16. Esa chica, sorprendida
Si haber estado en frente de esta puerta la primera vez se había sentido extraño, la segunda vez que volví se sentía peor. Sebastian me había rogado e insistido tanto en los días anteriores que no me había quedado otra opción que ir. No tenía nada en contra de estar otra vez dentro de la habitación de Sebastian (al contrario, me encantaba la idea), pero tenía la sensación de que no le había caído bien a Nora, la señora que les ayudaba con la casa, la última vez que había ido, y no quería sentir su mirada inquisitiva sobre mí.
Quise llegar más temprano ese día, pues no quería cruzarme por accidente con los padres de Sebastian, la primera vez que vine había estado muy cerca de verlos y no estaba en mi planes conocerlos... todavía. El pecho se me desinfló un poco, no, no, en realidad nunca iba a conocerlos como mis suegros, Sebastian estaba enamorado de mí gracias a un hechizo de amor, y una vez que esté se fuera, sus sentimientos por mí también, y nunca podrían volver a nacer en él.
Casi un mes había pasado desde que había visitado la casa de Sebastian, y una pequeña sensación de extrañeza se posó en mi pecho, ¿a dónde había ido todo ese tiempo? Casi diez días me había tomado ir a la librería sola, y mis dos semanas de entregas se habían acabado ayer. Me pasé la mano por el pelo, quería descansar un poco de todo el estrés que había acumulado en todo este tiempo.
Eran las diez de la mañana cuando toqué el timbre de la casa de Sebastian, una hora adecuada a mi parecer. Me daba el tiempo suficiente para hacer todo lo que fuera necesario e irme antes del medio día, evadiendo por completo la hora del almuerzo.
Nora abrió la puerta con precaución, era obvio que no esperaba visitas a esa hora. Subí un poco la cornisa de mis labios, formando una incómoda sonrisa tímida. La señora no se molestó en mirarme demasiado, dio un paso a un lado y me abrió la puerta para que pasara. Parecía desinteresada en mi presencia, no como la última vez, que me había visto con un escrutinio casi anormal.
—Buenos días —saludé, entrando a la casa con paso firme pero cuidadoso.
—Buenos días, señorita, ¿necesita algo? —me preguntó la señora, cerrando la puerta a mis espaldas y caminando hacia la mesa del comedor.
—Sí... eh... —no pude evitar titubear, claro que Nora sabía la situación de Sebastian, así que no servía para nada decir alguna excusa mala como "vengo a buscar algo"—. Creo que dejé algo aquí la última vez que vine.
La señora me miró encarnando un poco las cejas.
—Cuando arreglé la habitación del niño Sebastian no encontré nada fuera de lugar, ¿qué cosa era?
Oh, mierda, tenía que aprender a mentir mejor.
—Creo que refundí unos apuntes, tal vez intercambié un libro o dos de unas clases.
Esa respuesta era el equivalente al lanzar una moneda al aire. ¿Me creería o no me creería? ¿Sí? ¿No? ¿Sí? ¿No? Los pocos segundos que no recibí respuesta alguna pude observar cómo giraba la moneda invisible sobre nuestras cabezas, justo entre Nora y yo. La moneda giraba, giraba, y, luego, cayó.
—Bien, adelante.
¿La cara de la moneda? El Sí. Me creía.
Agradecí con un movimiento de cabeza y entré a la casa.
No me detuve a ver los alrededores como antes, me dirigí derecho a la habitación de Sebastian. En la entrada de la puerta me topé con una mesita pequeña, cubierta con un mantel blanco. Tenía encima varias velas apagadas que se veían gastadas, una foto de Sebastian en un marquito de plata y tres rosas, que, sin agua, no llegarían vivas al lunes. El corazón se me encogió en el pecho al ver el altar que sus padres le habían armado, ellos estaban pasando por toda esta situación por mi culpa y eso me hacía sentir nefasto. Entre mis brazos, Sebastian también lo vio.
—Está bonito —susurró.
—Lo siento —quise decir, me salió de manera sincera, con dolor en cada letra.
Él no contestó.
Entré a su habitación y cerré la puerta con pestillo, no quería correr riesgo alguno. Proteger este secreto era lo más importante en el momento.
—Bien, ¿qué necesitabas que viniera a buscar aquí esta vez? —le pregunté a Sebastian, dándole la espalda e inspeccionando las esquinas de su habitación.
Sí, sí, que interesante baldosa era la que me encontraba pisando. Oh, hola computador, ¿qué tal te ha ido? Hace mucho que no nos vemos.
