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Capítulo 2 Encuentro de príncipes

Después de que la nueva condición de Elaheh fuera expuesta, el príncipe ordenó que esta fuera arreglada como se merecía alguien de la posición de una concubina del tercer príncipe del país. Fue arrastrada por la corriente de sirvientas que la metieron en el baño. Era increíble lo grande que podía ser un baño de palacio.

La habitación era por mucho más grande que aquella en la que se había encontrado con el príncipe y sus concubinas. De hecho solo la bañera tenía más de 15 metros de largo y 20 de ancho para usar por una persona, parecía un desperdicio.

Las sirvientas que hasta allí la habían llevado se encargaron de desnudarla y adentrarla en el agua. Aunque Elaheh intento protestar fue inútil, estas restregaron con esmero cada parte de su cuerpo deshaciéndose de la suciedad existente acumulada desde…ella misma no recordaba cuándo.

Lavaron su cabello fervientemente, luego la secaron con toallas muy suaves todas blancas, a Elaheh le dio miedo de que estas se mancharan porque todavía quedase suciedad en su cuerpo, sin embargo vio agradecida como, más allá de mojadas, las toallas permanecían iguales.

Las sirvientas la hicieron sentarse en un taburete para cortarle el cabello de forma pareja. Apenas si tocaron el largo, seguía por debajo de su mandíbula. Luego pasaron a arrancar todo el pelo excedente de sus cejas. El proceso fue doloroso y abrumador pero su rostro quedó hermosamente enmarcado. Se veía hasta bonita de cierta forma así de arreglada.

Las sirvientas trajeron montones de agua caliente y pasaron luego a depilar casi todo su cuerpo. La depilación con hilo suele ser dolorosa, Elaheh hacía mucho que no la sentía, pero su mancillado cuerpo estaba tan acostumbrado al dolor que no gritó en ningún momento. Sólo las expresiones de su rostro dejaba ver que aquella depilación era peor que cuando lo hicieron en sus cejas.

Mientras las sirvientas trabajaban, Elaheh las miró buscando indicios de que alguna se molestara de tener que hacer aquello a una antigua esclava o de que tuvieran miedo o asco por todas las cicatrices que cubrían su cuerpo, principalmente su espalda, muñecas y tobillos, debido a los repetitivos castigos y grilletes de su época de esclavitud, pero ninguna dejaba entrever nada.

Elaheh supuso que ya habían esperado aquello desde que habían escuchado sobre su pasado. Era normal. Si bien en Jaldra la esclavitud estaba prohibida, al igual que la trata de humanos, la verdad es que era bastante común tropezarse con aquello. Además ella no era de ese país, solo porque su amo le había dicho…la mente de Elaheh empezó a volar de regreso a aquel día.

Él, su amo, las había ido a ver ese día personalmente. Estaba molesto, podían notarlo, caminaba furibundo de un lado a otro delante de ellas. Entonces lo dijo:

— Ustedes son todas esclavas. Una desgracia para la corona. Un rey no puede permitirse tener entre sus concubinas a basuras como ustedes. Ya no son útiles para nadie así que escojan, pueden irse sin decir jamás a nadie de dónde vienen o quiénes son o mueren aquí, ahora. Debido a los servicios útiles que me habéis prestado hasta la fecha esta es la opción que tendrán algunas de ustedes, las que yo mencionaré, todas las demás moriréis.

Todas se habían estremecido ante sus palabras. Mientras recitaba la lista de nombres que se sabía de memoria, alrededor de Elaheh las muchachas temblaban, algunas de miedo, otras de expectación, otras de felicidad luego de que sus nombres fueran mencionados.

Arita le sostenía la mano, ella había sido una de las últimas en llegar. Sabía que apenas si había sido útil en una o dos ocasiones. Su destino estaba sellado pero Elaheh se negaba a aceptarlo. Cuando escuchó como su amo pronunció el nombre de Elaheh, Arita la miró a los ojos.

— Felicidades. Por favor vive allá afuera por las dos.

Tres nombres más, la lista acabó.

Las esclavas temblaban y gritaban, intentaban correr. No servía de nada. Caían muertas en charcos de sangre alrededor de los guardias, de las esclavas que habían compartido con ellas gritos y fiestas, castigos y obediencias, clases e instrucciones. Todo buscando contentar y ayudar a aquel que ahora las despreciaba y desechaba.

