1. "Confesión"
Rebeca
—Amén—declaró finalizada la misa el cura.
La gente comienza a salir de la parroquia lentamente. Mis padres han quedado unos puestos más atrás, ya que llegaron un poco más tarde de lo que lo hice yo.
Además que las misas del padre Abel siempre eran bien concurridas, no había persona cristiana en el pueblo que se perdiera una de ellas. También había adoptado el método online para las personas que por motivos puntuales no puedan venir a misa presencialmente.
Pero había llegado la casualidad de que aún más gente se conectaba, siendo que la mayoría de ellos ni siquiera eran parte del pueblo.
Tengo en la mira a mis padres para avisarles que no me iré con ellos, no les puedo decir que me he venido a confesar, me harían preguntas y es lo que menos quiero. Sin embargo, necesito sacar estos abrumadores pensamientos de mi cabeza, porque me han aturdido hasta en el trabajo y no quiero distracciones para hacer horas extras no remuneradas.
Cuando casi la mitad de la iglesia ha salido creo que es el momento de acercarme a las personas que me dieron la vida.
—¡Mamá!—la abrazo cuando llego a su lugar—. Lamento no poder esperarlos antes de venir aquí, pero ya era hora de la misa.
No me la perdería por nada.
—Lo sabemos, hija. Tranquila.
Asiento y paso de sus brazos a los de mi padre.
Cuando los llamé para decirles que no alcanzaba a pasar por ellos, estaba recién saliendo de mi horario laboral en el trabajo. Pues me había tocado el turno de noche, solo son dos veces al mes y cuando eso sucede, siempre me decálogo un poco en el horario.
—Venga, vamos, debes estar cansada—sugiere mi padre.
Niego.
—No se preocupen, necesito hacer una cosa antes de ir a casa, he traído mi coche, por si quieren ir en él. Yo puedo tomar un auto—ofrezco.
—No te preocupes, hija. La vecina Parrison nos llevará—me responde.
Asiento antes de dejar un beso en la mejilla de cada uno y acercarme a la persona que puede librarme de esta agonía llamada sobrepensamiento.
El padre Abel se encontraba hablando con dos adolescentes quienes jugaban con su cabello tratando inútilmente de llamar su atención. No era para menos, pues para ser padre era uno de los más jóvenes. Con 32 años, un cuerpo de infarto que se nota debajo de esas camisas que usa, una mirada azul penetrante y la mandíbula perfectamente marcada en un angulo de noventa grados, no pasaba desapercibidos por nadie. Si siendo padre llamaba la atención, ni me imagino si fuera una persona con una vida corriente. Por lo menos, en este pueblo, ya tendría más de quince candidatas a que fuera su pareja.
Casi río cuando una de aquellas chicas hace un intento de caída elegante para que el padre la alcanzara a sujetar. No obstante terminó cayendo igual, porque el hombre de Dios no se fijó en eso.
—¡Por Dios, más cuidado, pequeña!—exclamo con esa voz.
Era una voz que desarmaba por completo al genero femenino, no sudo que al masculino también. Rasposa, gruesa y sensual.
Debería estar prohibido para alguien cómo él. O tal vez yo soy la que está mal de la cabeza.
La chica sonrojada se levanta y se despide rápidamente para irse con la mínima dignidad que le queda.
Mi turno.
Camino hacía donde el padre estaba y me instalo a su lado derecho, esperando que él comience nuestra conversación, cómo siempre.
—Rebeca, ¿A qué debo tu agradable presencia luego de una misa?—pregunta intrigado.
Sonrío, no quiero que piense otras cosas que no son. Pues, está dicho, que las mujeres que le quieren quitar el habito siempre lo esperan después de misa. Lo gracioso es que yo lo haría antes de ella para verlo sufrir de deseo durante...
Stop. Camino peligroso. Respondamos la pregunta.
—Necesito una confesión, padre.
Me queda viendo casi impresionado, si es que lo llegó a estar supo disimular muy bien.
Asiente.
—Deja despedir a las personas y pasaremos al confesionario—zanja.
Me siento en una de las primeras filas mientras cada vez se va escuchando menos ruido en la parroquia.
