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Despertar entre ropa esparcida, sábanas arrugadas y plumas de futón, se había convertido en una experiencia verdaderamente placentera.

Su recuerdo regresó a la noche anterior, a todos esos momentos de pasión intensa y abrumadora.

Sonrió.

Amaba despertar sintiendo el dulce calor del cuerpo de su amado recostado a su lado, el cabello plateado que se mezclaba con los suyos azabaches, sus manos que nunca dejaban de rodear su cuerpo, siempre tan posesivas.

Ahora más que nunca estaba segura de que ese sentimiento fuerte e intenso que los unía, los guiaría a través de las inevitables dificultades.

Se inclinó hacia él, había comprendido que era inútil moverse sigilosamente para intentar no molestarlo. Siempre escuchaba todo.

—Iré a tomar un baño —le susurró suavemente al oído.

Él asintió con la cabeza, aunque su agarre era mucho más reacio a soltarla.

La observó furtivamente mientras ella se alejaba, cautivado por sus movimientos casi como si estuviera bajo un hechizo, molesto por la sensación de frío que dejaba al alejarse de su lado.

Cada vez que la veía desnuda, parecía como si fuese la primera vez, veía ese cuerpo como un desierto lleno de oasis por descubrir. Ahora más que nunca se sentía indisolublemente atado a ella.

Kagome disfrutaba del beneficioso calor del agua en sus músculos cansados, el sol acababa de salir y, gracias a Shippo, podía tomarse las cosas con más calma ese día.

Ningún pensamiento nublaba su mente esa mañana, su cabeza se sentía amortiguada, se sentía como si estuviera flotando en una nube. Su cuerpo se había beneficiado de los cuidados recibidos durante la noche, las imágenes del rostro de Sesshomaru fluían ante sus ojos cerrados, de esas expresiones que solo ella podía ver, de su cuerpo sudoroso, de sus músculos tensos, de su mirada brillante de lujuria… Y el deseo ardió dentro de ella al revivir esos recuerdos.

«¡Basta, Kagome…!»

Se dio una palmada en las mejillas, haciendo acopio de su lucidez, sin darse cuenta de que el invitado que tenía en su casa había sentido inmediatamente su destello de deseo.

Salió del agua, acalorada y con la cara roja, se envolvió en la toalla y se acercó al pequeño espejo que seguía colgado. Se miró fijamente por unos momentos, se veía diferente, pero no podía explicar por qué.

Sonrió ante su reflejo, se sentía extrañamente más bella, atractiva… no es que tuviera una mala opinión de sí misma, pero nunca había pensado en esas cosas mientras se miraba al espejo. Luego su mirada se posó en la marca, justo encima de su hombro izquierdo. Las marcas de los dientes ya casi habían desaparecido, el halo morado que los rodeaba iba retrocediendo poco a poco, dejando al descubierto una mancha en la piel…

«Pero que…»

Aún muy  confundida por el moretón, Kagome logró vislumbrar un segmento de luna, igual a la que Sesshomaru tenía en su frente.

Se llevó una mano a la boca y el corazón le dio un vuelco. Miró su rostro de sorpresa a través del espejo.

«¡¿Eso fue lo que quiso decir cuando le dijo que todos lo entenderían?!»

No era un simple chupetón, había dejado una marca mucho más distinguible en ella, quien lo viera entendería inmediatamente que había sido amada por Sesshomaru.

Su corazón comenzó a latir de felicidad, no tenía miedo de ocultar que los dos se estaban viendo, al contrario, chilló feliz mientras comenzaba a vestirse.

Cuando regresó a la habitación, secándose distraídamente su cabello húmedo, encontró a Sesshomaru ocupado vistiéndose. Estaba casi completamente de espaldas a ella, terminando de ajustarse los pantalones a la cintura. Hilos plateados muy suaves surcaban su piel blanca, deslizándose sobre los poderosos músculos de su espalda, Kagome sintió el deseo irreprimible de tocarlos, de dejarlos deslizarse entre sus dedos. En ese mismo momento, Sesshomaru giró levemente, sus miradas se encontraron de inmediato.

