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⚠️Atención, capítulo exteso y con muchos errores⚠️
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—¡Sesshomaru, bastardo! ¡¿Qué haces aquí?!
La voz de Inuyasha saltando del bosque hacia ese pequeño claro donde se encontraba la imponente figura de Sesshoumaru se redujo a un gruñido gutural, sus ojos inflamados por el odio reprimido.
—Bastardo es lo que eres.
A cambio, el hermanastro no perdió su habitual indiferencia plácida, solo que esta vez había algo diferente en su voz, sonaba aún más gélida que de costumbre.
Los iris ambarinos de los dos medios hermanos luchaban entre sí, decididos a no ceder ante las amenazas del otro.
—¡¡Responde a mi pregunta, cobarde!!
Inuyasha dio un paso hacia su hermano, instándolo a hablar.
—¿Cobarde? —cuestionó el yokai con un toque de burla en su voz—. Cobarde es aquel que huye de sus problemas, o los niega.
El tono de su voz cambió, volviéndose casi acusatorio, para los oídos del medio demonio.
—¿Qué diablos quieres decir? No puedes permitirte venir a mi territorio, excepto que para traer tus estúpidos regalos a Rin.
—¿Tu territorio? Que híbrido patético.
—Eres un...
Inuyasha dio unos pasos, con la intención de luchar, pero no pudo continuar, ya que su avanzar fue interrumpido por las palabras más extrañas que Sesshoumaru le hubiera dicho jamás.
—En vez de atacarme inútilmente, deberías prestar más atención a lo que tontamente crees que sigue siendo tuyo.
Sesshoumaru inclinó los labios ligeramente en lo que parecía ser una sonrisa burlona, luego se dio media vuelta e inició a caminar lentamente, dejando a un medio demonio aún más enojado que antes.
Inuyasha estaba que echaba humos por las orejas. ¿Qué se creía ese arrogante? ¿Acaso lo estaba amenazando?
Corrió hacia adelante desenvainando a Tessaiga, quien tomó su forma demoníaca exactamente cuando se encontró con Bakusaiga. Sesshoumaru no se dejó tomar por sorpresa.
Sus espadas se cruzaron en una prueba de fuerza, al igual que sus miradas.
Sesshomaru hizo un poco más de presión a su espada, contrarrestando la del medio demonio y arrojándolo al borde del pequeño claro. Antes de que Inuyasha se levantara, sacudiéndose el polvo y la tierra, Sesshomaru ya se había marchado, dejándolo solo con esas insoportables dudas. Pero de una cosa se sentía increíblemente seguro, Kagome despejaría la niebla que se había creado en su cabeza.
Mientras regresaban a la cabaña de Kaede, Shippo silbó serenamente, mientras que Kagome no pudo evitar pensar en lo que estaba pasando entre los dos hermanos, inmersos en algún lugar del bosque. Era tan extraño que Sesshoumaru revelara su presencia cerca, probablemente había traído otro regalo para Rin... Por alguna razón inexplicable, sintió que la angustia pesaba sobre ella, como si algo estuviera mal. No sabía qué era exactamente lo que la ponía tan ansiosa, Inuyasha volviéndose cada vez más agresivo e irascible, o Sesshomaru apareciendo de la nada.
—¡Kagome, ten cuidado! —el pequeño demonio gritó en vano. Absorta como estaba en sus pensamientos, la joven no se percató en lo más mínimo de la carreta que estaba estacionada frente a ella, terminando con un fuerte golpe en la cabeza, tras el impacto contra uno de los troncos que sobresalían de la carreta.
En un abrir y cerrar de ojos,
Kagome se encontró mirando el cielo despejado, apenas manchado por alguna nube blanquecina.
—¿Estás bien? —Shippo acercó su rostro al de su amiga—. ¿Cuántos dedos ves?
—¡Dos, estoy bien, Shippo! —Kagome respondió sentándose—. Es que no noté la carreta y... ¡Ay! —gritó tocándose la frente, podía sentir claramente el bulto que comenzaba a formarse en su frente.
