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¡No duden en señalar cualquier error!
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—¡Regresaste, Kagome!
La voz falsamente indiferente de Inuyasha llegó a sus oídos como cuchillas. A pesar de intentar disimular sus emociones, la voz del medio demonio delataba ira, ira y nerviosismo.
Kagome se congeló instantáneamente mientras le daba la espalda a su interlocutor. Naturalmente, Inuyasha había abierto la puerta, entrando a su cabaña sin demasiadas pretensiones, tomando a la chica por sorpresa.
La sacerdotisa se sentía atrapada en su propia casa, extremadamente incómoda con esa oscura presencia a sus espaldas. Tragó saliva respirando hondo, buscando fuerzas para afrontar la situación de la que quería salvarse.
Se giró lentamente, dándole a Inuyasha una mirada firme y resuelta, aunque en su interior deseaba poder escapar de esa trampa.
—Sí —respondió Kagome suavemente, su voz ligeramente quebrada por la ansiedad y la tensión—. Llegamos hace un rato.
—¿Y cómo les fue con la misión?— Inuyasha por su parte, ya no trataba de ocultar la creciente ira, asumiendo un tono casi burlón, mientras daba unos pasos en dirección a la chica—. Si me hubieras llevado contigo, habrías terminado más rápido.
—¿Qué quieres de mí, Inuyasha? —la mirada de Kagome vaciló levemente, su voz todavía tensa al no darse cuenta de que había dado un paso atrás.
—¡¿Qué quiero?! ¡Solo hablar contigo, Kagome! —el medio demonio abrió los brazos inocentemente, mientras una sonrisa triste se dibujaba en su rostro.
Desde esa posición a contraluz, la imagen de Inuyasha llegaba distorsionada a Kagome quien vio el rostro sombreado del medio demonio en el que sobresalían los enojados ojos color ámbar y los afilados dientes que brotaban de esa sonrisa que era todo menos alegre. En ese momento le pareció paradójico que el hombre que siempre había amado ahora le estuviera dando todo menos sentimientos positivos.
>>Me has estado evitando durante días— continuó, poniéndose serio de repente y sin apartar los ojos de los de la joven.
—Tengo mis razones —respondió Kagome tratando de controlar su voz y los latidos de su corazón—. Ahora déjame en paz, no quiero verte.
—¡¡MEREZCO UNA EXPLICACIÓN!! —gritó Inuyasha de repente, haciendo que la chica diera un brinco.
El grito del medio demonio desencadenó algo dentro de la miko, dándole el coraje necesario para encararlo.
—¡Yo también merezco una explicación!
Inuyasha la miró, seriamente confundido por esa frase.
—¿Qué demonios estás diciendo?
—¡Escucha, Inuyasha! Ya estoy cansada de tus indecisiones, deja de hacerte el desentendido y clara tus ideas antes de venir a exigirme —Kagome reservó para el medio demonio su mirada más ceñuda, ofendida y enojada que logró sacar en ese momento, apuntando sus iris color chocolate directamente a los ámbares de él.
Inuyasha se sintió incómodo bajo esa mirada acusadora, Kagome lo había confundido y ahora no sabía cómo defenderse.
—Tsk —bufó, girando sobre sus talones y saliendo más molesto, fastidiado y confundido que antes.
Solamente cuando estuvo realmente segura de que el medio demonio se había ido, la miko dejó que la tensión se liberara, deslizándose hasta el suelo, con las piernas temblando.
Ser consciente de que él continuaba amando a otra y ella la tenía como a un reemplazo consolatorio, la hacía sentir enojada y humillada. Pero más rabia le daba el hecho de que él no se diera cuenta, o simplemente actuase como si no lo supiera.
Ella todavía no le había confesado haberlo escuchado susurrar el nombre de Kikyo mientras dormía a su lado, ni la ira que surgía en cada encuentro le daba fuerzas para decírselo, era como si esas palabras pudieran quemarle la garganta con solo pronunciarlas.
Quería dejar de llorar por Inuyasha superarlo de una buena vez, sin embargo, no era fácil dejar atrás ese sentimiento que según ella era amor, ignorando que se trataba de apego y costumbre por parte de ambos.
Luego de ese estallido, Kagome perdió la noción del tiempo y cuando levantó la vista, apática y vacía, ya era de noche. Se alzó con cansancio del suelo húmedo y caminó en dirección al único espejo, una reliquia insoportablemente lejana de su tiempo. En ese momento recordó que había quedado ir a cenar a la casa Sango.
Se vistió rápidamente, envolvió un chal alrededor de sus hombros y salió de su choza, dirigiéndose a la casa de sus amigos. Iría allí y se disculparía por su ausencia, pero no se detendría más.
No le importaba cómo reaccionarían sus amigos al verla con ese rostro marcado por las lágrimas, no le importaban todas las preguntas que Sango le hiciera.
Llamó cansadamente a la puerta de sus amigos, detrás de la cual se podían escuchar las voces de Miroku y Sango, los gritos desesperados de Shippo y, las risas las niñas. Un cuadro espléndido para los ojos y reconfortante para el corazón, al cual Kagome no quiso sumarse.
