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Encajar con todo eso [1]

Ya debes aceptarlo, siempre has tenido unas libras de más. Desde niña te mirabas al espejo y jugabas con la grasa sobresaliente de tu cuerpo. Al principio no sabías si algo estaba mal, pero luego todo cambió. Saltabas la cuerda como las demás a pesar de que solo podías hacer cinco saltos mientras que las otras chicas diez. Te reías con todos cuando ellos mismos se burlaban de ti al verte correr.

—¡Cuando corres te ves ridícula! —dijo Mavor mientras se carcajeaba.

Cuando tuviste tu primera menstruación todo en ti comenzó a cambiar. Tus pechos comenzaron a crecer y ya los señores no te veían igual.

Te daba vergüenza salir a las calles porque pensabas que algo en ti estaba mal. Las demás chicas no se veían como tú. Por lo que en ese momento pensaste que habías hecho algo mal durante tu desarrollo. Y a partir de eso, dejaste de caminar y comenzaste a correr.

—Jamás te he visto caminar —dijo el señor McGonagall.

Pero cómo ibas a caminar. Para ti todo estaba mal y sentías como miradas ajenas te examinaban de arriba abajo.

Ahora tu mejor amigo era un abrigo. No te gustaba que te miraran. Aquel abrigo estuvo contigo en épocas de frío, y en tiempo de extremo calor. Pero sin importar el clima, aquel pedazo de tela te hacía sentir cálida. Un poco más cerca de ti, un poco más cerca del significado de ser una niña. Muchos intentaron robar aquello, pero lograste persistir.

—Pareces una chica mucho mayor a la edad que me dices —dijo escéptica la señora Harris.

Tu cuerpo había cambiado. Los chicos en el colegio dejaron de llamarte por tu nombre y comenzaron a decirte señorita pechonalidad mientras que otros te decían gorda, a algunos se les hacía imposible mirarte a la cara y los demás solo se limitaban al bullying.

—Puede que ahora tengas senos bonitos, pero cuando seas mayor, tus pechos crecerán tan grandes que tu cuerpo no podrá sostenerlos —Comentó Louise.

Ahora tenías un segundo problema con que lidiar a tan corta edad. Tenías pechos enormes y grasa de sobra.
Alguna vez dijiste que todo estaría bien. Quisiste convencerte de que todo aquello era normal y cuando crecieras encontrarías una solución. Quizás con el paso de los años adelgazarías y tal vez, terminarías amando todo tu cuerpo.

Sin embargo, también pensaste que eras demasiado joven y era muy posible poder encontrar una solución temprana. Así que empezaste a jugar voleibol. Te iba bien, eras buena para los saques, pero te rendiste la primera vez que el entrenador te gritó. Después de eso comenzaste a odiar aquel deporte, aunque puedo jurar que no recuerdas porque.

No obstante, hasta ese punto todo seguía bien. Con el tiempo encontrarías otra cosa que pudiera arreglar tu cuerpo, pero claro, algo tuvo que pasar, algo tuvo que dañar la poca estabilidad que tenías.

Tu mente fue taladrada por aquellas películas románticas que solías ver en la TV. Escuchabas decir una frase que se repetía constantemente de distintas maneras. Y todas esas veces eran dichas por el tipo de chico con el que alguna vez soñaste casarte.

"Ella encaja perfectamente conmigo''.

Las escenas finales de aquellas películas también eran las mismas. Un chico abrazando a una chica por detrás. Una luz se encendía en tu mente y decías haber comprendido el significado de esas palabras.

—Ahora entiendo. Como ella es delgada él puede abrazarla perfectamente. Por eso encajan bien.

En tu mente se repetían los mismos escenarios. Una chica delgada y hermosa con un chico fuerte más alto que ella. Cuando se besaban se veían perfectos. Cuando se abrazaban se veían perfectos. Cuando hacían el amor también.

