100. Larga vida
—¿Puedes creer que dentro de un mes más estarán con nosotros? –Simon preguntó, frotando el vientre definitivamente muy abultado de su encadenada.
Jace hizo un sonido exasperado.
Izzy cubrió la mano de Simon con la suya y le sonrió, antes de mirar a su hermano. —Juro que no sé por qué eres tan insoportable, Jace. Deja a Simon ser feliz. No nos parecemos en absolutamente nada él y yo, pero parece que los test de compatibilidad que hacen antes de encadenarnos funcionan. No diré que esta es una mágica historia de amor, pero eso no era algo que podríamos esperar en este mundo. Pero miro a Simon, con esas gafas, esa sonrisa un poco boba –ella ignoró la mueca de su encadenado–, sus charlas sobre ciencia ficción mientras frota mi vientre y el bebé se mueve...
Ella no dijo más, pero por la forma en que ambos se sonreían no hacía falta. Era claro, no era sólo por la cadena.
Jace gruñó de nuevo.
Justo en ese momento iba llegando Clary, intentando destapar una bolsa de galletas. —¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás gruñendo, Jace?
—No estoy gruñendo –él se puso de pie de un salto, provocando de varias parejas alrededor los miraran. Inseguro de si ayudar a su encadenada a sentarse o a destapar las galletas contra las que luchaba.
—No sé por qué llaman a esto –Clary agitó la bolsa frente a la cara de Jace– "abre fácil", es imposible y...
—A ver –Jace se las quitó suavemente, un fuerte contraste entre la forma en que había estado gritando y cómo sus manos se deslizaron con cuidado sobre la espalda de Clary y su vientre mientras la ayudaba a sentarse, para después darle las galletas–. Tú no deberías hacer esfuerzos innecesarios como haber caminado sola hasta la maquina expendedora y después intentar abrir esto.
—Jace estás exagerando. Y no fui sola, Sebastian me acomp...
—¿Que si en un esfuerzo innecesario, como abrir ese paquete, entras en trabajo de parto? ¡Y yo aquí sin saber! ¡Oh Dios, y mi princesa...! –Jace parecía hiperventilar.
Clary se rió, sacando ya una galleta. Su mano libre acarició el rostro de Jace y éste se recargó en el toque, volviendo a respirar de nuevo. —Eres tan absurdo –le dijo ella, mordiendo la galleta–, cuando dijeron nuestros números aquel día y te pusiste de pie, quería morir. Eres guapo, Jace, y eso tú lo sabes, pero la arrogancia en tu forma de caminar y la mirada que me diste...
Jace lo recordaba perfectamente. Él, que seguía arrodillado frente a Clary, puso sus manos a ambos lados de su vientre y miró a su encadenada. —No eras tú. Y no, obviamente no era yo, mírame... Es esto –su ceño se frunció y después negó–, la situación, yo no quería encadenarme a una desconocida, traer hijos a este maldito mundo, a esta realidad, pero no es nuestra decisión, ¿cierto? Y tú eras... No sé cómo explicarlo, tu mirada no era la de una mujer sumisa... Y después tu ultimátum... –Jace se rió–, no eras lo que esperaba –él se inclinó para besar el vientre de Clary–, pero me estás dando lo mejor de mi vida. Nuestra pequeña Luz en este mundo gris.
Clary le sonrió entonces a Jace. Ella nunca habría imaginado enamorarse de ese tipo idiota con sus comentarios y actitudes desagradables, pero con ella cambiaba completamente. —Y nuestra Luz no podría tener mejor padre que tú.
Luz. Así se llamaría su princesa.
Jace se levantó entonces para abrazarla. —¿Oye y tu hermano? Se supone que iba a acompañarte. Sabía que no era de fiar, primero deja al pequeño Enaid con Magnus y ahora esto.
Clary suspiró, Jace nunca iba a cambiar, y mejor comenzó con otra galleta.
* * * * *
Sebastian gruñó y se puso de pie, mirando molesto a la maquina que había robado sus monedas y no le dio los dulces que quería. Sus labios se fruncieron mientras consideraba golpearla.
Saltó en su lugar y gritó cuando una mano cálida y grande se posó en su hombro. —Déjame –era un chico, vestía un uniforme azul, debía ser un guardia de seguridad de la Clínica.