Esta no es pequeña, ha pasado casi un año de la última renovación que le hicieron. Antes no era ni la mitad de lo que es ahora, pero nuestro pueblo siempre fue religioso y en la anterior no caían tantas personas como lo hacen ahora. No solo fue en en metros cuadrados, si no que también la expandieron hacía arriba para colocar las enormes obras en vidrios que simulan ser ventanas. Claro, solo yo sé que tratan de hacer ver que entra el aire cuando solamente conectan el aire acondicionado.
Una risa baja se me escapa por el último pensamiento.
—Bueno, creo que podemos comenzar, mi niña—dice Abel.
Sonrío cuando me llama así.
No soy para nada una niña. Tengo 28 años y tal vez viva con mis padres, pero es solo para ayudarlos a pagar las cuentas y esas cosas, en lo demás soy super independiente. Siempre me ha gustado que él me llame así por mi maldito fetiche sexual.
No entiendo cómo puede ser un fetiche, pero saber que alguien me trata inferior a él, con delicadeza y dureza a la ve, me desarma completamente.
Asiento luego de varios minutos mirándolo fijamente.
Caminamos juntos por el ancho pasillo que nos lleva a la pequeña estancia donde antes de pasar él de persina. Hago lo mismo mientras entro a la otra mitad donde me siento en aquel banco que siempre se encuentra ahí, es cómodo de alguna manera o tal vez solo es el hecho de sentirse bien en general en este lugar.
Estoy un poco nerviosa para confesar finalmente lo que tengo atorado en mi garganta desde hace máso menos tres meses.
—Cuéntame, Rebeca. ¿Qué te trae por aquí.
Recuerdo lo que tenía que decir, pero en esto momentos me parece lo más inapropiado. Aun así hablo:
—He tenido pensamientos lujuriosos con una persona en particular, lo más malo es que no debería por qué tenerlos, menos con él—comienzo—, sin embargo, sigo pensando en como se vería frente a mí tocando mi cuerpo, besando mis labio o cualquier centímetro de piel que quiera...
Solo hay silencio en la otra parte de la cabina, así que lo tomo como una señal de que tengo que seguir:
—No puedo pensar en otra cosa que no sea sexo cuando estoy cerca de él, su sola presencia me hace doblegarme completamente, sus ojos sobre mí son lo más atractivo que me ha pasado y—pienso lo que voy a decir— me he masturbado pensando en él.
Carraspeo mi gargante al finalizar mis palabras, sigo sin escuchar nada en lo absoluto.
Una respiración pesada y ligeramente agitada se hace presente, aunque no dé si es la mía o no.
—¿Hace cuanto tiempo te has sentido así?—pregunta.
No sé si es por el momento o qué, pero escucho su voz mas profunda de lo normal.
—No lo sé, creo que aproximadamente tres meses—confieso.
—Si estás aquí es porque estas realmente arrepentida de lo que has pensado, imaginado y hecho, Rebeca. Así que es mi deber preguntar lo siguiente, ¿Es arrepentimiento o cargo de conciencia lo qué te hizo venir hasta acá?
Vaya, eso si no me lo esperaba y creo que me ha encontrado un poco aturdida, porque no respondo enseguida, tardo más de lo normal en contestar una pregunta que debería estar segura.
—Cargo de conciencia, padre.
Mis palabras me traicionan, mis manos tiemblan y el deseo vuelve a surgir aquí, en esta pequeña cabina donde probablemente se hayan confesado hasta los más macabros pecados.
—Te quiero arrodillada, ahora.
Mi cuerpo responde por acto automático, porque mis piernas no tardan en doblarse y quedar a la merced del hombre que está a través de la rejilla esperando cualquier orden a cumplir.
No digo nada, mi garganta se ha secado hace mucho, no quiero romper el silencio y la atmósfera que hemos creado, así que solo me quedo esperando cualquier cosa que me ofrezca.
—¿Quien es esa persona?—pregunta luego de unos minutos, no quiero responder a eso, así que solo me quedo en silencio—. Contesta.
—Tú, padre.
En un segundo lo tengo parado detrás de mi imponiéndose con su grandiosa presencia. Me encojo notablemente, y tiemblo cuando siento un cuero pasar por mis desnudos brazos gracias al vestido de tiras que estoy usando.
