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2. Esa chica, curiosa

Me quedé dormida sin darme cuenta. Había estado mirando Netflix y revisando mi celular buscando más pistas de la chica misteriosa, pero no había encontrado nada más. Nada. ¿Cómo era eso posible? Me había acostado casi a las cuatro de la mañana dándole vueltas a las cosas.

Si el universo me iba a enviar un mensaje diciéndome que estaba demente, probablemente fuera este.

El único motivo por el cual anoche había abandonado la comodidad de mis cuatro paredes fue porque mis padres habían llegado justo a tiempo para la cena y tuve que acompañarlos a comer.

Así que el domingo por la mañana, en vez quedarme como una floja acostada en mi cama, me puse ropa cómoda y salí a dar una vuelta por las calles de mi ciudad. Tenía que despejar mi mente de alguna manera, tenía que hallar algo que me distrajera lo suficiente como para olvidarme de todo el asunto por un rato. Mis padres no hicieron muchas preguntas cuando me vieron salir del apartamento, por lo general acostumbraba a comprar los materiales artísticos que iba a necesitar para las clases los domingos, y esa fue la excusa que usé para pedirles algo de dinero. Salí de la puerta de mi edificio, despidiéndome del portero de turno y empecé con mi expedición. Me puse mis auriculares bluetooth y los escondí debajo de mi pelo.

Caminé un rato por los alrededores de mi barrio, me comí un helado y me quedé un rato viendo los escaparates de las tiendas hasta que perdí el interés en el área comercial. Necesitaba algo más efectivo. Decidí tomar un bus que me llevara al centro de la ciudad. Ahí había tiendas pequeñas con productos locales que a los turistas les gustaba comprar, las calles eran más angostas y los caminos de piedra le daban un aire un poco más rustico a esa parte de la ciudad. Cuando iba a ese lugar, me sentía distinta, como si de repente pudiera sentir el vestigio de las épocas pasadas, épocas en las que las carrosas, los tocados de plumas y la magia vivía con más fuerza entre los seres humanos. Era un lugar en el que me gustaba estar.

Me sentí mucho mejor cuando la suela de mis zapatos tocó el camino de piedra que llevaba a mi lugar favorito en toda la ciudad. Caminé esquivando a las personas, entré a varias tiendas de antigüedades y poco a poco fui perdiendo la noción del tiempo entre las figuritas de colección, los imanes de nevera e incluso me quedé durante bastante tiempo observando los atrapasueños de una tienda que parecía vender sólo productos de ese tipo. Entraba y salía de las diferentes tiendas a mi antojo, miraba a las personas pasar y varias veces me devolví al lugar que vendía atrapasueños para comprarme algunos que me habían parecido bonitos.

Cuando menos lo noté, mi estómago me gruñó en protesta, la hora del almuerzo había pasado y ya estaba empezando a sentir bastante hambre. Rápidamente localicé un McDonal's y pedí una orden rápida. Me senté en una de las mesas de afuera y me puse a revisar mis redes sociales en lo que salía mi pedido. De manera inconsciente entré en el perfil de Sebastian y me quedé observando la foto que tenía con la chica desconocida, mis cejas se hundieron en mi frente, al tiempo que sentía un pequeño dolor en mi corazón. No sabía si estaba celosa o molesta, pero en definitiva no me gustaba en lo absoluto. A ver, ya sabía que Sebastian y yo no eramos muy cercanos en lo absoluto, aunque eso no me impedía preguntarme por qué había elegido a otra chica antes que a mí, ¿acaso los pocos momentos que habíamos pasado juntos no habían sido suficientes para formar un lazo de, por lo menos, una amistad? Un sonido fue mi respuesta, al parecer, mi orden ya estaba lista.

Mientras desenvolvía mi hamburguesa, me iba imaginando que Sebastian aparecía en medio de la multitud de personas que caminaban por la calle a la que estaba mirando. Nuestras miradas se cruzaban y él me sonreiría, porque recordaría quién era yo, se apresuraría a saludarme y se sentaría al frente mío, charlaríamos un rato y luego él se iría sin antes pedirme que nos volviéramos a ver.