Escuchó pasos acercándose a la puerta, luego una sonriente Sango le daba la bienvenida, pero al ver la deprimente imagen de su amiga frente a ella, no pudo evitar exclamar sorprendida:
—¡Kagome! ¡¿Qué te ha pasado?! —el rostro serio de Sango mostraba preocupación por su amiga.
La sacerdotisa la miró, mientras negaba con la cabeza.
—Nada serio Sango.
—Inuyasha —adivinó la Taijiya.
Un suspiro de Kagome le hizo comprender que había acertado.
—Maldita sea, ¿qué hizo esta vez?
Sango, molesta y enojada, invitó a su amiga a alejarse de la jamba de la puerta de su casa y sentarse no muy lejos de la entrada.
Kagome no quería contar lo que había pasado justo antes, no quería revivir ese momento otra vez, pero hizo un esfuerzo por su cariñosa amiga.
—Repito, nada grave. Nada más se presentó en mi casa con la excusa de preguntarme cómo había ido el viaje —la joven sacerdotisa pronunció la última frase con amargo sarcasmo—. Al final quería que le diera una explicación de por qué lo estoy evitando y le reiteré el hecho de que me gustaría una explicación de él primero, algo de claridad. Pero dio media vuelta y se alejó. Se fue sin darme una respuesta. Otra vez.
Por un momento hubo silencio entre las dos. No un silencio bochornoso, sino de comprensión y solidaridad.
Sango nada más podía imaginar el dolor que Kagome estaba sintiendo en ese momento, incluso el simple hecho de contarle lo que había sucedido tenía que abrirle heridas continuamente.
—Lo siento amiga.
—Tranquila, Sango. No puedo sacar las palabras de su boca y, mucho menos decirle a quién amar; superaré este amor que me hace daño y seguiré con mi vida. ¡Ese será mi objetivo!
Kagome fue seria al explicar sus intenciones a partir de ese momento. No quería preocupar a su amiga mostrándole todo el dolor que tenía dentro. Sin embargo, mientras hablaba, su voz no transmitía la confianza que mostraba en su rostro, afligido por los sentimientos que realmente sentía. Y fue en ese momento que Sango abrazó a su mejor amiga, tan joven que no merecía todo el dolor que su corazón intentaba contener y su mente ocultar de los demás.
La apretó tratando de transmitirle algo de consuelo, de hacerle entender que ella estaba ahí y que estaría ahí en cualquier momento. La sintió derretirse en sus abrazos, dejando escapar algunas lágrimas y un susurro:
—Gracias Sango por escuchar mis lamentos, eres una buena amiga.
Esas palabras conmovieron profundamente a la antigua exterminadora, quien se sintió inmensamente feliz de compartir esa amistad con Kagome.
—¿Quieres ir por un trozo de tarta de manzana? Se sabe que los dulces tienen un efecto que alegra los corazones rotos —Sango mostró una sonrisa invitando a su amiga a no estar sola.
—Oh Sango, lamento negarme, pero ahora quiero regresar a mi cabaña. Me gustaría poder descansar un poco —respondió Kagome poniéndose de pie, ya lista para irse.
—Al menos llévate un poco de pastel a casa, será perfecto en cualquier momento —sin perder su sonrisa, Sango rápidamente regresó a la casa, volviendo afuera con un gran paquete envuelto en tela azul, entregándoselo a Kagome. La sacerdotisa tomó la torta, sintiéndola aún caliente bajo sus dedos y embriagándose con su delicioso perfume. Sus ojos se entrecerraron, conmovidos por la amabilidad y preocupación de la joven madre.
—Gracias nuevamente —dijo antes de abrazarla, para luego tomar el camino de regreso a su cabaña.
Sango entró a su casa, cerrando la puerta detrás de ella. De repente, toda la atención de Miroku y Shippo cayó sobre su persona.
—¿Qué está pasando con Kagome? — preguntó el monje con preocupación.
—Inuyasha apuesto —dijo el demonio zorro enojado.
—Desafortunadamente, tienes razón Shippo— Respondió la muchacha desconsolada, acercándose a ellos y sentándose al lado de su esposo, apoyando la cabeza en su hombro.
—Me siento obligada a ayudarla, verla sufrir así me está agotando. No puedo ignorar lo que está pasando, pero no sé qué hacer— triste escondió su cabeza en la túnica del monje, quien comenzó a acariciarle tratando de consolarla.
—Sango —susurró suavemente—. Tienes razón, no podemos evitar ayudar a Kagome de alguna manera. En la mañana trataré de hablar con esa calabaza vacía de Inuyasha.
Su esposa levantó la cabeza sorprendida, mirándolo con incredulidad.
—¿De verdad vas a hacerlo?
—No sé si lo haré entrar en razón—Miroku soltó un suspiro—. Pero trataré de hacerle notar su error.
Sango lo abrazó casi feliz, sosteniendo la esperanza de que Inuyasha arreglase su situación con Kagome.
—Espero que podamos romper el punto muerto de alguna manera—confesó Sango.
—Todos esperamos que así sea —respondió su esposo, prefiriendo no expresar su escepticismo.
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¡Gracias por leer!
En el próximo capítulo Sesshomaru y Kagome tendrán un encuentro muy importante, ya que será este el que dará inicio la interacción de ambos personajes.
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