Las que quedaron vivas, las que él había perdonado, fueron expulsadas luego de acabada la masacre. Solas y a sus suertes el dolor había sido demasiado como para permanecer juntas, por lo que cada una tomó caminos diferentes.

El recuerdo era demasiado para Elaheh, decidió volver a concentrarse en la labor de las sirvientas. Era inservible, no podía. Se miró la mano derecha, aquella que Arita había sostenido, aquella a la que se había aferrado cuando la atravesaron con un sable por el estómago, que había dejado ir cuando por fin murió.

— Listo señorita Elaheh, queda que se cepille los dientes con esta pasta especial.

Una de las sirvientas, la que había supervisado todo el proceso, le extendía su mano donde sostenía un pequeño tarro con una pasta verde blanquecina y un cepillo dental. Elaheh los había visto antes pero nunca uno tan bonito, hasta los artículos de higiene eran más bellos allí.

Dejó atrás sus recuerdos traumáticos y se cepilló los dientes con aquella pasta entre verde y blanca aceitosa. Al terminar volvió a enjuagarse.

— Señorita Elaheh, su…— inició la sirvienta pero se vio interrumpida rápidamente.

— Elaheh por favor. Sabe que fui esclava, entonces entenderá lo incómodo que es para mí que le ponga un honorífico del cual me considero indigna.— la sirvienta abrió mucho los ojos. Elaheh notó que tenía muchas arrugas, debía ser de unos cincuenta y tantos años.

—Muy bien, Elaheh…su cabello está seco al igual que su cuerpo. Las preparaciones están casi terminadas. Esta es su ropa— dijo la mujer señalando a una pila de telas que se hallaban en un taburete en una esquina— puede ponérsela usted o podemos ayudarla. Es un sari, no sé si sepa cómo ponérselo adecuadamente. Sin ofender.

— No me ofendes, es normal que pienses así pero sí sé cómo ponérmelo. Gracias de todos modos— Elaheh se acercó al taburete y tocó la suavidad de la tela. Todo el conjunto era verde cian con adornos bordados de hilos plateados— ¿Cómo te llamas?

— Pari— contestó la mujer.

—Muy bien Pari, entonces por favor ayúdame. Me da miedo romperla sin querer, jamás he tocado tela tan suave en mi vida— Pari se sintió de repente muy triste por aquella joven que le daba la espalda. Sabía que su vida había sido de todo menos fácil y en aquel momento esa realidad se hacía más cruda.

— Claro Elaheh.— Pari la ayudó a ponerse el sari de forma correcta. Elaheh sintió la calidad de la tela que envolvía su cuerpo— listo, creo que el príncipe tiene muy buen gusto. Este color te favorece bastante.

— ¿El príncipe?— Elaheh miraba atónita a su reflejo en el gran espejo que abarcaba una pared completa de aquel cuarto de baño. Se veía hermosa como nunca.

— Sí, él fue personalmente quien nos dio el sari para vestirte. Escogió un sinfín de ropas para ti, todas ya habían sido cosidas pero a última hora, cuando decidió hacerte su concubina, puso a trabajar a las modistas para arreglarlas a tu talla luego de que nosotras le diéramos tus medidas. Por supuesto dejó encargos para hacer, pero por ahora tienes ropa suficiente para un mes sin repetir ninguna.

— Aquí…— Elaheh se sentía un poco cohibida— trabajan muy rápido ¿no es verdad?

—Por el príncipe que hizo del sur una provincia próspera de nuevo haríamos lo que fuera. Además ha tomado un tiempo tenerte lista— Pari hizo a Elaheh sentarse en el taburete para retocarla un poco, aunque esta solo se dejó lubricar los labios con un aceite especial para cerrar las heridas que tenían.—bien, es hora de ver al príncipe mi niña.

Elaheh solo sonrió y siguió a Pari por los pasillos.

Tengo que recordar todo este laberinto de palacio si voy a vivir aquí de ahora en adelante, pensó y aunque no odiaba a Vahid, la realidad de perder su voluntad y tener que someterse como concubina nuevamente la hacía sentir asfixiada.

