9. Esa chica, de visita
El sonido del timbre puso a mi corazón a latir con rapidez, las manos me sudaban y no podía dejar quieto mi pie derecho, que subía y bajaba en un movimiento nervioso. Yo no era una persona de mucho hablar, me sentía incómoda cuando estaba rodeada de extraños y nada me causaba más pánico en esta vida que hacer una llamada telefónica para pedir algún servicio o domicilio. Desde que se pudieron hacer en cinco segundos a través del celular, un miedo menos se había desvanecido de mi lista de preocupaciones absurdas.
Llamar a la puerta de un desconocido era, en mi opinión, una de las peores torturas que para mí podrían existir.
Creo que cuando uno llega al infierno lo primero que tiene que hacer es timbrar en la casa de una persona al alzar... y esperar a que salga.
Mi incomodidad podía llegar a ser tan grande que, incluso cuando era pequeña, detestaba ese tipo de juegos. Ya sabes, el típico que juegan los niños en las calles, cuando todavía se podía correr sin miedo a nada, en el que alguien tocaba un timbre de una casa de la cuadra y todos los demás salían corriendo con la esperanza estar ya bien lejos una vez que la persona de la casa abriera la puerta. Ese juego, llámese como se llame, díganle como le digan... ese juego, en mi experiencia personal, era una de las memorias más caóticas de mi infancia: yo era pequeña, no tenía más de siete u ocho años... tal vez diez, ¿o nueve? ¡Bueno, no importa! Era una niña, una niña pequeña. Estaba jugando con mi grupo de amigos en ese entonces y la regla que teníamos era que no se acababa el juego hasta que todo y cada uno de nosotros timbrara en una casa. Yo siempre iba de últimas, ¿por qué? Muy fácil. A veces uno de niño rompe mucho las reglas de un juego, y por lo general se acababa antes de que me tocara a mí, ya sea porque empezaba a llover, alguien se caía y se lastimaba, nos descubrían y nos regañaban (quitándole la diversión y dejándonos con una sensación de malestar), o porque nos distraíamos comiendo helado en alguna tienda. Sí, de pequeña había creado un plan infalible para que nunca me tocara timbrar en la casa de nadie, y me había funcionado varías veces seguidas.
Hasta una tarde.
Éramos pocos en el grupo, y a alguno se le ocurrió jugar así. Yo, todo el tiempo, estuve rezándole a cualquier deidad que quisiera escucharme y hacerme el milagrito, pero mis plegarias no tuvieron respuesta de nadie y yo, de siete años, casi ocho, me encontraba caminando hacia la casa más cercana. Al llegar a la puerta me puse en puntillas, sólo un poco, y estiré los dedos para tocar el timbre. Estaba a punto de salir a correr, cuando la puerta se abrió y por ella se vislumbró la figura de una chica. No debía tener más de dieciocho años, pero para mí, a esa edad, hasta las niñas de doce me parecían muy grandes.
—¿Sí? —me había preguntado la chica. Estaba escuchando música en un iPod mini, lo reconocí porque yo le había pedido uno a mis padres y estos me habían dicho que no—. ¿Te puedo ayudar en algo?
Yo me había quedado congelada en el sitio, pero mis amigos habían arrancado a correr, dejándome sola a merced de la adolescente, que me miraba con una mezcla de aburrimiento y fastidio.
—Yo... —la voz me había salido en un susurro tembloroso, las manos me temblaban y la respiración estaba al borde de la hiperventilación.
—¿Qué quieres? —había preguntado la adolescente, ya irritada por mi presencia—. ¡Mamá! Una niña rara está en la puerta.
Los ojos se me abrieron en una señal de sorpresa, las piernas me temblaron y sentí cómo algo caliente me mojaba un poco la entrepierna.
—No... —me había encontrado susurrando para mí misma, mirando para todas partes. No había ni rastro de mis amigos. Ahora estaba sola en la calle, con una desconocía viendo cómo me peinaba en los pantalones. Escuché como unos pasos se acercaban gracias al llamado de la adolescente y aterrada intenté mirad detrás de ella. Presa del pánico y sin nada más que hacer, di media vuelta y empecé a correr calle abajo sin detenerme, aun cuando estaba escuchando el sonido de la madre de la chica, la cual me estaba diciendo algo que yo no entendía, los jadeos que salían de mi boca, mis pensamientos acosándome y el miedo por estar sola en la mitad de la calle habían acaparado toda mi atención.
Gracias a esa experiencia yo detestaba, de cierta manera, tocar a la puerta de desconocidos.
Tomé aire. Ya estaba donde estaba y no había vuelta atrás. Traía la maleta de la universidad completamente vacía y a Sebastian aprisionado sobre mi pecho. Lo peor de llegar a un sitio en el que no conoces a nadie no es llamar a la puerta, es cuando sale la persona y te ve por un momento con suspicacia, y tú tienes cero segundos para prepararte mentalmente, de la nada hay que entablar una conversación, presentarse y decir por qué te encuentras ahí.