Kagome estaba tan absorta observándolo que sus mejillas se sonrojaron ligeramente. La boca del demonio se curvó en una sonrisa traviesa, mientras un destello cruzaba su mirada dorada. Se giró hacia ella, dejándose admirar por esos ojos que nunca lo abandonaron a pesar de su vergüenza.

—¿Qué estabas haciendo? Te quedaste allí por mucho tiempo.

Avanzó hacia ella, esa sonrisa nunca abandonó su rostro, mientras esa pregunta para la que parecía tener ya una respuesta flotaba en el aire.

Kagome se sintió arder. Estaba avergonzada por su interés, ciertamente, no le habría confesado los pensamientos impuros que había tenido, incluso si ese comportamiento travieso y descarado estuviera trayéndole más pensamientos lujuriosos.

—¡N-nada! —dijo mirando hacia otro lado. Para entonces, Sesshomaru estaba frente a ella, continuando mirarla desde arriba con esa sonrisa torcida que era tan jodidamente atractiva—. Solo me perdí un poco en mis pensamientos.

Sintió un movimiento, su largo cabello rozando suavemente su mejilla mientras acercaba su rostro al de ella, sus labios rozando su oreja.

—Oh, sé lo que estabas pensando, miko… —le susurró con una voz inesperadamente ronca.

Kagome sintió su feminidad hormiguear por él. Y nuevamente se sonrojó, se sentía constantemente desnuda bajo su mirada, Sesshomaru parecía leerla con una facilidad sorprendente.

—¡B-basta…!

Trató de alejarlo, pero el demonio fue más rápido, tomando sus manos y atrayéndola hacia sí, haciendo que sus cuerpos se unieran nuevamente, fijando sus miradas.

Esos ojos, que alguna vez fueron tan austeros, helados, indiferentes, de los cuales solo brillaban el odio y el desprecio, se habían convertido en un torbellino de emociones, un libro fácil de leer única y exclusivamente para ella.

Sus labios se unieron como si no hubieran hecho nada más en toda su vida, sus lenguas ansiosas por saborearse, de nuevo.

Sus respiraciones se había vuelto dificultosa cuando decidieron separarse, Sesshomaru apoyó su frente contra la de Kagome, resoplando de frustración. Sabía que no podían dejarse llevar por ese deseo que se volvía incontenible cada vez que sus cuerpos se tocaban, aunque ambos hubieran preferido disfrutar de los brazos del otro antes que hacer cualquier otra cosa.

—Tengo que irme… —dijo Kagome, en un suspiro, sintiendo una punzada en su corazón, como si sus propias palabras pudieran lastimarla.

Sesshomaru se alejó de ella, sus ojos diciéndole lo que él nunca diría con palabras. Y eso fue suficiente para ella, sentía que le pertenecía a él más que nada y no hacían falta palabras inútiles para confirmarlo.

Ella sonrió para sí misma cuando él terminó de ponerse la armadura, su presencia inevitablemente le afectaba.

Salieron de la cabaña, ninguno de los dos se preocupó de que alguien los viera, a pesar de que su casa ofrecía mucha más privacidad que las demás, actuaron de una manera ingenuamente natural.

Nadie los notó, o todos fingían no notar aquel demonio, cuya presencia constante en la aldea, había hecho que esta fuese más segura. Y es que mientras los habitantes de las aldeas cercanas vivían en la zozobra constante de ser atacadas por yōkais de bajo rango, Edo gozaba de la completa serenidad y seguridad.

Los aldeanos no eran tontos, si bien la aldea era un sitio seguro gracias a la sacerdotisa y su grupo, dicha seguridad había aumentado con la presencia del Daiyōkai, quien no solo había ganado más fama y poder que el mismísimo shogunato actual, también se rumoraba que el demonio planeaba convertirse en el primer emperador demonio en el mundo de los humanos.

Sin embargo, la llegada de la miko a la vida del yōkai cambiaría las cosas, en un futuro, Sesshomaru se verá obligado a decidir entre hacer realidad sus sueños, o hacerse responsable del título que le correspondía por parte de su madre y, exponer a la sacerdotisa al rechazo o aceptación por parte de los demonios.