Subieron tres pisos y caminaron por varios pasillos hasta llegar a una puerta doble aún más grande que la anterior.

— Su majestad, la señorita Elaheh está aquí.— anunció Pari desde el exterior de la habitación, con Elaheh a un paso detrás de ella.

— Adelante—el mismo Vahid abrió la puerta. Quedó momentáneamente petrificado ante la belleza de la joven que horas antes había demostrado tanta fiereza. Descubría ahora que más que bonita, era radiante.

— Con permiso— dijo Elaheh mientras se adentraba en la habitación. Escuchó como Vahid cerraba la puerta. No sabía qué esperar ahora que estaba a solas con el príncipe.

— Muy bien— dijo este pasando por su lado y acercándose a una mesa puesta estratégicamente cerca del ventanal de la habitación, que resultaba ser tan grande como el baño— ¿quieres beber o comer algo?

— No gracias, estoy bien— respondió rápidamente.

— Escucha, no tiene sentido negarte, tienes que comer de cualquier manera. Si crees que puede tener algo malo te daré todo luego de probarlo yo primero— aunque no quería admitirlo aquel príncipe extraño tenía razón.

— Me gusta la fruta, me quedaré con eso— Elaheh se acercó a la mesa manteniendo distancia de Vahid, tomó unas uvas y empezó a comerlas—quiero saber por qué yo. No soy rica, no tengo títulos ni tierra, no me obtuvo en un intercambio justo, no gana nada conmigo, de hecho pierde bastante. Un príncipe gobernante con una antigua esclava de concubina no parece un buen negocio, no importa cómo se mire.

Miraba directamente a los ojos de Vahid, en ningún momento mostró sumisión y podía notar como aquello solo hacía a Vahid sentir mejor.

— Te lo dije antes— dijo este lentamente mientras se acercaba a Elaheh y tomaba también unas uvas para comer— necesito a alguien como tú en mi harem. Alguien capaz de enfrentar a la nobleza sin bajar la cabeza, sin sentirse intimidada por nosotros. Incluso ahora cuando me hablas no bajas la mirada.
   Las demás de mis concubinas han sido adquiridas tal cual has dicho, intercambios, negocios, compras, obsequios ya sea para pedir favores como para tener relaciones con la familia real. Regalos provenientes de sus propios padres, nobles de algún lugar, tratados de paz de otros países, entre otras cosas.
    Por tanto son útiles, ninguna de ellas es prescindible pero no tienen la fiereza necesaria para vivir en este mundo y sostenerse solas. Yo las protejo, pero necesitan alguien de su propia clase haciendo lo mismo.

Las palabras de Vahid causaron dudas en las ideas arraigadas en cicatrices profundas en el alma de Elaheh. Mas no era suficiente como para que esta cambiara de opinión sobre la realeza, seguían siendo ratas oportunistas sin corazón a sus ojos.

—Jamás seré de su clase, no me aceptarán nunca.

—Ya veremos— contestó Vahid contento— mi hermano mayor, el primer príncipe Kamram y gobernador del Este del país, viene esta noche. Todas tendréis que acompañarme. Espero que el sari haya sido de tu gusto.

— Es muy bonito, no esperaba que usted tuviera tan buen gusto. No puedo negar que el color me favorece bastante— respondió Elaheh intentando no demostrar ninguna emoción.

— Me fijo mucho en las cosas que me interesan. Bueno, estás lista entonces. Yo me voy a cambiar ahora, puedes quedarte si quieres y preguntar lo que desees— los ojos de Elaheh no pudieron esconder su impresión haciendo a Vahid reír a carcajadas— tranquila Elaheh— dijo intentando respirar normal mientras contenía la risa que quería salir nuevamente— no me cambiaré delante de ti, iré detrás del divisorio. Entonces… ¿te quedas?

— No— respondió apresuradamente Elaheh— no sé cómo llegar junto con las demás así que…esperaré afuera.

Elaheh salió velozmente de la habitación mientras Vahid la miraba muy entretenido. No recordaba hacía cuánto no disfrutaba tanto con nadie. Pensaba que era una chica de lo más interesante, como un ratoncito asustado delante del gato y mostrando los dientes para defenderse.