Me balanceé sobre los talones, escuchaba el sonido de unos pasos que venían a atender la puerta.
—¿Estás seguro que no están? —le pregunté en un susurro a Sebastian.
—Sí, seguro, ambos se van a trabajar temprano, la única que queda en la casa es Nora, ella nos ayuda con el aseo de la casa —me contestó, callándose cuando sentimos que la puerta se abría.
Los nervios y el pánico que sentía aminoraron un poco cuando la imagen de una mujer, casi llegando a los setenta años, ocupó mi campo de visión.
Bien, era hora, está era la primera instancia de mi travesía por la vida. Algo con lo que yo siempre había soñado, que siempre había querido vivir, se estaba materializando frente a mis ojos, sólo faltaba pasar de la puerta y yo iba a poder conocer la casa de Sebastian.
Para ser más específica: su habitación.
Me aclaré la garganta y le dediqué la sonrisa más dulce que podía poner.
—Hola, mucho gusto —saludé—, soy Lisis Marino. —La anciana no dijo nada, era obvio que mi nombre no le sonaba en lo absoluto—. Soy compañera de Sebastian y vengo a recoger algunas cosas de la universidad —mentí, a medias, aún con la sonrisa en mis labios.
La anciana dudó un momento, pero se quitó del marco de la puerta y me dejó seguir. Al parecer, el plan de Sebastian estaba funcionando a la perfección.
—No me avisaron de su llegada —me dijo la mujer.
—¡Ah! Es que es la primera vez que vengo —confesé, con la sonrisa pegada a mis labios.
La mujer no preguntó nada al respecto, me pidió que la siguiera y me llevó por la casa. Era bonita, quedaba más alejada de la mía y de la universidad, tenía un patio y una chimenea grande de piedra. Me reí por dentro al recordar los desvaríos de Sebastian de esta mañana. Si bien las cosas a su alrededor no gritaban "dinero", sí se podía notar lo duro que trabajaban sus padres para que no le faltara nada y así tener un hogar bonito.
El color se me subió al rostro cuando la mujer se detuvo al frente de una habitación.
—Supongo que usted está al tanto de la situación del joven Sebastian —me dijo—, por eso le pido que busque rápido lo que necesita y se vaya. Sus padres van a venir en cualquier momento para almorzar y no quieren que nadie los moleste —me advirtió, antes de dar media vuelta y dejarme sola.
Sí, de mi casa a la de Sebastian había, más o menos, una hora y media en metro, por lo tanto había llegado casi al medio día. Sebastian me había dicho que sus padres rara vez comían en su casa y que no me preocupara.
Esta era, como no, una de las pocas veces que sí venían.
Suspiré. Ya debía estar acostumbrada a la mala suerte que traía encima cada vez que pasaba algo relacionado con Sebastian.
Entré a la habitación de él con las manos temblándome, ahora de emoción. Iba a conocer el santuario del hombre del que estaba enamorada. Un gritito emocionado nació en mi garganta, pero me lo tragué como pude, no quería que Sebastian pensara que estaba loca u obsesionada con él.
Muy tarde para eso, pensé, al recordar cómo había terminado aquí.
Pensé que me iba a topar con una habitación bastante desordenada, llena de posters de alguna banda o una biblioteca enorme de libros. No, nada de eso me recibió. Todo lo contrario: Sebastian parecía un hombre muy minimalista y, como Nora había hecho el aseo recientemente, todo estaba limpio y organizado. Su cama tenía un edredón blanco, y la única decoración que tenía era dos almohadas mullidas que hacían juego. Había un escritorio con una computadora de mesa (gamer, si mi instinto no me fallaba), y varios libros y cuadernos apilados a un lado. Estaba apoyada contra una pared por completo blanca, vacía, y mi ojo de artista no pudo evitar pensar lo bonito que se vería algún cuadro ahí colgado. Le daría vida a todo el espacio, sin duda.
Cerré la puerta para evitar que la anciana se cruzara con un peluche andante y puse a Sebastian sobre la cama. Miré por el rabillo del ojo su armario y contuve las ganas de abrirlo para robarme algún sourvenir.
—Gracias por venir —me dijo Sebastian, mirando a su alrededor como si no hubiera estado allí en años.
Me encogí de hombros, haciéndome la desinteresada.
—Solo venimos a recoger unas cuantas cosas, da igual —le contesté, en un tono monótono—, podemos venir las veces que necesites —propuse, más para mí que para él, que me moría por echarme entre las cobijas de su cama y abrazar las almohadas con toda mi fuerza.
—¿De verdad? —respondió Sebastian, un poco más emocionado—. Gracias, Lisis, ¡eso sería fantástico! Ah, incluso podría volver a jugar mi partida guardada de Genshin Impact... no, no podría. —Se miró sus patias, redondas y afelpadas, luego, me miró a mí—. ¡Juega por mí! Tengo dos días de atraso y las misiones diarias no se hacen solas.
Mis ojos se abrieron de la emoción, yo de videojuegos no sabía nada de nada, pero eso significaba que me estaba dando permiso de tocar sus cosas y de ayudarlo en algo que, según parecía, era importante para él.