Los dos caminaron en silencio hasta que llegó el momento de separarse. A Kagome la idea de separarse de Sesshomaru le estaba afectando más de lo normal ese día, no solo le preocupaba, sino que le causaba un molesto dolor en el pecho.

El gran demonio notó su estado de ánimo, le acarició suavemente la cabeza y ese contacto pareció calmarla.

—Esta noche aclararé tus dudas, sé paciente, miko.

Ante esas palabras, Kagome suspiró reteniendo las lágrimas, realmente no quería que se fuera.

Una última mirada, una sonrisa fugaz, una invitación silenciosa para esa misma noche… entonces, Sesshomaru desapareció en el bosque, dejando atrás una cálida energía demoníaca alrededor de la sacerdotisa.

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Había regresado al palacio para asistir a una de esas aburridas e inútiles reuniones con los nobles afiliados a su reino. Habían ganado la “guerra”, la rebelión había sido sofocada y su poder consolidado.

Aquellos revoltosos deberían haberse concentrado en sus clanes en lugar de entrometerse en sus asuntos. Siempre rondando a su alrededor, buscando su favor o alguna debilidad… por eso rara vez se quedaba en palacio, odiaba esas inútiles intrigas cortesanas. No tenían el coraje de desafiarlo abiertamente y quienes lo hicieran, nunca podrían contar la historia.

Atravesó a grandes zancadas el majestuoso pórtico exterior del palacio de su padre, encaramado sobre las montañas de Occidente, casi siempre medio oculto por un manto de nubes, dominaba con su magnificencia todo el valle.

La madera oscura y cálida contrastaba fuertemente con la frialdad que caracterizaba a sus inquilinos; la familia Taisho no era conocida por su vivacidad y alegría. Solamente su padre se diferenciaba de sus predecesores, con esa mirada arrogante de perpetuo desafío, una presencia tan engorrosa como ruidosa. Su padre…

Un crujido detrás de él lo sacó de sus pensamientos.

—¿Piensas desaparecer otra vez?

—Como si eso fuera posible para ti, madre.

Sesshomaru se giró rígidamente y centró su fría mirada con la igualmente inexpresiva de su madre.

Una sonrisa torcida apareció en ese rostro encantador y despiadado.

—Me gustaría que evitaras descuidar tus deberes, ya que insistes en gobernar estas tierras, deberías dedicarte a ello. ¡Eres un cachorro desconsiderado e insolente, dejas a tu pobre madre toda la carga de la corte, regresas a palacio y ni siquiera te tomas el tiempo de quitarte el olor de apareamiento que traes!

Sesshomaru apretó la mandíbula. Su madre tenía el poder innato para irritarlo.

—No tengo que justificarme ante ti, madre —respondió fríamente, tratando de enmascarar su creciente irritación—. De los dos, tú eres quien se regocija de la vida palaciega.

A lo lejos, el espectáculo del sol llegaba a su acto final, alargando las sombras e irradiándolas con una luz cálida, pero que no diluía la atmósfera gélida que flotaba entre ellos. Hubo una intensa batalla de mirada, la tensión era palpable en el aire, cualquiera que desafortunadamente se encontrara pasando por ese corredor inmediatamente cambiaba de dirección, sin ninguna intención de interferir entre madre e hijo.

—Estás nervioso.

Fue su madre quien bajó sus defensas primero, lo último que quería era enemistarse con su cachorro. Después de todo, ella lo amaba, a su manera, pero amor al fin.

—No digas estupideces, madre —respondió él secamente, con la mandíbula apretada. Pero no podía ocultarle nada a su madre.

—Sabes en lo que te estás metiendo, ¿no?

Sabía exactamente a qué se refería su madre. No se le podía ocultar nada, probablemente ya conocía la marca.

—No soy una cría, madre —bramó, mostrando sus caninos, molesto por el comportamiento de su madre. Como si no tuviera ya clara su situación.