Elaheh esperaba en el pasillo mientras miraba por el balcón. La vista daba al jardín central alrededor del cual se erguía el resto de las construcciones y corredores, dejaba ver el cielo y las flores. Era hermoso, algo innegable. Escuchó la puerta abrirse detrás de ella, de la habitación salió Vahid vestido con un khalat azul cielo con bordados de oro y un pagri del mismo color azul. Las joyas que lo adornaban eran de oro y diamantes, todo un príncipe. Elaheh no pudo negar la belleza de aquel ser.

— Elaheh— dijo Vahid mientras se acercaba a ella—tengo un regalo para ti— le entregó una cajita. Elaheh lo tomó con cuidado y la abrió, dentro había una gargantilla que brillaba debido a los diamantes incrustados en los hilos de plata que la componían.

— No puedo aceptar esto…— intentó decir pero el príncipe ya la había tomado y se la estaba colocando en el cuello.

— Quieta—dijo cuando ella intento moverse a un lado— escucha, eres mi concubina ¿Qué diría de mi la gente si no estás tan cuidada como las otras? Mi hermano está aquí, estamos de camino a verlo. No puedo permitir que piense que trato mal a mis concubinas cuando no es verdad. El poder que poseo, lo que he alcanzado, gran parte de ello se lo debo a ellas. Entonces solo por ahora acéptalo, no quiero que otros piensen que te denigro porque vienes de ser esclava.

Los ojos verdes la miraban con tanta intensidad que podrían haberla abierto al medio y expuesto su alma, pero ella no podía permitir aquello.

— Aunque digas eso esto es muy caro, no puedo aceptarlo. Tal vez podrías conseguir algo más barato pero igual de bello.

— Entonces admites que te gusta ¿eh?— Elaheh se dio cuenta de su descuido e inmediatamente se puso colorada— lamento que te haga sentir incómoda pero tienes que usarlo. Ahora vamos, las demás nos esperan.

Fueron caminando, durante el trayecto el príncipe Vahid fue explicándole lo que eran las habitaciones y hacia donde conducían los pasillos. El tiempo pasaba de prisa y el camino también.

— Más adelante en la próxima curva tendremos el salón de recepciones donde veremos a mi hermano. Las demás concubinas deben estar adentro. Tú solo relájate— explicaba Vahid.

—Príncipe Vahid, me preguntaba… ¿Cuántas concubinas tiene?—Elaheh no podía estar más lejos de los celos, pero sí sabía que las demás habían llegado allí de forma muy diferente y no les hacía gracia ninguna su presencia.

— Pues la verdad eres la número 31— contesto Vahid con normalidad.

— Ya…ya veo— no pudo evitar Elaheh que las palabras se trabaran en su boca, solo había visto esa cifra antes en el palacio de su antiguo amo.

— Llegamos—el anuncio del príncipe hizo que Elaheh no siguiera el curso de sus oscuros pensamientos— vamos.

Dentro de la habitación estaban las otras 30 concubinas junto con un grupo de sirvientas. De cierta forma cuando Elaheh vio a las demás se alegró del regalo del príncipe. Todas iban maravillosamente arregladas, cada una vestía un sari de diferente color.

Las diferencias entre ellas no las había notado inicialmente, pero ahora viéndolas allí, sí era obvia la variedad de mujeres. Las habían rubias, morenas, pelirrojas, más bajitas, más altas, más delgadas. Caminó hacia donde Vahid le indicó, que resultó ser a poco menos de medio metro de él, sentada en uno de aquellos cojines de plumas esperando a que el primer príncipe entrara, al igual que las demás que estaban dispuestas alrededor del asiento del príncipe Vahid mostrando el despliegue de su poder en su territorio.

Antes de irse a sentar a su asiento Vahid se agachó hasta la oreja de Elaheh y le susurró unas palabras. Al inicio se sorprendió, luego, cuando este se enderezó nuevamente y la miró a los ojos, ella no supo más que asentir decidida a cumplir con aquel hombre solo para ver qué tan lejos llegaba él.

— El primer príncipe del reino de Jaldra, Kamram, gobernante del este del país.

El anuncio del guardia fue seguido por la entrada de un hombre y su sequito donde extrañamente no venía ninguna mujer, solo guardias. El príncipe Vahid se parecía al príncipe Kamram en el rostro, pensó Elaheh, aun así el aura era diferente y el cabello del primer príncipe no se veía debajo del dastar así que probablemente lo tuviera corto.

