Capítulo 01
¡No duden en señalar cualquier error!
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Llevaba un buen rato deambulando sin un rumbo fijo, había recogido algunas plantas, mas no prestaba la menor atención a su entorno.
La tristeza y la sensación de inutilidad con la que había despertado esa mañana no la parecía no querer abandonarla.
Todavía no había visto a Inuyasha y ni siquiera quería hacerlo, así que estaba escondiéndose en el bosque con la excusa de ir a recoger unas hierbas que necesitaba.
Se sentía culpable por no estar en la casa de Sango ayudándole con las pequeñas, pero realmente necesitaba estar sola. No quería sonreír fingiendo estar bien, cuando era todo lo contrario.
De repente, en ese ambiente sombrío, vio la luz del sol abrirse paso a través del follaje, iluminando ligeramente un parche de hierba todavía lleno de flores, el cual sobresalía por encima de la maleza de hojas secas y musgo húmedo.
La visión tan dulce, pero que se destacaba con fuerza en el verde opaco del bosque otoñal, fue como un suspiro de alivio para su maltrecho corazón.
Dejó la canasta y se acercó a esas maravillosas flores. No pudo resistirse y se sentó, con cuidado de no estropear los espléndidos toques de colores sobre la suave hierba.
Cerró los ojos para disfrutar del pequeño momento de serenidad que la naturaleza le había regalado tan amablemente. Sintió que la opresión en su pecho se aligeraba, que su mente estaba libre de cualquier pensamiento negativo.
Recogió algunas flores y con pesar se dirigió a casa. Sin embargo, los dolorosos recuerdo de aquella mañana volvieron abrumar su mente, haciendo que detuviera su andar.
El desconsuelo, la duda, la impotencia y la tristeza se apoderaron de ella, no dejándola avanzar.
¿Podría decir que era parte de esa época? ¿Podía disfrutar de esa naturaleza, aunque no fuera suya? Después de todo, esa no era su vida, su vida real la había dejado al otro lado del pozo. Se sentía fuera de lugar.
La única conexión real que sentía con la era Segoku era Inuyasha y el amor que sentía por él. Pero ya ni siquiera eso le quedaba, le daba pena por sus amigos que tanto la apreciaban al igual como ella lo hacía, pero todo lo que había hecho era por el bien de su amado.
No era fácil aceptar que él no la amaba, que había renunciado a su familia, una carrera y tantas otras cosas que para ella eran importantes, solo para recibir las migajas de amor que Inuyasha le daba.
Que tonta había sido, ese no era su mundo aun así, tenía que resignarse, ya que fue ella quien tomó la decisión de quedarse en la era Sengoku.
Hora todo le parecía inútil, incluso las flores que había recogido y que le habían dado un momento de serenidad.
«¡No, deja de llorar Kagome, es inútil!» se dijo a sí misma, pero sus ojos ya estaban húmedos y las primeras lágrimas corrían por su rostro, como el torrente de un río embravecido.
Se derrumbó de rodillas, sintiéndose impotente ante toda esa tristeza que atenazaba su corazón. Dejó que sus lágrimas fluyeran, esperando en vano que le quitaran al menos algo de su dolor.
Presionó una mano contra su pecho, el corazón le dolía tanto que le cortó el aliento. Entonces escuchó un ruido agudo y decisivo que estaba muy fuera de sintonía con la armonía del bosque. Miró hacia arriba, y al principio pensó que lo que veía era una alucinación, una imagen distorsionada por todas esas lágrimas. Pero la figura alta que se alzaba sobre ella no dejaba duda alguna:
—¿¡Sesshoumaru!?
El Daiyokai estaba parado a unos pasos de la miko, quien lo miraba finamente, sorprendida de verlo allí. Había pasado casi un año desde la última vez que lo había visto, más esquivo que nunca.
De vez en cuando venía a traerle algunos regalos a la joven Rin. Pero siempre los dejaba cerca de su choza, o simplemente era entregados por Jaken. Casi nunca se mostraba, ni siquiera a su antigua compañera de viaje. Entonces, ¿por qué se encontraba él allí?
Sesshomaru dio unos pasos hacia ella, y la tenue luz del sol iluminó su majestuosidad. Solo entonces Kagome se dio cuenta de que estaba sosteniendo un kimono doblado en su mano. Su nuevo regalo para Rin.