Eso pasaría si estuviera en un mundo ideal, pero no estoy, así que tuve que limitarme a comer mi hamburguesa con la única compañía que tenía: la música de Conan Gray que salía en este momento por mis audífonos. Mi vista se clavó en la servilleta usada que quedaba en mi bandeja, dejándome llevar por la letra de la música. Suspiré, había mucha verdad en lo que estaba escuchando. Saliendo por fin de mis cavilaciones me puse de pie para botar a la basura las cosas que habían quedado sobre mi bandeja, ahora tenía muchas más cosas en la cabeza y la salida que había tomado para "despejarme" había resultado en todo lo contrario.

El cielo fue tomando un color grisáceo, las nubes se arremolinaron entre ellas y un relámpago las rompió por la mitad. Las personas miraron hacia arriba, buscando alguna señal de lluvia: todavía no había nada, ni siquiera las pequeñas gotas que funcionaban como los heraldos de una gran tormenta. Una fina niebla apareció en la escena, recordándonos que, no importaba qué época del año fuera, las lluvias y el frío iban a estar presentes siempre y que podían llegar en el momento en el que menos lo esperabas. Suspiré, lo que provocó que un muy visible vaho saliera de mi boca. Tenía frío. Mi suéter hacía el trabajo necesario para mantenerme caliente, pero sentía cómo el aire estaba destrozando mi rostro, si llovía, el frío podría congelar mis orejas. Sin pensármelo mucho, caminé hasta una tienda pequeña y me compré unas orejeras blancas tan grandes que alcanzaban a cubrir una pequeña parte de mis mejillas. Continué caminando por las pequeñas calles empedradas, la niebla estaba densa e incluso había personas que tenían abierto su paraguas. Fruncí el ceño. Yo, en mi afán por salir a buscar respuestas, no había llevado dicho objeto conmigo.

Las gotas de agua empezaron a caer de manera lenta, pesada, como si no tuvieran prisa alguna en empapar toda la ciudad. Alcé la vista, el cielo estaba lleno de nubes grises que se arremolinaban las unas a las otras. Era obvio que estaría pronto a llover y lo mejor era que encontrara refugio lo antes posible. Muerta del frío y sin pensar muy bien a dónde estaba entrando, subí por unos pequeños peldaños de piedra hacia una puerta de madera con un libro tallado en ella.

El calor de la librería y cafetería me recibió apenas puse un pie en su interior. Cerré la puerta a mis espaldas al tiempo que una ráfaga de viento intentaba colarse para destruir el cálido habiente del establecimiento. Nadie se volteó a mirarme. Las personas en su interior estabas muy concentradas charlando en voz baja entre ellas o leyendo en sillones individuales puestos de manera estratégica para dar la impresión de estar solo en medio de libros. Lo primero que veían los ojos eran cuatro mesas de madera que estaban llenas por completo, la recepción al lado izquierdo y al fondo lo que parecían ser filas y filas de miles de libros. Las secciones se encontraban marcadas en placas doradas al principio de cada fila: Romance. Historia. Internacional. Autoayuda. Terror. Mis ojos se movían con rapidez por todo el sitio, estaba pasmada con la simpleza del mismo. Todo parecía estar hecho de madera y cuero, como si hubiera entrado a un viejo establecimiento medieval.

Debí haberme quedado mucho tiempo parada sin hacer nada, porque una chica se me acercó con una sonrisa amable dibujada en el rostro. No debía llegar ni al metro sesenta, tenía el pelo negro muy corto y el maquillaje que traía la hacía ver cómo una pequeña hada. Yo le devolví la sonrisa, mirándola casi diez centímetros más arriba.

—¿Puedo ayudarte en algo? —me preguntó, con una voz dulce.

—Gracias, la verdad sólo estoy mirando —le respondí.

—No hay problema, ¿es la primera vez que nos visitas? —volvió a preguntar.

Asentí con la cabeza, al tiempo que me quitaba las orejeras y las dejaba colgando en la mochila. En el calor del interior no las necesitaba.

—Sí, se ve muy bonito —contesté, mirando cómo una pareja se paraba de una mesa y se acercaba a nosotras—. Lo siento —les dije, moviéndome de la puerta para que pudieran salir. El frío de la lluvia se coló hacia adentro cuando la pareja salió a la calle, otorgándome por un momento la visión de la lluvia que arremetía contra la ciudad. Estaba claro que no podía salir por un rato más.

