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21

Alysa miró los alrededores. La playa, sumida en la oscuridad, yacía desierta esa noche, sin rastro alguno de Hades. No obstante, se aferró a la esperanza y se negó a dejarse vencer por la angustia que amenazaba con invadir su ser. Sabía que Hades era un rey, un gobernante con responsabilidades que atender, y que seguramente esa era la razón de su ausencia.

Aun así, no podía evitar sentirse angustiada.

¿Le habría sucedido algo?

Se obligó a respirar profundamente y a mantener la calma, decidida a esperar un poco más en caso de que apareciera.

De repente, un sonido inesperado interrumpió la paz que reinaba en el lugar. El corazón de la mujer latió con fuerza, inundando su pecho de esperanza. Con una sonrisa en sus labios, se volvió hacia la fuente de aquel sonido, pero antes de que pudiera articular una palabra, unos fuertes brazos la rodearon por detrás, silenciando sus labios con firmeza.

Alysa luchó con todas sus fuerzas para liberarse del agarre de aquel desconocido, pero era en vano. Una risa masculina y burlona se dejó escuchar detrás de ella.

—Vaya, vaya... ¿qué tenemos aquí?— habló burlonamente un hombre —¿Acaso es esta la noble reina de Corinto?— continuó, mientras las risas de sus cómplices resonaban en el aire.

El miedo se apoderó del corazón de la rubia, mientras luchaba por escapar de aquellos brazos que la retenían.

—Seguro nos dan mucho dinero por ella. Arsen no merece tener a una mujer así de hermosa— dijo el otro hombre, admirando la belleza de Alysa con asombro.

De repente, otro de sus compañeros pasó una espada por el cuello de la femenina, lo que hizo que ella cerrara los ojos con fuerza, temiendo por su vida.

—Es una lástima que no podamos quedárnosla— habló otro de ellos, esbozando una sonrisa malévola —nosotros sí sabríamos cómo valorarla—

El otro hombre asintió con decepción al escuchar las palabras de su compañero, mientras su mirada se perdía en los profundos ojos de Alysa, como si quisiera sumergirse en ellos para siempre. Pero sabía que no podían quedársela, aunque  anhelara lo contrario.

Alysa luchaba con todas sus fuerzas por escapar del agarre del hombre que la sostenía, pero era inútil. Forcejeó sin descanso, sin embargo, su cuerpo estaba exhausto y solo sentía ganas de llorar al escuchar las risas burlonas de los cinco miserables que la rodeaban.

—Cometieron un grave error al tocarla— en ese instante, una voz fría como el hielo resonó en la oscuridad, deteniendo las carcajadas de todos. Alysa reconoció de inmediato la voz y una oleada de alivio la envolvió.

Los hombres se voltearon, con el ceño fruncido y la mirada desafiante, preguntándose quién había interrumpido su "grato" momento.

—¿Qué fue lo que dijiste, miserable? — bramó uno de ellos, desenvainando su espada con ira. Y antes de que pudiera siquiera blandirla, el hombre fue partido en dos de un solo golpe.

La sangre manchó la arena y el terror se reflejó en los ojos de sus demás compañeros.

Hades, imperturbable, se presentó  bajo la luz plateada de la luna, avanzando hacia ellos con la majestuosidad digna de un dios. Su presencia imponente y su mirada fría infundían un miedo ancestral en esos sujetos, que temblaban ante su sola presencia.

—No seré piadoso con cucarachas como ustedes— sentenció con voz gélida y autoritaria, mientras los hombres se arrodillaban ante él en señal de sumisión.

Pero ninguno sobrevivió a esa  noche, y el macabro espectáculo que se presentaba ante Alysa, arrodillada y temblorosa en el suelo, era una escena que la horrorizó profundamente. Los cuerpos desmembrados de los hombres yacían inertes, como si la muerte les hubiera arrebatado toda su esencia.

En medio del caos, Hades corrió hacia ella, envolviéndola en sus brazos y ofreciéndole la seguridad que tanto necesitaba. Alysa, todavía  presa del terror que acababa de vivir, estalló en llanto y se aferró a él como si su vida dependiera de ello.

Con ternura, él la sostuvo entre sus brazos y le susurró dulces palabras de consuelo, mientras besaba su cabeza una y otra vez.

—Estoy aquí, tranquila— le aseguró, como si las palabras fueran una caricia para su alma herida —Lamento llegar tarde—

—Gracias...— susurró ella entre sollozos, agradecida de tenerlo allí.

El eco de los pasos de Arsen resonaba con furia en los muros del palacio mientras recorría los pasillos en busca de Alysa.

— ¡¿Dónde está Alysa?!— el aire parecía retumbar con cada una de sus palabras, como si el mismo palacio se estremeciera ante su enojo.

Arsen sentía que su corazón latía con fuerza en su pecho, alimentando su furia y desconcierto.

¿Cómo era posible que su esposa hubiera desaparecido sin dejar rastro?

—Esa maldita mujer, ¡¿dónde demonios está?!—  Las palabras salían de su boca con frustración.

Había despertado sin ella a su lado y por más que llamó a su nombre una y otra vez, no hubo respuesta. La habitación estaba vacía, fría y silenciosa, como si Alysa nunca hubiera estado allí. Arsen se sentía perdido sin ella, como si su vida misma se hubiera desvanecido junto con su ausencia.