—Solo estoy tratando de evitar que cometas los mismos errores que cometió tu padre. Marcaste a una humana sin pensar en las consecuencias, estoy segura de que ni siquiera le has explicado lo que significa ser la compañera de un Daiyōkai de tu rango y las responsabilidades que esto conlleva.

Ante esa declaración, el autocontrol de Sesshomaru vaciló, sus ojos se habían entrecerrado hasta convertirse en rendijas amenazadoras, miró fijamente a su madre sin ocultar demasiado su disgusto por sus palabras.

Sabía que debió haber hablado con la miko antes de marcarla, sin embargo, una parte de él se negaba a romper el encanto que se había creado entre ellos, quería disfrutar de aquella rutina de encontrarse con ella cada noche y hacerla suya, ocultos de las guerras y asuntos de la realeza.

¿Pero cómo decirle a su miko que el lugar que le correspondía era junto a él en su palacio? Ella era humana, ¿realmente estaría dispuesta a abandonar sus iguales para estar al lado de un demonio como él?

—No soy mi padre —dijo perentoriamente. Luego se dio la vuelta, sin permitir más respuestas, dejando a su madre mirando su ancha espalda mientras se alejaba.

Verlo alejarse acompañado de los rayos del atardecer, su largo cabello plateado balanceándose al ritmo de su andar orgulloso, le trajo a la mente un episodio muy similar ocurrido en un pasado muy lejano. Solo que esa vez quien le daba la espalda era el padre de su cachorro, Toga.

—Oh hijo mío…—, susurró suavemente—. Sé muy bien que no eres como tu padre. Cada día lo superas. Sé cuidadoso.

Sesshomaru desapareció de su vista, decidido a alejarse lo más posible de ese lugar, pero sabía muy bien que él había escuchado cada una de sus palabras.

La Daiyōkai suspiró, apenas agarrando el pelaje sobre sus hombros, un momento de debilidad debido a los recuerdos que abarrotaban su mente. Se giró decididamente, caminando con paso firme hacia el interior del edificio, su mirada fría e indiferente había vuelto a enmascarar su rostro.

      

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Shippo y Kagome se demostraron ser grandes maestros para Rin. Eran plenamente conscientes de que el futuro de la joven también estaba en sus manos, casi parecían dos padres amorosos mientras la veían hurgar en el bosque buscando las hierbas que le indicaba la sacerdotisa.

—¡Señorita Kagome! —le gritó desde lejos—. ¡Es difícil, aquí no se encuentra nada!

—¡No seas impaciente, Rin! ¡Mantente concentrada y observa tu entorno como te enseñamos!

La chica resopló levemente, sumergiéndose  nuevamente entre los arbustos.

Kagome sonrió tiernamente mientras se volteaba hacia Shippo para compartir ese momento con él. Sin embargo, se encontró con  la misma mirada que le había dedicado cuando se habían encontrado en la cabaña de la anciana Kaede.

—Shippo... me estás haciendo sentir un poco incómoda —dijo sonrojándose y rompiendo el contacto visual.

—Perdóname Kagome, es solo que…—, Se pasó una mano por el cabello con dificultad—. Te veo realmente diferente—, Aprovechó para acercarse a ella, mezclada con su olor había una nota totalmente diferente—. Sí... tu olor también lo es. Kagome se alejó un poco, avergonzada. Su cara ardía, esta discusión la estaba haciendo sentir incómoda y rezó para que Rin la llamara para ayudarla.

>>¿Él te marcó?

«¿De qué estaba hablando?»

Se volvió hacia su amigo, visiblemente confundida, y él no pudo evitar notar su desorientación.

>>¡¿Pero cómo... ¿te marcó sin decirte nada?!

Kagome sabía que estaba hablando de Sesshomaru, pero el tono que usó la molestó. ¿Qué estaba insinuando?

—No es un tipo muy hablador—, su voz resultó más ácida de lo que pretendía—. ¿Podrías por favor explicarme?

Shippo se rascó la nuca haciendo que su mirada vagara hacia un punto indefinido, ahora era él quien se sentía incómodo.