—¡Lo hare! —exclamé, dando pequeños saltitos en mi lugar—. ¡Cuenta con eso!
Sebastian también parecía más emocionado.
—¡Y luego, cuando vuelva a mi cuerpo, te lo descargas tú también y así jugamos juntos!, ¿qué te parece? —me propuso, contagiado de mi felicidad.
Asentí con fuerza, no me importaba si el juego iba de matar zombies, de buscar fantasmas o de disparar a lo loco, si era algo con lo que pudiera compartir un poco de tiempo con Sebastian, lo jugaría con él.
—¡Estoy segura de que va a ser divertido! —dije, sin poder sentirme más dichosa.
Lo que me hacía tan feliz no era el hecho de jugar con Sebastian algo que le gustara a él, aunque sí tenía un peso muy grande, lo que me hacían tan feliz era saber que él quería seguir hablando conmigo una vez que todo esto acabara. Que no se iba a desaparecer de mi vida y que íbamos a poder seguir compartiendo juntos. Mi corazón latía emocionado en mi pecho y el amor que tenía por él se incrementó un poco más. Tenía un futuro al lado de Sebastian, sea cual sea, y dependiendo de la relación que construyéramos de ahora en adelante, pero tenía un futuro al lado de él, de su risa, de su compañía, de sus enojos y preocupaciones. Íbamos a salir juntos de este problema tan grande, e íbamos a permanecer en la vida del otro por mucho tiempo después de esto, pues estas son las vivencias que te marcan, y vivirlas al lado de alguien hacen que ese vínculo se vuelva cada vez más fuerte.
Me sentía dichosa, plena, entera, con ganas de guardar este momento para siempre en mi cabeza.
Sebastian me fue diciendo qué cosas debía buscar en su habitación, y yo las encontré con relativa facilidad. Necesitábamos irnos de ahí rápido, ni él ni yo quería un encuentro cara a cara con sus padres. Él, porque sería difícil verlos y no decirles lo que estaba pasando. Yo, porque no estaba lista para conocer a mis suegros... futuros suegros... suegros platónicos... lo que sea.
Tomé varios de sus libros y un solo cuaderno que utilizaba para anotar en todas las clases de la universidad. Era grande, con espacio suficiente para todas sus notas. Lo ojeé un poco y descubrí que Sebastian era bastante ordenado.
—Listo —le avisé, cerrando la mochila—, creo que tengo todo lo que necesitamos, ¿se te ocurre algo más?
Sebastian negó con la cabeza de forma leve.
—Nah, y de todas maneras no importa si vamos a volver —me contestó.
—Tampoco será tan pronto, tu casa queda bastante lejos —le recordé en modo de advertencia. Me puse la mochila sobre los hombros y estiré mis brazos para darle a entender a Sebastian que ya era hora de irnos.
Él se subió a mis brazos y yo salí de su habitación con paso apresurado. Me había demorado diez minutos, y Nora, la anciana, no me hizo ninguna pregunta al respecto más que mirarme con algo de indiferencia.
—Hasta luego —me despedí, abriendo yo misma la puerta.
Caminé por la calle llena de transeúntes hasta llegar a la estación del metro. Todavía tenía un día largo por delante y debía buscar un lugar para almorzar. No sabía si podía ir a mi apartamento (porque se suponía que estaba en la universidad), pero iba a tener que arriesgarme, la mochila me pesaba con todas las cosas de Sebastian y tenía que ir a recoger el libro que había ocasionado todo este problema. Él y yo ya habíamos hablado del itinerario del día y me había confesado que no tenía intenciones de ir al hospital para verse a sí mismo en una camilla, así que habíamos decidido en ir a la librería, a ver si la dependienta podía guiarme un poco más sobre el libro y lo que contenía. Ambos esperábamos que sí.
El metro llegó al cabo de unos minutos, tomé el asiento más próximo que pude encontrar y acomodé a Sebastian y la mochila en el asiento de al lado. Crucé las manos por encima de mi abdomen y me preparé para soportar una hora y media de silencio. Nada podía arruinar la sensación que cargaba ahora en el pecho.
Sí, había estado solo diez minutos en la habitación de Sebastian, pero, para mí, habían sido los mejor diez minutos de mi vida al lado del hombre que amaba.
¡Aquí les traigo un nuevo capítulo! Me sentía con ganas de escribir, y decidí no desperdiciarlas. Ya la historia está empezando a tomar algo de forma, vamos conociendo más rasgos de nuestros personajes y viendo cómo podrían reaccionar a posibles situaciones.
Gracias por acompañarme a mí y a mis personajes en esta aventura❤️
Recuerden comentar, votar y recomendar la historia si les gusta. Me alegran el día, la semana, el mes y la vida cuando veo sus interacciones en la novela.
Por cierto, les quedo debiendo (otra vez) las fotos de referencia de los personajes.
Sin nada más para decir, nos vemos la próxima semana. Besos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro