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Reencuentro

Espero que les guste~

Bruno Madrigal, la noche en la que su madre le pidió una visión para saber si el milagro estaba en peligro por culpa de Mirabel y vio con expresión de horror la tableta verde en sus manos, fue la noche en la que llegó a un límite. Necesitaba irse, alejarse, desaparecer con sus malas visiones y toda su mala suerte, necesitaba estar lejos de su madre estricta y lejos de las miradas llenas de molestia de la gente del pueblo. Así que junto todo lo que pudo y, mientras todos dormían, salió de Casita y se alejo a paso rápido. Tenía miedo y pena por dejar a toda su familia y todo lo que conocía pero se sentía ansioso y nervioso por lo que podría descubrir. Salió del Encanto con mucho esfuerzo, yendo más allá de las montañas y atravesando todas las plantas, hasta llegar a un pueblo. Estaba temeroso pero la gente de allí lo recibió con amables sonrisa y los brazos abiertos, sin conocer nada de los Madrigal o de la magia, sin conocerlo a él o a sus malas visiones. Por primera vez en toda su vida, se sintió bienvenido.

Se instaló y se adapto rápidamente, consiguiendo una pequeña casa para si mismo y un trabajo, conociendo a la gente y logrando conseguir amigos que lo quería a pesar de ser algo raro. Tenía una vida, una rutina, y le encantaba.

Y un día en particular, años después, se decidió a ir con la costurera de la que todos habían estado hablando por semanas. Había escuchado que era increíble y había visto sus hermosos diseños en la ropa de mucha gente, así que mirando su vieja y favorita ruana verde, se fue a verla, esperando que ella pudiera arreglarlo aunque sea para guardarlo como un recuerdo.

-¿Hola?- entro a paso lento al pequeño lugar, viendo a su alrededor. Había telas de todos los diseños y colores a su alrededor, incluso podía ver muchos hilos de múltiples colores también.

-¡Ya voy, espere un momento por favor!- se escucho una voz femenina y joven, así que Bruno se quedó ahí, esperando, acariciando a veces la tela de su ruana verde que tenía entre sus manos. Conocer gente nueva lo ponía nervioso pero relacionarse era necesario para sobrevivir en teoría, así que no tenía muchas opciones. -¡Ya vine!- y detrás de lo que parecía ser el mostrador, alguien tropezó. -Lo siento, yo...- y entonces, ambos se miraron, las palabras muriendo de repente y dejándolos en un tenso silencio mientras se analizaban entre ellos con las miradas. -¿Tío...Bruno?- podía reconocerlo vagamente por las pocas fotos que había visto de él.

-¿Mira...Mirabel?- podía reconocerla sin mucho problema, había visto ese rostro en una de sus fotos favoritas de cuando ella era pequeña. -¿Eres...?- se acercó, tembloroso, sin poder creer que la estaba viendo.

-Soy yo...- ella asintió, luciendo igual de sorprendida que él. -Wow, no puedo creerlo...- dejo escapar una pequeña risa, nerviosa y algo tensa. -...nunca espere conocerte en persona, mucho menos espere encontrarte- se paso una mano por su corto cabello.

-Yo...tampoco esperaba verte- era la verdad. Cuando decidió irse, la probabilidad de volver a ver a alguno de sus familiares era escasa y prácticamente nula, así que nunca se lo espero. -¿Estas aquí...tú sola?- se animo a preguntar, ansioso por la respuesta.

-Yo...- y la puerta se abrió, un niño entrando a paso rápido, riendo alegremente y sobresaltándolos a ambos.

-¡Mami!- corrió hacia Mirabel, acunando algo entre sus manos y con una gran sonrisa en su rostro. -¡Mira lo que encontré!- se lo extendió a ella, quien sonrió ligeramente ante la piedra con una vaga forma de corazón que el menor tenía entre sus manos. -¿No es genial?- salto en su lugar, emocionado por su hallazgo.

-Es increíble, Antonio- asintió con diversión, inclinándose para sacar algunas hojas que el niño tenía en su cabello. Levantó la vista al sentirse observada, sintiendo algo de tensión al recordar que Bruno estaba allí, mirándolos con los ojos bien abiertos.

-¿Aun estas trabajando, mami?- Antonio miró con curiosidad a los mayores, ajeno a la incomodidad.

-Es...mi último cliente- trago, para después sonreír con cariño, mirando al niño. -Ve a darte un baño, ¿si? Yo termino aquí y vemos que almorzamos-

-Esta bien- asintió, volviendo a mostrar la pequeña piedra en sus manos. -¿Me la puedo quedar?-

-Por supuesto- asintió, viendo con diversión como el menor corría con una gran sonrisa, desapareciendo de sus vistas. -¿Quieres...hablar más tarde? Porque tengo que hacer el almuerzo, lograr que Antonio duerma la siesta y...- dudo, nerviosa. -...en serio me gustaría hablar contigo, tío- parece indecisa de llamarlo así.

-Por supuesto, Mirabel- asintió sin dudar y con una pequeña sonrisa en su rostro.

-Genial~- se animo ante la respuesta, saliendo de atrás del mostrador para acercarse al mayor. -Aquí, arreglaré eso. Me imagino que viniste aquí para eso- extendió las manos.

-Gracias- asintió, entregando su ruana con manos temblorosas. -Nos vemos- y salió del pequeño lugar, sin poder creer lo sucedido. Estaba sorprendido de ver a su sobrina y la sorpresa solo creció al ver al pequeño, su corazón casi deteniéndose al escucharlo decir "mami". Tenía mucha curiosidad pero por el momento, iba a esperar.

