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Capítulo 01

Becky Armstrong estaba completamente de acuerdo con lo que sucedería, su primer amor se casaría pronto, ¿Había algo malo en eso?
No, por supuesto que no, y ser la madrina de esa boda no tendría por qué afectarla.

El problema es que sí lo hacía y le afectaba más de lo que ella mismo podía aceptarlo alguna vez a viva voz.

Ver a su amor de adolescencia, estar enfrente de un juez con la chica de sus sueños, ver a quien ahora solo era el ex amor de su vida rehacer su vida con alguien más le dolía un poco; aquel chico estaba a punto de decir esas dos palabras "sí, acepto", y no la mal entiendan, Becky, realmente era una chica que se alegraba por esta unión, claramente no era una despechada inmadura, bueno, solo un poco, pero de verdad que se alegraba, por supuesto que lo hacía, pero ¿han sentido esa sensación extraña formada en el pecho, que muchas veces confundimos con egoísmo?

O puede que sí sea egoísmo, no lo sé realmente, y Becky tampoco sabía que era en ese mismo momento... ¿Nostalgia? ¿Recuerdos? Amor ya no era, pero ¿Qué era eso que se alojaba en su pecho al ver al chico de ojos verdes, que en este momento miraba a esa chica tan hermosa, de cabello rosa y sonrisa amable?

Digamos que no son celos, pero sí es esa espinita clavada en el pecho, esa que te hace enterrar un amor a la fuerza, un amor el cuál llevaba muerto desde hace tiempo, hace tanto tiempo que a veces se cree tan lejano que se duda si existió alguna vez, y aun así se conserva un gramo de esperanza de que vuelva a salir a la luz, era raro, y lo sabía, pero dentro suyo, dentro, muy dentro, guardaba la esperanza de que todo volviera a ser como antes era, sí, Becky era aferrada, y se sentía tan mal al serlo; más que mal, se sentía egoísta, por ver todo a su alrededor y desear ser ella la que estuviera en el lugar de la hermosa chica; estaba con la envidia desprendiendo de sus poros, pero ahí se encontraba, de pie, con las piernas entumidas, el escote cayendo un poco y los ojos picándole por las lágrimas contenidas.

Así que allí estaba, viendo a su mejor amigo tomar de la mano a su casi esposa, mirándola a los ojos como alguna vez la miró a ella y dándole un anillo con un hermoso zafiro en el centro, siendo este el color favorito de ella; sí, era una enorme piedra la que portaba en su dedo. Los diamantes no eran del agrado de ella, en cambio, a Becky sí le gustaban los diamantes, por más comunes que fueran, aun siendo la cúspide de una estrategia de mercadotecnia, a Becky le gustaban los diamantes como una promesa de amor.

—¿Aceptas a Dian, como esposa para amarla y respetarla...

¡Oh por Dios!, esto era real, realmente su mejor amigo sí se iba a casar, realmente ella estaba ahí parada a lado de él, como la buena madrina que era, lo miró con una sonrisa, pero se le entumió el rostro de tanto sonreír falsamente, las sonrisa falsas eran elementales en ella ¿Cuándo fue la última vez que sonrió realmente?.

—Acepto

¡Oh por Dios!, ahí la frase, ahí la estúpida frase que enterraba un amor que murió sin siquiera empezar nunca, tan unilateral, tan poca cosa, un amor que no fue amor, que nunca lo fue y la necio y aferrada aún lo guardaba en el pecho, con suspiros guardados y maldiciones internas.

El amor (o lo que sea que fuera aquello) unilateral dolía como un carajo, el amor unilateral dolía tan jodidamente que lo único que causaba, aparte de dolor era, un corazón que no soltaba fácil, ¿O es que solo le pasaba a Becky por ser tan malditamente necia? Soltar fácil... ¿Qué era soltar fácil?

—Los declaró marido y mujer

Y ahí estaba la sentencia, o mejor dicho el tiro final, el fin, ¡Oh por Dios!, Daniel ya estaba casado. Estaba casado con Dian, y ya no había vuelta atrás.

Nadie nunca supo que las lágrimas que soltó en ese momento en que se paró enfrente del chico a felicitarlo por su boda, fueron realmente por un dolorcito en el corazón por la nostalgia, y no de felicidad como todos los invitados lo creyeron, no fueron lágrimas que todos vieron como una muestra de una amistad tan sincera y no de un amor que no salió a la luz nunca, porque Becky siempre sería el secreto mejor guardado de Daniel, Becky estaba acostumbrada a ser eso, un secreto.

