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Sentía un agradable calor en su rostro.
Ahogados le llegaban los versos de los pocos pájaros que enfrentaban sin miedo el frío aún latente.
Entrecerró los ojos, el sol ya alto acariciaba suavemente su rostro.
—Mmmh... ya amaneció...
Por suerte Kaede le había dado un día libre, sinceramente no tenía ganas de dejar el calor envolvente de su futón. La joven volvió a agacharse, pero el recuerdo del día anterior le recordó inevitablemente la noche que acababa de pasar.
Abrió los ojos, dándose cuenta de que no era su vieja manta la que la calentaba, sino el suave mokomoko de Sesshomaru que envolvía su cuerpo aún desnudo.
La vergüenza la hizo sonrojar.
Se volvió lentamente y allí estaba él, acostado a su lado en ese pequeño futón. Su pecho desnudo, tan malditamente atractivo, se movía al ritmo lento y rítmico de su respiración. El largo cabello color luna esparcido por todos lados apenas ocultaba su rostro, dándole una apariencia casi angelical. El cándido mokomoko los envolvía a ambos, manteniéndolos juntos.
Kagome sonrió con ternura.
«Entonces no fue un sueño»
El recuerdo de la noche recién pasada la hizo sonrojar, aún podía sentir la pasión que los había embargado, la sensación de liberación al llegar al culmine.
Su corazón comenzó a latir con fuerza. Se acercó lentamente, muriendo por ver su rostro relajado mientras dormía, casi como si quisiera una confirmación más de que todo era real.
Se inclinó hacia él, su cabello negro deslizándose sobre sus hombros, rozando contra el relajado rostro del yōkai. Parecía haber perdido todo rastro de la austeridad glacial que lo había caracterizado durante demasiados años.
Kagome perdió la mirada observando su perfil, observando los detalles de ese rostro que había aprendido a amar, nunca se había fijado en lo largas que eran sus pestañas. Su mirada recorrió las marcas violetas símbolo de su naturaleza, que surcaban esa piel de porcelana, a lo largo de todo su cuerpo...
—¿Te gusta tanto observarme, miko?
Kagome se sorprendió por el inesperado movimiento de sus labios, deslumbrada por la mirada ligeramente oblicua que emergió atentamente de sus ojos entrecerrados.
—P–Pensé que dormías —tartamudeó, alejándose avergonzada de haber sido atrapada. Pero Sesshomaru la detuvo, atrayéndola hacia él e invirtiendo sus posiciones, su cuerpo se elevaba sobre ella. Ese largo cabello de ángel los cubría como una cortina de seda.
—Entonces pensaste que era mejor espiarme —dijo él seriamente, luego curvando sus labios en una sonrisa traviesa.
Kagome escondió su rostro entre sus manos.
>>¿Por qué te avergüenzas? —Sesshomaru acercó su rostro al de la chica, inmovilizándola con la mirada—. Anoche parecías más audaz.
Kagome se incendió, el rubor extendiéndose mucho más allá de su rostro.
—¡Para...!
Kagome empujó sus manos sobre su pecho, tratando de apartarlo a medias, aún no estaba acostumbrada a tenerlo tan cerca.
—S–Solo quería verte dormir… —murmuró, haciendo un puchero en su rostro suavizado por el sonrojo.
—No duermo —Kagome lo miró confundida—. Descanso, pero mis sentidos permanecen alerta. Todo este tiempo, he estado escuchando tus ronquidos.
Kagome lo fulminó con la mirada, sin embargo, antes de que pudiera hacerse la ofendida, Sesshomaru cerró la efímera distancia entre ellos, juntando sus labios.
La sacerdotisa no se resistió lo más mínimo, abandonándose totalmente a ese beso lleno de deseo hambriento. Sus lenguas reanudaron su baile sensual, sus miradas se encadenaron como para asegurarse de que todo era real.
La respiración de Kagome comenzó a hacerse más pesada cuando las manos de Sesshomaru comenzaron a vagar por ese cuerpo ya explorado, pero del cual no se sentía satisfecho.
Kagome estaba perdiendo la cabeza bajo ese toque anhelante, pero ya era de mañana y tenía asuntos que atender.
—E-espera, Sesshomaru…
Ella colocó sus manos sobre las del famélico macho, tratando sin éxito de detener su avance mientras él pasaba la lengua por su cuello. Sesshomaru la mordió levemente por encima de la clavícula, molesto al sentir la vana resistencia que hacían sus pequeñas y delicadas manos sobre las suyas.
—Te deseo, miko.
La cálida y envolvente voz de Sesshomaru hizo temblar el bajo vientre de la sacerdotisa, clavándola con esa mirada dorada rebosante de deseo que la había desinhibido totalmente la noche anterior, derrumbando las frágiles barreras de la lucidez que le quedaban.
Yako alimentaba de los gemidos de la chica, feliz de poder recibir sus atenciones.
