Capítulo 4 El Cuarto Príncipe
Los días habían pasado rápido, se habían convertido en semanas y antes de notarlo Elaheh descubrió que llevaba ya un mes en el palacio interior.
Nada se había vuelto a saber del hermano mayor del príncipe Vahid luego de que el rey determinara que este perdiera parte de su terreno ante su hermano menor, el tercer príncipe. Además de otorgarle a este todos los derechos de los puertos costeros y encargarle la supervisión de sus tierras en orden de que si se encontraran fallos, el territorio cambiara de gobernador.
Por supuesto también lo desplazó en la línea sucesoria poniéndolo debajo del cuarto príncipe Irad, que no poseía dominación de ningún lado del país.
Mientras tanto la vida para las concubinas era difícil a su propia manera. Pese a haber salvado aquella noche a las cuatro concubinas secuestradas, la relación entre Elaheh y las demás no mejoraba. Le habían agradecido y luego habían vuelto a despellejarla viva.
Esto a Elaheh la tenía sin cuidado, poco le importaba lo que ellas pensaran. Lo más duro de esa vida era el entrenamiento. Por supuesto cada una entrenaba de forma diferente. Entre las pocas clases que tenían juntas estaban danza, modales y comportamiento, vestimenta y presencia.
Fuera de eso cada una era libre de entrenarse acorde a sus propias habilidades. Elaheh las había visto bordar, plantar, leer, tocar instrumentos, cantar, bailar, dibujar, cocinar, coser, entre otras muchas cosas. Sin embargo ella, más allá del baile, no era buena en ninguna de las demás cosas.
El entrenamiento que había recibido antes no abarcaba artes de ese tipo, por ello se había complicado la existencia buscando algo que le gustase incrementar. En eso estaba cuando se tropezó de casualidad y terminó dentro de la biblioteca del palacio interior.
Era una habitación gigante con estantes llenos de libros, tanto en las paredes como en el espacio existente.
Mientras caminaba entre los libros polvorientos pensó que sería bueno leerlos para fomentar la cultura general.
A ella siempre le había gustado leer, saber de otros lugares le era fascinante hasta el punto que había llegado a estudiar doce idiomas aparte de su idioma de cuna. Alfred se lo había permitido debido a que podía ser útil para las relaciones y negociaciones.
— ¡ESO ES!— algo entremedio de un grito salió de ella cuando la idea apareció en su cabeza.
Alfred siempre había sabido valorar la mayor habilidad de cada una de ellas. La suya, le había dicho un día, era su inteligencia y capacidad de adaptación. Eso era, la usaría ahora para ayudar al príncipe Vahid.
Aprender idiomas no es algo muy fomentado entre las concubinas porque ellas no pueden formar parte de las negociaciones. No obstante ella no era de las de quedarse sentada y tal vez sí daba el primer paso el papel de las integrantes del harem cambiase un poco. A fin de cuentas su deber no variaba independientemente del medio, ayudar al bienestar de su esposo.
Pero no pensaba quedarse solo con los idiomas, podía aprender de todo con solo quererlo. Al alcance de su mano estaba tomar un libro y adquirir conocimiento tanto como aguantase. ¿Quién sabe para qué podría ser útil algo leído en alguna parte?
Cuando Alfred las había botado del palacio interior de Valghar, había viajado por mucho tiempo. El haber leído sobre las propiedades medicinales de una infinidad de plantas y sus diferentes medios de preparación le valieron su salvación al llegar a un poblado pequeño al final del país, donde la frontera lo dividía de Jaldra.
Había obtenido trabajo como ayudante de herborista. Actualmente sabía mucho más del tema y sin embargo todo lo debía a un libro que leyó un día por placer. El arte medicinal no es algo que las concubinas tengan que aprender, menos aun si son esclavas.
Pensando de esa manera había comenzado a pasar gran parte de los días en la biblioteca y en las noches siempre se llevaba algún libro para su habitación. Por motivos extraños no se había vuelto a quedar a solas con el príncipe Vahid. Lo veía todos los días en el horario oficial de visita del príncipe, pero lo hacía junto con las otras 30 concubinas.
Luego del beso que Vahid le había dado muchas cosas se habían revuelto en su interior. Necesitaba ponerlas en orden, por eso agradecía la distancia.