—¿Quieres que te diga qué puedes hacer aquí?

Volví a asentir, de todas maneras no tenía nada más que hacer ni a dónde más ir.

—Vale. Pues esta es una cafetería y librería al mismo tiempo —empezó a decir la chica—, aquí puedes venir a leer tus libros, tomarte una bebida caliente, también comprarnos y vendemos libros de segunda y primera mano. Si quieres darte una vuelta por los estantes y ver qué te llama la atención, puedes hacerlo. Si te lo quieres llevar a tu casa, puedes sacarlo prestado si te unes a nuestra membresía, si no, tendrás que comprarlo. ¿Quieres ver nuestra carta de bebidas? —La chica me tendió un menú el cual no había visto que traía consigo. Sin recibírselo, le di un vistazo. Todo aquí parecía salido de una cabaña encantada.

Le dediqué una sonrisa antes de rechazarlo.

—No, muchas gracias. Acabo de almorzar —expliqué.

—Tranquila, no pasa nada —me respondió la chica—. Si necesitas algo, avísame —me dijo, antes de sonreírme una última vez y dar media vuelta para seguir atendiendo al resto de la clientela.

Me dirigí a la zona de los libros. Pasando la mirada de manera superficial por los títulos impresos en los lomos de estos. Me encontré con algunos conocidos, pero la gran mayoría eran un misterio para mí. Estudiaba arte. Me gustaba transmitir mis emociones y pensamientos a través del color y la pintura, no las letras. Por ese motivo, mis conocimientos en literatura eran mínimos, a menos que se trataran de libros de historia del arte.

Vagué un rato más entre los diversos estantes. Iba con la mirada errante, sin prestar mucha atención a lo que tenía en frente. De vez en cuando tomaba algún libro que me llamaba la atención, lo hojeaba un poco y lo volvía a poner en su puesto. Era una acción que repetía cada vez más seguido, pues las ganas de saber qué tenían escrito era cada vez más grande. Si aquel tenía ese tipo de letra, ¿entonces este sería igual?, si al de allá le pusieron números en vez de nombre a los capítulos, ¿a este también? ¿Cómo se llamaría el protagonista del libro que sostenía en este instante? ¿Y cómo se llamará el protagonista del que eligiera a continuación?

Así llegué a una esquina de la librería bastante pequeña, no tenía más de cincuenta centímetros de ancho y los libros que reposaban en la estantería apenas sí alcanzaban a ser tres por fila. Todos se veían bastante antiguos. Busqué con la mirada la placa dorada que me indicaría a qué sección o género literario pertenecían, pero no encontré nada. Di un paso al frente para acercarme más a los libros, al punto que prácticamente tenía la nariz enterrada en ellos. Ningún lomo tenía escrito nada. Me puse de puntitas para lograr ver lo que estaban más arriba. No había nada. Me agaché para ver los que estaban más cerca del piso. Tampoco había nada.

La librería se había quedado en silencio de repente. Las conversaciones se habían convertido en una tenue música de fondo y lo que más fuerte se escuchaba era la lluvia de afuera. Volví la vista hacia los libros, lo mejor que podía hacer era abrir uno de ellos y leer su contenido, así podría tratar de hacerme una idea de su género. Pasé las yemas de los dedos por los lomos viejos y acabados, preguntándome cuál de todos debería tomar. Dejé caer la mano a un lado y di un pequeño paso hacia atrás, para analizar mejor a los objetos.

Al fin y al cabo no importa, pensé.

Estiré la mano al tiempo que estallaba un relámpago en el cielo y, para mí fortuna o desgracia, la luz hizo corto en ese instante.

Mi mano tocó un libro en la oscuridad, lo tomé por la parte de arriba y lo jalé hacía mí. Me quedé ahí de pie, quieta, con el libro abrazado contra mi pecho. Era mi salvavidas. Si lo dejaba a un lado, me iba a perder en el vacío de la negrura. Respiré profundo. Estaba bien. Lo único que tenía que hacer era mantener la calma hasta que llegara la luz. De seguro no tardaba.

El timbre de mi celular sonó por mis audífonos inalámbricos, provocando que diera un pequeño respingo por la altura del repentino sonido. Contesté.

