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Esa noche, el joven Shippo luchaba por dormir. No se sentía orgulloso por haber espiado a Kagome mientras regresaba a su cabaña en medio de la noche. Aunque era un zorro y todos sus antepasados habían sido hábiles espías, informantes y demás, se sentía avergonzado. Pero también estaba enojado, molesto con su mejor amiga, a pesar de que la veía tan feliz.
«¿Kagome ya no confiaba en él?» Imposible, en la batalla eran casi una sola persona. Pero a lo que se enfrentaba no era a una pelea, tal vez en la vida cotidiana no lo consideraba lo suficientemente maduro, ni fuerte, ni sensible para confesarle sus secretos.
Se giraba en su futón, pensando en miles preguntas que seguían pasando por su cabeza, llegando a una conclusión, tenía que hablar con Sango. Si bien sabía que esta lo regañaría.
Llegó la mañana y él ni siquiera lo notó, excepto cuando un delgado rayo de sol no pinchó con fuerza sus ojos inquietos. Se levantó, se enjuagó la cara a toda prisa y se vistió. Quería llegar a la casa de Sango y hablar con ella antes de que Kagome apareciera.
Salió de su pequeña casa, o habitación, sus amigos lo habían ayudado a construirla tras su regreso de la escuela para zorros, se sentía todo un adulto. Comenzó a recorrer rápidamente los pocos metros que separaban su humilde y pequeña morada de la casa de Sango. Tan pronto como vio la cabaña, inmersa en esa niebla ligera y húmeda de la mañana, notó algunas luces y un fino hilo de humo que salía de la chimenea.
No tocó la puerta, sabía que Sango se enfadaría si despertaba a las gemelas, así que se acercó a la ventana abierta de la cocina, de donde salía un irresistible olor a pastel.
«Mm pastel de melocotones»
Su estómago estaba revuelto, ansioso por saborear un trozo de cielo y desatar el nudo que lo sujetaba. Se aclaró la garganta y reveló su presencia a la joven empeñada en hornear el divino postre.
—¿Shippo? ¿Qué haces aquí tan temprano?
—Lo siento Sango, es solo que necesitaba hablar contigo.
—Vamos, entra.
La joven madre no se lo pensó dos veces e invitó a Shippo a su cocina. Se sentaron alrededor de la enorme mesa de madera que Miroku había construido para su familia y para recibir a sus amigos más cercanos. Sango le entregó un trozo de pastel humeante, para la leche tendrían que esperar a que terminara el primer ordeño en el establo del pueblo.
—¿Dime, por qué traes cara de funeral?
—Está bien, espero no te enojes— la mirada de Sango se estrechó ante esa declaración.
—¿Hiciste algo malo, Shippo?
—¡No! Bueno, depende de tu punto de vista.
La mirada de la joven se volvió aún más sombría, pero inmediatamente se suavizó al ver lo apenado que estaba el kitsune.
—¿Por dónde empiezo? Todos sabemos lo que está pasando entre Kagome e Inuyasha. Sabemos que lleva años tratando de ocultar su tristeza, sin embargo, de repente las cosas han cambiado, la veo sonriendo, parece realmente feliz —el joven demonio hizo una pausa y miró hacia arriba, encontrándose con la mirada de Sango, instándole a continuar.
>>bueno, la sospecha me vino cuando, ayer por la mañana, me presenté en la casa de Kagome me pareció haber olido el aroma de Sesshomaru.
—¿Qué? No será...
—Espera Sango, déjame terminar. La mañana transcurrió en paz, hasta que apareció Inuyasha mientras regresábamos del bosque con las hierbas para Kaede. Daba miedo Sango, créeme, tenía una actitud amenazante, incluso hacia Kagome. En ese momento sucedió lo más increíble, Sesshoumaru reveló su presencia, desviando la atención de Inuyasha.
La boca de Sango estaba ligeramente abierta por el asombro, ese yokai no solía mostrar su presencia, sabían que estabas cerca solo cuando Rin aparecía con uno de sus finos regalos.
>>Y esta noche, bueno, hemos llegado al punto en que me vas a regañar. Anoche fui a la cabaña de Kagome, me escondí...
—¡Shippo! ¡No me digas que la espiaste!
—Quería saber el motivo de su felicidad, ya que ella no me lo cuenta —una tristeza oscura se pintó en el rostro del kitsune—. La vi salir del bosque, en medio de la noche, llegó a casa con una sonrisa tan brillante que se burlaba de las estrellas. Y con ella llevaba, aunque débil, el inconfundible olor de Sesshomaru.
El silencio cayó entre ellos. Sango no sabía qué decir, todos en la aldea confiaban en el increíble olfato de Shippo. De repente, el demonio la miró de nuevo, con el rostro rojo mientras trataba de contener las lágrimas.
—Yo no la juzgo, Sango. Estoy tan feliz de verla todavía sonreír, pero tengo miedo que Kagome decida marcharse con Sesshomaru y termine alejándose de nosotros como lo ha hecho Inuyasha.
Instintivamente, Sango lo abrazó como solo una madre puede.
—Pequeño Shippo sé que te preocupas por ella, pero no podemos sacar conclusiones —susurró ella, acariciando su cabeza—. Además, Inuyasha es un tonto, pero te aprecia mucho y lo sabes.
En ese momento apareció Miroku quien primero notó con amargura y decepción que alguien ya había disfrutado de la primera rebanada de pastel. Luego se percató del Shippo lloroso en los brazos de su esposa, la cual lo miraba fijamente, insinuándole desaparecer como humo en el viento. El monje retrocedió unos pasos, optando por una media hora extra de sueño.
—Pero Sango... N-No entiendo por qué ella no nos dice nada.
—Ha de tener miedo, Shippo. Esto también pasa cuando haces cambios radicales en tu vida. Dale su tiempo.