—¿Qué haces?— Vahid estaba parado detrás de ella. Primera vez en un mes que se encontraban solos de nuevo y Elaheh no lo había sentido entrar por estar tan ensimismada en el libro que leía sentada cerca de la ventana.
—Leer— dijo lo mejor que pudo, aparentando normalidad. Intentado hacer parecer que no acababa de desatarse un infierno dentro de ella por la presencia de él.
—Eso lo puedo ver Elaheh, ahora dime… ¿Qué lees?— Vahid tomó asiento al lado de ella. Aunque podía ver perfectamente el título del libro, la miró a los ojos esperando que fuese Elaheh quien diera respuesta.
—Pues…— Elaheh suspiró resignada. Había aprendido en el tiempo que llevaba en el palacio que Vahid era de los de salirse con la suya de una forma u otra— ruso, es un libro para aprender ruso.
—¿Te interesa la cultura eslava?— Vahid había intentado de todo para aproximarse a Elaheh buscando conocerla mejor, pero todos sus esfuerzos habían caído en sacos rotos.
—No, la verdad es que no— respondió Elaheh antes de poder darse cuenta de que había sido un error ser tan honesta.
—Entonces… ¿Por qué aprender su idioma?— cada día que pasaba Vahid ratificaba una misma idea sobre la chica, lo único que él mismo se había dado cuenta sin necesidad que ella explicase nada, Elaheh jamás hacía nada al azar.
Podía ser impulsiva y que sus acciones de momento fuesen guiadas por emociones demasiado fuertes como para controlarlas o razonarlas, pero todo tenía un motivo siempre. Aún mayor si era una actividad ya pensada.
—Este…— Elaheh buscaba desesperada una salida para no tener que contestar con la verdad a aquello, no quería que el príncipe se diera cuenta de la influencia que había llegado a tener sobre ella.— me gustan los idiomas. Fue lo único que yo misma escogí aprender y siempre me han atraído mucho. Me dejaron estudiarlos porque es muy útil tener a alguien capaz de traducir en varias lenguas a la vez, pero no era un entrenamiento impuesto.
Se había dejado llevar en la explicación, solo cuando hubo culminado se dio cuenta de lo que había dicho. Vahid la miraba como si mirara a otra persona, había algo oscuro en la expresión de su rostro, en el verde de sus ojos.
—¿Necesita algo príncipe Vahid?
—No— tardó unos minutos en responder.
Estaba procesando en su mente la información que Elaheh había dejado escapar en un descuido. No podía preguntar porque sabía que ella no podía responder a sus preguntas. Estaba viva precisamente porque no respondía a las preguntas que tanto asechaban los pensamientos de Vahid, cuyas respuestas se volvían fantasiosas en sus sueños, en sus pesadillas.
—Me he dado cuenta de que no comes bien, tienes ojeras bajo tus ojos, pareces cansada y además pasas todo el día en la biblioteca. Pensé que algo podía estar mal, tal vez hice algo que te molestó o tuviste algún encuentro desagradable con alguna de las concubinas— eran solo hipótesis porque le había resultado muy difícil deducir nada del poco comportamiento que Elaheh mostraba. La verdad fuera de los libros no mostraba interés por nada más.
—Nada de eso— se apresuró en sacarlo de su error Elaheh— yo simplemente me siento abrumada, jamás he estado en un palacio interior— Tanto tiempo, pensó para dentro suyo, mas no le dio voz sus palabras— la comida es muy extravagante, las camas muy blandas a tal punto que me envuelven al ceder bajo mi peso y me dan un calor sofocante, como si me estuviesen hundiendo en arenas movedizas. El cansancio es porque no puedo dormir bien debido a ello y en cuanto a los libros… pues siempre me ha gustado leer, aunque he de admitir que es la primera vez que yo escojo los libros.
Mierda pensó rápidamente, se le había vuelto a escapar cosas que no debían ¿Qué demonios me pasa hoy?
—Puedes contármelo— admitió Vahid con tristeza— Está bien. No preguntaré más de lo necesario pero no es como si no supiera de dónde vienes. Tú misma me lo dijiste, eras una esclava, aparte los consejeros se encargan de repetírmelo día y noche. Pero eso no me importa, yo solo quiero que llegues a confiar en mi algún día.
