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8. Esa chica, en crisis

... da. ¡Mierda! Había fallado.

Los ojos se me abrieron como si los párpados fueran resortes cuando la alarma de mi celular sonó. Me levante, asustada, buscando entre las sábanas de mi cama el ruidoso aparato. Había olvidado cargarlo anoche y no tenía ni idea de cómo había sobrevivido a la noche. Vi la batería restante: le quedaba un mísero 2% de batería. Resoplé. Había tenido suerte. Tantee en mi mesita de noche el cargador que siempre vivía conectado en el mismo lugar y, al cabo de unos segundos, mis dedos rozaron el cable. Conecté el celular a la corriente, apagué la alarma y di media vuelta, dispuesta a autocancelarme la primera clase de la mañana para seguir durmiendo.

Algo suave me tocó a nariz, provocándome un poco de cosquillas. La arrugué varias veces, es un intento por rascarme y quitarme aquella cosa que me causaba la molestia, de seguro había chocado con alguno de los cojines felpudos que tenía para decorar la cama. Así que, cuando volví a sentir el roce de algo que parecía ser bastante peludo y esponjoso, decidí mandar a volar el cojín. Quería seguir durmiendo.

Con un rápido movimiento de exasperación,  le di un manotazo al fastidioso objeto, esperando que se moviera lo suficiente y me dejara en paz.

—¡Lisis!

La voz de Sebastian fue más efectiva que cualquier alarma del mundo. Volví a abrir los ojos y, esta vez, quedé sentada en mi cama.

—¡Lo siento! —exclamé, percatándome que lo había vuelto a golpear.

—No entiendo cuál es tu maña de pegarme, ¡no lo entiendo! —me regañó Sebastian, mirándome mal—. Yo quería despertarte de la manera más delicada posible. A la próxima será con un almohadaso —refunfuñó.

Su comentario me hizo reír un poco. Risa que fue sustituida por una inhalación de sorpresa y una mirada de terror puro en mi rostro. Había caído en la cuenta de algo muy, pero muy importante.

—¡Dormiste en mi cama anoche! —grazné, presa de la emoción y la vergüenza.

Por un lado no podía creer que el privilegio de dormir con Sebastian al lado me había sido concedido por los espíritus del cielo.

Por el otro estaba llena de pánico. Pánico que se hacía una bola pesada en mi pecho, porque yo hablaba dormida y quién sabe que cosas podría haberle dicho anoche a Sebastian.

—No tuve otra opción. Te quedaste dormida como a la mitad de la película y no hubo poder humano que te despertara —confesó—, intenté hablarte, moverte, tocar tu rostro... nada. —Soltó una risa que no supe muy bien cómo debía tomarla—. Parecías muerta.

—¡Hey! —exclamé, aguantándome la risa—. Espiar a una dama mientras duerme califica como acoso —bromeé, pasándome las manos por el pelo, organizándolo un poco.

Dos veces seguidas me había visto ya Sebastian recién levantada y, aunque me encantaba la idea de tenerlo a mi lado 24/7, que me viera toda andrajosa y lagañosa no entraba en mi planes de conquista.

—¿Y convertir a alguien en un oso de peluche califica como qué? —preguntó Sebastian, cruzando los brazos de esa manera tan peculiar que tenía y mirándome con una expresión de burla.

La sonrisa se borró de inmediato de mi rostro.

—Te perdono por espiarme dormida.

—Yo no te perdono por convertirme en un oso de peluche.

Resoplé.

—Se llama Dr. Abracitos.

—¿Eh?

—Que si vas a decir algo al respecto al menos llámalo por su nombre. —Está vez fue mi turno de cruzarme de brazos, dispuesta a luchar por el honor de mi posesión mas preciada desde que era niña—: Dr. abracitos.

Salí de la cama mientras que Sebastian me dirigía una mirada de extrañeza. Como si yo le acaba de decir lo más absurdo del mundo.

—¿No? —respondió, en un tono dubitativo—. Eso es tonto, Lisis.