—¡Ah, por supuesto! Has venido a visitar a Rin —habló Kagome un tanto avergonzada.
¿Desde cuándo le habla con tanta facilidad a Sesshomaru?
—“Eres muy perspicaz, miko” —respondió Sesshoumaru con frialdad.
Cierto, después de todo, casi nunca se revelaba y había reducido el contacto con los humanos al mínimo, que él estuviera ahí frente a ella debía ser pura casualidad.
Para combatir la creciente vergüenza, Kagome trató de levantarse e irse. Se sentía realmente incómoda con Sesshoumaru observándola desde lo alto de su complexión, probablemente por dentro la encontraba patética.
Pero pudo mover ni un músculo, la inesperada aparición de Sesshomaru la había dejado pasmada.
No sabía qué hacer, no quería que un extraño viera en esas condiciones, sin embargo, sus ojos aún seguían derramando lágrimas.
—Qué escena más patética.
De repente, la sacerdotisa sintió que una ira inexplicable se acumulaba en su interior. Las palabras despectivas de Sesshoumaru le hicieron olvidar por un momento la tristeza que envolvía su corazón, dando paso a la ira.
—¡¿Quién te crees que eres para juzgarme?! —Kagome se levantó, enfrentando a Sesshoumaru cara a cara, su rostro estaba casi morado de ira y vergüenza—. ¡Un ser sin corazón como tú nunca podría entender lo que es el dolor, tú no tienes sentimientos, el tuyo es un mundo rodeado de indiferencia, así que no tienes derecho a considerarme patética!
Con esas palabras Kagome descargó toda su frustración, gritó sin parar por un momento y ahora estaba sin aliento.
El demonio la miró como si no hubiera abierto la boca, sus palabras flotaron sobre él, tal como lo hacía el aceite sobre el agua.
Después de momentos que le parecieron siglos, Kagome recuperó algo de claridad y se dio cuenta de que había exagerado. Lo que Sesshoumaru le había dicho no lo aceptaba, pero había descargado sobre él toda la frustración que había acumulado en quién sabe cuánto tiempo, eso no estuvo bien de su parte.
La mirada de Kagome se suavizó y dejó de mirar a Sesshomaru, estaba profundamente avergonzada.
Quería disculparse, pero las palabras de repente le fallaban. Meditaba nerviosamente torturándose los dedos cuando.
Sin decir una palabra, el Daiyōkai le dio la espalda e inició a caminar, dirigiéndose hacia la espesura boscosa.
No, ella no podía permitir que el único y verdadero intercambio de palabras que tuvo con Sesshomaru (probablemente el último) fuera tan desagradable.
—¡Espe...!
—Ustedes los humanos son criaturas débiles—, Sesshoumaru interrumpió repentinamente a Kagome—. Pero no permitas que nada ni nadie nuble tu alma con el dolor, es un error que solo cometen los humanos. Así que aprende de tus errores, sacerdotisa.
Bajo los ojos incrédulos de Kagome, Sesshoumaru desapareció con la misma ligereza de una ráfaga de viento. La joven sacerdotisa quedó atónita, nunca había escuchado al demonio pronunciar tantas palabras seguidas.
Kagome no sabía cómo interpretarlo, pero lo que Sesshoumaru le había dicho era exactamente lo que ella necesitaba escuchar. Había sido frío y helado como era de esperar, pero a pesar de ello, sus palabras fueron como un bálsamo en sus heridas. Incluso le pareció que había sido “amable” con ella, a su manera.
Todavía estaba mirando el lugar por donde el demonio se había marchado, cuando notó algo apoyado contra un árbol, era kimono que había traído para Rin.
Kagome se acercó y lo recogió. Realmente era muy hermoso, refinado y perfecto para los gustos de Rin.
Sesshomaru debía quererla mucho, de pronto pensó en la amargura que debió sentir El demonio al verse en la condición de tener que dejar a su protegida en la aldea. No podía llevarla consigo, vivir en medio de demonios no era lo adecuado para una niña humana.
Se maldijo a sí misma, había sido muy grosera con él, a pesar de que parecía ser un demonio sin corazón, varias veces había demostrado que él también podía ser (empático).
Ya más calmada y con una sutil sonrisa en los labios, Kagome dio la vuelta, recogió la canasta y caminó de regreso al pueblo, mientras se preguntaba:
¿Lo volveré a ver otra vez?
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