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Magica #7

Espero que les guste~

La casa se reconstruyo, la magia volvió de alguna manera que no entendían del todo y con ello, los dones y la propia Casita habían vuelto. Festejaron con alegría, compartiendo su felicidad con la gente del pueblo, quienes se fueron cuando se hizo de noche y los dejaron solos para que se volvieran a acomodar.

-Que bueno es tenerte de vuelta, Casita- sonrío Mirabel con cariño, acariciando una de las paredes, los el piso bajo sus pies moviéndose con alegría. Se pregunto, no por primera vez en la noche, si con la magia de vuelta ella no debería estar por allí.

-Pensé que nunca se irían...- se voltearon ante la voz familiar que muchos de ellos habían extrañado en los últimos meses de reconstrucción. -...¿me extrañaron?- y ahí estaba Magica, en su usual altura de niña, sin marcas siquiera en su piel, tal y como la recordaban, con sus ojos dorados brillantes mirándolos.

-¡Magica!- Mirabel fue la primera en reaccionar, corriendo hacia ella, alzándola sin mucho esfuerzo y rodeándola en un fuerte abrazo, sintiendo una gran felicidad de verla. -Pensé que no te volvería a ver- murmuro contra su hombro, aliviada.

-Oh cariño, ya estoy de vuelta- le devolvió el gesto con una sonrisa cariñosa, palmeando ligeramente la espalda ajena. -Todo esta bien, estoy aquí- miro al resto de la familia, quienes las miraban con ojos brillantes y sonrisas temblorosas, luciendo como si quisieran llorar. -Vengan aquí, montón de sentimentales- hizo un gesto y eso solo basto para estar rodeada de la familia Madrigal, aplastada entre todos ellos pero no se quejo, simplemente intento consolarlos lo mejor que podía, escuchando sus voces llenas de alivio puro. Abuela los miro, en silencio, una pequeña sonrisa en su rostro. Félix y Agustín sonrieron con cariño ante la escena, acercándose al poco tiempo ante las señas de Magica. -Mírense...- sonrío enormemente cuando la soltaron, pudiendo verlos mejor, notando que todos allí lucían mucho más relajados que antes. -...¡se ven increíbles~!- incluso el ambiente a su alrededor se sentía menos pesado, como si la tensión se hubiera ido en algún momento mientras ella no estaba. -¿Cuánto tiempo ha pasado?- 

-Unos meses- respondió Bruno, quien se veía menos cansado y con un poco más de peso en su escuálidos cuerpo.

-Ufff, eso es mucho- hizo una ligera mueca. -Ahora, supongo que tienen mucho que contarme- se quedaron un rato hablando, todos reunidos, contando lo que había pasado los últimos meses hasta que empezaron a bosteza, yéndose a dormir después de despedirse y con la promesa de continuar con las historias en la mañana. De alguna manera, solo quedaron dos en la sala.

-Magica...- la mayor llamo, dudando, sin saber exactamente que decir. Magica y Alma nunca habían tenido una buena relación. Alma siempre sintió que esa niña era una intrusa, una que se metía entre ella y sus hijos, que luego procedió a meterse entre ella y sus nietos. Le molestaba porque Magica parecía detener mejor relación con su familia que con ella, siempre metiéndose en donde no la llamaban, dándole una mirada que haría temblar a cualquiera mientras se encargaba de alejar con quien sea que estuviera hablando. En los meses sin tensión de la magia, se permitió pensar y hablar con su familia, así se dio cuenta que no era todo como lo pensaba. Magica era quien se metía, evitando que ella en medio de su ceguera lastimara a alguno de sus familiares, protegiendo a sus hijos de la actitud estricta de su propia madre y haciendo lo mismo con sus nietos. Había ayudado a Julieta a aprender a cocina; ayudo a Pepa a relajarse para evitar tormentas; ayudo a Bruno con sus migrañas luego de las visiones múltiples; ayudo lo mejor posible a Isabela para que no se sintiera presionada todo el tiempo; ayudo a Dolores para que no sufriera con los sonidos a su alrededor; ayudo a Luisa obligándola a relajarse todo lo que podía; ayudo a Camilo con sus problemas de identidad después de transformarse tantas veces en un día; ayudo a Mirabel a no sentirse tan fuera de lugar entre sus familiares y con su autoestima; ayudo a criar al pequeño Antonio. Magica no era la intrusa, era la protectora de todos, siempre enfrentándose sin mucho problema a la matriarca de la casa si eso significaba que podía ayudar.

-Si quieres disculparte, no quiero escucharlo- dijo ella con voz fría, mirándola de reojo.

-¿Por qué?- pregunto con un nudo en la garganta. Nunca la había tratado bien, ni siquiera con respeto, puede recordar haberle dicho muchas veces que no era parte de la familia, así que la frialdad ajena era bien merecida.

-Tengo una larga lista pero...- se volteo, su altura creciendo para poder mirarla de frente. -...dejaste morir al milagro que se supone que querías proteger, dejaste morir a Casita a quien llamabas tu hogar y con todo eso...me dejaste morir a mi- en su tono había tristeza y enojo mesclados, la mayor haciendo una mueca ante eso. Era la verdad, se decidió a simplemente ignorar las grietas, negándose a ignorar que su hogar y su magia se estaban rompiendo, haciéndole daño a la chica que tenía enfrente. -No es algo...que pueda perdonan tan fácilmente- había muchas más cosas pero el echo de que ella decidió ignorar el peligro de todo, había sido un golpe que dolió.

-Lo...Lo entiendo- lo hacia, en serio que si. En su momento, la ignorancia había sido una buena idea en su momento pero ahora que podía ver el daño que había echo, se sentía mal el solo recordarlo.

-No puedo perdonarte pero podemos...- pareció dudar, el piso bajo sus pies moviéndose, como su Casita le estuviera incitando a continuar. -...podemos intentar llevarnos bien, ¿no crees? No digo que yo deba gustarte o que tu me gustes a mi pero intentemos llevarnos bien, no por nosotras, sino por ellos- señalo hacia las escaleras que llevaban a los cuartos de toda la familiar. -¿Qué te parece?- sus ojos dorados parecieron brillar por un momento.

-Me parece bien- acepto, sabiendo que era lo mejor que iba a conseguir de parte de Magica.

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