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Destino

Día 9. Nacimiento/Bebé

La noche comenzaba a caer y los nevados paisajes adquirían un tinte místico que capturaban la esencia de la naturaleza que los rodeaba. El silencio de la noche era interrumpido solo por el eco lejano de los lobos en la distancia y sus pasos que crujían por la nieve que se acumulaba en el suelo. Edda volvió a su casa cargada de hierbas y madera para pasar otra fría noche e invierno.

Recordó al hombre al servicio de Atenea, cuyas palabras resonaban en su mente como un eco distante. Él le llegó a ella esa misma mañana, asegurando que ella la encargaría de entregar a una futura guerrera ateniense. La había sorprendido, no solo por su profético mensaje, sino también por la fuerza y sabiduría que se reflejaba en sus verdes ojos y sus marcadas arrugas.

Las palabras del mensajero divino se mezclaban con el susurro del viento nocturno, dejando a Edda preguntándose sobre el papel que ella jugaría en los designios de los dioses y el destino de la misteriosa niña del mar. Una niña que no dejaba de ser escandinava, hija de aquellas nevadas tierra independientemente de su origen.

Contempló el profundo bosque, preguntándose el por qué sus dioses permitían que una de sus hijas estuviera al servicio de una diosa extranjera. Eso era inconcebible para ella. Todos los nacidos en las tierras escandinavas debían estar al servicio de Odín, pero ella no era nadie para contradecir sus designios, ella podía influir en el curso de los acontecimientos. Aun así, el hecho de que las runas revelaran la llegada de aquella hija del mar indicaba que algo significativo estaba en marcha.

Entró a su casa y se fijó en la chimenea, donde las llamas danzaban con una luz hipnótica. Sabía que tenía que preguntar. Dejó su carga y se encaminó al centro de su sala. Con reverencia, tomó sus túnicas ceremoniales adornadas con símbolos sagrados y se arrodilló frente al círculo de piedras que había preparado con esmero. En el silencio de su morada, con el crepitar del fuego como compañía, se dispuso a invocar la sabiduría de los dioses y a buscar respuestas en las runas ancestrales que guardaban los secretos del universo.

Este era su centro de adivinación, el lugar sagrado en su casa donde se conectaba con lo divino. Edda tomó profundas respiraciones, sintonizándose con la naturaleza que la rodeaba. Frente a ella, sobre una tela tejida con hilos de colores, descansaba un conjunto de pequeñas piezas talladas en madera, hueso y piedra: las runas. Cada una llevaba grabado un símbolo antiguo, lleno de significados ocultos y poder místico, esperando revelar los secretos del pasado, presente y futuro a quien tuviera el coraje de interpretarlos.

Cerró los ojos y comenzó a entonar un cántico bajo, invocando a los dioses y espíritus ancestrales, buscando su guía y protección en este momento de adivinación. Con las runas en sus manos, Edda respiró profundamente, permitiendo que su mente se conecte con el flujo del universo, sintiendo la energía emanando de cada pieza en sus manos y la presencia de lo divino haciéndose palpable, envolviéndola con su fuerza y sabiduría mientras, se prepara para interpretar los mensajes ocultos que las runas revelarán.

Con un movimiento lento y ceremonial, abrió los ojos y lanzó las runas sobre la tela. Observó con atención cómo se dispersaban y caían en posiciones aparentemente aleatorias, cada una cargada de significado y misterio. El silencio se hizo aún más profundo mientras Edda estudiaba las posiciones de las runas, interpretando sus formas y patrones en busca de respuestas a las preguntas que la llevaron a consultarlas. Cada símbolo revela una parte del rompecabezas, revelando un fragmento del destino que aguarda en el horizonte.

Cada una tiene su lugar y su orientación. Algunas caen en posición vertical, otras boca abajo. Con mirada aguda, examinó cuidadosamente la disposición de las runas. No es solo la posición de cada runa individual lo que importa, sino también cómo interactúan entre sí, creando un entramado de significados y mensajes que revelan los secretos del universo. Edda se adentró en su lectura, dejando que la sabiduría ancestral guíe su interpretación, mientras desentraña los hilos del destino y desvela los misterios que el pasado, el presente y el futuro tienen reservados.

Edda lee detalladamente y da comienzo con la interpretación de las runas, observando la posición de cada una con atención. La runa de Fehu, símbolo de riqueza y abundancia, yace cerca del centro del círculo, boca arriba, sugiriendo que la prosperidad está al alcance. Sin embargo, su atención se centra en la runa de Algiz, representante de la protección, pero invertida. Esta posición podría indicar una advertencia sobre una vulnerabilidad o peligro oculto que amenaza la estabilidad y la seguridad que la runa de Fehu promete. Edda reflexiona sobre esta dualidad de significados, consciente de la importancia de abordar tanto las oportunidades como los desafíos que el futuro pueda traer.