El príncipe Vahid no se puso en pie ante la entrada de su hermano, nadie se movió. Elaheh en todo momento observaba la situación, sentía la tensión en el ambiente pero no sabía decir si era por la mirada furibunda de las concubinas o por la mirada asesina de los hermanos principescos.

—Hermano Vahid, ¿Cómo has estado?— Kamram extendió los brazos con fingida alegría. Vahid adoptó la misma expresión vacía con la mueca de una sonrisa que su hermano mayor.

—Todo conforme a lo pensado hermano mío. Ahora dime que mi tiempo es muy preciado ¿Podemos comer mientras hablamos de negocios?— la voz de Vahid no denotaba nada, emoción ninguna.

— Sí, claro hermano. Yo también tengo el tiempo contado, tengo que volver al Este en la madrugada y el anochecer se acerca. Los preparativos están casi terminados así que a mí también me conviene hacer ambas cosas a la vez— afirmó el príncipe Kamram mientras se sentaba en el asiento dispuesto para él. Un asiento normal, no un cojín como los de las concubinas pero aun así más bajo que el de Vahid y menos adornado.

El tercer príncipe hizo un gesto con la cabeza y los sirvientes empezaron a pasear con los platos llenos de frutas, carnes, vegetales entre otros alimentos. Colocaron los vasos llenos de vino al lado de cada príncipe, las concubinas no tomaban ya que al príncipe Vahid no le gustaba que lo hicieran delante de otras personas. Necesitaba que todas mantuvieran sus sentidos al máximo cuando habían otros presentes.

Afortunadamente para Elaheh, desgraciadamente para el resto de las concubinas y divertido para Vahid, a ella le habían enseñado durante su tiempo de esclava cómo debía comportarse adecuadamente.

A fin de cuentas aquello que no podía decir, lo que tenía que mantener en secreto a toda costa, era que su antiguo amo, dueño de más de 100 esclavas, poseedor de un harem tan grande que le dio un poder desmesurado, era el actual rey del país vecino Valghar, Alfred, hijo bastardo del antiguo rey.

Un príncipe que a través del tráfico de esclavos logró conseguir fortuna suficiente. Con la ayuda de sus esclavas entrenadas especialmente para proporcionarle poder y contactos obtuvo los títulos, con el harem más grande venció a los hermanos que tenía y finalmente se volvió rey.

Por ello allí en la corte del Sur de Jaldra ella era perfectamente capaz de comportarse delante de todos como una dama. El por qué lo hacía ni ella misma se lo explicaba, pero las palabras que él le había susurrado al oído antes de que su hermano entrara al salón le dieron deseos de ayudarle.

Ahora está en tus manos. Usa tu fuerza y mídenos. Si al final decides que no soy digno, te dejaré ir.

Aquello no tenía sentido en su cabeza pero había sido suficiente. Por el momento sería un ejemplo de concubina, nadie que no lo supiera notaría que había sido esclava.

— Entonces hermano, tal cual dije ¿Cuáles son los asuntos que tienes conmigo?— Vahid no estaba dispuesto a desperdiciar ni un segundo, no le daría a su hermano la oportunidad de analizar nada.

—Pues hermano mío quiero hacer un trato. Escuché que necesitas mover unas mercancías para el comercio con Lithuam y tu región del Sur desafortunadamente no tiene costas. El Este sí las tiene. Quiero permitirte hacer los intercambios comerciales por mis puertos— anunció Kamram mientras bebía sonoramente y comía despreocupado.

— Y dime hermano mayor ¿Cuál sería el precio de tan tentadora oferta?— el príncipe Vahid apenas si comía y no había bebido nada. Solo observaba atentamente. Elaheh había estado haciendo lo mismo, dejando de lado los manjares que les servían.

— Concubinas. Tienes más que yo hermano y eso que yo soy el príncipe heredero. Aunque no me molesta, aún así creo que necesito ser capaz de hacer más alarde de mi verdadero poder. Por ende quiero cuatro de tus concubinas. Me parece un precio justo considerando que podrás hacer negocios con un país tan grande como Lithuam. Además por ser mi hermano te permitiré que escojas a quien me darás, pueden ser aquellas que sean inservibles para ti, da igual.