—¡Ja, ja, ja, recibiste un buen golpe, Kagome! ¡Ahora tendrás un buen chichón en la frente!
—¡Oye, no te rías de las desgracias de otras personas! —a pesar de intentar sonar ofendida, la chica no pudo evitar contagiarse de la risa de su amigo. Se rieron hasta las lágrimas, paraban solo cuando les dolía demasiado la barriga y sus pulmones pedían desesperadamente oxígeno, el dueño de la carreta los miraba confundido rascándose la cabeza. Kagome agradeció mentalmente a Shippo quien con extrema sencillez siempre lograba hacerla reír.
Estuvieron libres por el resto del día, luego de haber entregado las hierbas medicinales a la anciana Kaede. Shippo se permitió un descanso perezoso, antes de que las gemelas de Sango y Miroku comenzaran a atacarlo para jugar con su cola esponjosa.
Kagome se quedó con Sango ayudándole con las tareas domésticas diarias. Su papel como sacerdotisa podía ser difícil, ya que casi siempre su vida estaba en peligro, pero tenía que admitir que el papel de Sango como madre era quizás incluso más agotador.
A pesar del extenuante trabajo que conllevaba la vida de un ama de casa, la jornada transcurrida entre serenas charlas y risas se les escapó entre los dedos. En poco tiempo la noche cubría los cielos del Sengoku, el estofado hervía a fuego lento, resoplando sobre el fogón, el cual era hábilmente atizado de vez en cuando.
Esa familia inusual, y algo extraña, reunida alrededor del fuego, cansada por el trabajo duro pero satisfecha de todos modos.
El tiempo pasaba inexorablemente, los primeros bostezos comenzaron a llenar la sala. El ahora olvidado fuego crepitaba perezosamente, él también parecía cansado después de un largo día, dando lo mejor de sí, ofreciendo calor y protección. Las gemelas se quedaron dormidas en el regazo de su papá casi al mismo tiempo, ante lo cual Miroku se despidió de sus compañeros y las llevó a su habitación.
Los fuertes ronquidos de Shippo parecían competir con el cantar de las ranas. Kagome se sintió exhausta después de solo un día de ayudar a Sango.
Cuando se volvió hacia su amiga, la vio destrozada, con los ojos casi cerrados. Tenía que lidiar con esa vida todos los días y ahora Kagome también podía entender la dificultad de tener una familia. Varias veces le había preguntado si extrañaba su vida errante, de exterminadora, vagando por tierras desconocidas en busca del peligro. Después de todo, su alma seguía siendo la de una cazadora. Sin embargo, nunca olvidaría la serenidad con que lo dijo, sin la menor perturbación, (que se encontraba maravillosamente a gusto, incluso en ese papel tan diferente al anterior).
La joven sacerdotisa se despidió de su amiga, para que esta pudiera irse a descansar y así poder continuar con más energía la jornada del siguiente día.
Mientras regresaba su cabaña, Kagome no pudo evitar preguntarse si ella también sería capaz de ganarse la felicidad y la alegría que ahora reinaban en el corazón y la vida de Sango. Por un momento se dejó vencer por el conocimiento de que ella nunca podría estar en paz en un lugar que no era el suyo, en un mundo que en realidad no le pertenecía. Allí todo era diferente, la vida que tanto se esforzaba por construir nunca encajaría perfectamente con ella. Pero, ella no se rendiría, lucharía por encontrar aquello que su alma ansiaba. Era ese uno de los motivos por lo cual, a unos pasos de su casa, decidió cambiar de dirección, adentrándose en el bosque en busca de algo de serenidad.
Caminaba en silencio, como si no quisiera perturbar la quietud que reinaba a su alrededor. Aunque el bosque rebosaba de vida incluso durante la noche, los silenciosos ruidos y la suave luz de la luna que atravesaba inciertamente las hojas daban la sensación de estar en un lugar mágico, casi inmerso en una atmósfera etérea. Aunque todo tenía algo de místico, Kagome no veía mucho en esa penumbra y, con cuidado de no golpearse la frente aún adolorida, deambuló con la mirada en busca de aquel demonio que inquietaba sus pensamientos.
