32. Esa chica, rodeada de despedidas
La mañana siguiente Sebastian no quiso levantarse de la cama.
Por más de que le rogué que se pusiera de pie y me acompañara a desayunar, el osito no quería ceder.
Llegó a un punto en el que ni siquiera me miraba.
Cansada de toda la situación decidí hablar con él la noche del día dos, el tiempo corría y cada segundo contaba. No podía dejar que Sebastian los desperdiciara debajo de las sábanas de mi cama.
Con un movimiento rápido despojé al osito de su escudo protector y me senté al lado de él. Teníamos que hablar de esto juntos, así de sencillo.
Todo parecía tan extraño... sentía que estaba dentro de un reloj de arena gigante, y que podía ver paso a paso cómo caían los granos de arena que anunciaban el fin de mi relación con Sebastian.
Este era, de una u otra manera, el adiós. Aquí se acababa todo, habíamos llegado al final de nuestro camino.
Bien dicen que en los viajes lo que se disfruta es el recorrido y no es destino final.
¿Qué nos quedaba de esto más que el sentimiento agridulce de haber vivido lo que pudo haber sido?
Armada de valor, un valor que tenía que sacar desde el fondo de mi interior por los dos, me senté al lado de Sebastian, dispuesta a tener una de las conversaciones más difíciles de mi vida. Despedirse, decir adiós, hasta pronto... hasta nunca. La garganta se me cerró.
—Hay algo que no te he dicho —mi voz llamó por completo la atención de Sebastian, que se enderezó para escucharme.
—¿Qué es? —me preguntó.
—Tengo miedo. —Me encogí de hombros—. Estoy por completo aterrada del futuro, de mañana. No sé qué va a ser mi vida sin ti —confesé. Empezaba a sentir las lágrimas bailando detrás de mis párpados. Me las aguanté. Hoy no—. Tal vez tú no lo veas, pero tengo muchísimo miedo de perderte, porque esta vez no es una suposición. Esta vez es la realidad. Sebastian, voy a perderte. Voy a perder todo lo que tenemos. Me aterra. ¿Y si nunca nos volvemos a ver? ¿Si nunca nos cruzamos de nuevo? —Tomé un poco de aire, tenía que regular mis emociones al menos por esta vez—. Tengo miedo... porque tal vez es mejor para ti que esto termine así. —El osito dio un paso hacia atrás, como si no pudiera creer lo que yo estaba diciendo—. Piénsalo bien —le pedí—, estás metido en esto por mí, quedaste en coma por mí, por mis caprichos, por mi necesidad absurda de conseguir una pareja. Si yo no hubiera intervenido de la manera en la que lo hice, no correrías el riesgo de morir. Te condené a amarme, y amarme te llevó a sufrir. No soy buena para ti.
—No, Lisis —Sebastian por fin me dirigió la palabra—, no puedes seguir sintiéndote así. Basta de creer que fuiste algo malo para mí. Sí, las formas tal vez no fueron las mejores, pero no me importa. Ya no. En este punto del camino agradezco que todo haya pasado de la manera en la que pasó. Esta experiencia fue increíble, no me arrepiento de nada, aunque no haya podido hacer mucho al respecto. Cada risa, cada aventura, cada día vivido junto a ti es algo que atesoraré siempre, así no pueda recordarlo. Que se acabe, qué todo vaya a ser olvidado no quita el hecho de que pasó, de que tuvimos lo que tuvimos, y eso es lo único que me sirve de consuelo en este momento.
Tomé una respiración profunda. A veces la vida te llevaba por caminos que nunca pensaste andar y, a veces, la única manera de salir de estos era caminar hacia delante.
—No quiero que pasen nuestros últimos días juntos con ninguno de los dos estando mal —confesé, con el labio inferior salido en un puchero—, ¿qué te parece si nos prometemos aquí y ahora que no va a suceder? —quise saber—. Que, pase lo que pase, vamos a disfrutar de esto hasta que tengamos que decir adiós.
Sebastian asintió y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro de peluche. Parecía que, al final, ambos habíamos hecho las paces con el destino.
El día llegó.
Entré a la librería con Sebastian aprisionado contra mi pecho. Parecía una tarde normal de un día normal. Todos a mi alrededor se comportaban como siempre, entonces ¿por qué sentía el ambiente tan distinto? Mientras las personas se dedicaban a leer su libro favorito o a tomar un café, yo estaba a punto de despedirme por siempre del hombre al que amaba. Después del día de hoy ninguno se acordaría del otro, seríamos dos extraños de nuevo.
Sólo me quedaba la esperanza de que la vida quisiera volver a juntarnos una vez que nuestros caminos se separaran.
Me hubiera gustado al menos poder darle un beso de despedida a Sebastian, me hubiera gustado poder hacer algo antes de todo este proceso, pero no era posible. Ya estábamos ahí, no había marcha atrás, y todo ya estaba hecho o dicho.
Tomé una respiración profunda y caminé hacia el fondo de la librería. No vi a Ayla por ninguna parte, así que supuse que ya se encontraba adentro ayudando a Selene a preparar todas la cosas para el ritual.