Ya iba llegando a la puerta de mi habitación, pero su comentario me detuvo en el acto y giré un poco sobre mi misma, mirándolo sobre el hombro.

—Ponerle nombre a tus peluches no es tonto —contesté, ofuscada—, además tenía seis años cuando recibí el peluche y en ese entonces me parecía una idea excelente.

Sebastian se quedó un momento en silencio, se llevó una pata al mentón e inclinó la cabeza en un gesto pensativo.

—¿Y cuantos años tienes ahora?

Inspiré con fuerza, ocultando lo ofendida que la pregunta me hacía sentir. Yo sabía muchas cosas de él, y él parecía no conocer nada de mí, incluso cuando ya habíamos compartido una clase juntos.

—Veintidós —respondí, terminando de girar sobre mi misma para quedar viendo en su dirección de una manera más cómoda.

—¡Dios! —respondió Sebastian—. Soy muy viejo, si no tengo cuidado en cualquier momento me descoso.

—En realidad —le dije, entrecerrando los ojos con malicia—, ya tiene varias punzadas de remiendo en el culo. —Sebastian iba a abrir la boca para decir algo, pero me le adelanté—. Y si sigues diciendo cosas malas de mi oso de peluche, las próximas serán en tu hocico.

Sebastian alzó los brazos en un gesto de clara rendición y yo sonreí con suficiencia. Giré sobre mis talones y me dispuse a salir de una vez por todas, quería ir a la cocina a prepararme algo para desayunar, se me antojaban unos huevos revueltos con queso y jamón, y un café con leche bien dulce. Mi estómago soltó un pequeño gruñido de solo imaginar la comida.

Abrí la puerta de mi habitación, poniendo un pie afuera, cuando la voz de Sebastian volvió a detenerme.

—¿A dónde vas?

—A la cocina. —Está vez no me giré—. Quiero desayunar algo.

—Llévame contigo —la petición del chico me tomó por sorpresa.

Me volteé a verlo: Sebastian estaba jalando una almohada y la empujó por el borde de la cama. El objeto cayó y Sebastian saltó encima de él, aterrizando sobre su espalda. Movió sus patitas con apuro, intentando llegar a mí con rapidez, y una pequeña sonrisa nació en mis labios.

—¿Por qué no hiciste eso anoche? —le pregunté, agachándome para recogerlo del suelo y tomarlo entre mis brazos. Caminé por el segundo piso hasta encontrar el principio de las escaleras, y empecé a bajar con lentitud, no tenía tanta prisa ahora que tenía a Sebastian conmigo.

Él se encogió de hombros como respuesta a mi pregunta.

—No es que me llamará mucho la atención dormir en el suelo —confesó, y yo me reí. Era cierto, mi habitación no tenía muchos sitios cómodos para dormir—, y tú sabes que no alcanzo a tomar la perilla de tu puerta. De todas maneras, tampoco me pareció buena idea vagar en medio de la noche por tu casa, ¿qué hubiera pasado si alguno de tus padres se despierta y me ve caminando por ahí?

Me detuve a medio camino entre el antepenúltimo y penúltimo escalón, mirando a Sebastian en silencio por unos segundos. Él me devolvió la mirada. Ambos estábamos pensando en los posible escenarios que se presentarían si alguno de mis padres se llegase a cruzar un oso de peluche parlante. Sebastian se encogió un poco y yo solté una risotada. Estaba claro que ninguno había pensado igual que el otro.

Llegué a la cocina con la sombra de una risa, Sebastian no había parado de hablar sobre el suceso imaginario y todo lo que podría suceder si eso llegase a ocurrir. Yo lo había puesto encima del mesón de la cocina, y lo escuchaba hablar mientras sacaba los huevos y la mantequilla de la nevera, buscaba un sartén, encendía la estufa y ponía todo a cocinar.

Lo escuché parlotear un poco más, sin prestarle mucha atención a lo que decía. No eran más que pensamientos exagerados que lo incluían a él quemándose en la chimenea del apartamento.

