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Capítulo 10 La verdad

Elaheh parecía serena, como si llevase tiempo preparándose para aquello.

— Yo nací en algún lugar que no recuerdo, un día que desconozco, de una mujer cuyo rostro no me es familiar. No tengo ni idea de dónde fui inicialmente ni quiénes se supone componían mi familia. Fui criada hasta los cuatro años en un orfanato y lo que recuerdo es escuchar a las monjas contarnos que el pueblo de donde veníamos había sido atacado, que muchos habíamos sido rescatados de los escombros y las cenizas, de los cuerpos de los muertos.

Elaheh permanecía en el suelo arrodillada. Vahid no deseaba interrumpirla, pero no le gustaba verla así por lo que se sentó en el suelo frente a ella. Elaheh pareció desconcertada por un momento, cambió su postura por una más cómoda con los pies cruzados al frente y él la imitó inmediatamente.

— Con cuatro años una noche me despertaron, las monjas parecían tan normales como siempre. Nada raro se podía ver, según recuerdo claro está. Nos pidieron a todos que nos vistiéramos cómodos ya que teníamos que dar un viaje. Los mayores se hicieron cargo de nosotros los pequeños y en poco tiempo todos estuvimos vestidos.— Elaheh sentía la garganta seca— nos sacaron fuera del orfanato y nos metieron en grandes jaulas idénticas a la que usó el primer príncipe Kamram.

Vahid se estremeció imperceptiblemente ante la mención de aquello, que su hermano hubiese podido despertar en ella recuerdos desagradables le causaba una rabia descontrolada.

— Nos metieron a varios dentro hasta rebosar, no sabía contar y hoy día no recuerdo cuántas habían, pero nosotros éramos tantos que llenábamos el patio y no había una sola cama vacía en los dormitorios.

Vahid analizó que la capacidad usual de los orfanatos es de 500 a 700 niños si son grandes y de 200 a 400 si son orfanatos pequeños así que fuera como fuera, era un cargamento exagerado de esclavos muy pequeños como para que pudieran quejarse.

— No sé a cuántos se llevaron esa noche. Pasamos toda la noche viajando y gran parte del día siguiente. Nuestro destino era un barco en alguna bahía perdida de la mano del hombre. Nos metieron dentro y solo nos dieron de comer leche cortada y pan rancio. Los que cuidaban de nosotros eran los más grandes.

La sensación de hambre y sed eran algo que Elaheh recordaba con tanta claridad como si los sufriera todavía. Viéndose opacado incluso el recuerdo del miedo.

— Cuando finalmente nos bajaron nos hicieron separar. A los varones se los llevaron por un lado y a las chicas por otro, nos pusieron esposas y grilletes y nos metieron en celdas una vez más. Algunas lloraban, otras preguntaban, otras gritaban y yo solo miraba. A mi lado estuvo una muchacha diez años mayor que yo, Setareh. Fue quien cuidó de mí. Vimos pasar la luna dos veces hasta que nos vinieron a buscar. Vino él personalmente.

Elaheh calló por un momento recordando al hombre que había llegado una noche alumbrado por las estrellas y la luna. Su sombra era grande y su rostro, aunque sonriente, era malvado. El tono rojizo de su cabello le daba un aspecto siniestro.

Sois perfectas para mis planes. A partir de este día sois mías. Haced lo que yo diga y seréis recompensadas, desobedeced y seréis castigadas. Sois mujeres y además mis esclavas. No tenéis derechos, deseos o vida más allá de mí. Mi nombre es Alfred y soy vuestro amo.

— Se presentó y luego nos volvió a meter en celdas. Perdí una vez más la noción del tiempo, pero lo próximo que supe era que estábamos en los calabozos de algún lugar, rodeadas de ratones, humedad y suciedad. Los entrenamientos empezaron con todas sin importar la edad. Eran más fuertes con las mayores porque eran las que podían ser utilizadas de inmediato, las más urgentes.

Vahid sabía que esos entrenamientos eran los que habían creado a la Elaheh que él conocía y no podía evitar la curiosidad de saber qué pasaba en ellos.

— Teníamos que aprender a hablar, caminar, comer y comportarnos. Por cada error eran tres latigazos y al final del día te daban diez. Sino habías cometido errores esa cifra no aumentaba. A veces las más grandes, que tenían edad o desarrollo para lucir, desaparecían por días enteros y luego volvían, a veces desaparecían y no volvían.

