16
Alysa emergió de la carpa real al amanecer, sudando profusamente y con la respiración agitada. Había pasado una noche infernal, en la que su esposo la había poseído con agresividad y sin ningún tipo de consideración. Ahora se sentía mal, con un dolor en el vientre que la hacía gemir de dolor. Un fuerte mareo la obligó a apoyarse en uno de los postes de la entrada y el dolor punzante la hizo gemir en voz baja. Héctor, su guardia más leal y quien vigilaba la entrada de la carpa, corrió hacia ella al verla en ese estado.
—Mi reina, ¿está bien? ¿Necesita ayuda?— preguntó, preocupado.
Alysa negó con la cabeza, tratando de mantenerse erguida.
—Estoy bien, es solo un dolor molesto. Pero gracias por tu preocupación—
El hombre asintió, pero no pareció convencido.
—Debería ir a buscar a alguien que la ayude—propuso, mirando a su alrededor en busca de ayuda.
—No, no hace falta— insistió Alysa, con una sonrisa forzada —Solo necesito descansar un poco. Continúa con tus tareas, no quiero que mi estado cause una distracción en el campamento—
Héctor asintió, aunque a regañadientes. Sin embargo no se alejó demasiado de ella, no hasta asegurarse de que realmente estuviera bien. Alysa se apoyó en el poste durante unos minutos más, tratando de moderar el dolor que padecía.
Finalmente, decidió que era hora de volver a la carpa y descansar un poco más. Pero cuando intentó caminar, su cuerpo se negó a obedecer. Se tambaleó, y sintió una fuerte punzada en su parte baja que la hizo caer al suelo.
El guardia corrió hacia ella de nuevo, esta vez con una expresión de alarma en su rostro.
—¡Traigan agua fresca para su Majestad!— exclamó
Alysa intentó hablar, pero solo pudo quejarse por el sufrimiento. El hombre la levantó suavemente y la llevó de vuelta a la carpa real, donde la colocó con cuidado sobre la cama.
Varias sirvientas de la reina se presentsron ante el llamado con cubos y vasijas. Hector les explicó el estado de su reina e instantes después, Alysa se veía rodeada de sus cuidados y atenciones.
Le dieron agua fresca y le pusieron compresas frías en la frente. Alysa cerró los ojos, tratando de concentrarse en su respiración y en el dolor que la atormentaba.
Una de las mujeres, mayor y experimentada, posó una mano en la frente de Alysa.
—No se preocupe majestad, estará bien—
—¿Qué sucede aquí?— la repentina llegada de Arsen sobresaltó a todos allí, obligados a inclinarse respetusamente con su llegada.
—Su Majestad se siente mal, mi señor— respondió Héctor con respeto —Le hemos estado dando atención, pero parece que necesita un médico— explicó.
Arsen le echó un rápido vistazo a Alysa, sin embargo, no pareció importarle su estado.
—Eso no es asunto mío— dijo con frialdad —tengo otros asuntos que atender. Ustedes hagan lo que tengan que hacer—
Héctor apretó los dientes con rabia, pero no dijo nada. Sabía que no podía hacer nada contra el rey Arsen, aunque sí podía asegurarse de que Alysa recibiera la atención que necesitaba. Ordenó a las sirvientas que siguieran atendiendo a la reina y luego se incorporó para abandonar el lugar.
Alysa abrió los ojos y miró a Hector con gratitud.
–Gracias, Héctor— susurró
El aludido sonrió, aunque en su interior sentía una profunda tristeza por la situación de su reina.
—Descanse, mi señora— se despidió con suavidad –Pronto se sentirá mejor—
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El mar embravecido golpeaba la arena bajo los pies de Hades mientras esperaba en la playa desierta. Su mirada impaciente recorría la orilla iluminada solo por la luz de la luna, buscando la figura familiar que tanto ansiaba ver.
Habían pasado seis días desde la última vez que la vió y Hades temía que algo hubiera salido mal.
—¿Y si ese desalmado le hizo algo?— pensó, angustiado. Imaginaba lo peor: la furia del rey abatiéndose sobre su amada. El solo pensamiento le hacía estremecerse.
Tan absorto estaba en su agonía que no vió a la muchacha que se acercaba por la playa. Hasta que una voz familiar entonó su nombre.
—Padre...—
Hades se volvió, encontrándose con el preocupado semblante de Nora examinándolo detenidamente. Su llegada lo sorprendió.
—Nora, ¿qué haces aquí? ¿estás bien?— la abrazó alterado, cersiorándose de que no tuviera rasguño alguno.
La joven no pudo evitar reír suavemente. En sus ojos brillaba una alegría inexplicable.
—Estoy bien, tranquilo. Te vi muy intranquilo. Mi madre estará bien, tambien me preocupo pero trato de no pensar negativo— avanzó hasta la orilla del mar, donde las olas rompieron sobre sus pies descalzos. Hades la miró, agradecido.