Estaba acostumbrada a no ser lo suficiente para una relación seria, pero al mismo tiempo ser demasiado para unos besos, un experimento, la experiencia. Daniel, ¡oh su Daniel!, aunque bueno, nunca fue suyo realmente, nunca lo diría, porque ante todos los presentes, ellos nunca fueron nada, nunca existió un "nosotros" entre los dos, y carajo, como dolía.

Becky recuerda cuando todo comenzó, tenían 16 y Daniel tenía el auto viejo de su padre en marcha, ya eran mejores amigos, porque siempre lo fueron, desde que tenían memoria, Siempre fueron Daniel y Becky, pero nunca Becky y Daniel, y bueno, Becky siempre supo que le gustaban los chicos y las chicas y tenía solo cinco meses desde que le dijo en voz alta a su mejor amigo su gusto por ambos y este amigo suyo lo había tomado muy bien, no hizo comentarios incómodos, ni la presionó o la insultó, Daniel se tomó de muy buena manera la noticia, su relación siguió igual que siempre, todo estaba bien.

Recuerda que Daniel paso por ella a su casa, presumiendo el auto que manejaría con su falsificación de licencia mal hecha, así que con una enorme sonrisa salió de casa, acompañó a su mejor amigo al puente que conectaba su pueblo, a la carretera con dirección a la ciudad, estaba alejado, era invierno y el agua del río se veía muy bien desde las alturas, recuerda que paró el auto a lado de la carretera y ambos como siempre, cantaron canciones, aunque bueno, amaban ir ahí porque les gustaba ver el río y también imaginarse que se sentiría aventarse desde ahí, no era gran altura, pero era una noche fría y ese día no se atrevieron, se imaginaban también saliendo de aquel lugar, cruzando el puente que nunca habían cruzado.

Ni siquiera bajaron del auto, Becky llevaba una bufanda roja y un gorro de Santa Claus, y Daniel, llevaba una cazadora café y su típico peinado de John Travolta en Vaselina, es como si nunca tuviera frío, y si lo tenía se lo aguantaba. Becky hizo un amago de abrir la puerta, pero Daniel sostuvo su brazo impidiéndole salir.

—Hace frío, Bec.—Le tomó aún más del brazo y la devolvió al carro, ¡Oh!, claro que la devolvió.

—Vengo tapada, el gorro de Santa tapa mucho—era mentira, la tela no era muy caliente si somos sinceros.

—No seas mentirosa, eso no tapa ni una décima parte, es una tela fría.

Becky volvió a tomar asiento, se acomodó bien en su lugar, pero Daniel no la soltó, no, lo contrario, jaló de su brazo muy lentamente y en cuanto pudo...

¡Oh, en cuanto pudo! Ni Becky lo imaginó nunca, pero ahí estaba, su cara a centímetros de la de él y Daniel a solo tres segundos de besarla; aquel fue el primer beso, el primer beso de Becky, pero no el de Daniel.

Y nunca supieron del porqué el chico la besó, nunca se supo porque Daniel puso su boca sobre la de su amiga por primera vez, nadie nunca supo, porque no había algún motivo aparente, ni ella misma lo sabía, solo sucedio y luego no hubo marcha atrás.

Esto nunca fue un cliché realmente, aquí no fue la mejor amiga enamorada de su mejor amigo, no, esta vez fue al revés, o eso creyó Becky por un momento, porque fue Daniel el primero en besarla, fue el primero, dio el primer paso, fue quien la tomó de la mano primero, fue quien beso su mejilla primero, los primeros pasos siempre los dio Daniel.

Y es que ¿Cómo no enamorarse de él?, Daniel Era un chico atento, guapo, besaba de maravilla, era deportista, le gustaba el baseball, y tenía a toda la secundaria en la mano, solo tenían 16, era magnífico, le compraba una flor, le daba piquitos en la boca, tenían gustos similares en la música, eran mejores amigos y siempre se acostaban en la cama a ver el techo, mientras algún vinilo tocaba, y se besaban todo el rato, a veces la mano de su mejor amigo se apoyaba en su cintura y otras veces le recorría entre caricias tímidas el cuerpo.

Aunque bueno, todo esto siempre fue en silencio.