No necesitaba ser un mago para saber qué ocurría en esas desapariciones. Crueldad en su estado puro era lo que Vahid notaba que habían vivido esas mujeres.

— Nos dejaban bañarnos dos veces al mes, si te portabas bien puede que hasta tres. Para eso tenías que tener un buen recorrido, por eso aprendí a bailar, leer, escribir y comer, entre otras cosas.

Llegaban las partes que Elaheh deseaba poder olvidar y no tener que contar, pero no podría sacárselo de la mente ni de la piel y era hora de ser sincera.

— A los 13 me subieron por primera vez. Me bañaron como nunca, arreglaron, vistieron, cubrieron las cicatrices como si no existieran. Me miré a un espejo por vez primera desde que recuerdo, era lo que yo en esa época consideraba hermosa. Él me dijo que sí me portaba bien todo debía de estar perfecto. Fue una cena de negocios y el trato...lo...cerramos nosotras. Los años fueron pasando y cada día demandaba más de nosotras.

En este punto Vahid temblaba de impotencia y Elaheh de dolor. Su mente tenía heridas no cicatrizadas y esas eran peores que las marcas físicas que llevaba.

— Cuando empezó a llevarnos a las citas de negocios demostrando su poder, siempre me sentaba a observar, aprender lo que pudiera. Por ese entonces incrementó aún más las cifras de esclavas a entrenar. Un día llegó una chica de ojos cafés rasgados, cabello negro azabache fino y largo, blanca en exceso que hablaba un idioma extrañísimo que todas desconocíamos.

Elaheh la recordaba con cierto cariño. Fue una de las nuevas a la que estuvo más apegada y recordarla daba calor a su corazón.

— Era una especie de ofrenda de paz para mostrar buena voluntad ante un negocio nuevo que estaba haciendo con los yakuzas. Su nombre era Miyuki. Aprendí mucho de ella, nos hicimos amigas y yo le enseñé a perfeccionar las enseñanzas que él demandaba, a cambio ella me contaba cosas de su país. Aprendí su idioma y no solo a hablarlo, sino leerlo y escribirlo también en todas sus modalidades.

Elaheh respiró profundamente, su labio inferior tembló un poco y Vahid pudo notarlo.

— Un día me mandó a llamar, yo tendría 14 o 15 años, me dijo que me había vuelto inútil que no tenía nada que ofrecer, nada que lucir, nada que él pudiese utilizar a su favor. Iba a dictar mi muerte, pero uno de sus socios yakuzas llegó en ese momento y pidió permiso para entrar. No podía negárselo, por eso me ordenó estarme tranquila y disimular mientras el yakuza estuviera allí. El hombre apenas si hablaba nuestro idioma, no había forma de comunicarse y Miyuki no estaba presentable para subirla. No había tiempo. Temió por un segundo perder una de sus más grandes negociaciones, entonces yo hice lo único que él no esperó, hablé en japonés. Las negociaciones fueron como la seda y yo traduje toda la conversación.

Una pizca de orgullo estaba mezclada con el dolor del recuerdo. Había logrado sobrevivir por su propio esfuerzo y no podrían quitarle eso. Nadie, nunca.

— Cuando el yakuza se fue él me perdonó la vida, aunque dijo que si solo hablaba japonés era un poco inútil ya que Miyuki estaba allí. Por eso le pedí que si me dejaba aprender más idiomas, lo entrenaría fuera del horario, aprendería varios y le sería útil en sus negocios. Me dijo que si en tres meses lograba dominar tres idiomas aparte de los que ya conocía nada me pasaría jamás.

Vahid analizó el trato que Alfred le había propuesto a Elaheh. Era una prueba casi imposible de cumplir, quería saber si verdaderamente valía la pena o no. Vahid se alegraba de que Elaheh fuera tan inteligente.

— Aprendí en tiempo record español, italiano y portugués. Fue un movimiento inteligente considerando que los tres se parecen, pero fue bastante para él. Antes de darme cuenta formaba parte de su círculo secreto, era su mano derecha en más de un sentido.

Elaheh tembló completa por un segundo, llegaba la parte de la historia que más temía contar.