Sebastian se hizo a un lado y miró al chico con atención. Era tan alto como él, aunque se veía más fuerte, su cabello castaño, como chocolate, y unos hermosos ojos grises que contrastaban con su piel de caramelo. Sus labios gruesos se torcieron en un sonrisa cuando le ofreció la bolsa de caramelos.
Sebastian pasó su lengua por sus labios de repente secos. ¿Qué rayos?
—G-gracias –su voz demasiado ronca y baja.
El ceño del chico se frunció, como si él tampoco esperara esta reacción. Sus dedos rozaron los de Sebastian cuando le dio los caramelos.
Sebastian, sin saber por qué, dejó su pulgar sobre la mano del guardia antes de tomar los dulces y retirarla. Sólo para ofrecerle la otra, no listo todavía para dejarlo ir. —Sebastian Morgenstern.
El guardia dudó unos segundos antes de tomarla con la suya, tan cálida. —Joseph Adams.
Los labios de Sebastian temblaron, quería sonreír y no sabía por qué. Cuando sus manos se rozaron hubo...algo.
La única mano que había tocado antes y sentido cualquier cosa fue la de su encadenada, la madre de Enaid.
—¿Tu encadenada tiene revisión? –el guardia señaló con la cabeza, todavía sin soltar a Sebastian, hacia la sala de espera.
Fue como un golpe, un recordatorio, Sebastian retiró su mano y bajó la mirada. —No. No tengo encadenada...ella murió –no sabía por qué se lo estaba diciendo a un desconocido.
—Lo siento –de repente Joseph estaba tan cerca, sus ojos más claros de lo que Sebastian había pensado en un inicio.
Quería retroceder, pero también quería acercarse más, hasta sentir el cuerpo del chico...
Sebastian jadeó, ¿qué demonios?
Podía sentir cómo el rubor crecía mientras pensaba en qué decir para llenar el silencio incómodo y ocultar la sensación que Joseph le provocaba. Su sangre parecía arder. —G-gracias –Dios, otra vez tartamudeando–. ¿Tú...? ¿Y la tuya? –preguntó, refiriéndose a su encadenada.
Hubo una sonrisa extraña entonces antes de que Joseph retrocediera un paso. —¿Encadenada? No, ninguna encadenada aquí.
Sebastian no entendió su reacción.
Joseph suspiró, ¿por qué este chico le hacía querer abrirse?, Sebastian tendría que tomar eventualmente a otra encadenada mientras que él no podría encadenarse aunque quisiera.
Sí, los trabajadores de las Clínicas –sin importar su puesto de trabajo–, podían tomar parejas o adoptar a alguno de los pequeños que no podían quedarse con sus padres biológicos, pero únicamente tenían como opción a los mismos trabajadores de la Clínica.
¿Por qué?
Porque eran iguales. Las mismas mejoras en sus sistemas.
Así que realmente no podía abrirse con Sebastian, aunque su puchero fuera adorable y sus ojos color esperanza.
La esperanza que el mundo perdió hace mucho.
* * * * *
—¿Es en serio? –Alec preguntó, por enésima vez.
Magnus resopló. No sabía si reírse o molestarse por la reacción de su encadenado.
—Dame a Enaid.
Alec frunció el ceño y se giró, para proteger al bebé en sus brazos. —No, está conmigo. No seas egoísta.
—¡Alexander! –Magnus hizo un puchero que era hermoso y Alec besó, pero aun así no le dio al bebé que los miraba sonriente a ambos.
—Dime que eso no es una broma –insistió Alec.
Magnus resopló de nuevo. —De verdad no puedo creer que después de todo lo que te he dicho que Etta le dijo a Cat, sea lo único que te importa.
—No es lo único –dijo Alec, muy serio–, pero, vamos, Magnus, ¿están alargando la vida humana y pretendes que no quiera saber más?
* ~ * ~ *
Llegamos al capítulo 100 😱🎉 ¡Gracias por todo! ❤
¿Sus opiniones del capítulo?
¿Qué piensan de Joseph y Sebas? 😻
¿Y sobre los pensamientos de Joseph? 🙈
Y lo que hablaron Alec y Magnus 😱 (el siguiente capítulo lo explicaré más)
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