Shippo levantó su mirada llorosa y observó el rostro sereno de Sango, que se ensanchó en una sonrisa cómoda.
Los gorriones ya estaban cantando animadamente cuando Kagome se despertó. Se dio cuenta de que llegaba tarde, Kaede era muy estricta con los horarios, así que literalmente tiró el futón y corrió a alistarse para otro día de trabajo. Salió de la casa sin aliento, una energía desbordante corría por sus venas esa mañana, tanto que corrió hacia la cabaña de la anciana sacerdotisa.
Se sentía cargada, fresca, viva e impaciente. No veía la hora de que cayera la noche para colarse en el mágico bosque nocturno en busca de su habitante más místico. Llegó a su destino sin aliento, llamando a la jamba de la puerta.
—¡Buenos días! —Saludó entrando a la casa.
Shippo y Kaede ya estaban sentados alrededor de la modesta mesa de la sacerdotisa, tomando el té de la mañana. Rin también se había unido a ellos, feliz de ayudar a sus amigos con el trabajo del pueblo.
>>Lamento llegar tarde.
—Espero hayas descansado, el día de hoy será muy fatigoso para ustedes.
Dicho eso, la anciana también le entregó un poco de té a su joven alumna, comenzando a enumerar las tareas que tendrían que hacer ese día.
Los tres la escuchaban atentamente. Tenían que desherbar el huerto personal de la anciana, reparar los techos de algunos ancianos sin herederos, ayudar al señor Mizuko en los campos; llevar víveres a su vieja amiga que vivía aislada de la aldea y finalmente ayudarla escribir los amuletos de protección. En resumen, cuando no había demonios que combatir ni aldeas que purificar, los trabajos por hacer eran, cómo decirlo, aburridos.
—¡Tenemos que trabajar como mulos todo el día! —comenzó a lamentarse Shippo tan pronto como se despidieron de Kaede y se dirigieron a los campos.
—Reparar los techos es agotador, ¿pero la anciana Gen? ¡Seguro que será un trabajo duro, compañero!—bromeó Kagome.
—¿Por qué reparar techos sería menos complicado que visitar a una anciana? —preguntó Rin.
—Esa vieja vive muy lejos de aquí, nunca recibe visitas, excepto de nosotros, así que nos mantendrá charlando con ella durante horas, con docenas de tazas de té. Me siento mal, no puedo hacerlo — dijo Shippo haciendo una mueca de desagrado.
—¡Vamos, Shippo! ¡Juntos podemos enfrentar cualquier cosa!
Kagome se giró sonriendo hacia sus amigos, arremangándose. Shippo la miró y vio a su amiga de toda la vida, fuerte y decidida. Rin por su parte, estaba ansiosa por pasar tiempo con ellos, siempre lejos u ocupados con cosas en las que ella no podía contribuir.
El día transcurrió intensamente, los tres jóvenes enfrentaban la dura cantidad de trabajo. Los chicos notaron casi con horror que la reparación de una docena de techos les había llevado más de media mañana, por lo tanto, decidieron acelerar el paso, o de lo contrario tendrían que trabajar hasta altas horas de la noche.
Las tareas que recibió Kaede eran largas y agotadoras, tanto que los tres jovenes se encontraron dirigiéndose a la cabaña de la anciana Gen cuando comenzaba a calar la tarde.
—¡A este paso nunca terminaremos a tiempo! Kagome se lamentaba desconsoladamente mientras arrastraba sus cansados pies por el camino.
Las largas sombras del atardecer acompañaban su andar cadencioso.
—Por suerte este es nuestro último esfuerzo por hoy. Estaremos en casa para la cena, ya quiero saborear lo que cocinó Sango —la animó Shippo lamiéndose los labios.
—Tú cantas victoria Shippo, pero todavía tengo que escribir los amuletos. ¡Oh no!
El demonio zorro notó por el rabillo del ojo que la expresión de su amiga parecía seriamente arrepentida, por lo general no le molestaba tanto continuar con algún trabajo, incluso después del atardecer.
Shippo y Kagome se despidieron justo antes de la casa de Kaede, cuando finalmente se deshicieron de la excesiva hospitalidad de la anciana Gen era pasada la hora de la cena.
La muchacha golpeó lánguidamente la puerta antes de entrar, siendo seguida por Rin.
Rin insistió en ayudar con los sellos, pero Kaede le dijo que cenara y luego se fuera a descansar, ya que al día siguiente debía asistir a las lecciones de cómo preparar ungüentos y brebajes medicinales.
Kagome se sentó junto al fuego, armada con un plumín, tinta y un sinfín de hojas de papel. No le gustaba dejar el trabajo a medias, ni siquiera a Kaede, así que no pudo evitar pensar que pasaría prácticamente toda la noche escribiendo amuletos, sobre amuletos, sobre amuletos...
Mientras la anciana revolvía un caldero que hervía animadamente en el fuego, Kagome miró por la ventana. La noche ya se había apoderado de todo con sus largas sombras. La clara luz de las estrellas brillaba en esa noche fresca y clara, en contraste con el cálido y acogedor resplandor del fuego. Y sus pensamientos instintivamente volaron a otra parte, preguntándose dónde estaba Sesshomaru en ese momento. Quería salir y correr hacia el bosque, zambullirse dentro y ver al perro demonio en su habitual aura etérea.
Nada le daba la certeza de que él estuviese allí, solamente aquellas pocas palabras fugaces de la noche anterior.
No debía preocuparse tanto, probablemente él no estaba allí, o tal vez sí. Esa duda siguió amontonándose en su interior, mientras de manera automática y rítmica seguía escribiendo amuletos, casi ajena a la compañía de Kaede y al hervor repetitivo de la olla.
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