El príncipe Kamram terminó su discurso muy contento de sí mismo, como si acabase de hacer una oferta irrechazable. Elaheh pensó para sí misma que así es como funciona el mundo, la podredumbre reina.

— No lo acepto.

La voz de Vahid resonó alta y fuerte. La determinación, e incluso furia como si le hubiesen insultado de la mayor manera posible, hicieron que Elaheh levantara violentamente la cabeza asombrada.

—Ellas son mis preciadas concubinas, cada una tiene una habilidad diferente. No son solo el alarde de mi poder y riqueza, son también quienes me apoyan y dan fuerza. Una fuente de poder propia, una energía necesaria para mi éxito y te digo sin temor a errar que no hay ni una sola de ellas que sea inservible o innecesaria.— la cara de Kamram reflejaba rudeza y consternación.

Por otro lado, en la mente de Elaheh se formaban mil ideas, colisionaban perjuicios de antaño, como hacía siempre que estaba muy nerviosa susurró para sí misma.

—Ah, esto es malo, esto es definitivamente malo— sus manos empezaban a temblar— esto no me lo esperaba. Tú no deberías ser así— se debatía pero una parte de ella ganaba más terreno dentro suyo, aquella parte que confiaba en él aunque lo acabase de conocer— porque eres así es que ahora no puedo odiarte y eso es realmente malo— finalmente se dejó derrotar. Aceptó que no podía huir. Había hecho lo que le había pedido, los había medido a los dos— Tú ganas, no puedo contra esto.

Elaheh se levantó dejando en el suelo frente a ella el plato con las frutas, que era lo único que había tocado de la comida. Caminó lentamente, solo sus pasos rompían el silencio yacente en la sala. Las concubinas la miraban con horror, el príncipe Kamram reparó en su presencia cuando ella estuvo justo al lado del príncipe Vahid, que se vio realmente sorprendido por el actuar de la joven.

Elaheh se sentó en el regazo de Vahid, cruzó los brazos alrededor de su cuello, se aferró a él con delicadeza, sensualidad y al mismo tiempo fiereza, esa que Vahid había visto en la mañana aquel día, la que lo había hecho convertirla en su concubina. Lo que ella poseía que las demás no.

— Lamento interrumpir una conversación de negocios entre los príncipes, pero verá usted su majestad, príncipe Kamram. Yo hablo humildemente desde la posición de una simple concubina, aunque defiendo la postura de aquellas a las que acompaño y le aclaro que preferiría andar descalza en las calles de la cuidad trabajando como una persona normal antes que caer en las garras del harem de un hombre como usted, que solo considera a las mujeres como objetos de negocio y no mira el verdadero valor que poseen.
   Tengo realmente lástima por aquellas que integran el harem de su palacio en el Este y jamás aceptaría, sin importar las consecuencias, el ser llevada con usted. Ya que solo podría considerar como mi esposo al tercer príncipe Vahid.

La sala se sumió en la penumbra aunque se mantenía iluminada, el peso del silencio cayó sobre todos. Esperaban la explosión, la calma que existía sobrevenía a la tormenta.

— PERO QU…—el príncipe Kamram reaccionó finalmente entre gritos— ¿DEJAS QUE TUS CONCUBINAS HABLEN ASÍ? ESCUCHA MOCOSA SOY INCLUSO MÁS PODEROSO QUE TU ESPOSO Y TE ATREVES A HABLARME ASÍ.

— Kamram.

Intervino el príncipe Vahid mientras pasaba un brazo por la espalda de Elaheh y la apretaba más contra él, haciendo énfasis en que era suya. Al menos mientras su hermano estuviese allí.

— No permito que en mi palacio le hables de esa manera a mis concubinas. Como he dicho son mis preciadas mujeres, ellas pueden expresar lo que sienten si así lo consideran y lo que ha dicho solo ha ratificado mis palabras. Por tanto espero que entiendas que el negocio no es posible a no ser que cambies el precio de este. Si te decides envía a un mensajero, yo seré quien vaya a verte.