Elaheh advirtió la tristeza en su mirada perdida, deseaba poder cambiar esa obscuridad en su mirar pero no podía.
—Ahora mismo no será y como he dicho no haré preguntas. Pero si quieres contarme algo o si por decirme algo tienes que explicar cierta parte de tu pasado, no te sientas mal. Yo así te tomé como parte de mi harem para pertenecer a este palacio, allí donde yo esté, porque yo te aceptó a ti con todo lo que eso conlleva.
Elaheh no podía respirar, sentía que si lo hacía moriría inmediatamente. Él la aceptaba, tal vez…no, era imposible para ella creerlo. Todos podían decir eso al principio, pero la verdad sería otra si ella se convertía en un problema. Su mirada era tan sincera, parecía dolido de verdad. Elaheh se debatía en un infierno interno descontrolado, Vahid decidió que había presionado demasiado.
—¿Quieres salir del palacio?— ella había dicho que no conocía el reino hacía unos días atrás en una reunión con las demás concubinas. Podía ser una buena forma de relajar el ambiente entre ambos.
—No creo que sea apropiado ir por allí en el carruaje real paseando fuera del palacio— le recordó ella.
—¿Quién ha dicho algo sobre carruaje real?— Elaheh no entendía a que se debía la sonrisa pícara y de suficiencia de Vahid.
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La había hecho cambiarse de ropa, había pedido prendas prestadas a las sirvientas más jóvenes para ella y él se había puesto la de su guardia personal. Ambos andaban vestidos de tal manera que quien se hubiese dedicado a mirarlos creería que no eran más que meros plebeyos. Probablemente recién casados o simplemente enamorados. No podían pensar que eran familia por las diferencias físicas.
Vahid andaba vestido con unos pantalones beige salwar y una camisa blanca con un chaleco rojo, los zapatos cerrados sencillos y un pagri blanco muy pequeño. Elaheh no pudo evitar compararlo con su usual versión príncipe, era bastante extraño pero lo encontraba natural en ambas posiciones.
Ella por otra parte iba bastante simple. Después de un mes vistiendo con saris, ropas caras y joyas, agradecía poder volver a usar unas simples sandalias cerradas con un churidar naranja, un kurta verde manzana y una chalina de hilo también naranja enrollada alrededor del cuello y cayéndole por detrás ambos extremos.
Elaheh recordaba como al día siguiente de enviar al primer príncipe Kamram a donde el rey en el Norte, Vahid había ido a hablar con ella sobre un tema serio según él. Le entregó una cajita, ella había sabido lo que era desde que él se lo había dado. Al abrirla no le sorprendió lo que encontró sino el material, era un aro de oro.
Recordaba lo que luchó por no tener que ponérselo, pero el príncipe Vahid no entendió razones alegando que era la única forma de demostrar que no era una mujer soltera y a la deriva. Además al ser de oro era la signa de que era concubina de un miembro de la familia real, por lo que le daba cierto poder a ella también.
Se había tardado en acostumbrarse a la sensación extraña de este en su nariz, pero había llegado a gustarle incluso. Ahora se sentía extraña con solo sus aretes, extrañaba el aro pesado en su nariz pero traerlo cuando iban vestidos así era un ultraje.
—¿Quieres comer algo?— Vahid la había invitado para pasar tiempo con ella y conocerla mejor, aparte de...
—Podemos comer lo que quieras, yo nunca he comido nada de ellos— decía refiriéndose a los vendedores del bazar— pero lo que tu pidas podrás comer.
—En ese caso…— empezó Elaheh mirando a su alrededor— eso estará bien— había terminado escogiendo un puesto de kebabs de carne y fruta.
Vahid pagó el precio exacto, algo raro entre la realeza. Elaheh se preguntó si había caminado entre las personas del pueblo antes y por eso sabía cómo comportarse. Habían caminado en silencio unos cinco metros cuando…
—¿Te gusta mucho, eh?— preguntó Vahid interrumpiendo los pensamientos innecesarios de Elaheh.
— Este…sí, la verdad es que está muy bueno…oye tú… ¿no comes?— Vahid no había probado un bocado de nada.
—No como nada que no sea hecho en el palacio— afirmó como si estuviese diciendo algo tan normal como un saludo matutino.