A lo lejos, Héctor observaba la escena con cautela, oculto tras una de las enormes columnas. En su interior, una sensación de angustia crecía sin cesar, y supo que debía actuar con rapidez si quería evitar la tragedia que se avecinaba.

Decidió ir en búsqueda de su reina, cuyo destino pendía de un hilo en aquel momento. Sin embargo, su escape se vió interrumpido de manera abrupta por la súbita aparición de Basil.

Ante la sorpresiva embestida del joven, Héctor intentó reaccionar, pero fue demasiado tarde. En un abrir y cerrar de ojos, la hoja afilada de una daga se hundió sin piedad en su abdomen, dejando una herida mortal que lo hizo caer de rodillas al suelo. El dolor le arrebató el aliento, y su mirada se nubló mientras contemplaba horrorizado cómo su vida se desvanecía ante sus ojos.

El joven esbozó una sonrisa victoriosa, deleitándose en el espectáculo del hombre desangrándose ante sus ojos. La satisfacción lo inundó al ver su presa postrada a sus pies.

—¿Realmente creíste que podrías ir por mi madre?— se burló, jugueteando con la daga ensangrentada.

El pelinegro intentó hablar, pero la pérdida de sangre lo consumía y sus palabras quedaron atrapadas en su garganta.

—¿Por qué haces esto?— logró balbucear con dificultad.

—Porque no quiero que me arruinen la diversión—  respondió, y con una sonrisa afilada dibujada en sus labios, alzó la daga una vez más —Debiste haber pensado mejor en mi oferta, querido Héctor... Ahora tendrás mucho tiempo para reflexionar...en el inframundo— remató con una carcajada macabra.

Antes de que Basil pudiera darle descanso eterno, una figura se abalanzó sobre él desde atrás, impidiendo su maléfico acto. Nora luchó por arrebatarle el objeto, pero fue arrojada a una de las paredes por su hermano.

—Maldito gusano...— musitó la rubia, mientras se incorporaba con dificultad —Debí acabar contigo cuando tuve la oportunidad—Escupió con ira, fulminándolo con la mirada.

Héctor, aterrado, observaba cómo la princesa se lanzaba en su defensa, tratando de advertirle con balbuceos incoherentes que huyera de allí.

Basil carcajeó burlonamente como  respuesta a las palabras de su hermana. Sin embargo, las risotadas se desvanecieron con el sonido de los guardias acercándose, alertados por los gritos de la pelea.

—Te has metido con la persona equivocada, hermana— espetó Basil, arrojando la daga en dirección a Nora, quien la recibió con nerviosismo.

—¡Guardias! ¡Mi hermana intentó asesinarme!— gritó, con un rostro de pavor absoluto.

Nora, temblando, soltó el arma al suelo y retrocedió rápidamente, pero su acto no fue suficiente para convencer a los guardias de su inocencia. Dos de ellos la sujetaron con fuerza, ignorando sus suplicas de inocencia.

—¿Se encuentra bien, Majestad?— preguntó uno de los guardias al acercarse a Basil y examinarlo con detenimiento. El príncipe asintió, aunque su rostro pálido y dolorido decía lo contrario.

—Sí, pero Héctor necesita atención médica de inmediato. Trató de salvarme— exclamó con voz entrecortada, luchando por mantener la compostura mientras observaba como los guardias se llevaban a su hermana.

—¡Llamen a los sanadores de inmediato!— exigió uno de los hombres con voz firme, reconociendo la gravedad de la situación. El sonido de sus pasos apresurados resonó en el aire mientras se apresuraban a buscar ayuda para el guardia herido y a llevar a la princesa Nora ante el rey.

—¡Nora no sería capaz de hacer algo así! ¡Por favor, liberala Arsen!— exclamó Alysa, horrorizada por lo que acababa de escuchar, tratando de hacer entrar en razón a su esposo. Sin embaego, sus palabras cayeron en oídos sordos —¡Algo más tuvo que haber pasado!—

—¡Tenía la maldita daga en su mano! ¡Héctor resultó herido y nuestro hijo pudo haber muerto!— bramó Arsen, negándose a aceptar semejante tontería.

—¡Por todos los dioses, Arsen! ¿Realmente crees que una joven de  dieciséis años podría ser rival para un guardia como Héctor?— bufó Alysa, desesperada por hacerle entender.

—He visto mucho a lo largo de los años, Alysa... y créeme, es posible... ¿¡estás defendiendo a esa asesina mientras tu fiel guardia muere lentamente?!— se acercó a ella, tomándola bruscamente del cuello —dime, ¿dónde estabas mientras todo esto sucedía, Alysa...? ¿¡dónde demonios estabas?!— gritó, arrojándola abruptamente al suelo.

Un sonrisa burlona se dibujó en los labios de Basil, saboreando el espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos.

—Si Madre, ¿por qué no le cuentas a padre lo que haces cuando la noche cae?— susurró con malicia.

Alysa sintió como su corazón latía con fuerza al darse cuenta de lo que se avecinaba. Arsen, por su parte, se mostró confundido y se volvió hacia su hijo, exigiendo una explicación.

—¿De qué hablas, hijo?— frunció el ceño, desconcertado.

—De las reuniones que madre sostiene con su amante en la playa al caer la noche— confesó el rubio con voz pausada, disfrutando cada palabra que salía de su boca y el impacto que causaban en la familia.

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