—Tendré que castigarte, Rebeca. Para esto no implemento penitencias que tengan que ver con oraciones, aquí es solo castigo físico y espero que aguantes hasta el final, porque no pararé, ¿soy claro?—pregunta a la vez que aquel cuero, que supongo es una fusta, se posiciona en mi espalda.
¿Me dará latigazos? ¿Me he quedado en la época victoriana o qué?
—Responde, ¿soy claro?
Mierda, no sabía que así era como iba a pagar mis lujuriosos pensamientos, hubiera venido antes.
—Si, padre.
El primer golpe llega directamente en el centro de mi espalda, duele, pero es un escozor que al pasar de los segundos se convierte en mero placer para mi sistema.
—Vas a contar, si te equivocas iré subiendo cada vez más el castigo—declara.
Da otro golpe en mi espalda baja, ese dolió un poco más.
—Dos—cuento.
Tres golpes seguidos.
Esto ya no es placentero.
—Cinco—digo. Apenas.
Golpes y más golpes, es lo único que siento. Cada vez intensifica más la gravidez con la que me golpea. No sé si estoy soñando, pero duele cómo la mierda.
—Veinte.
Otro latigazo cae, esta vez en la mejilla izquierda de mi trasero.
Joder, realmente debo ser maasoquista. Esto me está gustando más de lo que debería.
De un repentino momento el dolor se convierte en placer cuando solo golpea mi trasero. Mi espalda arde, pero ese ardor es reemplazado por las olas de calor que recorren desde mi estomago bajo hasta mi ingle.
Mierda. Realmente estoy mal.
—Treinta.
—Solo cinco más, mi niña.
No.
No acaba de decirme así, ¿cierto?
El calor, la humedad, los golpes y los sonidos que soltamos los dos me llevan al limite permitiendo que llegue a tan anhelado clímax.
—Ah—gimo.
Una mano se posa en mi trasero y lo aprieta fuertemente causando una sensación de alivio combinado con placer.
—Rebeca, has sido una niña muy mala al pensar de esa manera de tu padre Abel. Nunca te he dado razones para que lo hicieras, aún cuando quise—confiesa—. Así que irás a tu casa, te ducharás y no volverás a tocar ese coño, porque si necesitas alivio tendrás que venir aquí, ¿si?
No sé si estoy alucinando, soñando o simplemente esto me lo causo mi imaginación, pero asiento cerrando los ojos...
***
—Rebeca, mi niña, Rebeca—escucho esa voz—. Despierta, por favor.
Un golpe en mi mejilla me despabila del todo.
Abro mis ojos y estoy en el confesionario con la cara del padre Abel tapando la mayor parte de mi visión.
—¿Qué...
No puedo hablar de lo seca que está mi garganta.
Él acerca un poco de agua y tomo varios sorbos antes de poder formular mi pregunta.
—¿Qué pasó?
Él sonríe dulcemente, no es nada comparado con lo que vivimos hace unos momentos, como la fusta...
—Te has desmayado antes de confesar nada, te recomiendo que vayas a casa a descansar, ya tendremos tiempo de confesar lo que sea que me hayas venido a decir, ¿bien?
Asiento aturdida.
En breve me ayuda a levantarme, sus manos me guían a la entrada de la parroquia para una vez ahí despedirme.
No se entra hasta que subo confundida a mi auto. Enciendo el motor viendo como se despide con la mano antes de dejarme ir.
Manejo mas rápido de lo normal hasta mi casa y al entrar no saludo a nadie, me dirijo directamente a mi habitación.
Una vez ahí me deshago de ropa, una ducha me ayudará con mi cabeza. Pero al caer la tela de mi vestido siento un ardor en mi espalda y otros más en mi trasero. Me veo en el espejo de mi habitación aquellas partes y me confundo más.
¿Lo soñé? ¿Lo viví? ¿O simplemente sufrí un episodio esquizofrenico?
Lo que sea, ya tendría tiempo de averiguarlo.
Me duché y luego de vestirme y prepararme, me tiré a mi cama para dormir profundamente.
Primer capítulo, un poco intenso, lo sé. Espero que les guste. ⛪
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro