Epílogo
Nathan iba de un lado a otro en la sala de espera, envuelto en el olor a café rancio. Había intentado sentarse junto a Jennie y a sus padres pero pudo quedarse quieto por solo unos segundos antes que volviera la necesidad de moverse. Jennie se quedó sentada, mordiéndose el labio, con su rostro sombrío por la preocupación. La expresión de los padres de Jennie, ambos de cabellos grises, era la misma que la de Jennie.
Pobre Edith. Había intentado dar a luz con toda su energía. Una hora atrás, cuando su presión sanguínea había escalado a niveles peligrosos, el médico había ordenado hacerle una cesárea. Muy preocupado, el medico no perdió tiempo en pedir que la anestesiaran y le sugirió a Nathan que sería mejor que él permaneciera en la sala de espera. Sin estar seguro de insistir en quedarse con su inconsciente esposa, Nathan pensó que oraría más fervientemente en la sala de espera.
Querido Señor, Nathan oró en silencio, acompaña a Edith. Que los bebés nazcan sanos. Dios, por favor, que los tres salgan bien de esto.
—Señor Bloom—dijo el doctor desde el pasillo—. ¡Felicitaciones! Tiene unos saludables hijo e hija.
Nathan dejó de caminar. Su corazón se aceleró. Su mente daba vueltas.
— ¿Y Edith? ¿Cómo está mi esposa?
—Ella está bien. Todo salió de maravillas. Ahora se está recuperando, pero pronto estará en su habitación. Pueden esperar en su habitación, o pueden ir al cunero...
Nathan no esperó a que el médico terminase de hablar. Pasó velozmente a su lado, como un hombre medio loco, olvidándose de Jennie y de sus padres. ¡Sus bebés habían llegado! Nathan tenía que verlos o explotaría.
Se apresuró a llegar a la ventana del cunero y apoyó la frente contra el vidrio frío, esforzándose para leer los nombres, En el fondo, dos enfermeras bañaban y vestían a dos bebés de cabellos oscuros.
Los mellizos. Abigail y Aarón. Nathan supo sin lugar a dudar que ellos eran sus bebés. Su estómago le dio vuelta; entendió el significado del amor a primera vista.
Una de las enfermeras lo vio y lo saludó alegremente. Se dio vuelta para hablar con un ayudante, la cual se acercó a la puerta del cunero.
— ¿Es usted el señor Bloom? —preguntó ella.
—Sí.
— ¿Quisiera tener en brazos a sus hijos?
— ¿podría? —preguntó, sin poder creer que tan pronto le dejaran tener en brazos a sus hijos.
—Seguro. Entre—ella abrió la puerta de par en par para dejar pasar a Nathan a una sala pequeña y colorida con una mecedora y una mesa para cambiar pañales—. Es la habitación perfecta para su primer encuentro.
—Gracias—murmuró Nathan.
En segundos ya estaba sentado en la mecedora y las dos sonrientes enfermeras acurrucaron en brazos de Nathan los dos bebés que lloriqueaban. Lo único que se veía de ellos eran sus caritas coloradas. Tenían puestos unos abrigados gorros de lana y parecían estar abstraídos de todo el revuelo que habían ocasionado.
—Son un verdadero par—susurro Nathan. Con lágrimas en los ojos, les besa ambos en la frente y disfrutó de su olor a recién nacidos—. Por si no lo sabían, soy su papá. Un día cuando estén más crecidos, los llevaré a tomar helados, iremos a nadar en el verano, y si alguna vez nieva, haremos un muñeco de nieve. Aunque no nieva mucho en Texas. Lo sé, lo sé, es una desilusión, pero quizá su mamá y yo podamos compensarlo.
Mientras los bebés dormitaban, Nathan siguió hablándoles suavemente. Estaba anonado—de verdad anonadado—de la milagrosa habilidad de Dios para escoger el momento oportuno. ¿Qué podía ser mejor que tus hijos nazcan el Día de los Enamorados? Por el resto de sus vidas, Nathan y Edith celebrarían tres importantes acontecimientos cada 14 de Febrero: su aniversario y el cumpleaños de sus hijos.
Nathan no supo cuánto tiempo estuvo maravillado por el milagro del nacimiento, pero sí supo que había probado un poquito del cielo. Levantó su mirada para ver a Jennie, junto a los padres de Edith, parados en la entrada. Nathan se había olvidado de ellos. Se debieron haber retrasado para dejarlo un rato solo con sus hijos. Nathan, con una sonrisa, hizo señas para que entrasen a la sala y comenzó a mostrarles sus joyas.
¡La paternidad iba a ser fantástica!
Edith se despertó con el ruido de alguien arrastrando los zapatos al caminar. Echó un vistazo a la habitación iluminada con una tenue luz, intentando ubicarse en dónde estaba. Luego se acordó.
—Los bebés—se raspó con una lengua que parecía un seco y duro cuero.
Nathan se puso a su lado inmediatamente.
—Estás despierta—dijo él suavemente, retirándole el cabello de la frente.
—Los bebés. ¿Dónde están? —ella tomó la mano con fuerza, llena de ansiedad.