No había roces de manos en la escuela, ni besos en lugares públicos, no había flores en su casillero y mucho menos abrazos por la espalda, lo que sí había era Daniel y una chica distinta en su repertorio, lo que sí había era una chica que se moría de celos por no ser una de ellas y por tenerlo solo a escondidas.

Daniel fue todas sus primeras veces, o por lo menos la mayoría de ellas; fue su primer beso, su primera salida al parque, su primera huida de casa, su primera persona en contarle todos sus planes, la primer persona que recorrió con caricias brutas su cuerpo, y suponía que por eso lo atesoraba tanto.

Porque lo amo, lo amo como solo se hace la primera vez que se ama, lo amo de una manera tan loca, adolescente, de ese amor que quema y se consume, de ese amor esporádico, que dura lo mismo que un cigarro, cigarro que Daniel acostumbraba mucho a fumar.

Becky recordaba, por supuesto, el cómo todo se fue a la mierda, fue en mayo, a dos días del cumpleaños 18 de su amigo, y fue cuando huyó de casa con el corazón roto y solo unos cuantos dólares en los bolsillos de su trabajo de primavera.

Estaba harta de tener que verlo a escondidas, de tener que ocultar que se amaban, aunque eso realmente siempre fue unilateral, pero en ese entonces, con ambos jóvenes y una vida a prisas, fue cuando Daniel le propuso:

—Bebé—le dio un beso en la nariz que Becky disfrutó mucho —Tengo algo que decirte.

A Daniel le habían pegado, su estúpido padre le había pegado solo porque descubrió que Becky pasaba mucho tiempo a lado suyo, tildándolo de mucha cosas porque solo le gustaba besar a su mejor amiga de clase media hasta que sus pulmones perdieran el aire, y hasta que se sintiera menos pesado, más ligero, Daniel no amaba a Becky, pero ella siempre fue su soporte, siempre fue su sostén y es por eso que no quería dejarla ir nunca.

—Dime—propuso Becky y le dio un besito en el morado de su mejilla, estaba impotente por no haberlo defendido aunque no sabía el porqué de aquellos golpes.

—Vámonos.

Huir, el sueño que siempre compartieron; huir, pasar el puente que nunca se atrevían a cruzar por completo; huir era el plan que realmente nunca fue tan malo.

—¿Dónde iremos?—

Una Becky enamorada, alguien que hacía lo que en sus manos estuviera para que él estuviera bien.

—La ciudad suena prometedora, yo... Haría una entrevista para jugar al Baseball y tú, tú puedes trabajar en algo, un café, un restaurante, algo, y estudiamos luego, si con suerte consigo el puesto, entonces tendremos buen sustento, con eso y su ahorramos, podríamos, no sé, comprar instrumentos musicales, a ti te encanta hacer música ¿No? Sería maravilloso, tu compones y escribes y yo comienzo mi vida deportista, ambos cumplimos nuestros sueños. ¿No te parece bien, bebé?

A una Becky enamorada de Daniel, todo lo que saldría de esa boca significaría verdad, todo lo que hablara él sería ley, claramente, una Becky enamorada realmente dejaba todo y eso hizo.

Se habían quedado de ver a las nueve de la noche, después de la cena, y así pasó, Becky cogió su maleta de viaje, colocó ropa en ella, sus ahorros del trabajo de medio tiempo en el mall y también el dinero del Lunch que se ahorraba siempre por no comer, porque Becky no comía muy bien en ese entonces, y entonces, con una nota de un "nos veremos si el destino me quiere de vuelta", con dedicatoria a sus padres, partió por la ventana, con un abrigo café y la nariz roja por la alergia que le causaba el polvo de la ventana que casi nunca se abría.

Salió de casa, con la esperanza de una vida que prometía mucho, con los ojos emocionados, brillantes y el corazón lleno con la esperanza de una vida diferente, una vida en donde Daniel sí pudiera tomarla de la mano sin pena, una vida en donde ambos sí pudieran ser ellos mismos y amarse donde se les viniera en gana. Con la maleta en la mano, esperó el autobús, el último que pasaría con destino a lo desconocido.

En cuanto lo vio llegar, con una maleta en mano fue lo mejor que pudo pasarle, oh claro que sí, le dio la mejor sonrisa que pudo darle, la más brillante, la más bonita, en sus audífonos sonaba red de Taylor Swift y eso debió ser un presagio pero nunca lo tomó en cuenta.