—Una lástima— Vahid vio la expresión en el rostro de Elaheh, parecía desilusionada y triste. Una nueva faceta que él no había logrado ver antes.
—Vaya…tú reamente…— susurró Vahid para sí. Se inclinó repentinamente hacia ella y mordió el kebab que Elaheh sostenía a dos centímetros de su boca— está muy bueno— dijo mientras masticaba suavemente y tragaba.
—Me…me alegro que te guste— Elaheh volvía a los tartamudeos nerviosos.
—Vamos, por aquí.
Durante un buen rato anduvieron de un lado para otro del pueblo. Hablando con los vendedores de vez en cuando, riendo con los niños que hacían travesuras, apreciando a algún que otro artista callejero. Vahid se deleitaba con las expresiones divertidas de Elaheh, quien probaba el sabor de la libertad aun cuando no era libre.
Ella pensó que si las cadenas de Vahid eran así, no le molestaría quedarse allí para siempre.
—¿Quiero que me acompañes a un lugar?— Elaheh estaba viendo como un monito saltaba mientras su amo le decía qué hacer y le daba bananas de recompensas. Vahid no quería interrumpir su diversión, pero si quería que ella lo ayudara tenían que irse moviendo.
—¿A dónde?— preguntó Elaheh interesada en la repentina petición.
—Primero quiero aclarar que no es obligatorio, es solo una petición— Vahid parecía nervioso ante los ojos de Elaheh.
—¿Por qué aclaras eso? Creo que sabes que no podrías obligarme a hacer nada que no quisiera aun cuando seas…— se detuvo en el acto. Aunque continuase diciéndose eso a ella misma bien sabía que no era verdad. Muchas cosas que ella no había querido Vahid se las había impuesto, el haberse acostumbrando no cambiaba nada— bueno…eso.
—Quiero que vengas a ver conmigo a mi hermano menor, el cuarto príncipe Irad— las palabras brotaron rápidamente de la boca de Vahid— necesito de tus habilidades. Mi hermano menor es un problema grande aunque no lo parezca. Preferiría que no tuvieran contacto, si puedo evitarlo perfecto pero sino, necesitaré de tus fuerza ante la realeza, ya que tú ves aquello que yo no puedo.
—Yo…— Elaheh no sabía qué decir, entendía el motivo del príncipe pero aun así…era muy tarde, ya no importaba cuanto ella quisiera negarse todo su ser le gritaba lo contrario— está bien, vamos.
Vahid solo asintió y le tomó de la mano nuevamente. Caminaron hasta los finales del pueblo donde los esperaban cinco guardias reales con sus caballos y un caballo más.
—Falta un caballo, ¿no?— preguntó Elaheh.
—¿En serio crees que te dejaría andar en caballo a ti sola por diez kilómetros de desierto?— preguntó jocoso Vahid.
—¿Crees que no puedo?— respondió molesta Elaheh.
—No, yo sé que puedes. Lo que quiero decir es que si crees que me perdería la oportunidad de estar tan cerca de ti durante un tiempo considerable— Vahid estaba parado al lado del caballo acercándolo a Elaheh, que reflejaba en sus ojos lo sorprendida que estaba ante el comentario de este, motivo por el cual él solo supo reírse— ¿te ayudo o subes sola?
—Subo sola— respondió apresurada Elaheh a la vez que se aferraba a la montura y se deslizaba hacia arriba del animal a horcajadas— pensaba que en el desierto se movían con camellos.
—También tenemos de esos— respondió Vahid en su oído una vez estuvo trepado en el caballo, haciendo a Elaheh dar un pequeño respingo— pero el trayecto es corto y en caballo se va más rápido. En camello solo viajo distancias largas o en ocasiones cuando tengo que llevar conmigo a las demás concubinas, pero contigo no tengo por qué hacerlo ¿verdad?
—Pues no, son innecesarios además no me gustan los camellos— dijo con convicción Elaheh, entonces Vahid rió a carcajadas.
—Que sincera— dijo sin parar de reír.
No dijeron más nada por lo que duró el viaje. Llegaron a una zona de tierra donde había tiendas de campañas montadas y bloques apilados. Parecían estar construyendo algo, pensó Elaheh.