—Están en el cunero. Too está bien. Los tres hicieron un trabajo fantástico. Estoy tan orgulloso de ustedes—mientras la ayudaba a beber unos sorbos de agua, sus ojos oscuros mostraron nuevas profundidades de amor.
Ella se recostó en las almohadas.
—El parto fue terrible.
—Lo sé. No, supongo que no lo sé. Pero, de haber podido, lo hubiese hecho por ti.
Ella sonrió y supo que Nathan fue sincero.
Él se dio vuelta para tomar un ramo de rosas amarillas que estaban cerca de la oscura ventana.
—Le estaba poniendo agua a las rosas cuando despertaste. ¿Quieres olerlas?
—Claro—Edith puso su nariz en la suavidad de lo que parecían ser mil flores—. Me estás malcriando demasiado. Si de ahora en adelante no me traes flores todos los días lloraré desconsoladamente.
— ¡Feliz aniversario! ¡Feliz día de los enamorados! —le respondió Nathan entre risas.
—Hoy es nuestro aniversario, ¿verdad? Me olvidé.
— ¡Te olvidaste! —Nathan levantó las cejas—. ¡No hay excusa para eso!
—Ah, tú...—Edith le dio una suave palmadita.
Él besó suavemente su frente.
—Quiero ver a los bebés.
—Lo sé. La enfermera vino hace unos minutos y dijo que pronto los traería. Tenemos algo que decirnos hasta que lleguen. Hoy íbamos a renovar nuestros votos matrimoniales, ¿recuerdas? —Nathan corrió las rosas y se sentó al borde de la cama. Edith asintió con la cabeza; su mente confusa estaba intentando recordar que se habían puesto de acuerdo en renovar sus promesas. Las últimas dos semanas, Edith había sido condenada a permanecer en cama. Nathan había tomado días de sus vacaciones para estar con ella durante el difícil momento. Al llegar el día de los enamorados y su sexto aniversario, los dos oraron juntos, estuvieron juntos y establecieron un vínculo como nunca antes habían hecho. La semana pasada habían decidido renovar sus votos matrimoniales en el día de hoy.
— ¿Te sientes con ganas de hacerlo? —le preguntó Nathan.
— ¿Qué? —preguntó Edith, desconcertada.
—Los votos matrimoniales. ¿Te sientes con ánimo para renovarlos ahora?
Ella dudó. Su principal preocupación eran los bebés. Los quería ver, y pronto. No estaba segura de poder pronunciar su propio nombre, menos aún votos matrimoniales.
—Quiero que nuestro compromiso esté fresco y renovado antes que estemos con los bebés—prosiguió Nathan—. Éramos pareja antes de Abigail y Aarón y lo seguiremos siendo cuando ellos se vayan de casa. Por más importante que sean los mellizos, también lo es nuestro matrimonio.
Recordó a Jennie diciendo que si David y Joseph iban a tener buenos matrimonios, ella y Charles debían ser un ejemplo de buen matrimonio. Edith llegó a la conclusión de que nunca es demasiado tarde para comenzar.
—De acuerdo—dijo ella complacida ante la seriedad que mostraba Nathan.
En silencio, Nathan sacó un papel en blanco del bolsillo de su almidonada camisa.
—Escribí mis propios votos especiales la semana pasada.
—Pero yo no lo hice—dijo Edith; había pensado que repetirían lo que habían dicho en su casamiento.
—Está bien. Has estado ocupada. Esta vez, te voy a liberar del compromiso—le guiñó el ojo de manera exagerada, luego tomó su mano y pronunció las palabras más bellas que Edith había escuchado.
—Mi queridísima Edith, te amo. Me doy cuenta que he hecho un pésimo trabajo en demostrarte ese amor en estos años, pero quiero decirte que mi vida sin ti no tiene sentido—dijo con voz entrecortada.
Edith dejó que una lágrima cayera libremente por su mejilla.
—Sé que no soy perfecto, y sé también que voy a cometer muchos errores en el futuro, pero quiero hacerte la promesa hoy que intentaré más que nunca que nuestro matrimonio funcione. Puede que no sea un caballero con resplandeciente armadura. Para el caso, puede que no sea el hombre de os sueños de ninguna mujer, pero soy un hombre que te ama con todo su ser y te prometo, delante de Dios, que te voy a valorar, públicamente y en mi corazón. Nunca volveré a romper esa promesa. También prometo hablar contigo y escucharte y, sobre todo, Edith...—Nathan se detuvo para acariciarla en la cara—, prometo orar contigo y por ti cada día de nuestras vidas—la besó en la mejilla—. Mantengamos viva la llama.
—Lo haré—contestó Edith esforzándose para pensar en una promesa especial para Nathan. Finalmente se le ocurrió una—. Prometo ir contigo al próximo partido de los Dallas Cowboys—dijo riendo.
—Eres tan romántica—dijo Nathan con regocijo. Su alegría se reflejaba claramente en su rostro.
—Gracias...Lo estoy intentando.
Edith sintió la felicidad de Nathan en su propio corazón, y pensó que no podía sentir mayor felicidad... hasta que enfermera llegó con sus dos bultitos de felicidad.
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