Capítulo 1 parte 2
¡No duden en señalar cualquier error!
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Extra capítulo anterior.
PV: Sesshomaru.
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Caminaba tranquilo por la floresta, su paso suave, tan ligero como el viento, no producían rumor alguno, el bosque parecía congelarse a su paso, atento a mirarlo, embelesado por tanta majestuosidad.
Ya casi había llegado a su meta, los olores típicos de una aldea humana comenzaban a molestar su fino olfato.
Tierra escarbada, sudor, hierbas picadas, ropa tendida al sol; las especias que las mujeres usaban en la cocina.
Todos esos olores juntos lo irritaban hasta la muerte, esa era una de las razones por las que nunca se acercaba demasiado.
Sesshomaru siguió caminando impertérrito, sus ojos fijos en un punto indefinido, su mirada indiferente a lo que lo rodeaba. De repente, sin embargo, y ni siquiera podía explicar por qué, su atención fue captada por algo, o mejor dicho alguien.
Sentada en medio de un grupo de flores estaba la sacerdotisa del pueblo, la compañera de su medio hermano, iluminada por la luz del sol, mientras disfrutaba de su calor con una expresión tan serena. Al demonio le pareció una visión casi divina.
El demonio literalmente se congeló y se perdió mirándola, sin siquiera darse cuenta. Solo cuando Kagome despertó de lo que parecía un dulce descanso, Sesshomaru también recuperó el control, sintiéndose aturdido y disgustado consigo mismo.
«¿Qué estoy haciendo? ¿Yo, el gran Sesshomaru he quedado aturdido, nada más con mirar a una simple humana?»
Enojado, comenzó a caminar de nuevo, pero unos sollozos captaron su atención.
Se giró ligeramente hacia la chica, su fría mirada no denotaba ninguna emoción.
La vio llorar desesperada, una visión verdaderamente desagradable.
Los seres humanos no son más que criaturas débiles por naturaleza.
Emergió de entre las ramas, movido por un instinto inexplicable. Ella lo había escuchado, levantó la cabeza y se volvió hacia él, mirándolo con los mismos ojos de un cervatillo que descubre una bestia que intenta cazarlo.
—¿¡Sesshoumaru!? —la escuchó susurrar. Entonces notó que su rostro se tornaba de un color rojo, el cual resaltaba aún más gracias a su cabello azabache, mientras trataba de ocultar su vergüenza.
—¡Ah, por supuesto! Has venido a visitar a Rin —dijo la joven, notando el kimono que sostenía en sus manos.
—“Eres muy perspicaz, miko”—respondió él con frialdad.
Siguió mirándola, preguntándose por qué se había detenido a observar a la humana.
Sesshomaru la vio avergonzarse nuevamente bajo su mirada crítica.
«¿Qué era lo que Inuyasha veía de interesante en una criatura tan frágil? ¿Por qué su padre se enamoró de una mujer como la que tenía delante?»
La miko no daba señales de querer levantarse, su nariz volvió a percibir el característico olor salado de las lágrimas humanas. «¿Aún seguía llorando?»
—Qué escena más patética —las palabras salieron de su boca como lamas afiladas.
La joven miko levantó la cabeza y enfocó en él una mirada que, ahora, parecía cualquier cosa menos la de una presa indefensa.
—¡¿Quién te crees que eres para juzgarme?! —vociferó la miko—. Un ser sin corazón como tú nunca podría entender lo que es el dolor, no tienes sentimientos, el tuyo es un mundo rodeado de indiferencia, así que no tienes derecho a considerarme patética.
Las palabras de la sacerdotisa lo golpearon como una lluvia helada en pleno verano.
¿Acaso esa ningen no era consciente de sus propias palabras, ella también lo estaba juzgando? Eso le demostraba lo incongruentes que podían ser los humanos.
Continuó mirándola con indiferencia, a pesar de que en su interior se había encendido una mecha de curiosidad.
De repente, la expresión de ira desapareció del rostro de la joven, dejando lugar a la culpa y la vergüenza. En ese momento, a sus ojos la extraña joven parecía un pergamino abierto y de fácil lectura.
«Una criatura indefensa, necesitada de protección»
¿Desde cuándo pensaba en estas cosas débiles y frívolas?
Se giró inmediatamente y decidió salir de allí lo antes posible. Sin embargo, algo dentro de él, dentro de ese corazón ya no tan frío como antes de conocer a su protegida, hizo que sus labios se movieran sin que su cerebro pensara qué decir:
—Ustedes los humanos son criaturas débiles, pero no permitas que nada ni nadie nuble tu alma con el dolor. Es un error que solo los humanos cometen, así que aprende de tus errores, sacerdotisa.
Fueron las palabras más amables que habían salido de su boca. Él mismo estaba incrédulo, casi avergonzado por tanta debilidad.
Dejó el kimono en el suelo, seguro de que ella lo tomaría, y salió disparado hacia el bosque. Podía sentir sus ojos en él, su espalda parecía arder.
«¿Por qué todo esto? ¿Cuáles eran esas sensaciones inexplicables que nublaban su mente y sacudían sus entrañas?» Sin embargo, en medio de todas estas preguntas, había una que lo inquietaba más
«¿La volvería a ver?»
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