—No te traje aquí para que buscaras algo —me confesó Sebastian. Daba pequeños pasos sobre el colchón de su cama, como si no supiera muy bien a dónde ir.
Empujada por la curiosidad que sus palabras me habían causado, desvié mi atención de la caneca de basura vacía que estaba al lado de su escritorio y clavé mi mirada en sus ojos. Había pasado dos semanas evitando verlos, porque, si bien no eran los reales, seguían siendo los de él, los que miraba al despertar y los que me daban las buenas noches.
Me senté sobre una pierna en la cama, dejando la otra apoyada en el suelo. Decidí quedarme en silencio para que Sebastian pudiera decirme con tranquilidad qué se refería con sus palabras. Al parecer, él se dio cuenta de mis intenciones, porque volvió a hablar.
—Has estado distante estas últimas semanas, y entiendo que por un lado tenías la presión de la universidad, pero has llegado al punto de ignorarme cuando te hablo, de no verme a la cara, o de reírte conmigo. Intento acercarme a ti y tú sólo has puesto un muro entre los dos desde que te confesé lo que sentía por ti, me haces pensar que cometí un error haciéndolo —murmuró, con la cabeza gacha, en un gesto de derrota.
De manera involuntaria me llevé una mano al corazón, en parte conmovida, en parte ofendida, ¿estaba dudando de mi amor?, ¿de mi compromiso con nosotros?
—Por supuesto que no cometiste un error. —Quise detener las palabras, pero no lo logré, tenía que defenderme—. Es solo que me tomó por sorpresa lo que dijiste, nunca creí...
Las palabras se me quedaron en el aire, era incapaz de completar la frase.
—¿Nunca creíste que yo podría quererte? —se aventuró a preguntar Sebastian.
Quise decir que sí, pero también quería decir que no.
—Es más complicado que eso —musité, insegura de seguir hablando.
—Pero pensé que tú me querías.
—Lo hago, Sebs, como no te imaginas, es que... bueno, han pasado muchas cosas, y quería organizar primero mis sentimientos. Tú tienes razón, no tiene sentido tener nada en este momento —admití, era un pensamiento con el que había logrado encontrar la paz—, eres un objeto por mí culpa.
—Pero si esto no hubiera pasado, no te hubiera conocido de la manera en la que lo hago —respondió, parecía herido.
Por más que quise creer que esas palabras eran sus sentimientos reales, tuve que contenerme. Ninguna persona en su sano juicio pensaría de esa manera, ese no era Sebastian el que estaba hablando, era la magia del hechizo de amor.
—No. —Negué con la cabeza—. Escucha lo que dices, no tiene sentido, podríamos habernos conocido de otra manera —solté el comentario al aire, algo ofuscada.
Sebastian pareció dudar antes de dar su respuesta, se miró las patitas, pensativo. Quise alzar una ceja, pero no quería hacer ninguna expresión que delatara lo sospechosa que esa pequeña pausa me había parecido.
El osito clavó su mirada en mí y, antes de que pudiera responder, unos golpes en la puerta captaron mi atención.
—Disculpe, ¿señorita? —Era la voz de Nora, menos mal había puesto seguro a la puerta—. Es para informarle que los señores la han invitado a almorzar, por favor espérelos y no se vaya. Llegarán a las doce y media.
¿El culo? Se me cerró.
Miré a Sebastian con pánico, no estaba lista para conocer a sus padres, ¡no estaba lista!
—¡Muchas gracias por la invitación! —chillé, alterada, casi en modo automático.
Nora no dijo nada, solo pude escuchar sus pasos alejándose por el pasillo.
—¡¿Ahora qué hago?! —le grazné a Sebastian en la cara, me llevé las manos a la cabeza y comencé a dar vueltas en el mismo lugar.
—Quedarte —me respondió él, sereno.
—¡Lo dices cómo si fuera sencillo! —exclamé—. ¿Por qué querrían verme? —le pregunté, para que me ayudara a pensar.
Sebastian se encogió de hombros.
—Quién sabe, cosas que pasan —respondió.
Me dieron ganas de ahorcarlo a lo Homero Simpson, alterada por su tranquilidad.
Okay, los padres de Sebastian llegaban hasta el medio día, ¿cuánto faltaba para eso? Saqué mi celular del bolsillo trasero de mi pantalón y miré la hora: diez y media de la mañana. Todavía tenía que esperar dos horas más.
—Lisis. —Sebastian llamó mi atención—. Por favor, ¿puedes desviar tus pensamientos de mis padres y hablar conmigo? Todavía tenemos varias cosas que aclarar.