Kagome se dejó arrastrar a esa vorágine de lujuria, había sido abrumada y aturdida por la pasión de Sesshomaru. A pesar de su actitud de lord glacial, indiferente al mundo entero, Kagome descubrió que era un amante apasionado, posesivo, voraz, insaciable.
Las ganas que tenía de disfrutar la intimidad con ella parecían no tener fin, su naturaleza enfatizaba todo, cada toque, cada lamida.
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Aún a horcajadas sobre Sesshomaru, Kagome miraba sonriendo, con los brazos descansando sobre su amplio pecho.
Sesshomaru mantuvo los ojos cerrados, disfrutando el dulce aroma de la chica y la serenidad que esta le brindaba.
—Linda manera de empezar mi día libre, pero ahora realmente tengo que levantarme o alguien se preocupará al no verme.
A regañadientes, Kagome se puso de pie, alejándose del cálido cuerpo de Sesshomaru. Con mucho gusto se habría quedado acurrucada a su demonio todo el día. Pero lo último que quería era que alguien, como Sango o Shippo, entrara a su casa y rompiera el hechizo mágico que aún reinaba allí.
El demonio abrió los ojos, la observó recoger su kimono del suelo para luego vestirse. Su salvaje cabello azabache se balanceaba mientras se dirigía a la cocina, pero de repente pareció ceder.
Kagome tuvo que apoyarse contra el marco de la puerta para no caer, su cuerpo no estaba acostumbrado a una actividad física tan vigorosa. Sus rodillas temblorosas y su centro adolorido era el resultado de la ardiente pasión de ambos.
—¿Te encuentras bien?
Si no hubiera sido por el descarado tono burlón, Kagome se habría sorprendido con esa pregunta. En cambio, solo le dedicó una mirada acusatoria al Daiyōkai, el cual se había girado para observarla mejor, sonriéndole con picardía.
El corazón de Kagome dio un vuelco en su pecho, nunca se acostumbraría a esa sonrisa, esa mirada.
>>No me mires así, solo quería complacer tu voracidad, miko.
Kagome enrojeció.
—¡De repente te has vuelto muy locuaz!
Sesshomaru no respondió, seguía mirándola pensando en lo hermosa que era la onna que había corrompido irremediablemente su alma.
Tenerla a su lado lo hacía sentir como nunca antes, su instinto la llamaba hacia él para disfrutar de su perfume, de su calor. Deseaba no tener que apartarse de ella, sin embargo, no podía abandonar sus obligaciones.
—No sé qué ofrecerte para desayunar. Iniciaremos con el Cha no yu. ¿Te parece?
—No, debo retirarme.
Sesshomaru sentía que la aldea estaba cada vez más agitada, quería irse antes de encontrarse con cualquier otro ser humano.
Kagome se inmovilizó por un momento.
Que Sesshomaru hubiera pasado la noche junto a ella podía considerarse un milagro. ¿Qué se esperaba? Que se quedara con ella todo el día, ayudándola con sus cosas, yendo con ella a visitar a sus amigos. No, Sesshomaru no era así y tal vez nunca lo sería, se había enamorando él sabiendo cómo, cambiarlo era lo menos que quería.
Solo ella tuvo el honor de verlo en una forma completamente diferente, un privilegio qué no sería otorgado a nadie más. Para otros, Sesshomaru siempre sería el frío príncipe del oeste.
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De vez en cuando, Kagome levantaba la vista y se sonrojaba al verlo vestirse. A la luz del sol podía admirar mucho mejor ese cuerpo escultural, la luz reflejándose en sus músculos tensos mientras se colocaba el kimono.
Sintió su deseo crecer por enésima vez, pero intentó calmarse e ignorar el sonrojo en sus mejillas, puso a hervir el agua en el fuego ya encendido, mas Sesshomaru ya había notado su llamado. Nada escapaba a sus sensibles sentidos.
Sesshomaru insinuó una sonrisa mientras se ponía la armadura, el efecto que tenía en Kagome nunca lo cansaría. Se acercó a ella, quien estaba ocupada tratando de disimular su sonrojo, pero sus corazones se llamaban y cuando sus ojos se encontraron ella quedó impactada por la dulzura con la que él la miraba.
Sesshomaru extendió una mano, acariciando suavemente su mejilla, como si tuviera miedo de romperla. Ese toque era tan diferente a los que le había dado hasta el momento, sus ojos se velaron levemente, conmovidos, mientras sus miradas lo decían todo, sin necesidad de palabras.
Kagome lo vio marcharse y con él, el calor de esa casa pareció desaparecer.
Envolvió sus brazos alrededor de su pecho, abrazándose así misma, su corazón parecía estallar de felicidad. Sus preguntas más recurrentes habían sido respondidas, sabía que ese era el comienzo de algo totalmente nuevo. Su vida rutinaria estaba siendo transformada por un príncipe blanco.
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Cuánto durará esta calma? 👀
Gracias por leer.
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