Su análisis continuaba, combinando su vasto conocimiento de los significados tradicionales de las runas con su intuición y la conexión espiritual que ha establecido a lo largo de los años. Poco a poco, el mensaje se va revelando ante ella: una advertencia sobre un desafío futuro, representado por la posición invertida de la runa de Algiz, pero también una promesa de éxito si se actúa con sabiduría y cautela, como sugiere la presencia de la runa de Fehu, cargada de promesas de prosperidad y abundancia.

-Parece que la niña del mar tiene una misión que cumplir -murmuró para sí la mujer -y soy la encargada de cuidarla hasta que sea momento de que parta hacia su destino.

Con reverencia, Edda recoge las runas, agradeciendo a los espíritus por su guía en este momento de adivinación. Aunque resignada, acepta que no puede ir en contra de lo que los dioses han marcado para la niña que está a punto de entrar en su casa. Suspira, sintiendo la carga de servir a un dios ajeno, una situación que no le agrada.

Sin embargo, si Odín está de acuerdo, comprende que no hay nada que pueda hacer para cambiarlo con riesgo de poner el futuro de la tierra, porque, dentro de su vasto conocimiento conoce el importante papel de Atenea. Las runas habían hablado. Las guardó nuevamente con ceremoniosa parsimonia, apagó las velas y se levantó lentamente de su sitio.

Parecía que el enviado de Atenea no le había mentido. Se preguntó si pronto conocería a su protegida, algo en el viento le decía que ella no estaba lejos de aparecer en su casa, pensó en las cosas que podría enseñarle en el tiempo que pasara con ella. Tenía años que no tenía a una aprendiz. Sabía que no estaría con ella el tiempo suficiente para convertirse en una volvä, pero lo que le pudiera enseñar sería suficiente.

Edda pasó la noche en vela, atenta a cualquier llamado que pudiese llegar. Con el alba, un bajo llamado proveniente de las costas capta su atención. Sin vacilar, tomó su abrigo de pieles y, armada solo con una antorcha, se encaminó hasta el fiordo, decidida a descubrir la fuente de ese misterioso. Con paso firme, avanzó hacia la orilla del mar, donde las olas rompen con fuerza contra las rocas, dispuesta a enfrentar lo que sea que encuentre en su camino.

Edda contempló las frías aguas y supo exactamente de dónde venía el llamado. Sin vacilar, se sumergió en el helado mar y nadó con determinación hasta adentrarse en una cueva caliza cercana a la costa. En su interior, descubrió una enorme ostra que era quien la llamaba.

Con cautela, se acercó a la misteriosa criatura marina, consciente del poder y la sabiduría que podía albergar en su interior. Se acercó con cuidado al enorme molusco. Edda presentó sus respetos y este pareció reconocerla, como si estuviera esperando por ella pues en ese momento abrió su caparazón, mostrando su interior.

En él, descansaba un joven hijo del mar que parecía estar dormido, abrazando de forma protectora una perla de tonos azules y corales. Fascinada por la escena, Edda observó con asombro la conexión entre el joven y la perla, sintiendo una magia antigua y poderosa surgiendo de aquella escena. No pudo evitar conmoverse.

Su asombro aumento más cuando la curiosa perla se liberó del abrazo del joven y se dirigió hacia ella como una burbuja multicolor. Con cautela, Edda extendió la mano para tocarla, pero justo cuando estaba a punto de hacerlo, la burbuja estalló, revelando un diminuto ser mitad humano, mitad pez. Aunque pequeño, aquella criatura no carecía de gracia, y su presencia era fascinante para ella, que lo observó con curiosidad y asombro.

Edda contuvo la respiración mientras tomaba en sus brazos al pequeño hijo del mar, quien en ese momento abandonaba su forma de nacimiento para convertirse en humano. Con ternura, lo sostuvo entre sus brazos, maravillada por la transformación que presenciaba. Luego, dirigió una mirada a la ostra, esperando que esta la guiara en sus siguientes pasos, pero en lugar de eso, vio como el hijo del mar despertaba.

Sus profundos ojos celestes, una vez velados por el sueño, ahora se abrieron con curiosidad y confusión, reflejando la luz plateada que se filtraba a través de las aguas marinas. Con cada parpadeo, los recuerdos de su encierro en la ostra resurgían como olas violentas, amenazando con arrastrarlo de nuevo a las profundidades de su desesperación. La sensación de ser un prisionero de su propio destino lo envolvía, pero junto con ella, también se despertaba un anhelo ardiente por descubrir el mundo que había dejado atrás.

Finalmente, sus ojos se posaron en la humana que lo veía absorta y el bulto qué traía en sus manos. La voz de la ostra se dejó oír en su cabeza relatando lo su sucedido. Sus ojos se abrieron con sorpresa y esperanza mientras se centraban en el bebé qué parecía cómodo en los brazos de aquella mujer. Se acercó a ellas con expectación y temor.

El corazón de Afrodita latía con fuerza en su pecho con una emoción indescriptible, estiró sus brazos hacia el bebé, para su alegría, la humana no se opuso y se la entregó sin dejar de conservarlo. Con cuidado la acunó sobre su pecho.

