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19

La luna llena se erguía majestuosa en el cielo nocturno, bañando con su plateada luz el Palacio de Corinto. Nora caminaba por los pasillos en penumbra, aún ataviada con su vestido de fiesta, luego de la prolongada celebracion. Al pasar junto a uno de los balcones, vislumbró la figura de su hermano Basil, de espaldas a ella, observando el cielo estrellado.

Nora se acercó lentamente hasta quedar a su lado. Basil no se inmutó.

—Basil—  lo llamó fríamente –¿Qué haces aquí afuera?—

Su hermano se giró hacia ella, con una sonrisa fría en los labios.

—Estoy admirando la vista, hermana. ¿No es una noche hermosa?—

Nora frunció el ceño, sus ojos azules fijos en los de su hermano.

—No te hagas el tonto, Basil. Sé que tienes algo en mente respecto a la princesa Eirene. ¿Qué es lo que planeas hacer?— preguntó sin rodeos, esperando una respuesta del contrario.

Basil hizo una mueca incrédula, como si no pudiera creer que Nora estaba realmente preguntándole algo así.

—¿Qué no es obvio? Eirene no es más que una pieza en mi tablero de ajedrez, una ficha que moveré a mi antojo para obtener lo que deseo. No tengo el menor interés en ella...salvo claro, para beneficio propio— se encogió de hombros, desinteresado. Aquella mujer que sería su futura esposa cuando cumpliese los dieciocho, no era más que un objeto que estaría dispuesto a utilizar para su propia conveniencia.

Nora lo miró con desdén, sus orbes  centelleando de ira en la noche.

—Ella es una persona, Basil. No un objeto que puedas mover a tu antojo— le recordó con sequedad.

Basil soltó una carcajada.

—¿Desde cuándo te preocupas por los sentimientos de los demás, hermanita? No seas hipócrita—

La ira se apoderó de Nora, y sus ojos se volvieron oscuros como la noche que los rodeaba.

—No tienes ni idea de lo que siento o dejo de sentir— espetó sombría —¿Cómo puedes ser tan frío y cruel? Eirene será tu esposa, deberías tratarla con respeto— una brisa se presentó de pronto, zarandeando los cabellos dorados de los mellizos.

Basil se acercó a ella con paso firme, plantándose frente a su hermana con una mueca desafiante.

—Tú no eres nadie para decirme qué debo o no hacer, Nora. Recuerda que yo seré el próximo Rey, no tú. Haré lo que me plazca y nadie, ni siquiera tú, se interpondrá en mi camino— Basil la miró con desprecio —No entiendes nada. Todo esto es un juego sucio, y hay que jugarlo con astucia si quieres sobrevivir. Yo no voy a dejar que mi orgullo o mis sentimientos personales arruinen mi futuro— explicó, un brillo demencial decoraba aquellos ojos que alguna vez reflejaron pureza e inocencia.

La tensión entre ambos era palpable, y parecía que cualquier palabra de más podría desencadenar una verdadera guerra.

—¿Y qué hay de la felicidad personal, Basil?— rompió el silencio con amargura en su tono.  

Basil se rió, con una risa amarga.

—Para ser feliz, solo necesito poder y dinero. Eso es lo que realmente importa en esta vida—

Nora apretó los puños, furiosa. La brecha que los separaba era ya insalvable. Basil jamás cambiaría y ella no podría hacer nada para evitarlo. Con dolor en el corazón, Nora supo que ya había perdido para siempre a su hermano. Se dió media vuelta sin decir palabra y se marchó, dejando tras de sí el tenue brillo de su vestido y los ecos de una infancia perdida.

Poseidón emergió de la oscuridad, su imponente figura recortándose contra el cielo estrellado. Observó en silencio la escena a lo lejos, sus ojos insondables como el océano. Alysa y Nora reían, sentadas en la arena junto a Hades.

Despacio, se acercó a ellos. Hades fue el primero en advertir su presencia y se puso de pie, dándole la bienvenida con una cálida sonrisa.

—Hermano— saludó Hades.

Alysa y Nora se giraron sobresaltadas. Al verlo, Nora también se puso de pie y le dedicó junto a su madre una leve inclinación de cabeza, sin dejar de mirarlo a los ojos. Poseidón asintió en su dirección.

—¿Podemos hablar?— Su voz era profunda como los abismos marinos. Se volvió hacia Hades.

Hades sonrió complacido y le pidió a Alysa y Nora que les concedieran un momento a solas. Ellas accedieron y se alejaron por la orilla de la playa.

Poseidón se acercó a Hades y posó una mano sobre su hombro. Un gesto poco usual en él, reservado sólo para su hermano.

—Deberías tener más cuidado— advirtió fríamente —si alguien te descubre...ellas estarán en serios problemas. No creo que eso te complazca— señalizó con su cabeza a las mujeres que caminaban por la orilla de la playa.

—Lo sé, pero...no voy a permitir que eso ocurra— aseguró firmemente..

Poseidón guardó silencio. Su mirada revoloteó brevemente hasta Nora, quien caminaba entre las olas junto a Alysa. Hades siguió la dirección de su mirada y sonrió.

—Ella es especial, ¿verdad?— comentó.