No sabía qué podría pasarnos, pero confiaba en Selene. Ella había demostrado preocupación genuina por nuestro caso, había querido instruirme en la magia y se había mostrado comprensiva con cada una de nuestras decisiones.
Caminé hasta el fondo de la librería, justo al frente de la puerta de madera que pasaba por completo desapercibida y toqué tres veces. Ayla fue la que me abrió, se hizo a un lado para que yo pasara y, apenas hube entrado, cerró la puerta a mis espaldas.
Selene se encontraba calentando alguna bebida en la estufa de la cocina. Olisqueé un poco el aire, no reconocía el aroma. Fuese lo que fuese que estuviese haciendo ahí Selene, podía asegurar que no se trataba de ningún té o bebida que yo pudiera reconocer. Al verme, me hizo una señal para que me acercara a ella.
—Que bien que ya llegaste, Lisis. Esto está casi listo —me dijo, dejando de revolver el líquido y buscando algo en el cajón—. Hola, Sebastian —lo saludó, con una ligera sonrisa que parecía ser de serenidad—, ¿estás listo para el día de hoy?
—No realmente —le contestó el osito—, pero no hay nada que pueda hacer al respecto. Estoy un poco nervioso, eso sí —confesó, moviendo una patita delantera para rascarse de su frente una picazón inexistente—, no sé cómo se vaya a sentir ser humano de nuevo. Creo que ya me acostumbré a ser de la manera que soy. No sé qué vaya a pasar cuando tenga que volver a caminar. —El osito me pasó las patitas por el brazo que lo sostenía—. Extrañaré a Lisis. —Su voz pareció flaquear—. A ella más que a nada. Tengo que admitir que, ahora que estoy aquí, sientocomo si estuviera a punto de saltar desde un abismo muy alto, sin saber sihabrá o no una red de seguridad esperándome abajo.
Selene nos dirigió a cada uno una mirada reconfortante, se veía como una persona dispuesta a hacer que nuestra transición fuera lo menos traumática posible. Le pidió a Ayla que siguiera revolviendo lo que sea que estuviera haciendo en la olla de la cocina y se nos acercó a Sebastian y a mí con el objeto que, segundos antes, había estado buscando.
Se me puso la piel de gallina cuando la mujer se acercó a mí y pude ver la plateada aguja, brillante y filosa, que sostenía con destreza entre dos de sus dedos.
—Pásame tu mano derecha —me ordenó, extendiendo la mano izquierda de ella para que yo pudiera reposar la mía con comodidad.
Titubee un poco, ¿era esto de verdad necesario?
—Es necesario —dijo Selene, como si hubiera leído mis pensamientos. Encarné una ceja, curiosa.
—¿Ahora también lees la mente? —pregunté, nada más para distraer un poco a Selene y ver si podía zafarme del chuzón de la aguja.
La mujer alzó los hombros en respuesta. Mierda. Al parecer no había escapatoria de esto.
Selene me pinchó mi dedo índice hasta sacarle una gota de sangre de un tamaño considerable.
—No la dejes derramar —me advirtió, luego me ayudó a ponerme de pie y, con mucho cuidado, me llevó hasta el caldero en el que estaba calentando la sustancia.
Mi rostro se contrajo en una mueca de dolor cuando Selene me apretó un poco más mi dedo para que mi sangre lograra derramarse dentro de la mezcla. Al caer, sonó un suave tchzzz, muy parecido al sonido que hace una gota de agua que cae sobre una superficie muy caliente.
—Este es el último ingrediente que me faltaba —dijo Selene, pasándome un pedazo de gasa para que le hiciera presión a mi pequeña herida.
Vi cómo Ayla se acercaba a la bebida con dos frasquitos de cristal, les quitaba el tapón de corcho que estos poseían para no dejar escapar el contenido de su interior y los dejaba a un lado de Selene. Yo volví al lado de Sebastian y le tomé la patita. Mi estómago no dejaba de retorcerse gracias a todo lo que sentía en ese momento. Tenía nauseas, tristeza, felicidad, melancolía... todo eso y más revolviéndose con mi propia bilis. Habíamos llegado al final, Sebastian iba a ser libre. Yo iba a ser libre. Estábamos condenados a estar el uno sin el otro. Le agarré su patita con más fuerza, no era capaz de soltarlo. No era capaz de decirle adiós.
Selene tomó un poco del líquido que tenía adentro de su caldero con un cucharón y lo vertió en uno de los frasquitos, lo selló con cuidado y luego repitió el proceso con el otro.
—Bien —se giró, dirigiéndose hacia nosotros—, ya casi estamos listos para que se vayan. Iré arriba por unas varitas de incienso y ya bajo a explicarles qué tienen que hacer —nos dijo—, presten mucha atención y háganlo todo en los pasos correctos, porque si fallan o se equivocan, no sé qué podría llegar a pasar, ¿entendieron?
Sebastian y yo asentimos con la cabeza. Por supuesto que ambos queríamos que saliera bien, esta era una situación de vida o muerte y yo no iba a arriesgarme a correr con ningún fallo en el procedimiento.