Cerré los ojos con fuerza, buscando mi autocontrol. Preocuparme por Sebastian, preocuparme por sus padres, preocuparme por mi propia salud mental por estar exponiéndome a este tipo de cosas... necesitaba unas vacaciones muy largas en la playa.
—Bien, ¿de qué quieres hablar exactamente? —pregunté, me parecía la mejor manera de iniciar la conversación.
Sebastian no dudó un segundo.
—¿Me quieres?
—Por supuesto que sí.
—¿Te incomoda que esté a tu lado?
—Como mi peluche de la infancia, sí.
—¿Me vas a dejar acompañarte para que solucionemos este problema juntos?
Me mordí el labio inferior antes de responder, lo mejor que podía hacer en este momento era contarle la verdad de la librería, tenía que decirle que había conocido a Selene y que ella quería hablar con él.
—Mira —comencé a decir—, hay algo que tienes que saber.
Y se lo conté, le conté cómo había ido sola a la librería en la que había adquirido el libro. Le dije que había pasado por ahí de camino a la casa de Eliana por casualidad, y que había reconocido el sitio. Le conté de las cosas que Selene me había comentado, que me había pedido que lo llevara a conocerla y que esto podía solucionarse en algún punto. También le conté que ella no sabía con exactitud qué había pasado, y que estaba trabajando en algún hechizo para revertir las cosas.
Esto último le trajo un poco de brillo a los ojos de Sebastian.
—Cuando vuelva a mi cuerpo lo primero que haré será venir a verte —me dijo, se escuchaba ilusionado, como un niño haciendo una promesa que piensa que puede cumplir.
Si tan solo el hechizo... sacudí la cabeza de manera leve, no, no, no iba a agregar nada más a las cosas que me estaban torturando mentalmente en este momento.
—Lisis, abre mi armario —me pidió.
Hice una mueca de extrañeza ante la petición, ¿como para qué o qué?
Decidí no pensar mucho en sus motivos y me encaminé hacia las puertas de madera. Lo abrí y pude observar la colección de sacos, hoodies, trajes y camisas que Sebastian poseía. Debajo de la ropa colgada había cuatro cajones, dos de cada lado. En el suelo se encontraban sus zapatos, perfectamente alineados. Pasé las yemas de los dedos sobre las telas, así que esto era lo que él solía usar día a día. Sobre mi cabeza había una repisa, y ahí pude ver un par de raquetas de tennis y varios cilindros de plástico que contenían muchas bolas verdes neón. Di un paso atrás, para que Sebastian pudiera ver el interior.
—¿Y ahora? —le pregunté.
—Abre el cajón de arriba a la derecha —pidió, sonaba emocionado y eso me hacía preguntarme más y más por qué me estaba pidiendo lo que me pedía.
—Listo. —Al abrir el cajón pude ver que estaba lleno de camisas de algodón, de esas cómodas que se pueden usar de pijama una vez que se ponen lo suficientemente viejas.
Había de todo tipo: tenía algunas con logos de bandas, otras con mensajes de videojuegos y otras más con imágenes estampadas de referencias a ciertos animes o con algún panel de algún manga. Okay, lo último había sido una sorpresa para mí, Sebastian no parecía del tipo de hombre que disfrutara de este tipo de cosas, aunque con la manera que me habló de sus videojuegos la primera vez que vine debí de haberlo sospechado.
Abrí la boca para preguntarle qué quería que hiciera ahora, pero él me interrumpió.
—Toma una —dijo.
Mi mano viajó de manera involuntaria a las prendas de ropa, pero la sensatez de mi cerebro la detuvo justo antes de llegar.
—¿Por qué quieres que tome una? —lo cuestioné, girando medio torso para verlo mejor. Era una petición algo extraña si uno se ponía a pensar.
—Porque quiero que tengas algo mío —me confesó—. Quiero regalarte algo que te haga decir "tengo un pedacito de Sebastian conmigo". —El sonrojo se subió a mis mejillas—. Y sé que a ustedes las chicas les encanta usar nuestras camisas. —Rio—. Así que anda, toma una, la que quieras.
Analicé todas las camisas con la mirada, pensando cuál podría ser la mejor opción. Terminé por elegir una negra con un estampado a blanco y negro de Tomie bastante sobria, me gustaba Junji Ito y siempre había querido tener una camisa así.
—¿Puede ser esta? —le pregunté a Sebastian, tomando la prenda de ropa por las costuras de los hombros y desdoblándola en el aire. Así se podía apreciar con total esplendor la camisa, era grande, sí, lo suficiente como para quedarme a media nalga, más o menos.
—¡Ah! No sabía que te gustara el terror —me respondió Sebastian, sin contestar mi pregunta—. Ahora te quiero más que antes.
