21. Esa chica, tiene una cita
Esto no podría salir bien.
Mi experiencia en la vida me lo decía. No. Me lo confirmaba. Mis primeras citas eran desastrosas, eran el presagio de la calamidad. Si iba a una cita con Luca, las cosas iban a terminal mal.
Sin embargo, ahí me encontraba yo: terminando de ponerme unas botas para salir a un tour nocturno por los lugares "embrujados" de mi ciudad. Era algo que se solía hacer, y no me parecía un mal plan ahora que estábamos unos días dentro de octubre. Tener un poco de adrenalina en la vida era algo bueno, ademas, a mí siempre me había gustado bastante el terror.
Sebastian me observaba con la patitas colgando al borde de la cama. No había querido hablar conmigo desde que se enteró que había aceptado salir con Luca, y se enojó aún más cuando se dio cuenta que no iba a llevarlo conmigo.
Mi celular sonó. Era un mensaje de Luca.
¿Estás lista?
Claro que sí.
Estoy en frente de tu puerta.
Apenas leí el mensaje, el timbre del apartamento sonó. Me di una última mirada en el espejo de mi baño, me acomodé el gorrito negro con el que había decidido salir esa noche, y me dirigí a la puerta de mi habitación.
—Lisis.
Escuchar a Sebastian pronunciar mi nombre me detuvo en seco. Lo miré por encima de mi hombro. Su actitud también me tenía un poco molesta, no me gustaba que dudara de mi amor por él. Había aceptado la cita de Luca de manera impulsiva, porque me gustaba pasar tiempo con él, sin ninguna otra intención detrás. No quería ponerlo celoso, ni tenerlo de segunda opción, ni estaba jugando con sus sentimientos, u otras de las demás cosas que me dijo unas horas antes de la cita.
—¿Qué quieres, Sebastian? —contesté, un poquito más apática que de costumbre.
Él no respondió.
El timbre volvió a sonar.
Al ver que Sebastian parecía no querer decir nada, abrí la puerta y salí por ella.
—Me voy —avisé, tajante, mientras cerraba la puerta detrás de mí y no daba espacio a más conversación.
Mis padres estaban en la sala, viendo la primera entrega de Jhon Wick, tenían entre ellos un tarro grande de palomitas de maíz y estaban muy concentrados en las imágenes de la pantalla.
—Adiós, mamá. Adiós, papá —me despedí de ellos, dándoles un beso a cada uno.
Como hija ejemplar, ya les había avisado que iba a salir, pero no mencioné la palabra "cita", podrían llenarme de preguntas que no podría contestar con sinceridad.
—Lisis —me llamó mi padre antes de que pudiera atender la puerta—, toma. —Me tendió un billete de media nominación y yo lo recibí con una sonrisa de agradecimiento.
Sin perder más tiempo, le abrí la puerta a Luca, me volví a despedir de mis padres con un movimiento de la mano y salí.
Luca se había vestido bien para la ocasión: traía puesta una cazadora de cuero marrón, una camisa cuello tortuga negra, con pantalones a juego, a los cuales les colgaba del cinturón varías cadenas, y unas botas de apariencia militar. Su pelo estaba peinado con gel, pero eso no evitaba que algunos mechones se le desprendieran y cayeran en su frente. Sus ojeras estaban un poco más marcadas, eso me sacó un pequeño pensamiento de intriga, pero no le hice mucho caso.
Ahora yo me sentía ridícula con mis blue jeans y mi hoodie negra extra grande. Gracias al cielo había decidido maquillarme.
—¿Lista? —me preguntó Luca con cierta chispa en los ojos.
Me acomodé las mangas del hoodie, revolviendo un poco la tela, para que cubriera mis manos.
—Sí —contesté, con una sonrisa.
—Entonces, andando.
***
La moto vibró debajo de mis pies, haciéndome sujetar con más fuerza al torso de Luca. Me aferré con las manos a la tela de su cazadora, hundiendo los dedos en su abdomen. Cerré los ojos: estaba aterrada.
—Tranquilízate, Lisis. —El brazo izquierdo de Luca se movió, segundos después sentí el tacto de sus dedos sobre los míos, intentando liberarlos un poco—. Sólo he encendido la moto, ni siquiera hemos comenzado a andar —intentó calmarme, pero logró la reacción contraria, por lo que me apretujé más contra él.
—No quiero morir —gimoteé.
—No te vas a morir. —La moto hizo un balanceo y escuché cómo se abría el portón del garaje—. No te pondría en peligro de manera intencional, en serio.
Mi agarre se aflojó un poco. Luca tenía razón, yo sabía que no nos iba a pasar nada, pero eso no quitaba el miedo absurdo que sentía posarse en mi espalda.