—Agradezco tus palabras, pero... la idea de que ese monstruo pueda hacerle daño me está matando...— los puños de Hades se cerraron con tal fuerza que las venas de sus manos quedaron expuestas.
Nora se acercó a él, apartando su mano con ternura. El cálido tacto consiguió apaciguar la furia del rey de los muertos, quien acabó por liberar un agotador suspiro.
—Mi madre es fuerte, padre. No te preocupes— la seguridad en sus palabras hicieron a Hades sonreír.
—Supongo que tienes razón, Nora. Gracias por recordármelo— acarició su cabeza suavemente.
La muchacha lo miró con cariño.
—Para eso estoy— le recordó.
Hades sintió pronto paz en su corazón. Su mirada volvió al mar, esperando con renovadas esperanzas la llegada de su amada.
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Alysa bajó del carruaje, feliz de finalmente estár en casa. En su llegada se encontró con cabezas inclinadas y susurros reverentes por parte de los sirvientes y los guardias. Nora, que esperaba ansiosa su retorno, se apresuró hacia adelante, radiante al ver que su madre regresaba después de seis semanas de ausencia. A la distancia Basil simplemente las fulminó con la mirada antes de correr al lado de su padre, alardeando de mantener el orden en su ausencia.
—Madre— Nora se unió a ella en un cariñoso abrazo. Alysa correspondió con una radiante sonrisa en su rostro, feliz de ver a su hija sana y salva —¿Qué tal el viaje? ¿Estás bien?— angustiada, la chica asaltó con preguntas a su progenitora, que trató de sosegar la angustia de su hija depositando un cálido beso en su frente.
—No te preocupes por mí, estoy bien ¿si? ¿Qué hay de tí?— tomó sus manos entre las suyas, esperando recibir una respuesta positiva.
Nora sonrió.
—Tranquila, estoy bien—
Esa misma noche, Alysa bajó hacia la playa iluminada por la luna hacia Hades. Al encontrarse, sus brazos la rodearon con desesperación y alivio. Ella suspiró en su abrazo, llena de anhelo por su tiempo separados.
—Te eché mucho de menos— murmuró contra su cabello —dime que estás bien y que ese desgraciado no te hizo daño— besó su cabeza, recargando su frente en la suya.
Alysa tragó saliva, apartándose para encontrarse con su expresión intranquila.
—Y yo a tí, pero no tienes de que preocuparte. Estoy bien, nada me sucedió— lo reconfortó, acariciando suavemente su mejilla —Te lo aseguro—
Hades se apartó un poco para mirarla a los ojos, aún sin soltarla por completo.
Se sentaron en un cómodo silencio durante un rato, tomados de la mano y contemplando las estrellas que brillaban radiantes sobre el mar. Alysa apoyó la cabeza en el hombro de Hades, sintiéndose en paz por primera vez en semanas.
–Echaba de menos estár aquí contigo– expresó en voz baja —sé que dije que solo serían unos días, pero hubieron ciertas complicaciones que prolongaron el viaje— aclaró.
Hades se giró para mirarla, ahuecando su mano con ternura sobre su mejilla.
—Está bien, lo importante es que estás aquí— sonrió calidamente
—Un día— Alysa habló —un día estaremos juntos como es debido, sin secretos ni sombras. Te lo aseguro—
Hades tomó su mano y la apretó.
—Entonces esperaré ese día, sin importar el tiempo que tome—
Alysa le sonrió, sus ojos llenos de gratitud y amor. Sostuvieron sus miradas por un momento, encontrando consuelo y esperanza en el abrazo del otro.
—Ven conmigo— de pronto el peliplata se puso de pie, ofreciendo su mano para que Alysa la tomara.
La femenina obedeció, tomando la mano del hombre que la llevó consigo a través de los oscuros y laberínticos caminos que llevaban a las profundidades de su reino. Ella lo siguió sin miedo, sintiéndose segura y protegida a su lado.
Finalmente, llegaron a su palacio, donde la oscuridad era densa y el frío se sentía en los huesos. Hades la miró fijamente, con ojos llenos de cariño, y mientras la tomaba en sus brazos y la besaba delicadamente; avanzó hasta su habitación.
Alysa se fundió en sus brazos, sintiendo su calor y su fuerza, y supo que había esperado demasiado tiempo para estár de nuevo con él. Sus cuerpos se movían al unísono, como si fueran uno solo, entregándose el uno al otro con una pasión ardiente que había estado contenida por demasiado tiempo.
No había necesidad de palabras entre ellos, sus cuerpos hablaban por sí solos, demostrando la intensidad de su amor y el deseo que habían sentido desde el momento en que se conocieron. Cada caricia, cada beso, cada suspiro, era una expresión del amor que sentían el uno por el otro, y nada más importaba en ese momento.
Finalmente, cuando ambos se habían unido en una danza apasionada, se miraron fijamente, con sus ojos cargados de amor.