—Están haciendo una aldea. Hace 30 años habían una aquí pero fue desbastada por los saqueos hasta los cimientos. Planeo levantarla de nuevo y como a mi hermano le encantan este tipo de cosas decidí dejarle el trabajo a él. No gobierna ninguna parte del país y su castillo está en las fronteras del este y el sur. No me gusta que se sienta menos que los demás, así que hago lo que puedo.
Explicó Vahid aunque Elaheh no hubiese preguntado nada. La intriga debía de estar reflejada en su rostro si el príncipe se había visto en la necesidad de explicar todo aquello.
—Creí que no confiabas en él— dudo Elaheh.
—No lo hago, pero eso no significa que deba excluirlo.— aclaró Vahid.— ve por allí, puedes hacer lo que quieras. Yo iré a hablar con mi hermano. Si te necesito te llamaré, ten cuidado.
No la dejó responder, solo se fue caminando en dirección a una de las tiendas y Elaheh lo vio desaparecer dentro de ella. Había muchos trabajadores por todas partes cargando piedras y moviendo bloques, otros paleaban tierra y más allá otros terminaban los bordes de uno de los pozos que llegaba a un río subterráneo.
—Perdone— Elaheh siempre había sido muy curiosa en más de un sentido. Cuando algo era de su interés buscaba la forma de poder comprenderlo totalmente— Quería saber cómo controlan el agua del río subterráneo que abastecerá a los tres pozos de la aldea. Quiero decir, ahora mismo no están llenos ni nada— se había acercado a uno de los obreros para preguntar.
—¿Usted quién es?— la pregunta la tomó desprevenida. Pero claro, una mujer preguntando por asuntos de hombres. Deseó tener puesto el aro de oro en la nariz, así ese hombre no se atrevería a preguntar.
—Jacob, modales por favor— una voz que mediaba entre lo infantil y lo adulto habló fuertemente desde detrás de ella.
Al girarse se topó con un muchacho que tenía que tener más menos 20 años. Era menudo y más pequeño pero no había cabida a dudas. Era Irad, el hermano de Vahid, el cuarto príncipe de Jaldra
—Es una de las concubinas de mi hermano mayor, el tercer príncipe Vahid.— no hizo falta más, Jacob inmediatamente agachó la cabeza y pidió disculpas.
—No son necesarias. Soy yo la que pregunta sin presentarse antes, además no tengo mi aro puesto así que no importa que no me asociaras a nadie de la nobleza— se apresuró a decir Elaheh intentando ayudar al pobre hombre— mucho gusto, soy Elaheh— se presentó.
—Un placer mi señora. Soy Jacob, el jefe de obra— respondió educadamente el hombre. Elaheh pensó que en ningún momento le faltó el respeto, la había tratado de usted y no levantó la voz ni un segundo.
—Solo Elaheh por favor, no es necesario tanta cortesía— se giró luego hacia el príncipe Irad— un placer príncipe Irad y gracias por interceder por mí— dijo manteniendo las formas.
—Por nada, Elaheh— el que la llamara con confianza que nadie le había dado tan rápidamente la molestó de sobremanera— dime, ¿mi hermano acostumbra a dejarlas solas así a menudo?
—No— había algo que le daba mala espina del cuarto príncipe— mi esposo dijo que hablaría con usted y yo pensé que estarían ocupados los dos. Me interesan las cosas que no entiendo, por eso decidí en el mientras tanto hacer unas preguntas inocentes.— la explicación era innecesaria pero no quería dar pasos a malos entendidos. Irad le daba la impresión de ser el tipo de persona que lo tergiversaba todo.
—Ya entiendo. Muy bien— la mirada de Irad se le antojó a Elaheh como la de un cocodrilo paciente y al acecho, esperando que la presa caiga sola— Jacob, responde y ayuda a Elaheh en lo que ella necesite. Te dejo a cargo de ella, yo iré a buscar a mi hermano.
Elaheh lo vio irse y suspiró. No se había dado cuenta de que contenía la respiración. El cuarto príncipe era incluso peor que el primero y la ponía más nerviosa aun.
—Haces bien en desconfiar de él— susurro para sí misma pensando en la forma en que Vahid había querido advertirla sobre aquello.