— Nosotras no solo éramos sus guardias a tiempo extra, éramos también el entretenimiento principal para sus más perversos compañeros. Entre las cosas que hicimos hay muchas innombrables, entre las muchas reuniones hubo miles que terminaron con nosotras teniendo intimidad con sus…socios. A veces solo lo hacíamos entre nosotras y ellos nos observaban, otras teníamos que hacerlo varias con unos pocos de ellos o varios de ellos con una sola de nosotras…en fin, todas las variantes que se te ocurran. Si alguna era de mayor agrado para alguno de ellos él la canjeaba por algún favor, a todas excepto a tres.

Elaheh recordaba la falsa seguridad que daba el formar parte del círculo cerrado de Alfred en esa época. Era lo más cerca de la inmunidad que ellas podrían estar.

— Setareh porque era la más bella y letal, había aprendido 15 artes marciales diferentes, era mejor que cualquiera de sus guardias. Martha que tenía un conocimiento extremo de las plantas tanto medicinales como venenosas, podía salvar a alguien de casi cualquier cosa y matarlo con casi cualquier cosa si esta era una planta. Y yo, la que manejaba 12 idiomas diferentes, era como tener varias concubinas de diversas nacionalidades en una sola. El tiempo pasó y los requisitos no cambiaban, pero cosa de nueve años antes de convertirse en rey adquirió su última entrega de esclavas. La mayoría de ellas no llegaron a tener tiempo de desarrollarse completamente, no llegaron a subir, excepto…

Había llegado al final de la historia, finalmente.

— Había logrado el harem más grande del mundo, era venerado por muchos, todos aquellos que no sabían la verdad de su poder. El día tan esperado por él llegó, el rey Sebastian murió. Sus hermanos, el pueblo, los nobles, todos sabían quién heredaría el trono. Su ascenso ocurrió dos días después del entierro del rey. Todas asistimos, estrenábamos las mejores galas, las mejores joyas, el maquillaje tapaba cada marca de nuestro cuerpo. Fuimos, por un breve momento, concubinas de verdad…pero esa noche…yo…esa noche todo cambió.

Su voz denotaba amargura, resentimiento, odio. Ya no había miedo en relatar esta parte...solo un gran vacío.

— Nos fue a ver a todas, éramos más de 500 y estábamos en la plaza donde nos enseñaban a pelear. Estaba enojado, lo notamos enseguida, pero nunca esperábamos que…Nos despreciaba. Dijo que un Rey no podía tener en su harem esclavas, que aquellas que le habíamos sido de mayor utilizad podíamos escoger irnos y borrar de nuestra memoria todo, jamás decir nada a nadie, todas las demás morirían.

Vahid no despegaba la mirada de Elaheh. Notaba que había algo más, algo que ella le costaba contar incluso más que las atrocidades vividas.

— Esa noche cuando terminó de decir la lista de nombres que correspondían a las concubinas que se salvarían, yo quise no estar en ella. A mi lado, sosteniendo mi mano, estaba una muy querida amiga. Arita. Yo le había enseñado todo lo que había podido, la había ayudado a entrenar en los ratos libres, le había enseñado a leer y a escribir, la había cuidado cuando se enfermaba. No tenía ni quince años, era del último cargamento. Solo había salido dos veces y obviamente iba a morir. Me miró, me sonrió y dijo: Felicidades, por favor vive allá afuera por las dos.

Esa fortaleza que había tenido Arita para decirle eso era superior a todas sus fuerzas. Elaheh todavía en ocasiones deseaba haber podido cambiar lugares con ella.

— Las esclavas cayeron a nuestro alrededor, la sangre bañaba nuestros cuerpos, los gritos ahogaban los sollozos, la visión era estremecedora. El sonido de los cráneos chocando contra el suelo de piedra, las espadas y cuchillos desagarrando las pieles, el mármol blanco teñido de un rojo tan intenso y tan oscuro que podía pasar por negro perfectamente. La mirada perdida y vacía de Arita cuando cayó al suelo, cuando la vida la dejó, su mano que aún apretaba la mía pese a la muerte que la poseía y yo arrodillada a su lado sin poder dejar de mirarla.

Una escena digna del infierno, Vahid no entendía cómo era que alguien podía ser así o hacer esas cosas y solo sentía el odio incrementar sin poder contenerse.