Mi yo interior gritó, feliz. Mi yo exterior le dirigió una mirada de reproche.
—Contrólate, por favor —le pedí—. Nada de palabras bonitas hasta que todo esto acabe, por mi salud mental, no es lindo que te coquetee un oso de peluche —expliqué, con una sonrisa incómoda.
Sebastian alzó las patitas en un gesto de rendición.
—Está bien, lo comprendo, perdona —se disculpó.
—Gracias —le respondí—, por la camisa, y por entender. Sinceramente me tomaste por sorpresa con esto, creí que, no sé, ibas a pedirme que buscara otra cosa.
—¿Cómo que? ¿Mi ropa interior? —bromeó—. No, no, esa está en el cajón de al lado. —Sebastian rio.
Miré por el rabillo del ojo el cajón de la izquierda cuando cerré el de sus camisas. Primer cajón a la izquierda: ropa interior. De acuerdo, información guardada con éxito en el cerebro.
Decidí soltar una pequeña risa, para que el aire fuera más causal y relajado.
—Bueno, entonces gracias por no pedirme que buscara entre tú ropa interior —mentí, cerrando el armario—. Pero ahora tengo que pensar en algo que darte a cambio de la camisa, también me gustaría que tuvieras algo mío.
—Yo sé muy bien qué quiero —me dijo con tono seguro, casi burlesco.
—No será mi ropa interior —bromeé, y ambos estallamos de risa.
—No, no, para nada —me contestó una vez dejamos de reír—, es mucho mejor que eso. —Alcé las cejas, ¿qué podría ser mejor que la ropa interior de una chica?—. Quiero que me hagas un retrato.
Ah, el tema del retrato, no habíamos hablado de eso desde aquella vez en la que rompimos el que había hecho en mi taller de dibujo. Supongo que a Sebastian no se le había olvidado.
—Está bien —accedí—, cuando vuelva a tener clase te haré uno.
—No. —Sebastian negó con la cabeza—. Yo quiero uno ahora.
—¡¿Ya?! —le respondí.
—Sip.
—Pero no traje nada para hacerlo —resalté lo obvio.
A Sebastian no le importó.
—En mi escritorio hay papel, lápiz, borrador y tajalápiz, todo lo que necesitas para hacerlo —me dijo.
Diablos, estaba atrapada.
—Está bien, voy a hacerlo. —Caminé hacia el escritorio y busqué las cosas que Sebastian había mencionado. Tuve que mover el teclado de su computador hacia atrás un poco para que el papel de tamaño carta cupiera de una manera que me resultara cómoda y empecé a dibujar.
Los minutos pasaron, uno más rápido que el otro, y, antes de que me diera cuenta, ya faltaba poco para terminar el retrato de Sebastian. Cuando le comenté que estaba a punto de terminar, el peluche se bajó de la cama aventándose de ella, cayó al suelo de cara, pero se levantó como si nada hubiera pasado y se acercó en su versión de lo que era correr.
Estiré los brazos hacia el suelo para tomar a Sebastian por el torso. Lo puse sobre el escritorio y él se inclinó a ver el dibujo más de cerca.
—¡Me encanta! —exclamó, feliz—. Lisis, eres una gran artista, muchas gracias por el regalo.
Entonces el osito de peluche hizo algo que no se me olvidaría nunca: se acercó hacia mí, me tomó el rostro entre las manos y me plantó un rápido beso en la mejilla. Haya sido o no un acto impulsivo de su parte, se alejó un poco al ver cómo me llevaba con rapidez la mano a la mejilla, justo en el punto en el que había sentido la felpa.
Sí, ya sé, era muy extraño recibir un beso de tu peluche de la infancia, pero eso no evitó que mi corazón saltara emocionado ante lo que Sebastian acababa de hacer.
Dios mío, ¿qué pensaría Freud de esto?
—Me alegra que te haya gustado —murmure, luchando contra el sonrojo.
¡Tenía que revertir tan rápido como pudiera esto o iba a terminar desarrollando un fetiche extraño!
—Solo tienes que añadir un pequeño detalle —me respondió, pasando por encima del beso con total elegancia, como si no hubiera sido nada.
Eso me sorprendió un poco, había trabajado con mucha concentración en el retrato y no sabía qué detalle podría habérseme escapado a mí que Sebastian pudiera notar.
—Cuéntame, ¿qué no te gusta? —Tomé el retrato con ambas manos y lo alcé a la altura de mis ojos, mirándolo con escrutinio.
—Todo me gusta —me respondió Sebastian, posando una patita sobre mis manos para que bajara el papel—. Pero te falta firmarlo.