Le preocupaba no volverlo a ver, que después de enfrentarse a Inuyasha nunca regresara, excepto para dejarle sus regalos a Rin. La horrorizaba el solo pensamiento de no volver disfrutar de su compañía que tanto la tranquilizaba. En cambio, su alma se calmó cuando sus ojos vieron la alta figura de Sesshomaru elegantemente inmóvil como una estatua.
Su espalda estaba casi completamente hacia ella, Kagome podía ver una pequeña porción de ese rostro tan perfecto. Estaba indecisa si acercarse o no, después de todo, él no tenía una gran relación con los humanos.
—¿Otra vez aquí?
Kagome se estremeció en cuanto escuchó su voz. Tan profunda y gélida...
—Um... eh... sí, caminar en el bosque de noche es relajante —respondió Kagome sonrojándose levemente e instintivamente bajando la mirada, si bien él ni siquiera se había volteado a mirarla.
—Eres poco prudente, sacerdotisa —replicó el demonio, su tono indiferente no dejó ningún indicio o matiz en su voz.
—Bueno, también esperaba verte.
La miko alzó el rostro, esperando notar el más mínimo cambio en la pose escultural del demonio. Nada, ni siquiera jadeo de sorpresa, Kagome estaba un poco decepcionada.
Luego de unos eternos segundos, el demonio finalmente se dio media vuelta, dirigiendo su mirada inquisitiva directamente a los iris color chocolate.
—¿Y bien? —cuestionó tajante.
En ese momento la sacerdotisa literalmente se sintió en llamas, había dicho algo completamente inconveniente y él no había reaccionado diferente a lo habitual. ¿Qué diablos esperaba? Se sentía realmente estúpida.
—No, nada importante.
No hubo respuesta del demonio, pero podía sentir claramente que su mirada la prendía fuego. Tomó coraje, ahora su fingida compostura se había derrumbado miserablemente.
—¿Puedo sentarme aquí por un rato?
Levantó la cabeza ligeramente, encontrándose con los iris ámbar de Sesshomaru que le dieron una respuesta silenciosa. ¿Era su impresión, o tal vez la mirada que le estaba reservando era menos fría?
—Hmp.
Si por un momento sus ojos habían revelado una chispa distinta a la indiferencia apática, su voz no reveló la menor emoción. Kagome sonrió levemente, sentándose en la base de un árbol y apoyando su espalda en su tronco.
Permanecieron así por un rato, inmóviles en su silencio, Kagome buscando alguna frase que decir, mientras que Sesshoumaru estaba ocupado escuchando los latidos de su corazón.
—¿Estás aquí por el híbrido?
El silencio fue roto por esa pregunta que aún flotaba en el aire. El demonio había dado en el blanco de la curiosidad de Kagome la cual se sonrojó. Sesshoumaru no se molestó en lo más mínimo en usar medias palabras para referirse a su medio hermano. Curiosamente, con esa inusual compañía le resultaba aún más molesto hablar de él.
La muchacha no lo instó a hablar, su silencio era más locuaz que muchas otras palabras, quería saber, pero le daba vergüenza preguntar.
—“Solo hablamos”
Desde lo alto de su estatura, Sesshomaru habló con una voz plana y controlada.
—¿Hablaron?
Kagome estaba incrédula, tanto que miró fijamente a su interlocutor para entender si había oído mal. ¿Realmente habían hablado los dos en lugar de matarse el uno al otro?
—Hmp.
La risa suave y cristalina de Kagome llegó a los oídos de Sesshomaru como una dulce melodía, acompañada de su dulce y cálido aroma. Éxtasis para los sentidos del yokai.
Sabiendo que nada grave había pasado esa mañana, su corazón se liberó de un peso que ni siquiera creía tener. Apoyó su cuello en el tronco del árbol, cerrando los ojos, dejando que un suspiro se llevara la tensión de ese día.