Y en cuanto el autobús llegó, una emocionada Becky abordó tranquila, lo que no esperó fue que al ofrecer su mano al chico, este la mirara tan profundo diciéndole todo con una mirada: "yo no iré" es vergonzoso recordar que se quedó con la mano extendida más de dos minutos, con la espera de que él se la tomara, la sonrisa poco a poco se le borró, rezaba para que todo fuera simple miedo pasajero, entonces Daniel tomara su mano y juntos siguieran aquel destino prometedor para dos adolescentes que no sabían una mierda de la vida.

—Lo siento, Bec, no puedo. —

Oh, él no podía, pero... ¿Qué no podía? ¿Subir al bus? ¿Dejar el pueblo? ¿Abandonar sus propios prejuicios? ¿Qué no podía exactamente?

Abordó el bus, y lloró todo el camino a la atenta vista del chófer y otras personas que viajaban, lloró hasta llegar a la ciudad y perderse en la calle hasta altas horas de la noche, encontrando un hostal barato y una señora que la trató con tanto amor y cariño que le confío tres años viviendo en ese lugar.

Pero esa no fue la última vez que ambos se vieron, o no, Daniel la buscó, claro que la buscó, tan solo dos semanas después, claro que la buscó porque ¿Por qué dejar de lado a quien te ayuda a estabilizarte mentalmente? Por qué alejarse de quien le hacía sentir bien, vivo.

Oh y entonces ahí comenzó todo, aunque siguió tal cual estaba, en secreto.

¡Ay los secretos!, Becky odiaba ser un secreto, pero tomaba todo lo que él podía darle, enamorada de alguien que no podía tener por completo, alguien intermitente, como una luz parpadeante, ese fue Daniel en su vida, estaba, sí, pero como un espectro transparente, estaba como solo un fantasma tangible, estaba, pero no estaba para él como lo necesitaba.

Y no solo eso, medio año después, después de que abandonara a su familia, trabajará todo el tiempo y recibiera esporádicas visitas de quien en ese entonces llamaba amor de su vida, fue cuando lo vio por última vez, ambos tenían 18, y esa noche recibió besos hipócritas, caricias que se tatuaron en su piel, caricias que la marcarían por siempre. Después de verse en sus ilícitos encuentros, cuando justo él estaba calzando sus zapatos al lado de la puerta, fue en cuanto se lo dijo.

—Ya no debemos vernos más, Bec—Cuanto odiaba ese Bec saliendo de su boca.

—¿Qué dices?

Su voz salió pequeña, toda ella se sintió pequeña, los bellos se le erizaron, el pecho se le apretó ¿Qué decía ese hombre? Sus ojos se cristalizaron al instante.

—Conocí a alguien Bec—soltó un Suspiró que Becky aturdido no escuchó—estoy saliendo con ella, y simplemente con ella... Funciona

Ese funciona, con ella funciona, con ella funciona, con ella funciona, ¡Oh!, con ella funcionaba y Becky solo fue... Momentánea.

Los secretos dolían, dolían como el maldito infierno, dolían, como solo los secretos suelen doler realmente, dolían, como una herida tan profunda, los secretos dolían, porque al no expresarlos se clavaban en el pecho y manchaban con tristeza las entrañas, lo secretos dolían, pero ser un secreto mataba y eso fue lo que le pasó.

Y entonces dos años después, justo cuando su vida estaba más arreglada, él le marco de nuevo.

—¿Hola?—lo había borrado por completo.

—Hola, ¿Bec?—su voz ¡Ay! su voz.

—Daniel—por fin ese nombre salía de su boca, después de tanto tiempo sin pronunciarlo más que a su mente.

—Amiga, temía que hubieras cambiado de número

Le habló como si nada, como si no le hubiera arrancado parte del corazón y se lo hubiera llevado en la bolsa en el momento de su última partida, como si simplemente ese tiempo juntos no... No existiera.

Y así su amistad retomó, no como antes, claro que no, pero siguió, y siguió y siguió, y entonces conoció a Dian y luego, poco más de su vida, cuando menos lo supo, él ya estaba de vuelta, como si nunca se hubiera ido.

Ya no era amor, era nostalgia y también era costumbre, y como la canción dice "no cabe duda que la costumbre es más fuerte que el amor", el amor, el amor que un día fue a su puerta, dos años después de la reconciliación y le dijo.