—Lisis, ¿dónde estás?

Era mi madre.

Le respondí la pregunta. No sabía.

Las personas que estaban dentro de la cafetería encendieron las linternas de sus celulares, y la chica que me atendió en la entrada me encontró con bastante facilidad.

—Tu padre y yo iremos a recogerte. Hubo un apagón en toda la ciudad. Es grave —escuché a mi madre decir.

—Está bien mami —respondí, caminado detrás de la chica, que me llevaba a la caja registradora para pagar el libro que tenía en mis manos—. Ya les mando la ubicación que me sale en Google Maps —añadí.

Una vez en la caja pude ver cómo vendían velas, incienso, cristales, copas, porta vasos y demás objetos que podrían interesarle a los turistas. Decidí llevarme un paquete de velas rosas y un separador de libros, que iba a usar para leer el que tenía en brazos. Aunque no había visto su interior, lo iba a llevar. Haberlo elegido así, en completa oscuridad, debía ser por algo. Me daba la sensación que yo no había elegido al libro, el libro me había elegido a mí. El separador que escogí parecía sacado de una biblioteca antigua, estaba decorado con unos símbolos que me llamaron bastante la atención y me daba la impresión de que, si me lo acercaba mucho a la nariz, podía sentir un ligero olor a lavanda.

Pagué todo y me senté en una mesa vacía, tenía que esperar a que mis padres llegaran por mí. Mis ojos se posaron en la bolsa de papel en la que habían empacado mis cosas y mis manos recorrieron el sello que le habían puesto de arriba a abajo, quería ver lo que tenía por dentro el libro, quería saber qué había adquirido. Me contuve. Este no era el sitio. Este no era el lugar.

Al cabo de unos minutos llegaron mis padres, mi madre me había mandado un mensaje diciéndome que se encontraba una cuadra antes de donde yo le había mandando la ubicación, pues había un callejón personal y el carro no podía entrar por ahí. Le di las gracias una última vez a la chica que me atendió y salí a la calle, una llovizna fría me recibió. Me picaba la piel, el cambio de temperatura fue muy brusco. Como pude, metí la bolsa de papel a mi mochila para que no se arruinara y salí corriendo hacia el auto.

Vi la hora en el salpicadero del coche. Iban a ser las seis de la tarde.

—Salieron temprano hoy —le dije a mis padres, empezando la conversación.

—Sí, menos mal nos dieron libre el turno de la noche hoy —me contestó mi mamá, echando la cabeza un poco hacia atrás—. Sí empezaba otra semana más trabajando doble, iba a perder la cabeza —intentó bromear.

—¿Qué hacías por acá? —me preguntó mi padre.

—Oh, nada, estaba buscando unos materiales para la universidad —mentí, mirando por la ventana. Todo se veía oscuro, la ciudad estaba muy poco iluminada y ni siquiera se veían pasar carros o buses en la carretera.

—¿Y los encontraste?

Sentí el peso del libro en la mochila. Estaba emocionada por lo que pudiera encontrar en él.

—Sí —contesté—, creo que sí.

El carro pasó por debajo de un puente y tomó una salida a la izquierda. Estábamos cerca a la casa. Un leve cosquilleo subió por mi espalda, estaba emocionada, si el libro que había terminado eligiendo terminaba siendo una completa basura iba a quedar muy decepcionada.

Cuando por fin llegamos al apartamento subí tan rápido como pude a mi habitación y me encerré en ella. Mis padres iban a estar muy ocupados descansando y comiendo algo como para preocuparse por mí, así que podía ver con total tranquilidad el libro que había comprado. Retiré el tapete que cubría el piso y  puse la bolsa negra ahí. Busqué un encendedor y me dispuse a prender la velas que había comprado, para poder iluminar mejor el cuarto. Hice un cuadrado con ellas y puse el libro en la mitad, lo suficientemente alejado para que no le pasara nada y tan cerca como para poder leer lo que contenía. Tomé una respiración profunda y lo abrí.

Parecía como si lo hubieran escrito a mano, la primera página decía en letras mayúsculas LIBRO DE SOMBRAS y debajo de esto un para aprendices. Parpadeé. ¿Qué mierda? La luz de las velas bailaba un poco, debido a mi respiración. Pasé las páginas viejas con delicadeza, pues sentía que, si no las trataba con cuidado, en cualquier momento podrían deshacerse en mis manos.