—Ah... —Conque era eso—. ¿Nombre y fecha?
—Y una dedicatoria también —pidió, pasándome el lápiz—, por favor... —rogó, alargando la "O" y poniendo sus patitas en un gesto de súplica.
Exhalé con pesadez, este hombre a veces se comportaba como un niño consentido.
—Okay —cedí—, pero tendría que escribirla por el otro lado del papel, al frente sólo cabe mi firma —le expliqué, girando la hoja de papel.
Sebastian se dio la vuelta.
—Escribe lo que quieras, quiero leerlo cuando vuelva a la normalidad, así que no lo veré todavía —dijo, cubriéndose los ojos.
Giré los ojos divertida y me puse a pensar en algo que dijera algo bonito, para que Sebastian pudiera recordar algo bueno de toda esta experiencia. Al cabo de unos largos segundos de pensar, garabateé: A ti, que me has acompañado en esta aventura de la vida, te llevaré por siempre en mi corazón. Miré el resultado, orgullosa, y giré de nuevo el papel por el lado del retrato. Unos golpes repentinos sonaron en la puerta, provocando que tanto Sebastian como yo diéramos un respingo en nuestro lugar, tomados por la sorpresa, y la "L" que había empezado a escribir terminó siendo una línea un poco deforme.
Me olvidé de la firma de inmediato y me apresuré a abrir la puerta, no antes de cerciorarme que Sebastian se había echado sobre el escritorio como los juguetes de Toy Story.
Al otro lado de la puerta se encontraba Nora con una expresión muy tranquila y serena en el rostro.
—Los señores han llegado y la están esperando en la mesa para comer —me informó. Pude notar un cambio en su actitud, pero no quise demostrarlo.
Le dediqué una sonrisa inocente.
—Está bien, gracias. —Nora no se movió de donde se encontraba, al parecer quería que la siguiera—. ¿Me das un momento por favor?, en seguida estaré allá.
La señora asintió una vez con la cabeza y yo cerré la puerta a sus espaldas, todavía sonriendo. Apenas escuché el "click" que indicaba que la puerta estaba bien cerrada la sonrisa se borró de mi rostro para ser reemplazada por una mueca de pánico puro y salí dando traspiés hasta el escritorio.
—¡Sebastian! —jadeé, asustada—. ¡Estoy muy nerviosa! —le confesé, empezando a hiperventilar.
—Todo va a estar bien —me intentó tranquilizar este—, es solo una comida y nada más, probablemente te vayan a preguntar cosas de la universidad, tú relájate y sé tu misma.
¿Que fuera yo misma? ¡Por favor!, la Lisis de este momento estaba a punto de volverse charquito de tanto que estaba sudando.
Tomé tres respiraciones rápidas y me golpeé las mejillas, como si fuera una atleta a punto de empezar un partido importante.
Iba a hacerlo, iba a estar bien.
—Vamos. —Tomé a Sebastian de una pata y salí de su habitación, no quería hacer esperar más tiempo a sus padres.
Llegué al comedor sosteniendo con fuerza la pata del oso y le sonreí de vuelta a la pareja que me observaba sentados, ambos estaban a mediados de sus cuarentas, muy bien conservados. Pude notar la sombra del rostro de Sebastian en su padre, y sus hermosos hoyuelos en la sonrisa de su madre.
—Hola, preciosa —me saludó la madre con voz dulce—, tú has de ser la novia de Sebastian, ¿cierto?
Mi cerebro se apagó con la última frase.
¿Qué?
¡Ding, dong! HABEMUS NUEVO CAPÍTULO.
Lisis todavía no se va de la casa de Sebastian, ¿qué creen que pasará en el siguiente cap? ¿De qué hablará con los padres de Sebastian? ¿Les dirá que en realidad no es su novia o seguirá la corriente? Aaaaah, estoy tan emocionada por lo que pueda pasar. Quiero saber qué piensan ustedes, ¡coméntenlo!
Gracias por el apoyo a esta historia, y gracias también si están leyendo o leyeron Quédate conmigo, no tengo espacio ni palabras suficientes para decirles todo lo que siento por su apoyo. Me hacen muy feliz y espero que mis historias también les traigan un poco de felicidad a sus vidas.
Recuerden comentar, votar y recomendar la novela si les está gustando, esta familia crece gracias a ustedes ❤️
También quiero decirles que yo SIEMPRE leo todos sus comentarios, aunque puede que nos responda siempre, igual estoy pendiente de ustedes desde las sombras 👀
Espero que les haya gustado este capítulo, nos leemos en otra ocasión.
Ónix.
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