Así que, una vez que nos hubo advertido, Selene subió por las escaleras de madera y desapareció en el segundo piso de su casa por, al menos, cinco largos minutos. Al volver, traía consigo cuatro varitas de incienso amarradas con un hilo morado.
—Escúchenme bien, lo que tienen que hacer es...
***
El corazón me palpitaba como un caballo desbocado dentro de mi pecho, las manos me sudaban frío y la voz se me quiso quebrar cuando, casi gritando, les deseé a mis padres una feliz noche y cerré con candado la puerta de mi habitación. Después de que Selene nos hubiera hecho repetir tres veces las instrucciones en voz alta, nos había dado su visto bueno para venir a intentar el ritual. Desde mi perspectiva, nada podría salir mal, los pasos eran simples y fáciles de seguir, sólo debía tener cuidado con el orden en que los hacía.
—De acuerdo. —Busqué a Sebastian con la mirada—. Tienes que subirte a la cama mientras enciendo las varitas —le dije, repitiendo como robot lo que Selene me había explicado.
—Estoy muy nervioso —me dijo Sebastian—, creo que voy a vomitar todo el relleno que traigo adentro. —Hizo un sonidito de arcada—. Oh no, ahí viene, lo puedo sentir.
—Hey, hey, tranquilo —le respondí, no podíamos estar agitados para este procedimiento. Selene nos había dejado muy claro que debíamos despejar la mente de todo, dejarla en blanco y tratar de relajarnos lo máximo posible—, voy a estar a tu lado todo el tiempo. ¿Estás listo?
Sebastian cerró los ojos y respiró profundamente.
—Estoy listo.
Lo ayudé a llegar hasta el centro de la cama, apagué las luces de mi habitación y encendí las varitas de incienso una a una, poniéndolas en pequeños recipientes que podían sostenerlas de pie. Cada una de ellas tenía que ir en un punto cardinal exacto, primero se encendía la que se encontraba en el norte, se seguía con la del oriente, después de eso debía bajar al sur y, una vez que encendiera la de occidente, debía de hacerlo estando yo dentro del rombo que estas varitas formaban entre sí.
Una vez que ese paso estuvo hecho, el aroma del incienso se hizo presente en mi habitación y la segunda parte del hechizo debí de ser puesta en marcha.
Desde que se había convertido en peluche, Sebastian no había intentado tomar ni comer nada, como decía que no tenía esa necesidad, nunca tuvo tampoco el deseo de intentarlo, tal vez ese era el motivo por el cual miraba con consternación el frasquito que contenía el líquido que Selene nos había preparado ese mismo día.
—¿Y si no funciona? —preguntó Sebastian antes de beberse el líquido extraño.
—Lo hará —le aseguré, quitando el corcho de mi propio frasco—. Me gustaría decirte que estaré a tu lado cuando despiertes, pero por ahora sólo me queda desear que la vida nos vuelva a juntar. —Mis ojos amenazaron con llenarse de lágrimas, pero me las tragué. No aquí, mucho menos ahora. Una despedida así no debía ser arruinada con llanto.
—Espero verte así sea en sueños, Lisis —me dijo Sebastian—, así no lo sepa, así sólo seas un rostro desconocido que simplemente ha aparecido ahí. Viviré tranquilo si así fuera.
Abrí mis brazos y Sebastian corrió hacia ellos. Fue un abrazo perfecto, único, en el que ambos nos sostuvimos el uno al otro por un instante hermoso. Era una despedida inigualable. El fin de una historia que, tarde o temprano, habría que terminar, porque no se puede vivir para siempre en los errores del pasado.
Sin más tiempo que perder, Sebastian y yo nos tomamos el líquido de un solo bocado. Para mi sorpresa era tan insípido como el agua misma. Apenas el líquido bajó por mi garganta me acosté boca arriba en la cama. Selene había sido muy insistente con que recordáramos este punto del ritual. Sebastian me imitó.
El humo que se desprendía de las varitas de incienso se volvía cada vez más denso, haciendo su camino a través de mi sistema respiratorio. Los párpados me empezaron a pesar y el cuerpo perdía cada vez más su movilidad, como si estuviera siendo anestesiada. Quise bostezar, pero el rostro no me respondía. Lo único que podía hacer era ver a Sebastian, que tampoco quitaba su mirada de mí. Me desesperé, pues ahora me costaba dejar abiertos los párpados, y el simple hecho de saber que, cuando los cerrara, todo esto iba a terminar, hizo que, por un segundo, sintiera miedo y arrepentimiento. Sebastian y yo nos íbamos a olvidar el uno del otro y yo todavía no le había dicho que lo amaba.
Tenía que hacerlo... él tenía que saberlo, así lo fuera a olvidar después, tenía que sacarme este sentimiento del pecho.
Como nada me respondía, intenté decírselo con la mirada, implorando que pudiera entender el mensaje antes de que me quedara dormida.
No supe si funcionó o no, porque antes de caer en la completa oscuridad, me pareció ver desparecer ese destello de vida en los ojos del peluche.
Próximo capítulo: Esa chica, sumergida en dolor.
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