—¿Piensas venir aquí todas las noches?
Fue la pregunta que la despertó de aquel idilio momentáneo. Sesshoumaru se giró completamente hacia ella, colocando su mirada escrutadora en ella en el mismo momento en que la joven también erguía su rostro para mirarlo a él.
El Inu notó que las mejillas de la joven se sonrojaban levemente, manteniendo sobre él esos cálidos ojos marrones convertidos en dos perlas negras por la suave luz de la noche.
—Podría preguntarte lo mismo.
El descaro de esa respuesta fue como agua fría para el demonio. Él solo levantó una ceja, fijándola con un matiz en su mirada similar a la incredulidad.
—¿Has olvidado con quién estás hablando, humana?
La vio inmediatamente arrepentirse de lo que había dicho. Su rostro era como la página abierta de un libro, describía exactamente las emociones que estaba sintiendo en ese momento.
Kagome apartó la mirada, lamentando haber usado un tono demasiado amistoso con ese demonio tan orgulloso.
Sesshomaru la observó morderse nerviosamente el labio inferior y por un momento, en un flaqueo de su mente rígida, pensó que le hubiera gustado ser él quien mordiera esos labios rosados, castigándola por su osadía. Ahuyentó esos pensamientos inapropiados en un instante y en el proceso escuchó un suave susurro
—Disculpe, Lord Sesshomaru.
Ella se había rendido a él como un cachorro, dejando de lado ese espíritu de luchador que la caracterizaba. No podía explicar el tipo de sensación que sentía. De repente le pareció que casi lamentaba el tono demasiado severo que había utilizado con ella.
«¡¿El Príncipe del Oeste se arrepentía del tono empleado con una humana?! ¿Qué era, una broma enfermiza de su mente?»
A pesar de tratar de convencerse de que ese era su comportamiento normal, que tenía con todos y que no cambiaría por nadie, el silencio que se hizo entre ellos de repente pareció increíblemente pesado, casi asfixiante.
Qué diablos, siempre había estado acostumbrado al silencio y nunca le había parecido tan desesperante. De repente en su cabeza tomó forma la idea fétida de cómo remediar esta situación. Estaba delirando.
—Tal vez.
Kagome jadeó por la sorpresa, no esperaba escuchar una respuesta, creyó haberlo ofendido, o hecho enojar.
Sesshoumaru estaba esperando escuchar su voz y no solo el latido de su corazón, que se había vuelto casi ensordecedor.
—Tal vez —la escuchó decir, atónita.
—¿Te burlas de mí, sacerdotisa? —cuestionó enojado.
—No —, dijo ella—. Es la respuesta a tu pregunta.
Ese intercambio, que parecía tanto un juego entre perro y gato, lo había dejado increíblemente... ¿Confundido ¿Enojado? No podía definirlo.
Ese fino velo de descaro en la voz de la chica, lo enfurecía, nunca nadie se había dirigido a él en ese tono. Sin embargo, el comportamiento de la humana no era un desafío hacia él; era simple sinceridad. Ese descubrimiento lo aturdía, porque sí, como nadie nunca se había atrevido a desafiarlo, nadie había sido realmente honesto con él, temiendo lo peor.
Sus ojos se encontraron de nuevo, esperando algo que ni siquiera ellos sabían exactamente qué era.
Sorprendido y confundido, Sesshomaru se sintió abrumado por la sincera intensidad con la que Kagome lo observaba.
El yokai apartó la mirada, mostrando un semblante aparentemente aburrido, no podía perder la compostura ante una fémina humana.
—Haz lo que quieras —fueron las últimas palabras de Sesshomaru antes de alzar el vuelo y marcharse.
Su respuesta llegó a oídos de Kagome como un consentimiento tácito. Ella sonrió, incapaz de contener la alegría que estallaba en su pecho.
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Gracias por leer.
No me siento bien, pero he aquí un nuevo cap.
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