Joyas Y Colores
Día 13. Coronas y collares.
El nagualmarino era una figura imponente y enigmática. Su cuerpo era una mezcla de humano y criatura marina, con una piel azulada y escamosa que brillaba a la luz. Tenía el torso y los brazos musculosos de un hombre, pero sus extremidades inferiores se transformaban en una cola de pez cubierta de aletas iridiscentes.
Su rostro era noble y antiguo, con ojos profundos que brillaban con una sabiduría milenaria. En lugar de cabello, su cabeza estaba coronada por una melena de algas verdes y doradas que se movían suavemente en el agua, como si tuvieran vida propia.
Los tres observaron con atención al nagualmarino, quien, a pesar de su expresión serena, había algo en sus ojos que les decía que debían tener cuidado, Deathmask parecía entrecerró los ojos con sospecha y se acercó a él con cautela.
—¿Nos vas a ayudar? —preguntó no muy convencido—. ¿Así de fácil?
—No seas irrespetuoso Davide —el mencionado hizo una mueca y se alejó—. Los trajiste aquí para que les ayudara ¿no? —Deathmask asintió quedamente—. Eso haré entonces—, por cierto, mi nombre es Sage.
—Gracias abuelo y disculpa que desconfíe, pero en los años que estuve aquí, jamás ayudaste a nadie... —frunció el ceño—, al menos no gratis.
—¿Abuelo? —Shura lo miró con ceja alzada.
—Larga historia, no preguntes —se encogió de hombros.
—Deja las desconfianzas Davide, son tus amigos a los que hay que ayudar.
—¿Solo es eso? —insistió. El anciano suspiró resignado.
—No, también es porque noté qué los humanos que están con el rey tienen una misión importante en la superficie y si esta no se cumple, el mundo entero sufrirá las consecuencias.
—Su lucha contra el dios del Inframundo —murmuró Afrodita quedamente.
—Así es —el nagualmarino se acercó a él—. La princesa se liberará cuando logre conectarse con su escencia marina. En cuanto al humano, tendrán que traerlo aquí para que pueda revisarlo y ver si hay algo que pueda hacer.
—¿Cómo lograr que Venus se conecte con el océano? —preguntó Afrodita.
—Ella nunca ha estado aquí antes, imagino, así que debe ayudarla, quizá conserve algún recuerdo de su nacimiento.
Afrodita lo meditó un momento, sumergiéndose en los profundos recovecos de su mente en busca de algún fragmento de memoria que pudiera ser útil. Cerró los ojos y respiró profundamente, intentando calmar la ansiedad que le provocaba la situación. Trató de recordar algún detalle olvidado, algún rastro de su pasado que pudiera ayudarles a conectar a Venus con su esencia marina. Imágenes vagas y borrosas pasaban ante sus ojos cerrados: el suave murmullo de las olas, la cálida caricia de la brisa marina, pero nada concreto emergía de esa bruma mental.
—No se me ocurre nada —terminó diciendo con una mueca de resignación y frustración.
—¿No nos contaste que la princesa se había convertido en sirena cuando la acunaste en tus brazos el día que nació? —Deathmask preguntó recordando el día que Afrodita les contó sobre Venus. Afrodita asintió ligeramente sin entender el punto de su amigo—, quizá vuelva a pasar. Eres su padre después de todo. ¿Qué puede conectarla más al océano qué tú mismo? —concluyó de forma reflexiva.
—Al fin dices algo con sentido Davide, pero recuerda que la prisión de la princesa está resguardada, no pueden acercarse mucho —el nagualmarino le recordó.
Afrodita quedó reflexionando sobre sus palabras, había algo que no les había contado. Largó un suspiro y respondió:
—De igual, no sé cómo lo hice o qué pasó, el día que nació fue la única vez que ella hizo eso, luego no más, su forma humana se hizo del control completamente, por más que quise no logré volviera a cambiar —concluyó con desánimo.
—¿Qué? —preguntaron los tres al mismo tiempo.
—Eso —la frustración teñía su voz—. No sé qué pasó ni cómo le hice. Solo la tuve en mis brazos un momento y ella se transformó, pero cuando la devolví a la humana ella tomó esa forma y el cambio no volvió a ocurrir por más que quise.
—Pero el día que cumplió dieciséis, tuvo que convertirse en sirena —Deathmask respondió entrecerrando los ojos con sospecha. Afrodita negó.
—Hice el ritual por ella. Ella estaba dentro del lago.