—¿Dijo algo señorita Elaheh?— casi se había olvidado de la presencia de Jacob.
—No, Jacob, tranquilo. Oye y…te lo dije, solo Elaheh está bien— le recordó ella.
—Elaheh—repitió Jacob— entonces, ¿Quieres saber sobre el río subterráneo cierto?
— Sí, por favor.
Irad entró en la tienda entre divertido y malhumorado. No esperaba a su hermano, aquello lo había enojado pero este había traído con él un juguetito. Algo sin precedentes, por tanto esta chica debía tener algo especial.
— Hermano mayor— saludó efusivamente recomponiendo su muy planeada cara feliz.
—Irad, hermano— respondió Vahid con el mismo rostro— ¿Cómo estás?
—Todo bien hermano Vahid, imagino que vienes a ver el progreso— se apresuró en decir.
—Pues sí. Carezco de tiempo así que ya sabes, rápido y conciso— si algo caracterizaba al tercer príncipe era su forma de ser directo y concreto en lo que quería.
—Aquí tienes los planos y los informes, todo listo esperando por ti. Las preparaciones ya han sido terminadas.— desdobló unos planos gigantes sobre la mesa que estaba en una esquina de la tienda. Vahid se acercó y los analizó detenidamente por un tiempo.
—Todo en orden aparentemente— dijo al fin— entonces solo tienes que avisarme cuando lleguen los materiales del norte y listo. Ve a palacio en cuanto todo esté preparado— era más una orden que una sugerencia. Vahid había aprendido que con Irad mientras menos opciones dejarás, mejor.
—Claro hermano— Vahid se disponía a irse— conocí a tu nueva concubina, un raro espécimen ciertamente.— el mundo de Vahid se desequilibró por un instante, aquello no estaba en los planes a no ser como plan de emergencia.
—Sí bueno…es entretenida. Ganó una de las competencias que organicé para mis concubinas y como premio pidió salir de palacio en mi compañía a pasear. Como no tengo tiempo para desperdiciar decidí que la traería conmigo— las explicaciones estaban de más pero necesitaba que su hermano levantara la menor curiosidad posible por Elaheh. Lo quería lejos de ella, traerla había sido un error ahora lo sabía.
—Vaya pues…— meditó Irad— y dime hermano, ¿de dónde proviene ella?
Vahid se estremeció ligeramente. Su hermano rara vez hacía una pregunta cuya respuesta no conociera ya. No podía mentirle porque si Irad se enteraba de la verdad después se sentiría aún más interesado en ella.
—Era una esclava hace algún tiempo, su amo la dejó libre y yo me la encontré. Me resultó atractiva por lo distinto en comparación con mis concubinas. Como una mosca en un desfile de mariposas.— más lejos, necesitaba ir más lejos— ese tipo de mujer no aspira a ser mi esposa legal. Saben que no pueden por tanto no me agobia como las demás. Necesito una así aunque sea, de vez en cuando es imprescindible despejar.— con eso debía bastar. Vahid rezaba a todo lo que pudiera escucharlo para que con eso bastara.
—En eso tienes toda la razón— su hermano parecía más animado. El tercer príncipe creyó que se lo había creído, todo estaría bien.
—Una cosa hermano, ¿Cómo supiste que era mi concubina?
—Hermano Vahid, las noticias vuelan con el viento— dijo son una sonrisa Irad.
—Entonces, voy a buscarla para volver a palacio— salió de la tienda. Respiró el aire puro, el ambiente dentro de esa tienda era pesado y cargado de sentimientos malos.
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Elaheh había aprendido mucho de su curso rápido en construcción de pozos con Jacob, pero este tenía trabajo con el que cumplir por lo que ella lo dejó solo antes de que Vahid terminara su conversación con Irad. Ella no quería molestarlos, pero se aburría mortalmente, por tanto decidió ir a ver si ya habían terminado.
No llegó a entrar a la tienda, ni siquiera a llamarlo. Se había acercado lo suficiente como para escucharlos hablar. Vahid había dicho que ella era un entretenimiento, un despeje del agobio constante al que era sometido por las otras concubinas, ella era inservible, todo era mentira…
Antes de saberlo estaba corriendo, quería escapar de allí. No deseaba que nadie la viera, sobretodo no él. No supo durante cuánto corrió, ni en qué direcciones. Se acercó a uno de los pozos. Estos habían sido distribuidos en tres extremos diferentes de la aldea y ese era el más lejano del comienzo de esta.