—Bien —contesté, abriendo los ojos y relajando un poco (sólo un poco) mi postura—, pero no vayas muy rápido —le pedí, con un tinte de pánico en la voz.
Luca soltó una risa.
Y aceleró.
El grito salió de mi garganta con fuerza y mis manos no sabían qué hacer: si me sostenía con fuerza en el abdomen de Luca podría quitarle la respiración y causar un accidente; si las bajaba un poco más, estaría llegando a una zona peligrosa que no me interesaba explorar en este momento. Sin ningún otro camino qué recorrer, mis manos subieron un poco más hacia el pecho de Luca, estaba buscando un punto de agarre, algo que asegurara mi supervivencia.
Sentía la punta de los dedos helada, y un leve, pero doloroso tirón se estaba haciendo presente en mi nalga izquierda, ¿faltaba poco para llegar? No iba a resistir en esta posición durante mucho tiempo más.
Pasaron unos cuantos minutos antes de sentir cómo la velocidad disminuía poco a poco, íbamos llegando a un parqueadero en el que podíamos dejar la moto para ir al tour por la ciudad. Luca apenas y la había apagado cuando yo me bajé tambaleante, con frío y ambas nalgas adoloridas. Me estiré y le devolví el casco.
—¿Estuvo tan mal? —me preguntó, mirándome con una expresión de diversión y preocupación.
—Más o menos —respondí, forzando una sonrisa—. No soy muy fan de las motos, si te soy sincera.
—No te preocupes. —Luca le tendió los cascos a la persona encargada del parqueadero y esta le devolvió un ticket para reclamarlos después—. Te comprendo, a veces suele ser difícil para cierto tipo de personas.
Fingí que me ofendía.
—Es sólo falta de costumbre —me defendí.
Luca soltó una risa pequeña.
—No tienes que fingir valentía cuando yo era al que te aferrabas como si se te fuera la vida en ello —contestó, pasando por mi lado. Los ojos le resplandecían y yo de repente recordé dónde estaba y qué estaba haciendo.
El color se me subió a las mejillas y desvié la mirada. ¡Qué vergüenza!
Intenté balbucear una disculpa, pero Luca me interrumpió con la excusa de que no tenía importancia, puso su mano en mi espalda y me guio hacia el sitio de reunión.
Supe de inmediato cuál era porque había un hombre que cargaba un mini parlante en su cintura, con un micrófono en la mano, e intentaba controlar la llegada de todos los asistentes. Luca caminó hacia él y le dio nuestros tiquetes, el guía asintió, los guardó en un canguro que tenía del otro lado de su cintura y nos indicó que nos uniéramos al grupo.
—Buenas noches —la voz del guía sonó clara y fuerte—, ya estamos completos, así que, ¿listos para empezar el recorrido?
Las personas a mi alrededor corearon una respuesta afirmativa. Yo no podía evitar balancearme un poco hacia adelante y hacia atrás en mis talones. La verdadera razón por la que había aceptado esta cita era porque sabía que iba a salir mal. Esa era mi maldición. Si funcionaba con Luca, él podría tomar distancia de mí y así las cosas entre Sebastian y yo podrían estar bien, sin la necesidad de sentirnos incómodos por la presencia de mi vecino.
En mi cabeza sonaba como un plan perfecto.
En menos de lo que pensaba el grupo comenzó a moverse, así que tuvimos que seguirles el paso. Luca y yo terminamos casi a la retaguardia del grupo, al principio no me molestó, me sentía cómoda estando casi a solas con Luca, no parecía un chico pervertido ni nada por el estilo. Todo lo contrario: apenas y había pronunciado alguna palabras desde que el tour había iniciado. Se veía concentrado, como pensativo, y no me sentía lo suficientemente valiente para iniciar una conversación.
Las construcciones iban pasando una en una y a mí, como la gallina que era, ya me estaba empezando a dar miedo. Un escalofrío se extendió por toda mi espalda e inconscientemente di un paso más cerca a Luca, chocando por un momento nuestros brazos.
—¿Está todo bien? —me preguntó este, mirándome desde arriba con cierta preocupación.
Asentí. Ambos nos detuvimos por dos segundos.
—Me pareció escuchar algo dentro de esa casa. —Señalé una casa con apariencia antigua.
—Tal vez haya sido un gato —respondió.
Di unos pasos al frente, no me quería alejar mucho del grupo.
Sentía como si alguien me estuviera mirando.
—Vámonos —le pedí, tomándolo del borde de su cazadora y jalándolo un poco para que viniera conmigo.