—¡Dioses! —exclamó Deathmask frustrado. No se le ocurría qué más.
—Quizá lo que su majestad necesita es un recuerdo físico del nacimiento de la princesa —sugirió Sage con voz calma—. ¿Guarda alguno?
Afrodita lo miró por largos instantes haciendo memoria antes de que sus ojos se abrieran como si hubiese tenido una revelación divina en ese momento.
—¡Las perlas! —gritó emocionado—. Venus nació a través de una ostra, no sé cómo es posible eso —explicó—, guardé la perla de la que nació y mandé se hiciera un juego de joyas con ella. Las tengo guardadas ya que guardaba la esperanza de que ella volviera —dijo de forma melancólica.
El anciano lo miró con sorpresa durante un momento cuando reveló la forma en la que había nacido su hija, pero se mantuvo callado al respecto. Simplemente asintió ligeramente.
—Entonces vaya por ellas, seguro le servirán —dijo Sage con voz calmada. Afrodita asintió y se encaminó hacia la salida, sus pasos resonando suavemente en el ambiente acuático de la cueva. La tensión en el aire era palpable, y cada movimiento parecía cargado de significado.
—Alteza —lo detuvo Sage de repente, su voz grave reverberando en las paredes húmedas. Afrodita se giró hacia él, con una expresión de curiosidad e incertidumbre—. Quién está detrás de todo esto no es un enemigo. Ciertamente, no está haciendo las cosas correctamente, pero al menos no pretende dañarlo a usted.
Arrugó el entrecejo, tratando de descifrar las enigmáticas palabras del anciano. La mente de Afrodita trabajaba rápidamente, intentando encontrar algún sentido oculto en lo que Sage decía. Las insinuaciones del anciano parecían complicar aún más la ya intrincada situación. En su interior, Afrodita sintió un torbellino de emociones: confusión, frustración, y una creciente preocupación por aquellos que amaba.
—Tal vez no quiera dañarme a mí —respondió finalmente Afrodita, con la voz cargada de determinación—, pero sí a mis seres más amados. Y aunque tenga la mejor de las intenciones del mundo haciendo esto, si descubro quién es, no se lo voy a perdonar.
Las palabras de Afrodita resonaron en la cueva, dejando una estela de silencio tenso. Sage asintió ligeramente, aceptando la firme resolución de Afrodita.
Con una expresión de feroz determinación, Afrodita salió a toda velocidad de la cueva. Shura y Deathmask se miraron entre sí, sus rostros reflejando la confusión y la preocupación que sentían. Aunque no comprendían completamente la situación, sabían que debían apoyar a Afrodita en lo que fuera necesario. Sin más dilación, se apresuraron a seguirlo, sus mentes llenas de preguntas sin respuesta y una creciente sensación de urgencia.
—Gracias anciano, te veremos más tarde —se despidió Deathmask con un gesto de la mano.
Lo siguieron fuera de la cueva y nadar hacia el castillo dirigiéndose a un ala del castillo que conocían bastante bien. Lo siguieron a la entrada de aquellas habitaciones a la que solo tenían acceso gracias a su amistad con Afrodita ya que era una zona restringida y bien resguardada, invisible a ojos de los intrusos.
Entraron a aquella enorme sala iluminada por la luz del sol que se filtraba tenuemente desde la superficie, atravesando el agua como hilos de oro líquido creando un resplandor etéreo. A medida que se adentraban más, la luz natural se mezclaba con el resplandor de las perlas bioluminiscentes y los corales fosforescentes que adornaban las paredes, bañando todo el espacio en una suave y mágica luz. Las paredes revestidas de conchas iridiscentes brillaban con cada movimiento de la marea, cambiando de color en un espectáculo hipnótico.
Aquí y allá, algas suaves y ondulantes se adherían a la roca, moviéndose al compás de la corriente submarina. El suelo estaba cubierto de una fina capa de arena reluciente, salpicada con pequeñas piedras preciosas y fragmentos de conchas que destellaban como estrellas caídas del cielo marino. En el centro del salón, se alzaban estanterías naturales hechas de coral resistente, donde las joyas del reino estaban dispuestas con esmero.
Collares de perlas iridiscentes, brazaletes de conchas delicadamente talladas, coronas de coral exquisito y anillos engastados con piedras preciosas de los colores más brillantes y puros se exhibían en estas estanterías, brillando con la luz que parecía emanar desde su interior. Al lado, cofre tras cofre, fabricados con nácar y adornados con cristales de cuarzo, resguardaban las joyas más valiosas, guardando secretos de las profundidades en su interior.