La mayoría de las anotaciones estaban escritas con tinta negra, y al principio cada sección estaba marcada en mayúsculas. CRISTALES. LUNA. HIERBAS. En definitiva esto no era lo que estaba esperando al comprar el libro, pero las cosas que contenía estaban tan bien explicadas que captaron mi atención de inmediato. La pregunta ahora era una sola: ¿qué tan real y confiable podía ser esto? Probablemente sólo fuera para entretención del usuario; sin embargo, estaba muy bien trabajado.

Mis dedos se detuvieron por un segundo más de lo normal cuando llegué a la última parte del libro. HECHIZOS. Leía el título de cada uno con rapidez, quería absorber todo cuanto antes, luego lo leería con mucha más calma. Mis ojos se detuvieron en un hechizo en específico, el cual los atraía como si fuera un imán: Hechizo de amor, "para atar el alma". Respiré profundo. Después de varias horas de haber tenido la mente en blanco volví a pensar en Sebastian. Volví a pensar en la foto que subió con la chica misteriosa y cómo quería impedirlo a toda costa. Mis pensamientos regresaron otra vez al libro, ¿tan lejos estaba dispuesta a llegar? Leí lo que decía.

Materiales: tres velas rojas.

Vale, tenía velas de color rosa, estaba segura que eso podría ser suficiente.

Un objeto de valor de la persona que va a realizar el hechizo. Entre más antiguo, mejor.

Miré a mi alrededor. El objeto más viejo que poseía era mi oso de peluche, el Dr. Abracitos, que había estado conmigo desde que cumplí los seis años.

Papel blanco.

Eso lo tenía.

Un bolígrafo rojo.

Eso también lo tenía.

Un vaso con agua.

Claro que podía conseguirlo.

Mis ojos siguieron bajando. Instrucciones. Sin esperar un poco más, me puse de pie y busqué todas las cosas que iba a necesitar. A un lado del libro puse las tres velas rosas, el papel blanco, el bolígrafo, un vaso con agua y al Dr. Abracitos. La punta de mis dedos se sentía extraña. Estaba a punto de cometer una locura y lo sabía. Leí las instrucciones una y otra vez, asegurándome de aprendérmelas al pie de la letra, respiré profundo tres veces y procedí a comenzar. ¿Cuáles eran las probabilidades de que esto fuera a funcionar de todas maneras?

Puse las velas en forma de triangulo, en la mitad al Dr. Abracitos y fui prendiéndolas una a una empezando por la punta de arriba, bajando hacia la punta de la derecha y finalizando con la punta de la izquierda. Escribí el nombre completo de Sebastian y su fecha de cumpleaños (cortesía de Facebook) para luego hundir el papel en el vaso con agua.

En el libro venía escrito algo que tenía que recitar. Las instrucciones decían que lo hiciera trece veces y que, al final, me bebiera el vaso con agua. Hice una mueca. Había usado agua de la llave y, aunque en mi ciudad se podía beber, odiaba hacerlo.

A veces una chica tiene que hacer lo que una chica tiene que hacer, pensé.

Empecé con la primera frase, recitándolo una y otra vez, a la novena, cerré los ojos y me concentré en imaginarme a Sebastian estando conmigo, en mi habitación. Me imaginé a mí misma levantándome y mirándolo a los ojos, al tiempo que él se inclinaba y de daba un beso. Sonreí en medio de las palabras. Sí, eso esa exactamente lo que quería.

—... y tu alma a mí sabrá llegar —terminé de recitar por treceava vez. Me bebí el agua sin respirar y puse de nuevo el vaso dentro del triángulo. Me incliné hacia el Dr. Abracitos y le di un beso, segura que eso no iba a afectar en nada el resultado, pues ya había hecho todo lo que tenía que hacer. Apagué las velas con los dedos —pues en las instrucciones decía que no debí soplarlas— y me fui a dormir con el Dr. Abracitos apoyado en mi pecho. No por nada le había puesto ese nombre a mis seis años. Ese peluche me había protegido todas las noches de la oscuridad.

Me fui quedando dormida poco a poco, pensando que no le podía decir nada de esto a mi psicóloga.

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