Se aproximó al borde, miró hacia dentro. Aunque el río estuviese contenido en una presa subterránea aún se veían los canales que pasaban por las estructuras construidas para transitar los obreros por ellas. Parecía un camino con los dos contenes, solo que los contenes eran de piedra y el camino de agua caudal.
Ensimismada en sus pensamientos de odio hacia sí misma por creer en Vahid no notó que alguien se le acercó por detrás. No lo vio venir y mirando dentro del pozo no pudo ver la sombra, solo sintió dos manos en su espalda que propinaron un fuerte empujón que la lanzó pozo adentro.
Lo próximo que vio fue oscuridad, la única luz provenía de la entrada del pozo pero no llegaba su fondo. Había caído en el agua en medio de un grito atroz que se magnificó por la estructura que la contenía.
Todo estaba oscuro, húmedo, como las catacumbas, como las celdas, como los calabozos. El pánico se apoderaba de ella, el miedo que existía en su vida. Su cuerpo tembló compulsivamente, sus dientes castañeaban. Se aferraba como podía al contén pero no sabía nadar y no tocaba el fondo del caudal.
No podía subir, el agua estaba en calma pero aun así ella no. Podía escucharla en los túneles, sentir el eco de su propia respiración mas no podía ver nada. El miedo incrementó, no pensaba, solo las sensaciones quedaron y ninguna era buena.
Su mente viajó a la celda en las catacumbas subterráneas del reino de Valghar, donde Alfred la había tenido desde que ella tenía menos de cinco años. El lugar estaba lleno de ratas que te mordisqueaban los pies, olía desagradable, era húmedo hasta el punto en que goteaban del techo aguas negras.
Todo hacía eco en aquel lugar apartado de cualquier ayuda celestial, la respiración de las demás, los pasos de los guardias, los gritos de las otras esclavas, los latigazos cuando alguna se equivocaba en algo del entrenamiento. Eran adiestradas por dolor día y noche, sucias y sin vestir, mal alimentadas y forzadas a mejorar tanto como pudieran. Si lo conseguían Alfred las llamaba para que formaran parte de su harem y lo ayudaran a obtener el trono, sino se deshacía de ellas. A ella…a ella…
Los pensamientos nublados de Elaheh se fueron aclarando. Una voz la traía de vuelta a la realidad, él la estaba llamando, no…hacía más que eso, gritaba su nombre.
—ELAHEH, ELAHEH, ELAHEH.
Vahid no podía dejar de gritar buscando que ella levantara su cabeza y lo mirara. Sabía que alguna parte de ella se había ido a algún sitio donde él no podía alcanzarla y la necesitaba de vuelta.
—Vahid— ella no había gritado. Vahid había escuchado su nombre y quiso pensar que no lo había dicho como una pregunta. Le funcionó.
— ¿ELAHEH, ESTÁS BIEN?— gritar era innecesario debido al eco, pero él estaba descontrolado.
Tenía miedo, miedo de que ella estuviese herida, miedo de que la herida no fuese solo física. Lo había notado, aquel lugar traía recuerdos a ella lo suficientemente fuertes como para enajenarla de todo aún en esa situación.
Elaheh pensó antes de responder. No quería ser una carga, era solo una distracción según él. No tenía por qué preocuparlo, ella no estaba en posición de merecer su interés.
—ESTOY BIEN— su voz no funcionaba normalmente, había intentado hablar pero las palabras se trabaron en su garganta por tanto las gritó mientras sonreía. Sabía que él podía verla— CONCENTRATE EN BUSCAR ALGUNA FORMA DE SACARME DE AQUÍ.
—Hermano— Irad estaba al lado de Vahid, era quien le había avisado de la caída de Elaheh al pozo. Aunque Vahid ya estaba en camino porque había escuchado el grito de ella— iré a buscar a los obreros, ellos pueden ayudar.
Irad salió corriendo para buscar ayuda cuando escuchó el sonido inconfundible de alguien cayendo dentro del pozo. Giró su cuerpo y vio cómo su hermano ya no estaba, se había tirado, por estar al lado de ella se había tirado. Una sonrisa maliciosa apareció en su cara.