Solté una risita.

—Ni siquiera tenemos chimenea —le contesté, sacando el jamón de la nevera y echándoselo a los huevos, que ya estaban batidos y servidos en el sartén.

—Buscarían la forma —me contestó Sebastian.

Rodé los ojos y me dispuse a seguir preparando mi desayuno, como ya me había autocancelado mi primera clase del día, y Sebastian parecía muy ocupado creando teorías locas como para siquiera acordarse que él también tenía que estudiar, me tomé mi tiempo para exprimir algunas naranjas para hacerme un jugo. Le eché hielo, saqué los huevos del sartén, los puse en un plato y me dispuse a llevarlo todo a la mesa.

Cuando pasé por el lado de Sebastian le deposité un pequeño beso en la coronilla, provocando que este dejara de hablar.

—Déjate de teorías bobas —le dije—, yo no dejaría que te hicieran nada.

Él esperó a que yo dejara el desayuno en su sitio, y cuando volví por él me dedicó una mirada de desconcierto. Lo tomé del torso y lo llevé conmigo a la mesa del comedor, quería su compañía mientras comía, y sabía que él quería la mía.

Abrió la boca, como si fuera a decir algo, pero se arrepintió y se quedó callado.

Me metí el primer bocado de comida a la boca, tragué y tomé un poco de jugo. Sebastian me seguía observando sin decir nada. Me revolví un poco incómoda en la silla.

—¿Qué? —inquirí, sonando un poco más agresiva de lo que pretendía.

El osito movió de manera leve la cabeza, como si estuviera saliendo de lo profundo de sus pensamientos.

—Nada, nada. Estaba pensando en algo —me respondió.

Encarné una ceja, curiosa.

—¿Ah sí? Como qué.

Sebastian movió las patitas enfrente de su rostro, tratando de quitarle importancia al tema.

—En serio, en este momento no tiene importancia. Prefiero discutir contigo cosas más esenciales para mi vida —dijo.

Mastiqué con cautela. Este hombre andaba con muchos secretismos en este momento.

—¿Cosas como cuáles? —le contesté con la boca medio llena, poniendo una mano en frente de mi boca, para no correr el riesgo de dar una vista poco placentera con el bocado de alimento que tenía dentro. Tragué, Sebastian no quería responder mi pregunta—. Dale, dime qué cosas esenciales, apenas son las ocho de la mañana, tenemos todo el día para hablar de lo que necesites. —Intenté darle una sonrisa reconfortante, Sebastian tenía que entender que contaba conmigo de ahora en adelante, que solo nosotros podíamos encontrar la solución a este problema que teníamos encima.

Sebastian se aclaró la garganta antes de empezar a hablar.

—Bueno... sí te soy sincero no sé cómo empezar —dijo, y luego se quedó un momento en silencio, como si estuviera sopesando el peso de sus palabras.

Una alarma se encendió dentro de mi cabeza y la sonrisa se borró de mi rostro. ¿¡Y si quería hablar de lo que había escuchado ayer en mi clase?! ¿Y si me iba a preguntar qué sentía por él en realidad?!, ¿o preguntaba por su retrato, o el hecho de que mi mejor amiga digiera que él era el hombre con el que quería...? Oh no, debí de haber mantenido la boca cerrada.

Un leve temblor me poseyó las manos y, para disimular un poco lo nerviosa que me había puesto, tomé el vaso de jugo con firmeza.

¿Debía decir algo? No, no iba a seguir cagandola de esa manera. Ignoré la sensación de malestar que se había posado en la boca de mi estómago y esperé a que Sebastian siguiera hablando.

Él pareció percatarse de mi intención de no abrir la boca, así que tomó una respiración profunda, de esas que uno necesita cuando se prepara para decir algo difícil de digerir.

—Antes de empezar... tú dijiste que teníamos todo el día, ¿cierto? —preguntó, su tono de voz tenía un tinte de cautela, como si no quisiera decir nada erróneo.