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Arsen estaba furioso, y su cólera era ostensible en el aire. Los sirvientes temblaban ante su presencia, tratando de esconderse o pasar desapercibidos, pero su ira era demasiado grande para ignorarla.
—¡¿Dónde está mi esposa?!— gritó, mirando fijamente a los sirvientes como si pudieran darle una respuesta satisfactoria.
—Hace horas que no la veo, y nadie sabe dónde pudo haber ido. ¡¿Acaso nadie es capaz de decirme dónde está mi reina?!— exclamó con su rostro rojo de ira.
Los allí presentes se miraron unos a otros, atemorizados, pero nadie conocía el paradero de la reina. Basil, que se hallaba junto a su padre, observaba la escena con un gesto frío y calculador. Una sonrisa maliciosa se formó en sus labios a medida que la furia de su padre incrementaba, sabiendo exactamente donde se encontraba su madre.
En los brazos de otro hombre.
Basil se estuvo reservando esa valiosa información hasta ahora, considerando ese momento como oportuno para revelar todo. Con pasos firmes se aproximó hacia su padre, listo para hablar, no obstante, su plan se vió interrumpido con la intervención de Héctor, quien acababa de presentarse a la sala del trono.
—Majestad— se inclinó ante él —Lamento la interrupción, pero se necesita su presencia en la sala de consejos— informó, para posteriormente mirar con el ceño fruncido al príncipe que lo observaba con menosprecio.
Arsen frunció el ceño, pero asintió.
—Espero que sus absurdos llamado valga la pena— se quejó con frustración, antes de salir del salón seguido de cerca por Héctor.
Basil se quedó atrás, con su atención puesta en aquel guardia que acababa de arruinarle su diversión y que pronto desapareció tras las puertas. No era un secreto para nadie en el palacio que Héctor daría su vida por el bienestar de Alysa, y al estár bajo su servicio desde que la mujer acendió al trono, no cabía duda que el fiel guardia conocía y se guardaba uno que otro secreto de Alysa.
—Creo que deberé encargarme de ese sujeto por mi cuenta— pensó en voz alta, cruzado de brazos y con la mirada fija por donde su padre y Héctor se habían marchado.
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Alysa regresó al palacio de Corinto con el corazón latiendo rápidamente en su pecho. Se maldijo a sí misma cuando la mañana llegó y ella despertó en los brazos del dios. Tragó saliva, sabiendo que su esposo estaría furioso por su su asuencia y lo mal que le iría a ella.
Cuando entró en la sala del trono, encontró al rey de pie, con los brazos cruzados y una mirada fría en sus ojos. Alysa intentó explicarle que había estado en la playa, pero su esposo no le creyó y comenzó a exigirle que le dijera dónde había estado realmente.
–¿Dónde has estado, Alysa?— preguntó con un tono de voz que hizo que la columna vertebral de Alysa se pusiera rígida.
—Estuve en la playa— respondió esforzándose por ocultar su nerviosismo —me levanté temprano en la mañana para tomar aire fresco y perdí la noción del tiempo—
El rey frunció el ceño y se acercó a ella.
—No te creo, Alysa. ¿Con quién estuviste realmente?— con brusquedad sujetó a la mujer por el cuello. Sus ojos negros inyectados de odio y celos.
Alysa tragó saliva e intentando zafarse del agarre de su marido, trató de explicarse una vez más, pero el rey la interrumpió bruscamente.
—¡Basta de mentiras!— gritó —¡Dime la verdad!—
—Padre, madre dice la verdad— antes de que Alysa pudiera responder, Basil apareció en la escena con una sonrisa maliciosa en su rostro.
Los ojos de la mujer se abrieron en grande debido al asombro. No esperaba para nada que su hijo estuviera de su parte.
El rey se detuvo en seco y miró al rubio con incredulidad.
—¿Qué quieres decir, hijo?— preguntó arqueando una ceja, liberando a Alysa de su tosco agarre.
—Vi como decendía a la playa esta mañana— expresó tranquilamente, encogieéndose de hombros con normalidad —¿no es así madre?— los ojos del príncipe se cruzaron con los de la mujer, solo para que Alysa pudiese comprobar las intenciones oscuras que los mismos albergaban.
Alysa se estremeció, temiendo de su propio hijo. Aún así, "confirmó" su cuartada asintiendo con la cabeza.
—¿Y por qué no me lo dijiste antes?— lo reprendió, contrayendo su entrecejo.
—Estabas tan molesto que supe que no me permitirías hablar— se excusó el chico, sonriendo inocentemente.
Arsen no lucía muy convencido, pero decidió creer en las palabras de su hijo. Y arrojándole una última mirada de sospecha a su esposa, se retiró de allí soltando maldiciones.
—Que tengas buen día, madre— la maquiavélica faz que su hijo portaba, la incitó a pensar lo peor.
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