Elaheh no lo podía creer, Vahid se había tirado dentro del pozo. Sin medir lo que pudiera pasarle.
—¿Estás bien?— preguntó lo mejor que pudo.
Al tenerlo cerca gritar sería extraño pero su voz todavía estaba débil. Vahid levantó la mirada, obviamente él sí tocaba el fondo del caudal debido a la forma en que se mantenía en el mismo lugar sin hacer movimiento alguno. Su mirada era de enojo, estaba tan molesto que podía matar a alguien.
Elaheh pensó que la reprendería por su estupidez de caer dentro de un pozo. Lo vio acercarse y cerró los ojos en el segundo en que sintió sus manos alrededor de ella, pero contrario a lo que pudo imaginar él la cargo por encima suyo y la trepó en el contén, haciéndola sentarse frente a él.
—¿Qué si estoy bien? ¿Te parezco bien a ti? ¿Cómo te atreves a mentirme? ¿Cómo te atreves a decirme en mi cara que estás bien cuando obviamente es una mentira?— todo su cuerpo temblaba de rabia, Elaheh estaba paralizada mirándolo— estás temblando, tus ojos están rojos y tu rostro es la viva expresión del pánico y me dices que estás bien. ¿Por qué demonios no confías en mi como para ser sincera en cosas como estas?
Elaheh estaba confundida. No tenía sentido, si solo era un entretenimiento…por qué…
—¿Por qué me hablas así?— se alejó de él arrastrándose hasta pegarse en la pared— ¿Por qué me tratas como si te importase cuando no soy más que un desahogo del agobio de tener 30 concubinas concursando para ser tu esposa legal?— Vahid la miró. Ella escondía su rostro tras sus manos, por un segundo la vio tal cual era. Parecía más pequeña, menuda, débil, joven.
—Así que escuchaste eso…— suspiró. Elaheh mantenía su rostro escondido detrás de sus manos— escucha, no tengo como probarlo así que tendrás que confiar en mí pero…yo nunca he pensado en ti de esa forma. Eso fue algo que dije para que Irad no pusiera su atención mal recibida en ti. Eso es todo.
Elaheh levantó la vista, la mirada penetrante de Vahid no dejaba lugar a dudas. Ella se había equivocado, acostumbrada a esperar lo peor de la realeza no supo ver la diferencia. Aunque sabía que eran distintos su primer instinto había sido desconfiar de él.
Las palabras no salían, quería hablar pero no podía. Aquel lugar estaba lleno de cosas que le recordaban la verdad de su condición. Vahid salió del agua y se sentó a su lado, la apretó contra él aprovechando que ella no oponía resistencia, sintió el temblor de su cuerpo y quiso atribuírselo al frío pero no pudo
—Elaheh, quiero saber una cosa… ¿Qué edad tienes?— al inicio cuando la vio la primera vez había pensado que era más menos contemporánea con él. Cuando la vio arreglada pensó que era mucho más joven, luego cuando se enfrentó a Kamram con él parecía de nuevo mayor y ahora tenía el aspecto de una niña pequeña.
—22. Los cumplí o los cumplo en este año— su voz era carrasposa y ronca, apenas sí se entendía.
—¿No sabes cuándo es tu cumpleaños?— la pregunta salió sola y natural. Sólo después de formularla Vahid cayó en la cuenta de su error— lo lamento, no pretendía…
—Está bien— lo interrumpió— El no saber mi fecha de cumpleaños no me molesta, no he tenido nada que celebrar de todas maneras.— Vahid sabía lo que quería decir. Su vida insignificante y tortuosa no era algo digno de festejo ni siquiera para ella misma.
—Es hora de irnos— no supo decir nada más y de todas formas desde la entrada del pozo unos obreros ordenados por su hermano bajaban una soga para rescatarlos.
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Peluuuuuusas qué opinan???
Algún criterio a dar sobre nuestra protagonista y el príncipe del Sur de Jaldra????
Y les adelantó de antemano que de Irad sabremos más en el próximo capítulo....esto amigos míos no hace más que comenzar.
Alguien sabe ya o tiene alguna idea de los significados de los nombres de algún personaje?
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