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Capítulo 3

¡No duden en hacerme notar cualquier error!
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Los días en el pueblo transcurrieron en paz, todos estaban profundamente involucrados en sus oficios.

Kagome salió de la casa, usando su traje de sacerdotisa. Los cálidos rayos del sol acariciaban suavemente su rostro, mientras ella permanecía unos instantes con los ojos cerrados, disfrutando de ese leve calor.

Se sentía extrañamente serena a pesar de los difíciles momentos de desesperación que por desgracia, de vez en cuando llamaban a su puerta.

Ese día ella tenía un trabajo que hacer en un pueblo cercano y había salido de la casa con la intención de terminarlo con el corazón en paz. Mantenerse ocupada era la mejor manera de no pensar en ciertas cosas.

Caminó, como siempre, hacia la casa de Sango y Miroku donde esperaba encontrarse con Shippo. El joven demonio la esperaba ansioso y, en cuanto la vio venir a lo lejos, comenzó a agitar sus esbeltos brazos, saludándola afectuosamente.

—¡Kagome! Que bueno que llegaste. Me legra ser tu compañero en esta misión.
  
—¡Yo también estoy muy feliz de que me acompañes! ¿Está Sango en casa? Sé que Miroku tenía un compromiso en algún lugar hoy.
  
—Sí, un pequeño pueblo al este de aquí necesitaba un poco de ayuda con un espíritu maligno. Según él, (solicitaron explícitamente su presencia).

La chica sonrió ante las palabras del Kitsune, ambos sabían que monje Miroku se aprovechaba de sus “habilidades” para obtener nuevas adquisiciones.

—Iré a saludar a Sango y luego nos vamos

La joven miko golpeó levemente antes de entrar a la casa de su amiga.
  
—Sango, ¿Puedo pasar?

—Kagome, ¿cuántas veces te he dicho que puedes entrar a mi casa como y cuando quieras?

 —Lo siento, es más fuerte que yo. Vine a saludar, Shippo y yo nos vamos a la aldea de Tsubu.

—Tengan cuidado —la cazadora quiso preguntarle a Kagome por qué no le había pedido a Inuyasha que la acompañara, pero se mordió la lengua y permaneció en silencio. Las cosas no iban bien entre ellos, todos lo habían notado.

—No te preocupes Sango. Solo tengo que hacer una pequeña purificación, regresaremos rápidamente. ¡Adiós, tenemos un largo camino por recorrer!

Con un guiño animado y una sonrisa soleada, Kagome saludó a su amiga y caminó con Shippo hacia el bosque.
  

—¿Adónde vas?

A penas se habían alejado unos metros cuando una voz, la voz que Kagome simplemente no quería escuchar, la llamó desde atrás. Ambos compañeros de viaje se giraron, Inuyasha estaba frente a ellos con una mirada seria.

—¡Qué te importa! —respondió Shippo moviéndose unos pasos hacia el perro demonio.

 —No estoy hablando contigo —Inuyasha respondió con frialdad, manteniéndo sus ojos fijos en Kagome.

La chica quería pasar ese día de forma pacífica, y ahora él había venido a arruinarlo todo.

—Me voy al pueblo vecino, junto con Shippo —la miko se preparó y trató en lo posible de permanecer imperturbable, pero una bomba acababa de estallar dentro de ella.

—¿Por qué no me pediste que te acompañara?

—No pensé que estarías interesado.

 —¡¿Qué demonios?! —Inuyasha levantó la voz, su irritación era evidente—. ¿Cuándo no he estado interesado en acompañarte?

 —¿Lo dice aquel que prefiere correr tras un fantasma que estar a mi lado? —el medio demonio quedó aturdido por enésima vez. Kagome, como por arte de magia, siempre lograba tocar teclas dolorosas y pinchar su alma.

—Tsk, como quieras —refunfuño, dándoles la espalda y caminando por quién sabe dónde.