Por lo que comenzaste a mirar en tu futuro. Siendo una chica con sobrepeso no te veías encajando perfectamente con nadie. Y ahí fue cuando tuviste tu primera decepción amorosa. Quién diría que aquella primera ocasión sería provocada por ti misma. Por tus propias inseguridades, por tu cuerpo.

Siempre pensaste en la posibilidad de que te rompieran el corazón, pero en todos los escenarios siempre existía alguien más, sin embargo, la primera persona que te hizo daño fuiste tú misma.

Y luego de eso le abriste paso a la pena y a la compasión. Sabías que eso estaba mal, pero fue la única forma de consuelo que encontraste.

No dejabas de pensar en que no te merecías vivir todo eso. De todas las personas en el mundo tuviste que ser castigada de esa manera. Te hubiera gustado ser como Leah. Ella era bonita, delgada y con mucho talento. Mientras que tú sentías que todos te odiaban.

A veces querías tirar todo y hacer como que nada te importaba.

—¡A la mierda! —Exclamabas con una pasión efímera y un dolor en tu garganta.

Ciertos días te levantabas y te decías a ti misma que nada te importaría, pero siempre volvías a lo mismo. A veces solo pensabas que si a nadie le gustaba como eras ese no era tu problema, no obstante, te desanimabas cada vez que sentías que te miraban y evaluaban.

Solías castigarte porque creías que todo lo que hacías era malo. Que tu existencia era mala. Pero cuando te castigabas solo tu cuerpo sufría.

Dependiendo del mal que sentiste haber hecho, actuabas en consecuencia. Si era pequeño, pero te hacía sentir culpablemente depresiva solías comer, tanto hasta estallar. No obstante, si aquel mal era mayor, dejabas de hacerlo. Lo hacías durante días sin que nadie se enterara. Y siempre concluías diciendo que te lo merecías.

Los días en tu vida pasaban, tan rápidos como los segundos de un minuto. Y como era lo típico, tratabas de ser una chica invisible, pero aquello era imposible. Y en aquel proceso lo conociste.

¿Sabes? Lo que más me fastidia de las historias de chicas como tú, es que sus problemas siempre se resuelven con la llegada de un chico. Suelen volverse psicólogos mal pagados responsables de solucionar las incertidumbres de las protagonistas de un cuento ajeno, y al final, todo lo que provocan es simplemente algo tóxico y enfermizo. Una pequeña parte de ti lo sabía, pero confiabas en que en tu caso fuera diferente.

—Es que pienso que eres una chica hermosa. Además tienes un cuerpo sensacional. No te dejes dañar por esos comentarios. Algunos chicos solo quieren tenerte consigo y las chicas puede que tengan algo de envidia.

Escuchaste las palabras de ese chico, y te enamoraste. Tan profundamente que ya no te daba miedo nada. En tu vida, todos esos comentarios dichos por otras personas perdieron su valor. Y ahora si no te importaba nada.

Sin embargo, tardaste muchos años como para entender que todo aquello no estuvo bien. Alguna vez escuchaste que tu autoestima se valía mucho de las opiniones ajenas, pero en ese momento debiste entender una cosa. Si no te amabas a ti misma nadie más lo iba a hacer. Que no podías amar a una persona solo por decir las cosas que alguna vez quisiste escuchar.

Pero todo aquello tuvo sus consecuencias buenas. Conociste un significado verdaderamente huidizo de encajar perfectamente con alguien sin necesidad de ser delgada.

Aquel chico fue quien te sostuvo e hizo que se sintiera perfecto. Aunque al final, ese niño fuera el responsable de provocar tu segunda decepción amorosa. Por alguna razón tocaste tu corazón, dándote cuenta de que la primera desilusión, aquella provocada por ti misma, fue aún más dolorosa que esa.

Con eso solo pudiste entender lo importante que eras. Lo importante que era que te cuidarás a ti misma, que no te hirieras en tantas formas como solías hacerlo. Así que solo pudiste agradecer que el destino te diera esa lección, porque gracias a todo eso, ahora te amabas.

Ahora podías encajar con todo eso, ahora podías encajar contigo misma.

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