Dicho esto el príncipe apretó aún más a Elaheh mientras se ponían en pie y salió del salón seguido de sus concubinas y sus sirvientes. Caminó al lado de ella sin dejarla apartarse para volver a su sitio al lado de las demás. Caminaron por los pasillos hasta que llegaron al cuarto piso.

— Bueno queridas desde aquí cada una puede ir a sus habitaciones. Gracias. Por esta noche pueden descansar, sino desean dormir pueden pasear por el palacio o comer algo pero tengan cuidado por favor, mi hermano sigue allá afuera.

Vahid las miró a todas con orgullo, cada una de ellas sonrió y le deseó buenas noches para luego mirar a Elaheh, quien era tomada de la mano por el príncipe, por lo que recibía auténticas miradas de odio.

—En cuanto a ti, por favor acompáñame.

—¿A dónde?— preguntó arrisca.

—Todavía no te he mostrado tu habitación y necesito hablar contigo— Vahid la miraba sonriente.

Le soltó la muñeca y caminó unos pasos, luego se volteó y le extendió la mano. Sin saber muy bien por qué, la expresión afable en el rostro del príncipe hizo que ella no fuera capaz de controlarse y se la tomó. Caminaron en silencio hasta el final del pasillo donde Vahid se detuvo delante de una puerta, era la última habitación de ese piso.

— Esta es la tuya— abrió la puerta y dejó que Elaheh pasará primero— sé que es muy grande y que probablemente digas que es innecesario, pero ya te expliq…

— Me encanta, gracias— lo interrumpió Elaheh.

— Quiero agradecerte por lo de esta noche. Aunque he de admitir que fue extraño. Estoy acostumbrado a ser quien las proteja y de repente soy protegido por una de ustedes…por ti— Vahid cerró la puerta y se acercó a Elaheh que se encontraba estática en el medio de la habitación— muchas gracias.

—La verdad es que no ha sido para tanto— dijo Elaheh dándole la espalda. Aunque la blusa fuera corta y dejase ver su abdomen y espalda, el sari cubría las cicatrices así que no era un problema voltearse.—me ofendí con lo que dijo y pensé que no era justo que solo tú hablaras cuando eramos nosotras a quien ese patán se refería como objetos.

— Entonces… ¿nos mediste?— Vahid esperaba esperanzado que ella dijera que sí. La chica era una fiera imprevisible pero después del movimiento del salón él no veía otra respuesta que una afirmativa a sus intenciones.

— Sí, os medí— se hizo el silencio— el mundo está podrido y lleno de gente como él. Sin embargo…llegué a odiar la realeza por eso y aun así, tú no eres así. Eres un príncipe bestial que hace lo que le viene en gana, pero si voy a ser la concubina de alguien me sentiré honrada de ser la tuya.

Sintió las manos de este en sus hombros antes que la brisa del aire cuando ella rodaba sobre sus pies volviéndose de cara a él, como mismo sintió su pecho antes de escuchar los latidos acelerados de su corazón.

—Gracias— Vahid la dejó ir y se dispuso a salir de la habitación.

— Príncipe Vahid— Elaheh no podía dejar que se fuera sin decírselo, Vahid giró ante el llamado dulcemente extraño de la muchacha— tu hermano no es de fiar. Hasta que no se vaya en unas horas…ten cuidado.

Fue todo lo que dijo pero era más que suficiente. Elaheh se confundió por un momento, aquel príncipe actuaba de todas las formas posibles menos de las esperadas. Cuando Vahid se dio por satisfecho, sin responder a su petición sonrió y luego se fue.

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Holis holis holis holis holis
Y...¿qué tal lo ven? ¿todavía hay odio hacia Vahid?

Hay una cosa que no he explicado de esta novela y es que casa personaje tiene un nombre con significado y ese significado es algo que caracteriza su personalidad en el libro.
Tenéis dos opciones, podéis buscar los significados ustedes en Google o podéis intentar adivinarlos. A lo largo del libro y en el desarrollo de los personajes les doy pistas de por qué el nombre de cada uno, quizás no den con los de los personajes como Pari o Asha pero supongo yo que los de Vahid, Elahe, Kamram y otros que faltan segurito que podéis.
La decisión esta en vosotros pero si deciden optar x adivinar dejadme vuestras suposiciones en los comentarios y yo les voy diciendo su aciertan o no.

Sin más...Nos leemos🤗😍😘

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