Ambos lo observaron mientras se alejaba, Kagome fue la primera en apartar la mirada y caminar en la dirección opuesta.

—Solo tú puedes silenciarlo así! —Shippo de alguna manera trató de minimizar esa situación, pero para entonces el alma de Kagome ya se había oscurecido.

—Vamos —fue la única respuesta que le dio a su triste amigo.

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El híbrido huyó de la presencia de Kagome tratando de ocultar la vergüenza y la irritación que sentía en ese momento.

Ya no podía tener una conversación normal con la joven futurista. ¿Qué diablos estaba mal con ellos? Antes no era así, ella lo cuidaba, le sonreía, se quedaba a su lado, aún sabiendo que él amaba a Kikyo.

Pero ahora había levantado un muro entre ellos, casi lo había excluido de su vida. Y eso lo irritaba a muerte, porque Kagome era… ¿Era qué? ¿En qué estaba pensando? ¿Podría ser ELLA? ¿Podría realmente decir tal cosa? ¿Estaba realmente enamorado de ella o solo era una proyección de Kikyo?

Se rascó la cabeza con nerviosismo, pero eso no ayudó a desenredar los nudos que contenía. Instintivamente, comenzó a correr a una velocidad de vértigo, hacia el único lugar que aún lo unía al pasado. Ese pasado del que se sentía sumamente seguro, demasiado confundido para prestar atención al presente y demasiado temeroso para imaginar el futuro.
                         
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Kagome y Shippo caminaron durante varias horas sin pronunciar ni media palabra. El estado de ánimo de la joven se había derrumbado y el pobre Shippo simplemente no sabía qué hacer para alegrarla un poco.

Ya debían estar cerca de la aldea, gracias a sus refinados sentidos, el Kitsune podía percibir voces y un sinfín de nuevos olores. Un poco más adelante notó una maravillosa y colorida extensión de flores, así que aprovechó ese regalo de la naturaleza para tratar de levantarle los ánimos a su amiga.

—¡Oye Kagome, mira! Son hermosas, ¿verdad?—la miko pareció despertar de un estado de trance y siguió con la mirada la dirección que le indicaba su compañero de viaje. Fue entonces cuando vi esa explosión de color casi cegadora en medio de los colores otoñales del bosque. 

Aquellas flores eran una verdadera alegría para los ojos y para el alma, y ​​su mente no podía dejar de divagar, deteniéndose en ese mismo día.  Mismas flores, mismos colores, solo que la compañía era distinta.

En ese instante pensó en Sesshomaru. Habían pasado algunas semanas desde aquel extraño encuentro; sin embargo, aún recordaba sus palabras.

Por enésima vez en aquellas semanas se sintió agradecida con ese demonio tan glacial, pero que inexplicablemente había logrado incitarla a reaccionar. Sonrió casi involuntariamente, tomando la mano del joven Shippo incitándolo a caminar más rápido
  
—¡Vamos Shippo, hemos llegado a nuestro destino!

El kitsune estaba extremadamente feliz de ver a su amiga tranquila nuevamente. Agradeció mentalmente a aquellas flores que habían logrado devolverle la sonrisa, ignorando de quién era el mérito en realidad.

Como era de esperar, Kagome no tardó mucho en purificar el nuevo templo construido por los habitantes de Tsubu.

Los residentes de la aldea acudieron en masa para ver a la sacerdotisa y su extraño asistente.

Era inusual que una miko fuera escoltada por un demonio, cuando por lo general estas luchaban contra ellos.

El rumor de una sacerdotisa envidiablemente hermosa y su demonio ayudante se había extendido por toda la zona. Kagome se sintió envuelta por la calidez de aquellas personas, en su mayoría ancianos, quienes la halagaban entregándole regalos.

Algunos de los prensentes preguntaban por Kaede. Ella siempre había sido la sacerdotisa que brindaba ayuda sagrada a los aldeanos de los pueblos vecinos.