En uno de los rincones, un estanque natural actuaba como un espejo de agua. La superficie reflectante del estanque les permitía contemplar su reflejo cada vez que lo desearan. Pequeños peces bioluminiscentes nadaban a su alrededor y por toda la cueva, sus cuerpos destellando en tonos de azul y verde, como guardianes atentos del lugar. Una barrera mágica, invisible a simple vista, rodeaba la entrada de aquel lugar.
Solo aquellos en quienes el rey confiaba podían atravesarla. Esta protección aseguraba que las joyas y tesoros permanecieran a salvo de intrusos. En cada rincón, había pequeños toques personales que hablaban de la vida y las aventuras de los reyes qué habían gobernado aquellos mares. Conchas especiales recogidas de lugares lejanos, trozos de naufragios que contaban historias de tiempos pasados, y regalos de otras criaturas marinas adornaban la cueva, haciendo de este espacio algo más que una mera sala de tesoros; era un hogar, un refugio lleno de recuerdos y maravillas.
Pasaron de largo la sala principal y siguieron a una habitación adyacente, en la que nunca habían estado y que hasta ese momento se enteraban de su existencia. El arco de entrada a la habitación estaba hecho de coral rosado, adornado con perlas que colgaban como delicadas cortinas. Al cruzar el umbral, una luz suave y etérea iluminaba el espacio, filtrada a través de cristales de cuarzo y piedras preciosas incrustadas en las paredes.
Las paredes de la sala eran un mosaico deslumbrante de conchas iridiscentes y fragmentos de nácar, formando patrones intrincados en tonos de azul profundo, verde esmeralda y rosa suave. La luz se reflejaba en estos mosaicos, creando un espectáculo de colores que parecía bailar al ritmo de las corrientes submarinas. El suelo, cubierto de arena fina y blanca, brillaba tenuemente bajo la iluminación, simulando la sensación de caminar sobre la superficie del océano.
En el centro de la habitación se alzaba una majestuosa plataforma de coral azul. Sobre ella descansaban cofres de tesoros, hechos de nácar y decorados con piedras de cuarzo rosa. Cada cofre contenía collares de perlas, brazaletes de conchas y coronas de coral, dispuestos con esmero para maximizar el reflejo de la luz. Los cofres, colocados en patrones simétricos, añadían un aire de orden y belleza al entorno.
A lo largo de las paredes, estanterías de coral verde y azul exhibían las joyas más finas. Collares de perlas en todos los tonos imaginables, brazaletes de conchas iridiscentes y anillos engastados con piedras preciosas se mostraban en toda su gloria. Entre las estanterías, ramas de coral rosa servían como colgadores naturales para las piezas más delicadas, permitiendo que cayeran en cascada en un despliegue de colores y texturas.
En cada rincón, elementos decorativos añadían un toque de magia y vida a la habitación. Estatuas de sirenas y criaturas marinas, talladas en coral y conchas, estaban colocadas estratégicamente. Pequeños estanques de agua dulce, rodeados de flores submarinas en tonos de rosa y verde, aportaban frescura y serenidad al ambiente.
La luz en la sala era una mezcla de bioluminiscencia natural de las criaturas marinas y lámparas de cristal colgantes. Estas lámparas, hechas de conchas transparentes y llenas de pequeñas criaturas luminosas, emitían un resplandor cálido que se reflejaba en las paredes y el suelo, creando una atmósfera mágica y acogedora.
En un rincón especial de la habitación, una gran concha abierta servía como un vestidor personal. Aquí, un espejo de perla colgaba sobre un tocador de coral azul, donde cepillos de nácar y frascos de perfume de vidrio marino estaban dispuestos con esmero. La seguridad del lugar estaba garantizada por guardianes marinos: tortugas centenarias y caballitos de mar dorados que patrullaban constantemente, sus ojos atentos a cualquier amenaza. Además, una barrera mágica rodeaba la habitación, permitiendo solo a los seres de corazón puro y a los amigos del rey cruzar sus límites.
Shura y Deathmask entendieron que aquel sitio estaba pensado diseñado y decorado especialmente para Venus y eso les hizo comprender que Afrodita esperaba que ella algún día viviera con él como sirena y por supuesto, la pensaba como su sucesora en el reino, algo que, por supuesto, jamás les había comentado, pero suponían que se trataba de un tema sensible para su amigo por lo que preferían no juzgarlo.