... ... ... ...

Unas cuantas horas después, están sentados en una pequeña banca en lo que parece ser un parque, mirando a Antonio mientras juega con un grupo de niños.

-¿Has estado aquí todo este tiempo?- pregunto Mirabel de repente, llamando su atención.

-Si- asintió, nervioso. En serio que nunca se imagino volver a ver a alguien con el apellido Madrigal. -¿Y tu? ¿Cuánto tiempo llevas aquí?- quería preguntar sobre el niño pero no quería parecer entrometido.

-Un poco más de un año- respondió, uno de sus dedos rozando los bordados de su falda. -Él no es mío, biológicamente hablando-

-¿Perdón?- la miró con los ojos bien abiertos.

-Antonio- señaló al niño que estaba riendo a carcajadas no muy lejos de ellos. -Es hijo de tía Pepa y de tío Félix- eso sí que era una sorpresa.

-¿Que...? Pero ella...- cerró la boca, pensativo. Recuerda que su hermana había dicho que no quería tener un tercer hijo, que con dos eran suficientes.

-Fue idea de Alma- se encogió de hombros, aunque dijo el nombre con tono frío y con un toque molesto, lo cual lo sorprendió. -Después del fracaso de mi ceremonia, ella quería desmotrar que la magia estaba bien, así le pidió a tía Pepa que tuviera otro bebé porque no quería que mi mamá tuviera otro fracaso como yo- noto la mirada atónita en el rostro de Bruno.

-Rayos...- hizo una mueca, su madre siempre era brusca a la hora de dar órdenes disfrazadas de peticiones. -Dime, por favor, que ella no lo dijo así-

-No en mi cara o en la cara de mamá pero la escuche igual- dejo escapar un profundo suspiro. -Así que Antonio nació y...-

-...lo dejaron en la guardería, a tu cuidado- se lo podía imaginar, su joven y pequeña sobrina, criando lo mejor posible a un pequeño bebé. Frunció el ceño, le había quitado infancia a su sobrina.

-Sip y yo lo crie, por eso me llama mami- sonrió, de repente divertida. -No tienes ni idea de la cantidad de chismosos que vinieron a preguntar por él- rio ligeramente, recordando la cantidad de personas que se le habían acercado solo para preguntar como una chica tan joven pudo tener a ese niño.

-Si, puedo imaginarlo- asintió, riendo, la gente del pueblo eran chismosos pero ninguno tenía malas intenciones. Se quedaron en silencio por unos minutos, sólo mirando a los niños jugar, sintiéndose algo más cómodos con la situación.

-¿Te fuiste por mi culpa?- y eso hizo que Bruno se girará para mirarla con los ojos bien abiertos, balbuceando palabras por la sorpresa. -Quiero decir, encontré tu visión y...-

-¡No, no me fui por ti!- al fin pudo hablar, ella mirándolo con curiosidad. -Estaba...cansado- confesó, pensativo. -Las reglas, las expectativas, la imagen que debíamos tener, la magia, la gente...todo se volvió demasiado- no había forma de explicar todo lo que sintió en el pasado. -La visión sólo fue un motivo más para irme. Sabía que nadie debía ver esa visión porque si alguien lo hacía, en especial ella, todo saldría mal, así que decidí irme- y entonces, una pregunta se le vino a la mente. -¿Por qué te fuiste?- podía imaginarse una respuesta pero quería escucharla viniendo de ella.

-La grietas aparecieron en la ceremonia de Antonio pero nadie quiso creerme. Intenté...Intente arreglar todo para salvar la magia, para que se sintieran orgullosos de mi pero...- hizo una mueca. -...todo salió mal y ella me culpo por todo. Por las grietas, por perdida de dones, por tu desaparición y yo estaba tan harta de escucharla que solo...respondí y le tire algunas verdades a la cara pero todo empeoró...- el recuero de lo sucedido vino a su mente, un escalofrío corriendo por su columna. -...Casita se derrumbó y yo me escape. Sabía que no podía volver, no sin que ella volviera a culparme por todo, así que solo seguí caminando y llegué aquí-

-¿Casita se derrumbó?- no sabía cómo sentirse con esa noticia.

-Sip- asintió. -La casa, la magia, la vela, los dones, todo se murió- tenía sentimiento contradictorios ante eso. Alivio y tristeza.

-¿Y Antonio? ¿Cómo es que terminó aquí?- preguntó con curiosidad. Él podía entender a su sobrina, ambos habían tenido sus experiencias pero ambos habían estado tan cansados de luchar solos que decidieron rendirse y seguir adelante lo mejor posible.

-Él me encontró y me suplico que no lo dejara solo con ellos, que no que lo abandonará. No pude decirle que no, así que lo traje conmigo- levanto su mano, enredando uno de sus dedos en su cabello de manera distraída. -Sonara mal pero estoy...feliz y aliviada de estar lejos de toda esa locura- confesó de repente.

-Yo también, Mirabel. Yo también- asintió, de acuerdo con ella. Sin importar todo el amor que podían tener por la familia, tenían un límite y lo habían alcanzado. Bruno se sobresalto al sentir un peso, viendo con curiosidad como su sobrina se acercaba para apoyar su cabeza en su hombro, casi acurrucada contra su costado.

-Estoy feliz de verte, tío- susurro.

-También estoy feliz de verte, sobrina- la rodeo con un brazo, sintiendo que ella solo necesitaba algo de apoyo en ese momento.

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