22
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—Sesshoumaru... ¿Qué haces aquí?
Kagome ni siquiera había percibido su aura demoníaca y mucho menos lo escuchó acercarse a ella. Los ojos de la sacerdotisa delataban toda su sorpresa al verlo allí, mientras que el Daiyokai se limitaba a mirarla de manera indescifrable. Sin embargo, su mirada ya no era tan fría, parecía esconder algo, pero Kagome aún no podía definirlo.
—He sentido el olor de tu sangre.
Su voz la despertó como de un trance, ella aún lo miraba con asombro. Entonces recordó su ropa aún sucia y entendió lo que quería decir.
—Ah… Uhm, sí, bueno, hoy me hice algunos rasguños, no es gran cosa…
¿Por qué se sentía tan tensa? Era realmente extraño ver a Sesshoumaru cerca de su casa, en una aldea llena de humanos. Sí, su ropa estaba manchada de sangre, pero no había perdido mucha. El sentido del olfato del demonio era extremadamente fino, es cierto, pero ¿por qué había ido hasta allí?
«¿Acaso está preocupado por mí?»
Ante ese pensamiento, su corazón se aceleró, sintió que sus mejillas se calentaba. No podía mirarlo directamente en esos tentadores estanques de color ámbar, además, el hecho de que el demonio no dijera una palabra la avergonzaba.
>>Hace frío aquí, ¿te gustaría entrar y tomar una taza de té?
Kagome inmediatamente se arrepintió, lo que acababa de proponer era surrealista. ¿En qué estaba pensando? Era imposible que Sesshomaru aceptase su invitación.
Estaba a punto de retractarse y pedir disculpa por su atrevimiento, cuando lo vio caminar hacia ella. ¡Apenas podía creerlo! ¿Realmente había aceptado?
Abrió la puerta, moviéndose para dejar entrar al demonio. Encendió un par de lámparas de aceite que siempre tenía cerca de la entrada, no podía ver nada y lo último que quería era hacer el ridículo frente a Sesshomaru, solo entonces notó que sus manos temblaban ligeramente.
—Ponte cómodo, encenderé el fuego.
La joven trató de disimular lo emocionada que estaba, pero el timbre tembloroso de su voz la traicionó. Había perdido por completo la confianza que había sentido durante todo el día, ahora se sentía indefensa y, en total confusión.
Jugueteó con la madera, mirando ocasionalmente al demonio por el rabillo del ojo. Lo vio observar su casa casualmente, como si no estuviera realmente interesado en lo que estaba mirando, antes de tomar asiento, no muy lejos de ella.
El fuego comenzó a patalear lentamente, casi intimidado por esa presencia silenciosa. La visión de las primeras lenguas rojas envolviendo los troncos la relajó un poco, quedó embelesada por su baile, cuando un ruido metálico la hizo girar la cabeza en dirección del demanio:
Sesshomaru había apoyado sus leales espadas contra la pared a su lado, luego lo vio hurgando en su armadura. Su corazón comenzó a latir con fuerza.
Por su parte, Sesshomaru no pudo evitar notar ese latido exageradamente acelerado. Dejó la pesada armadura junto a él y miró hacia arriba, encontrando la mirada sorprendida de Kagome.
La miko lo miraba asombrada, completamente paralizada, como si dudara de la visión ante sus ojos.
—¿Planeas purificarme, miko? —dijo el demonio. Un leve atisbo de una sonrisa arrugó su rostro estoico cuando notó, a pesar de la poca luz, el rubor en el rostro de la sacerdotisa.
—¡No, no… —Kagome trató de aclarar sus pensamientos, pero tenía la clara sensación de que parecía una pobre tonta—. ¡Me alegro de que hayas seguido mis palabras! Uhm… vuelvo enseguida.
La chica tomó la ropa sucia que había dejado en la entrada y desapareció detrás de la puerta corrediza.
«¡Cálmate, Kagome, estás dando una mala impresión!»
Kagome se refugió en la otra habitación en un vano intento de tranquilizarse. Se llevó las manos a la boca, aún consternada.
¡Sesshomaru en su casa y sin armadura! Sabía que él había estado allí antes, pero en ambas ocasiones ella no se encontraba consciente… Ahora lo estaba y sus nervios la estaban torturando.
Las rodillas le temblaban, ¡Necesitaba volver en sí! Su corazón parecía querer explotar por las fuertes emociones que sentía. Respiró hondo, cerrando los ojos. Tenía que calmarse y aprovechar al máximo esta oportunidad única en la vida.
En la otra habitación, sabiendo que no estaba siendo observado, Sesshomaru comenzó a sonreír pícaramente. ¿Era realmente tan ingenua como para pensar que él no se había dado cuenta de sus emociones? Podía escuchar todo, oler cada emoción manifestada a través de su cuerpo.
Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared, inhalando profundamente. ¿Qué le estaba pasando? Había olido su sangre incluso antes de que ella llegase a la aldea. ¿Preocupación? ¿Temor? ¿Desesperación? La idea de saberla en peligro lo había desestabilizado.
No era de gestos llamativos, ni mucho menos, por eso solo se limitó a merodear cerca de aquella casa donde días atrás creyó enloquecer, para así poder asegurarse del estado de la miko.