La joven vio el alivio en los rostros marcados por el tiempo y el cansancio de aquellas personas al saber que la anciana Kaede gozaba de excelente salud, solo que ya no tenía las fuerzas del pasado para recorrer aquellas distancias y, por esa razón, ella había tomado su lugar.

Salieron del pueblo cuando el sol ya había pasado medio día, saludando animadamente al grupo de ancianos que los miraban avanzar hacia el bosque.

Después de horas de caminata y algunos descansos de vez en cuando, Shippo y Kagome llegaron al pueblo de Kaede cansados ​​y hambrientos.

Como siempre sucedía, y nadie sabía por qué, la primera persona que encontraron fue la anciana sacerdotisa, que parecía haberlos escuchado llegar y los estaba esperando.

—Bienvenidos de nuevo —dijo la anciana Kaede, cada vez más encorvada y agobiada por los años.

Dio la bienvenida a los dos jóvenes como si fueran sus propios hijos, interrogándolos sobre la misión y felicitándolos por el trabajo realizado.

Kagome le mostró la pesada canasta llena de ofrendas por parte de los aldeanos.

Luego de una breve charla, Kagome y Shippo se despidieron de la anciana sacerdotisa.

—Escucha Shippo ——habló Kagome mientras ella y el demonio zorro se dirigían a la cabaña de Sango y Miroku—. Iré a mi casa por un momento, necesito bañarme urgentemente y cambiarme de ropa. Dile a Sango que me reuniré con ustedes tan pronto me prepare.

—¡Claro, nos vemos luego!

Kagome, finalmente sola, aceleró el paso, sintiéndose extremadamente vulnerable. No había visto a Inuyasha todavía desde que regresó a la aldea y ciertamente no quería hacerlo ahora que estaba sola. Quién sabe dónde estaba, si ya sabía de su regreso.

Tan pronto como se encontró frente a su cabaña, abrió la puerta y se precipitó adentro, en ese momento se dio cuenta de que había contenido la respiración por la ansiedad de poder encontrarlo.

Sabía muy bien que no podía seguir huyendo de sus problemas y de Inuyasha para siempre, pero le resultaba inmensamente difícil siquiera verlo, el dolor que sentía aún era demasiado vívido en ella.

Encendió el fogón de la casa para quitar algo de la humedad del ambiente y se apresuró al baño para encender también las brasas que calentaban agradablemente el agua del furo.

Bañarse en la era Sengoku no era tan automático como en su época, pero la satisfacción de sumergirse en el agua caliente luego de un día agitato, no tenía precio.

Cuando la habitación estuvo caliente y llena de vapor, se quitó la ropa polvorienta y comenzó su ritual diario. Amaba esos momentos que se dedicaba a sí misma, eran los únicos para aliviar al menos un poco el peso que pesaba sobre su corazón. Sin embargo, esa noche era diferente. Un aura de ansiedad nublaba su mente, se sentía oprimida por algo que no podía definir.

Se lavó rápidamente, olvidando la sensación de un baño relajante. Salió del agua secó su cuerpo y luego se puso un kimono simple que usaba para estar en casa.

Su cabello aún húmedo comenzó a mojar su espalda, goteando sobre la tela, pero a Kagome no le importó. Decidió preparar una infusión calmante, tal vez la ayudaría a aliviar la tensión que se apoderaba de su estómago, todo había ido bien durante el día y no quería llegar a la casa de Sango tan tensa como una cuerda de violín. Fue en ese momento que sucedió lo que esperaba que no sucediera en ese momento.
  
—Regresaste, Kagome...

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Furo o (ofuro). Es el ritual tradicional japonés de purificación del cuerpo, del espíritu y del estrés diario. Este ritual consiste en sumergirse, después de haberse lavado, en una bañera de madera llena de agua caliente.

Normalmente el furo es de madera, pero en las casas más tradicionales (como en el caso de la cabaña de Kagome en la era Sengoku) solía ser de metal, de forma que se podía calentar el agua en ella, poniéndole brasas, (fuego) debajo.

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