Lo vieron dirigirse hacia un armario perlescente que recibía luz desde pequeñas lámparas apostadas a cada lado y lo abrió con una pequeña llave que traía en el cuello. En él se exhibía un simple juego de joyería: un par de pendientes; un brazalete; un collar y; una tiara hecha con perlas iridiscentes en los tonos que predominaban en aquel lugar. Afrodita tomó el collar y se giró hacia ellos con una tenue sonrisa.
—Estas —mostró el hermoso juego—, están hechas con la perla de la que nació Venus, las mandé hacer no hace mucho —relató con emoción—, si el viejo no se equivoca, estas ayudarán.
—Entonces, no perdamos tiempo —apresuró Deathmask.
Los tres dejaron atrás aquella sala de joyas. Sin notar qué alguien los vigilaba con atención.
Se encaminaron a la cueva del cristal en el que Venus seguía prisionera. Afrodita les pidió a sus amigo que se mantuvieran atrás mientras él se acercaba con cautela. Las joyas las llevaba en su pequeño cofre. Cuando estuvo frente al cristal qué mantenía prisionera a Venus le habló a través de su mente.
—Venus, ¿sigues aquí? —preguntó torpemente.
—Sí —escuchó su voz sonar débil. Eso le preocupó—. ¿Saga...?
—Está, lo dejé descansar en mi morada, vine por ti. Te sacaré en un momento.
—Gracias.
—Cariño —no pudo evitar el apodo—, tal vez esto te suene absurdo, pero trata de pensarte como una sirena, por favor.
—Está bien —respondió con confusión.
—Muy bien, comienza ahora —instruyó.
Afrodita se acercó lo más que pudo al cristal y lentamente comenzó a abrir el cofre Revelando su contenido el interior del cristal comenzó a brillar junto a las joyas del cofre. La cueva comenzó a temblar y el cristal explotó en mil pedazos dejando a Venus libre. Afrodita se apresuró a ella tomándola en sus brazos.
—Shura, Deathmask —llamó a voz y los mencionados no tardaron en aparecer.
Entre los tres, la condujeron de vuelta al castillo con cuidado y rapidez. Afrodita sentía el peso de la responsabilidad y la preocupación por su hija, mientras Shura y Deathmask se mantenían atentos a cualquier peligro en el camino, sus ojos vigilantes recorriendo los alrededores.
La llevaron a una habitación y la dejaron descansar. Afrodita dejó a sus amigos a su cuidado y fue a donde todavía Saga permanecía dormido. Observó con cariño el hermoso rostro de quien dormía. Afrodita dio un largo suspiro y las últimas lágrimas salían de sus hermosos ojos. Las enjuagó pensando en lo que tenía pendiente y también tenía que pensar en su pequeña. Se alejó de él, tenía asuntos pendientes y los había retrasado bastante.
—¡Afrodita! —su camino se vio interrumpido por la repentina llegada de dos de sus amigos.
—¿Qué pasa, Deathmask? —algo alarmado por la repentina llegada.
—La princesa —Shura señaló hacia otra habitación—, la hemos dejado en la habitación qué indicaste, pero de pronto perdió el conocimiento y su pulso es cada vez más débil.
—Llévenla junto a Saga —ordenó—, quizá estar bajo el agua tanto tiempo también comienza a afectarle, si me preguntan, me sorprende que hayan aguantado tanto.
—La princesa es una sirena —Deathmask resaltó la frase—, no debería tener esos problemas —se cruzó de brazos.
—Deathmask —habló con calma Afrodita—, no sé si te has dado cuenta, pero en este momento mi hija es humana, ha vivido como humana toda su vida, no sé cómo funciona su naturaleza, pero quizá eso interfiera en su forma de sirena.
Shura, que en lugar de entretenerse en discusiones sin sentido se había apresurado en cumplir con la orden, llegó con ella en brazos y la puso junto a Saga en una cámara de aire y se acercó a ellos. Deathmask lo miró mal y Afrodita le dio una sonrisa de agradecimiento.
—Será mejor que vayas a atender tus deberes —dijo Shura palmeando su espalda—, antes de que tu madre mande a su escudero a investigar el motivo de tu ausencia. Deathmask y yo la vigilaremos —prometió.
Afrodita asintió con un gesto resignado y con una mirada de agradecimiento los dejó solos.
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