—Bueno... es algo que se usa entre demonios. Usualmente un demonio marca a otro cuando lo considera de su propiedad…

Volvió sus ojos a Kagome y en los de ella leyó una consternación que le quitó el aliento. Sintió que sus palabras la estaban lastimando y nunca se lo perdonaría. Buscó a tientas las palabras adecuadas. ¿Por qué de repente le parecía tan difícil hablar con ella?

>>Pero también puede ser una gran señal de amor. Las parejas que se marcan mutuamente lo hacen para mostrar cuán fuerte es su vínculo, para mostrarles a todos que se pertenecen el uno al otro.

El rostro de Kagome era un remolino de emociones. Shippo la vio absorber sus palabras, comprenderlas, y luego  sonrojarse como nunca antes.

«¿Qué diablos, por qué se sentía tan avergonzado?»

>>Kagome... no quería lastimarte ni hacerte sentir incómoda, pero era correcto hacerte entender. Espero de todo corazón que sus intenciones sean buenas…

Se hizo el silencio. Shippo inmediatamente se sintió estúpido, tal vez podría haber usado mejores palabras, esperaba que su amiga entendiera lo que quería decir.

De repente, Kagome rompió el incómodo silencio entre ellos.

—Sabes... —,comenzó a decir Kagome. Shippo la miró de reojo, una cálida sonrisa inició a pintarse en el rostro de la sacerdotisa—. Sesshomaru no es alguien que utilice muchas palabras para expresarse. He aprendido a interpretar sus silencios, sus gestos…

Shippo estaba atónito, era la primera vez que Kagome le hablaba tan directamente sobre Sesshomaru.

>>Gracias a tus palabras ahora entiendo mucho mejor…

Mientras decía aquellas palabras, instintivamente puso su mano donde Sesshomaru había dejado su marca. Cada vez que pensaba en él, el fuego que ardía dentro de ella parecía quemar su carne, sentía cómo se arrastraba por cada fibra de su ser, extendiéndose a través de la marca en su piel.

Ahora Shippo podía verlo claramente: no era sólo su olor el que había cambiado debido a la marca. Kagome era realmente diferente, el amor la había hecho más bella, más brillante, incluso su aura parecía más poderosa. Y, por mucho que odiara admitirlo, era gracias a Sesshomaru que su amiga había vuelto a florecer como lo había hecho.

—Mi padre solía decir que cuando el sentimiento entre dos demonios es tan puro y fuerte, la marca no se queda como un signo de posesión. Se convierte en un hilo conductor entre sus almas, sus corazones pueden verdaderamente tocarse y sus sentimientos se unen en algo único.

Kagome sintió el ritmo de su corazón acelerarse.

«¿Entonces por eso sentía todas sus emociones tan amplificadas? ¿Era ese el verdadero motivo por el qué sentía la presencia de Sesshomaru sobre ella, cálida y envolvente, como para protegerla?»

«Esta noche aclararé tus dudas, sé paciente, miko»

Ahora aquellas palabras tenían más sentido.

—Gracias Shippo—, agradeció, dedicándole  una sonrisa llena de gratitud—. Sé que he tomado un camino difícil, ambos somos conscientes de ello... pero lo que siento por Sesshomaru es tan grande, abrumador.

—Solamente quiero que seas feliz Kagome.

El abrazo que lo envolvió lo tomó por sorpresa, pero le calentó el corazón. Tenía que confiar en ella y en sus sentimientos por Sesshomaru.

Pasaron el resto del día entrenando a Rin, tanto en prácticas curativas como en defensa personal. Justo antes del atardecer decidieron que era hora de terminar, la joven estaba visiblemente cansada y sobre todo hambrienta, por eso Kagome le había dicho de adelantarse a la casa de Sango, mientras ella y Shippo irían con más calma.

—Rin ha hecho un gran avance —comentó Kagome de repente.

Shippo, a su lado, asintió pensativamente. Al no recibir respuesta, Kagome se giró hacia él.

—Estaba pensando… —, esa incertidumbre sólo aumentó la curiosidad de Kagome, ella lo instó a continuar, empujándolo con el codo—¿sabes que si yo pude notar la marca, Inuyasha seguramente también lo hará?

