyung con un giro rápido, aprovechando un descuido, y encesté con facilidad.

— ¡Dejemos que Jimin juegue! —gritó Taehyung de repente, retirándose hacia un lado con una sonrisa que no me gustaba nada—. Seguro está aburrido de vernos sudar y hacer el ridículo aquí.

— ¡No jugaré, es un deporte aburrido! —respondió Jimin desde la orilla de la cancha, su tono tan tajante como exasperante.

Me detuve de golpe, girándome hacia él con una expresión de ofensa pura y dura. Jungkook también se detuvo, como si el insulto al básquetbol lo hubiera sentido en carne propia.

— ¡Tal vez tú eres aburrido, doctor Park! —le grité con genuina indignación, señalándolo con el dedo como si acabara de cometer el mayor pecado imaginable.

¿Aburrido? ¿Cómo osaba insultar el deporte que más amaba en el universo? No podía permitir semejante blasfemia.

Entonces lo miré directo a los ojos, esos ojos miel que parecían disfrutar de mi frustración. Jimin entrecerró los suyos y movió los labios en silencio, con la calma de un cirujano en plena operación. A pesar de la distancia y del ruido, entendí perfectamente lo que dijo: “Eres más bajito que el balón, Min.

Su manera de insultar era tan deprimente.

Sentí un tic nervioso en el párpado y, sin pensarlo dos veces, le mostré el dedo medio, ignorando el hecho de que probablemente le había dado la razón al actuar como un niño de primaria. Lo iba a castigar tan pronto se me diera la oportunidad, de eso no cabía duda.

Jungkook soltó una carcajada a mi lado, pero se calló rápidamente al ver mi expresión asesina. Taehyung, por su parte, ya estaba saliendo de la cancha, fresco como una lechuga y con las manos en los bolsillos.

—Creo que será mejor que vayamos a tu departamento —sugirió Taehyung sin siquiera preguntar—. Tengo mucha hambre, Yoongi hyung.

— ¿Y cuándo no? —murmuré, lanzándole el balón a Jungkook, que lo atrapó de mala gana.

Tomé el último sorbo de agua de mi botella mientras todos emprendimos el camino a pie hacia mi apartamento. La cancha quedaba a solo dos calles de distancia, así que no valía la pena mover el auto.

Al llegar, coloqué la clave y abrí la puerta. Apenas entramos, Jihyo, mi hermana menor, nos recibió con su habitual energía. Saludó a todos con confianza, incluyendo a Jimin, a quien apenas conocía, pero parecía ya hacerlo sentir como en casa con una sonrisa genuina y una conversación que fluyó sin esfuerzo.

Mientras preparaba la cena, los escuchaba desde la cocina. Jihyo y Jimin reían con facilidad por las tonterías de Taehyung y Jungkook, quienes, como siempre, encontraban la forma de convertirse en el centro de atención. Los veía desde la distancia, disfrutando de aquella escena con una mezcla de nostalgia y resignación. Yo no solía unirme a sus tonterías —cantar, bailar o correr por la casa— porque Jihyo, debido a su enfermedad y a los tratamientos de pastillas y quimioterapia, se agotaba con demasiada facilidad. Para nosotros, la diversión siempre había sido más calmada: una partida competitiva de cartas, el truco o cualquier otro juego de mesa sencillo que, sin importar lo banal que fuera, terminaba convirtiéndose en un campeonato épico lleno de trampas y discusiones que nos hacían olvidar por un rato la realidad.

—La comida está deliciosa. No tenía idea de tu talento en la cocina, Yoongi-ssi—dijo Jimin cuando terminó su tazón, con una sonrisa suave que, por alguna razón, me descolocó.