—Cierto... —contesté, empujando la voz a través de mi garganta, no quería parecer nerviosa.

—Pues estuve pensando... —Oh no, nada bueno venía después de esa frase. Pasé saliva, de repente sentía seca la boca—. Y creo que lo mejor es que ni tú ni yo vayamos a la universidad hoy, hay algo que quiero hacer primero, si es que vamos a estar lidiando mucho tiempo con, bueno, con esto. —Sebastian se señaló a sí mismo.

Expulsé con lentitud el aire que estaba reteniendo y mi ritmo cardiaco disminuyó su velocidad. Por un momento creí que estaba presenciando mi fin.

—Vale, sí, puedo faltar a mis clases de hoy —contesté, más relajada—. ¿Qué quieres hacer?

Sebastian esperó a que llevara el plato a la cocina y, cuando volví, se puso de pie sobre la mesa del comedor, más seguro ahora que había estado de acuerdo con saltarme las clases del día.

—Tengo dos destinos el día de hoy, y, aunque me gustaría ir a los dos sitios, no sé si nos alcance el tiempo, siento que tengo que ir paso por paso en esto —me dijo Sebastian, tenía un tono de voz apagado, algo derrotado.

—Hey —le dije, ofreciéndole la mano para que se tomara de ella y poder ir arriba a alistarme para salir a donde sea que él lo quisiera—, estamos juntos en esto. Haré lo que sea necesario para arreglar todo este problema, te lo prometo.

Sebastian tomó mi mano y dejó que lo cargara. Sostuve al peluche entre mis brazos y lo apretujé en un suave abrazo. Él lo necesitaba. Yo lo necesitaba. Todo era muy raro para los dos y me alegraba saber que él estaba dispuesto a compartir la carga conmigo.

—Hagamos una cosa: tú me dices qué tienes en mente y yo te doy mi punto de vista, ¿qué dices? —propuse. Sentándome en el sillón con Sebastian sobre mis piernas, de pie—. Porque, ahora que recuerdo, anoche se me olvidó decirte algo —le dije, recordando de manera súbita la razón por la cual lo había llevado a hablar en privado conmigo cuando salí de mi última clase—. Quería que me dijeras qué querías hacer después de la noticia sobre... —me detuve un segundo, sintiendo las palabras amargas en la boca—. Sobre el hecho de que estás en coma. Así que, se podría decir que yo también tengo dos lugares a los que me gustaría ir contigo.

Sebastian se tomó un momento para analizar mis palabras.

—Okay, dime tus opciones y de ahí elegimos en orden de importancia —me dijo.

—Vale, pero ten en cuenta que la decisión final es tuya —le advertí. Yo sólo era su Uber personal, era él el que tenía que elegir qué necesitaba hacer primero—. ¿Vamos a la biblioteca en la que compré el libro o vamos al hospital a verte?

La mirada de Sebastian se clavó con fiereza en mis ojos y la respuesta que me dio hizo que mi corazón diera un vuelco y todo el color se me fuera del rostro.

¿¡Él quería que yo fuera ahí!?

Holaaaaa ❤️❤️❤️

¿Me quieren matar? Díganme que no, porfis.

Ya sé que me demoré muchísimo con la actualización y lo siento mucho, no hay excusa que valga, yo debería tenerlas a ustedes y a esta historia como una de mis prioridades principales en mi vida y no atrasarme con las actualizaciones.

Espero puedan perdonarme y que no se hayan ido de la historia por mi tonta demora.

Ahora, díganme, ¿a dónde creen que va a ir Lisis? Esto apenas está empezando, pero no se preocupen, la historia no va a estar muy movida, es más un relajante recorrido en el que van a reír y a disfrutar, aquí no vamos a matar de un infarto a ninguna lectora.

Las amo mucho❤️ no olviden comentar, votar y recomendar si les gusta la historia.

Besos en esas nalgas, Ónix.

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