Nunca pensó que se pudiera sentir tanto amor por alguien que se acaba de conocer, pero ahí estaba, sintiendo un profundo afecto por ese pequeño ser que en cuanto lo acunó en su pecho, sus piernitas desaparecieron para dar paso a su cola. Una risa pura y genuina brotó de los labios de Afrodita, al mismo tiempo que las lágrimas se acumulaban en sus ojos al pensar que aquel hermoso bebé había nacido de la forma más maravillosa.

Se había perdido el nacimiento de su hija, un evento que había anhelado presenciar con todo su ser. Globoceánido -la ostra -lo había despertado tiempo después, permitiéndole volver a la realidad que tanto había extraña.

Edda se encargó de contarle cada detalle del nacimiento de su hija. Escuchó con atención cada palabra, su corazón latiendo al compás de la historia narrada, sin apartar la mirada de su pequeña, que ahora dormía apaciblemente en sus brazos, ajena a la tormenta de sentimientos que su llegada había desatado en su padre.

-Cuando entré en el caparazón de Globoceánido estaba lleno de amargura y tristeza, no puedo creer que despertara y la felicidad me estuviera esperando -contó a Edda sin dejar de sonreír-, gracias a Globoceánido.

-Afrodita -lo llamó la ostra -recuerda que, en un año, tu padre volverá por ti, tienes que pensar qué vas a hacer.

-Dioses, lo había olvidado -respondió con pesar volviendo su vista a su bebé.

Edda escuchó en silencio el pequeño intercambio, sus pensamientos revoloteando con la delicada tarea que aún le quedaba por cumplir. Sabía que debía encontrar el momento adecuado para revelarle al padre el destino que aguardaba a su bebé. La verdad pesaba en su corazón, y las palabras se formaban con dificultad en su mente, conscientes del impacto que tendrían. Por lo que escuchó, ese joven había sufrido suficiente.

Observó la escena delante de ella con ternura y preocupación, preparándose para la conversación inevitable que estaba por venir. De pronto, los ojos de Afrodita se posaron en ella, brillando con una mezcla de anticipación y temor. En ese instante, Edda sintió que el peso de sus pensamientos se volvía aún más pesado. Los profundos ojos celestes de Afrodita parecían buscar respuestas.

-Por cierto ¿por qué está usted aquí? -dijo estas palabras abrazando protectoramente a su hija.

-Hay designios que debo cumplir, joven hijo del mar, no soy quien los dicta, sino quien los ejecuta -habló con voz queda y misteriosa-. Hace unos días, vino a mí un hombre muy mayor desde tierras lejanas a informarme que a mi llegaría una pequeña niña que estaba destinada a ser una guerrera de la diosa Atenea.

-¡¿Atenea!? -exclamó con temor. Recordando que Saga era un guerrero para esa diosa.

-Una diosa griega, asintió. El hombre prometió volver por ella, solo me encargó que cuando llegara a mí la cuidara hasta que su tiempo llegara.

Afrodita miró el dulce rostro de su pequeña y la felicidad que sentía se empañaba por el futuro que le esperaba a ella y a él. Suspiró resignado, no podía ir en contra de los deseos de los dioses, había escuchado suficientes historias de lo que sucedía si alguien se atrevía, aunque deseaba escarba y liberarla de aquello, ni siquiera podía garantizar su éxito.

-¿Me permitirás estar cerca de ella hasta entonces? -preguntó exhalando un hondo suspiro.

-Todo el tiempo que desees y me encargaré de que tu hija conozca de ti, tu mundo y, sobre todo, del inmenso amor que le tienes.

-Gracias, sonrió Afrodita -con verdadero alivio.

Afrodita acompañó a Edda a la superficie, donde se criaría a su hija. Con el paso de los días, Afrodita le relataba historias sobre sirenas y criaturas marinas, tejiendo con palabras los recuerdos de su vida en el océano. Edda, con paciencia y dedicación, se encargaba de anotar cada relato, cada detalle mágico y fascinante, con el objetivo de crear un libro de cuentos para ella y así mantuviera su conexión con el océano.

Un año después, para su sorpresa, no fue su padre quién fue a buscarlo, si no uno de sus mejores amigos, quién llegaba para liberarlo de su prisión e informarle de una noticia lamentable, su padre había muerto. No podían informarle las circunstancias ni las causas, pues un día había salido sin avisar para simplemente no regresar. Afrodita no se sorprendió de esto, era normal en su entorno, pero no dejó de entristecerlo.

Le hubiese gustado despedirse de él en mejores términos, pero nada podía hacer. Entendió que su madre estaba al tanto de la razón de su ausencia en ese tiempo, afortunadamente, había informado a sus más leales compañeros la situación, así que imaginó qué ellos la habían informado. Temía lo que le esperaba al volver. Afrodita pensó en su hija, al menos esa noticia le permitiría volver con ella cada que quisiera hasta que partiera a Grecia.

-Afrodita ¿qué haces? -gritó una voz desde detrás de él sacándolo de sus recuerdos-. Si no hacemos algo van a morir -urgió llegando junto a él.

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