—Gracias —respondí, volviendo a centrarme en el plato frente a mí. Antes de que pudiera agregar algo, noté la mirada de Jihyo que se posaba entre Jimin y yo. Arqueó una ceja y asintió con una sonrisa llena de significado. No supe si quería decirme algo o si simplemente estaba disfrutando de incomodarme—. Cuando decides vivir por tu cuenta, tienes que aprender muchas cosas, y más aún cuando quieres cuidar de tu hermana menor —añadí con naturalidad, mirando de reojo a Jimin—. Gracias por el halago, Jiminnie.

—De nada, Yoongi-ssi. —Su tono seguía siendo amable, pero noté que su mirada se quedó fija en la mía un segundo más de lo necesario. Eso fue suficiente para ponerme en alerta. Sentí la comisura de mis labios curvarse ligeramente, hasta que me di cuenta de lo que estaba sucediendo y desvié la vista de forma abrupta. Por alguna razón inexplicable, me concentré en las llaves de mi auto, como si fueran lo más fascinante del mundo.

— ¡Vayamos a algún karaoke! —propuso Taehyung con su entusiasmo habitual, sacudiendo la calma que había comenzado a instalarse.

—Es una buena idea. Conozco varios que podrían gustarles —agregó Jimin.

— ¡Llévanos, Yoongi hyung, por favor! Por favor, por favor —rogó Taehyung, juntando las manos como si estuviera pidiendo un favor divino.

Lo miré con escepticismo. ¿Por qué siempre tenía que conmoverme con esos pucheros exagerados que no tenían absolutamente nada de tiernos?

—De acuerdo, pero solo será un rato —acepté, resignándome—. ¿Quieres venir, Jihyo?

—La pregunta ofende —respondió ella con una sonrisa traviesa, levantándose con agilidad.

No pasó mucho tiempo antes de que todos estuviéramos dentro de mi auto. Los tres “niños” —Taehyung, Jungkook y Jihyo— se acomodaron en la parte trasera, donde el caos comenzó a desarrollarse casi de inmediato. No pude evitar entrecerrar los ojos para mirarlos desde el espejo retrovisor, notando cómo ya empezaban a comportarse como niños en un viaje escolar. La única excepción era Jimin, quien se mantenía en silencio y perfectamente sereno en el asiento del copiloto.

— ¿Qué? —preguntaron Jihyo y Jungkook al unísono, al notar mi mirada sospechosa.

—Quédense quietos. Mi auto, mis reglas —les advertí con tono firme. Luego, giré la mirada a los tres revoltosos de atrás—. Y no empiecen con su estupidez de abrir el sunroof, o los dejaré tirados aquí mismo, se los advierto.

—Siempre te metes con nosotros, pero ¿y qué hay de Jimin? —preguntó Jungkook de pronto, su tono cargado de burla mal disimulada.

Alcé una ceja, anticipando la trampa.

— ¿Qué pasa con él?

— ¿No le dirás nada? ¿O también lo dejarás en la calle? —añadió, con un puchero falso que era evidente a kilómetros.

Taehyung no perdió la oportunidad de unirse a la broma:

— ¿Jimin tiene alguna clase de privilegio especial, hyung?

Su pregunta era tramposa, y lo sabía. Podía ver la sospecha encendiéndose en los ojos de Taehyung, como si intentara desenmascararme ahí mismo. Pero antes de que pudiera responder, Jimin intervino, sin darle importancia al asunto, con su tono tan práctico como mordaz:

—Deja de ser tan ridículo, Taehyung.

No pude evitar reírme. Era impresionante cómo Jimin lograba desarmar las tonterías de Taehyung con apenas unas palabras.

—Digo lo mismo —agregué, con una sonrisa todavía en los labios—. Jimin se comporta, no como tú, Taehyungie.

—Ambos son malvados. No me gusta —protestó Taehyung, cruzándose de brazos y recargándose contra el respaldo del asiento como un niño a punto de hacer un berrinche monumental.

—Deja de lloriquear —intervino Jungkook con fastidio, empujando ligeramente a Taehyung.

El auto quedó en silencio por un momento después de eso, salvo por la risa contenida de Jihyo y el suspiro resignado de Taehyung.

ALEX.

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