Gracias al cielo Luca me hizo caso.
¿Qué me pasaba? Me consideraba a mí misma una persona amante del terror, solía ver películas de este género sola, en mis años de adolescencia solía gastar horas leyendo creepypastas, y nunca me sentaba mal una buena historia de terror contada a las tres de la mañana durante una reunión de amigos. ¿Por qué me sentía tan asustada de repente? Las manos me temblaban, sentía una presión molesta en el pecho y, si no me concentraba, iba a comenzar a llorar.
Iba a arruinar la cita. Más que todo porque el plan lo había propuesto yo.
Luca iba a pensar que yo era una inestable, en cualquier momento los nervios me traicionarían e iba a arruinarles el rato a todos los presentes. Las lágrimas se me asomaron en los ojos gracias a estos pensamientos. Intenté controlarlas, pero fue muy tarde y una de ellas se escapó y se deslizó por mi mejilla. Bajé la mirada al piso para limpiármela con disimulo. Empecé a temblar con más fuerza, quería salir corriendo.
Bueno, supongo que así tenía que terminar.
Este era el punto en el que todo se rompía. Algo salía mal, yo tenía una reacción que incomodaba a la persona con la que estaba, se aguantaban hasta que la cita terminara y no me volvían a hablar nunca más en la vida.
Luca y yo seguíamos detrás de todos los presentes. Las personas estaban tan ocupadas escuchando al guía y hablando entre ellos, que nadie se percataba de la pareja que se había quedado atrás.
Sólo quedaba esperar el golpe final.
Cuando el grupo se detuvo en frente de una gran catedral y Luca se quedó unos pasos más atrás, como si se quisiera asegurar de que nadie iba a escucharnos si hablábamos en un tono de voz moderado, supe que vendría, supe que ya había dado inicio y sólo restaba esperar su cara de fastidio, algún reclamo y, al día siguiente, darme cuenta que me iba a aplicar la ley del hielo por mucho tiempo.
Cerré los ojos y volví a agachar la cabeza. Muy en el fondo me sentía mal, Luca era, desde mi perspectiva, una buena persona, y sentía que habría podido disfrutar su amistad si no hubiera salido con él. Pero Sebastian era mi prioridad, y yo quería que él se sintiera seguro a mi lado.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por el tacto de dos dedos en mi barbilla. Abrí los ojos al tiempo que Luca me levantaba el mentón con firmeza, pero delicadeza. Mi mirada conectó con la de él. Estaba serio, preocupado. Su mano se movió con suavidad, y su pulgar limpió la lágrima que huía, victoriosa, de mi ojo derecho.
—¿Segura que estás bien? —inquirió, esta vez con más seriedad.
Quise desviar la mirada, me daba vergüenza que me viera en este estado tan lamentable. Luca no me lo permitió, tomó mi mentón de nuevo y me hizo volver a mirarlo. Esta vez la acción fue un poco más fuerte. Él tenía el ceño un poco fruncido.
—Quiero que me digas la verdad, Lisis. —Luca dio un paso hacia mí, cortando un poco la distancia entre los dos. Se veía grande, intimidante, y yo me sentía tan pequeña... —. Si estás mal tienes que decírmelo. —Su voz era firme, el tipo de tono que alguien usa cuando no quiere dar espacio a reclamos ni contrariedades—. Vienes conmigo, eres mi responsabilidad, tengo que asegurarme que estés bien, que te sientas cómoda. ¿No quieres estar aquí? —Negué con la cabeza. Luca se quedó en silencio por un largo segundo—. ¿No quieres estar conmigo? —preguntó, y detecté un poco de tristeza en la pregunta.
—No es eso —me decidí por fin a hablar.
Luca desvió su mirada por un segundo encima mío, el guía ya estaba terminando de contar la historia de la catedral, así que teníamos que seguir caminando en cualquier momento.
—Me dio mucho miedo —admití, avergonzada.
El espacio que había entre Luca y yo despareció y fui rodeada por sus brazos. Su pecho se pegó a mi rostro y la cremallera de su cazadora me rozó la nariz.
—Lisis. —Escuché como Luca decía mi nombre.
Aún dentro de sus brazos, alcé la cabeza para poder verlo bien. Él me miró de vuelta y una suave sonrisa se dibujó en sus labios. El corazón se me aceleró un poco, rayos, era la primera vez que una cita no terminaba en desastre, ¿por qué me tenía que pasar esto a mí?, ¿por qué ahora?
—No hay nada a nuestro alrededor de lo que yo no fuera capaz de protegerte —me dijo Luca, soltando el abrazo y empezando a caminar, pues el grupo se estaba moviendo y no podíamos alejarnos demasiado.