Ni siquiera había pensado en ello. Se mordió la mejilla mirando el camino frente a ella, el medio demonio no había aparecido hoy, pero sabía que era cuestión de días antes de que apareciera nuevamente.

—Lo sé Shippo... estaré bien.

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Se había hecho tarde, la noche lo había envuelto todo en la gélida oscuridad del invierno culminante. Las infinidades de estrellas que salpicaban el oscuro manto del cielo no hacían más que darle un toque aún más frío a esa noche serena, como pequeños diamantes de hielo.

Kagome se envolvió fuertemente en su manta, dirigiéndose hacia la puerta de ese cálido y familiar hogar. Rin se había quedado dormida con las chicas de Sango, Shippo se había ido poco antes, exhausto. Ella también estaba cansada después de la intensa jornada de enseñanza, pero la llama que ardía en su interior, inagotable, la empujaba a no ceder al atractivo de un sueño tranquilo. El deseo de ver a Sesshomaru era demasiado, urgente, casi molesto.

Kagome había salido al frío de la noche, el frío inmediatamente comenzó a pellizcar sus mejillas, poniéndolas rojas poco a poco. Se giró para mirar a los ojos de su amiga.

—Si Kaede no tiene ninguna emergencia mañana podemos pasar un tiempo juntas. Miroku me aseguró que cuidaría de las niñas todo el día.

—No debería haber ningún problema con Kaede, así que podemos tomarnos un día de chicas…—, Se miraron con complicidad, sonriendo—además, tengo muchas cosas que contarte.

Kagome le guiñó un ojo antes de caminar hacia su casa, dejando a su amiga en la incertidumbre.

Esa noche, realmente hacía mucho frío, la ligera brisa se había vuelto tan fuerte que casi hacía daño, pero por otro lado, era una de las noches más luminosas y claras de los últimos tiempos. Además de las estrellas en el cielo despejado, una luna media llena se alzaba como si impusiera su poder luminoso a todos aquellos pequeños rivales. Iluminaba su camino, dándole la sensación de estar en un reino totalmente congelado, y en medio de aquella luz etérea,  Kagome vio su estrella más brillante.

Sesshomaru la estaba esperando al borde del bosque, medio oculto por el follaje siempre verde. Destacaba como una estrella inmersa en aquellas sombras oscuras.

Su corazón dio un vuelco al verlo y sintió que podía respirar nuevamente, después de haber estado en apnea todo el día. Finalmente podía volver a disfrutar de su presencia, que era tan beneficiosa para ella, su toque cálido, el sonido de su voz susurrada en su oído...

En ese momento Sesshomaru salió al descubierto, avanzando hacia ella.

Kagome sonrió, sin mover su mirada ni por un segundo del culpable de todos esos sentimientos desbordantes que sentía inundar cada fibra de su cuerpo. Se encontraron uno frente al otro, ahora cerca de la cabaña, una sonrisa ligeramente torcida de del Daiyōkai respondiendo a la más elocuente de la joven miko.

Sus miradas estaban fijas, anhelándose el uno al otro, sus manos apenas se tocaron, antes de que Kagome cerrara la distancia entre ellos, apoyando su frente en su pecho, inhalando profundamente su intenso aroma a bosque.

—Te extrañé —dijo en un suspiro casi imperceptible.

Él tomó su barbilla delicadamente entre sus manos, casi como si tuviera miedo de romperla, haciéndola levantar la cabeza y fijar sus ojos dorados en los suyos.

Esos iris ambarinos hablaban más explícitamente que su boca y Kagome se sintió abrumada por lo que expresaban.

—Lo sé —respondió él, mientras la comisura de su boca se curvó aún más, con malicia.

Kagome se sonrojó, un chillido avergonzado y divertido escapó de sus labios sonrientes. Se alejó ligeramente, entrelazando sus delgados dedos en la mano con garras de Sesshomaru, caminando hacia la entrada de su cabaña e invitándolo a seguirla. El demonio no se dejó suplicar, la siguió como si ya no le importara el mundo, ignorando todo lo que los rodeaba.


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