Poseidón no respondió. Pero en lo profundo de su ser, sabía que Hades tenía razón. Nora se había convertido en su única compañía en todos esos siglos de soledad, alguien a quien tal vez podría considerar una amiga. Y eso, más que cualquier otra cosa, lo inquietaba.

—Solo ten cuidado...— fueron sus últimas palabras antes de girar sobre sus pasos y regresar al Olimpo.

Hades observaba a Alysa dormir plácidamente a su lado, su pecho subiendo y bajando en un ritmo suave y constante. Con la luz de las antorchas iluminando su rostro de una manera suave y delicada.

El dios del inframundo no podía evitar sentir una profunda admiración por la reina de Corinto. Alysa era una mujer de una belleza sin igual, pero era su corazón compasivo y justo lo que lo había atraído hacia ella. La forma en que  trataba a todos con cariño y respeto, incluso a aquellos que no lo merecían, lo había cautivado desde el principio.

Acarició suavemente su cabello dorado, sintiendo el suave roce de sus dedos en su piel suave. Alegrándose al estár junto a ella en ese momento. Ella era la única persona en el mundo que lo hacía sentir vivo, y aunque sabía que su romance no podía durar para siempre, estaba decidido a disfrutar cada momento que tenía a su lado.

Fue en ese momento en el Hades se dió cuenta de que nunca había amado de esa manera antes. 

Suspiró, renuente a despertarla de su anhelado descanso. Sin embargo, el tiempo había pasado rápido en el reino de los muertos y ya se acercaba la hora de su partida.   
Con suavidad, movió un poco su hombro con el fin de despertarla.

—Alysa...es tiempo de que te lleve a casa—

Los ojos de Alysa se abrieron lentamente y lo miraron con dolorosa resignación. Su tiempo juntos era breve y cada despedida resultaba cada vez más difícil.

Se vistieron en silencio, sin prisa, rehúsandose a poner fin a ese momento de paz. Hades tomó la mano de Alysa entre las suyas y la besó tiernamente, intentando transmitirle todo su amor en ese simple gesto.     

Caminaron juntos hasta la entrada de su reino y el peliplata la acompañó hacia la playa donde aparecía cada noche. El amanecer empezaba a teñir el cielo con sus tenues colores cuando Alysa se volvió para mirarlo por última vez.

—Te veré esta noche— le dijo ella con suavidad.     

Hades asintió, incapaz de pronunciar palabra, abrumado por la emoción.     
Con una última caricia, Alysa continuó su camino de regreso al palacio, dejando atrás a Hades que la observaba alejarse en silencio, esperando ansioso la llegada de la próxima noche cuando sus almas pudieran reencontrarse.

La noche lucía tranquila, la luna llena iluminaba tenuemente la playa desierta mientras Hades aguardaba impaciente la llegada de Alysa. De pronto, escuchó pasos detrás de él y  volteandose, se sorprendió al ver que se trataba de Basil.

—Vaya, si es nada más y nada menos que el pequeño Basil— Hades demolió el silencio con una sonrisa —La última vez que te vi eras sólo un niño que se alegraba cuando te cargaba en brazos— se tomó la molestia de recordarle, lo que desencadenó la furia del rubio.

Basil le arrojó una mirada de desprecio antes de avanzar hacia él con altanería.

—Ahórrte las tonterías, para mí no eres más que un dios patético —espetó con displicencia. Hades se puso de pie con calma, impasible al tono que el menor empleaba para dirigirse a él —No necesito tus palabras huecas—

Hades continuaba imperturbable ante los insultos. Sin embargo, decidió darle una lección a Basil por su insolencia. De un momento a otro, la tierra bajo sus pies comenzó a temblar violentamente con un estruendo ensordecedor. Basil intentó mantenerse estable y con el rostro pálido, trataba de hallar una explicación racional a lo que estaba pasando. De pronto, su atención se centró en el dios frente a él que ahora lo miraba con un tono glacial y terrorífico en aquella faz que él recordaba serena y pacífica.

—¿Crees que puedes insultar a todos impunemente, mortal? ¿Acaso crees que puedes insultarme a mí?— preguntó con una profunda frialdad que le drenó la sangre —No olvides con quien estás hablando. Yo soy el rey del inframundo, yo seré quien te reciba en mi reino cuando tu miserable tiempo en este mundo acabe. Puedo acabar contigo en un abrir y cerrar de ojos si me lo propongo— advirtió, taladrándolo con la mirada.

Basil tembló en su lugar ante la presencia imponente de Hades. Sus amenazas no eran en vano, sabía bien que contaba con el poder para cumplirlas.

—No vuelvas a dirigirte a mí en ese tono, o te arrepentirás— advirtió Hades, alzando su barbilla con superioridad —Vete ahora mismo, y más vale que no reveles a nadie lo que has visto aquí esta noche—

Basil asintió rápidamente y se marchó corriendo, tan veloz como sus piernas se lo permitieron. La noche volvió a quedar en calma y Hades sonrió satisfecho, sabiendo que ese insolente joven no volvería a molestar. Alysa llegaría pronto, ajena a lo sucedido, y la noche seguiría su curso como tantas otras veces en ese lugar secreto de encuentros.

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