Sonreí, aunque la expresión me salió más triste de lo que quería porque, aunque todo lo que estaba pasando se sentía muy bonito, no podía evitar sentir un pequeño dolor en el corazón, lleno de culpabilidad al desear que la persona que estuviera diciéndome todo esto no fuera Luca, sino Sebastian. Sentía, muy en mi interior, que estaba equivocándome con Luca, que él no merecía que yo estuviera así, caminando a su lado con su brazo encima de mis hombros como si entre los dos alguna vez pudiera pasar algo más que una simple amistad.
Después de la catedral hicimos una parada más antes de volver al punto de partida, el recorrido había durado dos horas y ya era bien tarde en la noche, así que Luca y yo no nos demoramos en subirnos a la moto. Yo lo esperé al lado de esta, con los brazos cruzando en un intento por protegerme del frío de la noche, mientras que él se encargaba de pagar el tiempo de parqueo.
Nos subimos a la moto y, esta vez, intenté no gritar ni exaltarme. De todas maneras, no me costó mucho conseguir mi objetivo. Esta vez fue mucho más fácil, mis dedos ya no se aferraban con fuerza a la ropa de Luca, ya no tenía miedo de caer, sabía que iba a llegar sana y salva a mi casa, porque Luca no iba a hacer nada que nos pusiera en peligro.
Íbamos avanzando por las calles casi vacías de la ciudad, y yo me sentía bien. Me sentía feliz. Al parar en un semáforo, me vi en el reflejo del vidrio oscuro de un taxi que había a nuestro lado. El reflejo de una chica con un casco blanco y su pelo lacio revoloteando a su alrededor por el viento me devolvió la mirada. Desvíe la mirada hacia el reflejo de Luca. No podía creer que había sobrevivido a una cita con él y que nada haya salido mal. Mi corazoncito latió nervioso en el pecho, ¿era posible que saliera la amistad que yo esperaba de esta experiencia? Quería pensar que sí, que era posible tener a mi lado a Luca como mi amigo, porque, aunque todavía no tenía el valor de decirle, mi corazón le pertenecía a Sebastian. El semáforo cambió a verde y la moto volvió a avanzar.
Pasaron unos minutos más antes de que viera nuestro edificio erguirse entre las demás construcciones de la ciudad. Una pequeña de sensación de ansiedad me invadió, todavía tenía que enfrentarme a Sebastian, que estaba esperando en mi habitación a que llegara. Un bostezo se me escapó de la boca cuando por fin Luca parqueó la moto dentro del edificio.
—Me divertí mucho contigo esta noche —me dijo Luca cuando llegamos al frente del ascensor.
—¿De verdad? —le pregunté, un poco escéptica por sus palabras.
—Sí, Lisis, creo que tu compañía es muy reconfortante. —Luca sonrió. Yo le devolví la sonrisa.
—Pienso lo mismo de ti —confesé—, siento que tú y yo vamos a ser muy buenos amigos —añadí. Mi sonrisa se ensanchó, la de Luca flaqueó un poco.
—Seguro que sí.
Entramos cuando el objeto llegó a recogernos y subimos hasta nuestro piso más rápido de lo que pensé.
—Que descanses —me dijo Luca al llegar a la puerta de mi apartamento.
—Igualmente —le respondí. Abrí la puerta y estaba a punto de cerrarla, cuando la voz de Luca me hizo detenerme.
—¿Lisis? —Escuché que me llamaba.
Asomé la cabeza por el marco de la puerta.
—¿Sí?
Vi a Luca vacilar un segundo, parecía querer decir algo. Al final pareció arrepentirse y sólo me soltó un débil:
—Nos vemos en la universidad.
Asentí con levedad y le dediqué una sonrisa.
—Nos vemos en la universidad —repetí, a modo de despedida. Le dije adiós con la mano y cerré la puerta detrás de mí.
Solté un suspiro de cansancio, por un segundo me hubiese gustado que mi cita con Luca hubiese salido mal, que él hubiese decidido no volver a hablarme nunca o cualquiera de las demás consecuencias que todas mis citas habían tenido antes. Pero no, mi vida había sufrido un pequeño giro de tuerca, y me asustaba que pudiera significar más de lo que parecía a simple vista. Tomé una inhalación profunda. Fuera lo que fuera lo que me esperará en un futuro, iba a afrontarlo con la frente en alto. Si mi vida cambiaba, yo iba a hacer lo mismo.
¡Hola a todas!
Volví. La explicación de mi ausencia está anclada en mi Twitter.
Besos en esas nalgas, Ónix.
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