—Serás madrina de mi boda —lo dijo con tanta ilusión que los ojos se le iluminaron.

—¿Qué? Espera ¿Qué dijiste? —Daniel se sentó en el sillón de la cafetería donde trabajaba.

—Le propuse matrimonio a Dian, y dijo que sí, amiga vete preparando, que tú serás la madrina.

Y bueno, ahí estaba, doce meses después de esa conversación, ahí estaba, parada en la recepción de la fiesta, con una hermosa novia a lado y a él a lado suyo, para la foto, el recuerdo.

Tal vez me equivoqué un poco, alguien sí sabía porque Becky lloró realmente en aquel abrazo y fue Daniel, quién sin soltar una lágrima, al igual que Becky, enterró a aquel adolescente que Becky se llevó en las manos, nunca la amó, oh de verdad, nunca lo hizo y lo supo muy bien siempre, lo supo desde que pegó sus labios a los de Becky en el puente, pero que hacer cuando se sentía bien estar a lado suyo, era tener el paquete completo, sin duda, y años después, años, muchos años, ambos habían enterrado eso que había muerto en silencio, amor que dejó de serlo o que tal vez nunca lo fue.

A Becky le gustaban las fiestas, canciones, vida, Becky gozaba de todo eso que te hacía sentir bien, era alegre, espontánea y sonriente, pero ahí, en ese lugar, tenía la cara entumida y una copa en la mano, todos los veían bailar, o por lo menos la mayoría, pero ella solo estaba ahí, de pie, contemplado a los novios que abrían la pista de baile con la tradicional canción de vals, Dian lo miraba con un amor en la mirada que causaba envidia, y él, oh, él la miraba como si fuera la maravilla más hermosa del mundo, Becky quiso llorar de nuevo

¿Qué había mal en ella? ¿Por qué no podía ser Dian? ¿Nunca tendría su momento de brillar?
¿Cuándo sería prioridad y no un secreto? Estaba tan cansada de ser espectadora y no protagonista, vio a más amigos casarse, vio a todo su alrededor continuar y ella estaba estancada, trabajando en una cafetería y viendo la vida pasar, estaba en un colapso, el amor no lo era todo, pero ver qué todos hacían algo con sus vidas la hacían sentir estancada y luego verlo a él, en la pista, con su manos en la cintura de ella y la sonrisa enorme en la cara...

Becky solamente estaba en la recepción de un hotel costoso y la copa vacía en la mano, los ojos encharcados y contemplando la bonita escena de los recién casados.

—Pudieron elegir mejor canción que esa, ¡por Dios!, todo mundo baila ese vals en las bodas —una voz se escuchó al lado suyo, no giró, ni siquiera sabía si le hablaban a ella —Una de Chayanne, por lo menos.

Becky giró la vista y ahí estaba ella, una mujer que no le sacaba más que unos cuantos centímetros, con un vestido verde, el cabello negro peinado hacía atrás sin delicadeza, los ojos grandes, viendo el vals con desagrado y una copa recién tomada en la mano.

—Sí, en todas las bodas escucho esa tonada —le dio la razón, la mujer sonrió, y sin verla aún, se llevó la copa a los labios.

—Que sean más originales, ¿No?—Becky asintió.

—Sería mejor Lover de Taylor Swift —su sueño más preciado.

—Oh. Bueno, yo decía algo como... What Is love? de twice, ya sabes, más ritmo.

—Es un vals—la chica asintió.

—Pero llevo un minuto aquí y ya quiero que terminé.—Becky soltó una pequeña risa y fue cuando volteó a verla.

Oh.

La boca se le abrió por completo, era guapa, la mujer era condenadamente guapa, muy, muy hermosa, esperaba que la reconociera, pero Becky no lo hizo, claro que no lo hizo, Becky no acostumbraba a escuchar mucha música que no fuera occidental.

—Soy Becky Armstrong —dijo girándose para darle la mano, la chica abrió los ojos mientras su cerebro procesaba ese golpe de emociones que sintió.

—Yo soy Freen Sarocha —esa noche sería solo Freen, dejaría a Sarocha Chankimha, la gran idol de lado, por supuesto.

💍💍💍💍💍💍

Iniciamos julio con una nueva historia.

Gracias a wildsunlover por el permiso

Recuerden que si hay algún error ortográfico pueden hacérmelo saber y si quieres ser corrector de estilo igual puedes decirnos

Nos leemos pronto!

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