— No noté cuando la masacre paró, solo reaccioné cuando las manos de los guardias me separaban de ella. Grité y pataleteé, pero era como si todos mis conocimientos de lucha se hubiesen esfumado. Nos dieron una muda de ropa, nos cambiaron ellos porque muchas no estábamos en condiciones de hacerlo nosotras mismas y nos sacaron del palacio interior con una pequeña bolsa con agua, pan y frutas para dos días. Nos separamos y nunca volvimos a vernos.

Elaheh sabía que ese era el fin de su historia con su amo, pero pensó que Vahid merecía saberlo todo.

— Pasé por muchos lugares y tuve diferentes trabajos. Ganaba un poco de dinero y me movía al siguiente pueblo. No quería llegar a ningún lugar en particular, solo quería salir de allí. Crucé la frontera cerca de un mes después de todo aquello, en el primero de los poblados de Jaldra fue donde volví a escuchar de él.
El Rey Alfred, hablaban todos con honor, con orgullo, como si el rey del país anexo fuese el tercer mejor hombre del mundo luego del rey de Jaldra y su tercer hijo, el príncipe Vahid.

Elaheh sonrió de forma triste en ese momento y Vahid sintió su corazón doler.

— Supe que era aún más rico y poderoso, que se rumoreaba que había regalado como presente a cada una de sus concubinas a modo de ofrenda de paz para solidar las alianzas con los demás países y que había obtenido 40 nuevas concubinas como regalos de nobles, príncipes y reyes de diferentes países. No estuve mucho allí, sabían demasiado y al mismo tiempo nada, hablaban de cosas que no entendían y yo no podía explicar. Viajé un poco más hasta que llegué a aquí. En fin, eso sería todo.

Elaheh ahora sí que no miraba a Vahid, no sabía cuál sería su reacción. Temía porque él también la despreciara, si eso pasaba no sabía cómo podía soportarlo.

— Mírame— dijo Vahid. Elaheh levantó la mirada temerosa, pero Vahid la miraba con amor, con orgullo y con rabia— ¿puedo tocarte?

La pregunta sonaba rara después de lo que habían hecho en los últimos dos días, pero en ese momento Vahid ya sabía toda la verdad y se arrepentía de haberla tocado descuidadamente, como si fuera algo normal, sin tener en cuenta que tipo de pasado podía ella tener. Elaheh asintió.

— No, necesito que me lo digas con palabras.

—Sí— afirmó ella, entendía por qué Vahid actuaba así.

—Entonces ven— abrió los brazos para recibirla.

La quería tocar, arrullar, decirle que todo estaba bien en ese momento, que ya no había que temer, pero no lo haría a no ser que ella fuese hacia él. Hasta ese momento él era quien había empezado el contacto siempre y ella solo se había dejado llevar, ahora le daba la oportunidad de elegir a ella. Si realmente quería, lo haría.

Elaheh se inclinó lentamente hacia adelante. Respiró profundamente y de un impulso se aventó cayendo de lleno sobre Vahid, dejando que sus brazos se cerrasen alrededor de ella, enredando sus pies con los de él.

Podía sentir el latir de su corazón. Hasta ese momento había creído que Vahid se mantenía inmutable, pero los golpes acelerados que rebotaban en su oído delataban el control sobrehumano que estaba haciendo por mantenerse de esa manera.

— Elaheh— dijo él— no sé qué decirte que sea correcto. No creo que haya algo correcto que decir, pero honestamente si ser mi concubina es demasiado, si te trae demasiado recuerdos...

Elaheh tembló anticipando lo que Vahid diría. Tendría que irse del país, no soportaría quedarse en aquella tierra si él no la quería ya.

— ... entonces haré lo que pueda para que te acostumbres, lo imposible si es necesario. Porque por nada del mundo te dejaré ir, aún si es tu mayor deseo, aún si suplicas o te arrodillas, no te dejaré marchar nunca.

Elaheh lloró en silencio deseando poder con todas sus fuerzas absorber la bondad del alma de ese hombre al que tanto ella amaba, porque la suya estaba muy manchada de oscuridad y odio.

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Y bueno...aquí ya está toda la verdad sobre la mesa mis luces alienígenas. Ya ustedes me dirán sus opiniones vale? Siiii??

Besitoooos❤❤❤

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