No se preguntó cómo ni por qué, solo esperó, hasta que vio acercarse la figura de la sacerdotisa.
Con una mirada inquisitiva la observó caminar hacia su casa, su aura era serena y no mostraba signos de dolor al andar. Al parecer sus heridas no eran graves.
La forma exquisita en la que ella pronunció su nombre al percatarse de su presencia, despertaron en él un remolino de emociones, llevándolo a aceptar su invitación con naturalidad. Sabía que era él la causa de su agitación, eso de cierta forma agrandaba su ego. Se sentía extrañamente a gusto, casi relajado todo lo contrario de la noche en la que había cuidado de ella.
Y, de nuevo, no se preguntó cómo ni por qué. Solamente se limitó a disfrutar de esas nuevas emociones que solo sentía cuando estaba con la miko, sensaciones que había dejado de buscar décadas antes, cegado por algo que ahora parecía pertenecer a otra vida. Incluso se había quitado la armadura delante de ella, no que fuese relevante, pero nunca lo había hecho delante de nadie, a excepción de su madre. Sin embargo, en ese momento se sentía en total confianza, lo hizo con tal descuido que ni siquiera tomó en cuenta su acción, excepto cuando el asombro de Kagome se lo señaló.
«¿Qué le había pasado, qué había cambiado en él? ¿Qué me has hecho, Kagome?»
Con esas preguntas en sus pensamientos, escuchó a Kagome abrir la puerta corrediza. La miko parecía haberse calmado, si bien él todavía podía sentir su pulso acelerado.
Siguió escrutándola, entrecerró los ojos, mientras ella buscaba a tientas los envases para preparar el té.
El silencio entre ellos, roto solo por el crepitar del fuego, no era pesado en absoluto; sin embargo, no podía ser comparado a los momentos vividos anteriormente.
Ambos se miraban de soslayo esperando que el otro no se diera cuenta, ambos se encontraban a la espera de una señal, una motivación para dar riendas sueltas a sus deseos.
La sacerdotisa trató de dar lo mejor de sí misma mientras preparaba la cálida bebida. No era la primera vez que preparaba té para un demonio, sabía bien que tenían un paladar muy refinado al igual que su sentido del olfato, lo último que quería era irritar a Sesshomaru preparando algo que no fuese de su agrado.
Volvió hacia el demonio, entregándole la taza humeante, él la miró fijamente a los ojos, las llamas se reflejaban en esos intensos iris color del sol, disipando todo rastro de frialdad, haciendo que esa mirada fuera totalmente diferente a las demás.
Kagome culpó a la proximidad del fuego por ese repentino calor que sintió crecer dentro de ella. Desvió su mirada color chocolate, sentándose frente al demonio.
Sesshomaru dio un sorbo de esa bebida caliente que olía a amabilidad y cortesía, sorprendiéndose a sí mismo; el té era realmente exquisito.
—Agradable— dijo con sincera naturalidad.
Kagome se sorprendió por enésima vez esa noche. ¿Sesshomaru acababa de hacerle un cumplido? Sonrió para sí misma, feliz de que el Daiyokai disfrutara de algo que ella había preparado.
Sesshomaru notó su sonrisa escondida detrás de la taza, el ligero vapor enmarcaba su rostro. Se necesitaba una sensibilidad particular para preparar té para un demonio, seguramente se había acostumbrado a prepararlo para Inuyasha.
«Estúpido hanyō» Gruñó Yako en el interior de su mente.
Su mirada cayó del rostro de Kagome a sus brazos envueltos, apenas dejados al descubierto por las amplias mangas del kimono que llevaba puesto. Los seres humanos eran tan frágiles… extendió una mano, tocando el brazo vendado de la joven.
La sacerdotisa casi dejó caer su taza, el toque inesperado la sorprendió.
Sesshomaru retiró su mano, focalizando su vista sobre los vendajes que cubrían el brazo de la chica, para luego fijar su mirada recriminatoria sobre su rostro.
Kagome sintió sus mejillas arder, nunca había sentido el toque de Sesshomaru en su piel y el solo pensamiento la hizo temblar. Estaba avergonzada, pero no podía apartar los ojos de los del demonio, descubriendo que allí, dentro de esa casa frente a ese fuego, se veían tan diferentes de lo habitual, eran tan cálidos.
—Tienes que prestar más atención.
Las pocas palabras serenas que salieron de la boca de Sesshomaru chocaron tremendamente con la intensidad de su mirada, la cual no se apartó de la de Kagome por un momento.
La sacerdotisa quería perderse en aquellos charcos de ámbar, pero buscó un poco de lucidez para responder con sensatez, o al menos lo intentó.
—Lo sé, soy bastante torpe, pero es solo un rasguño, no es gran cosa.
Ante esa absurda respuesta, Sesshomaru arqueó una ceja.
La joven apartó la mirada, insinuando una sonrisa avergonzada y bajando las mangas de su kimono para cubrir mejor los vendajes. Pero ese gesto no pareció agradar a Sesshomaru, quien impulsivamente se acercó a ella, agarrándola de ambas muñecas y destapando el vendaje hasta el codo. La luz del fuego iluminó su media mentira.
Asombrada por ese gesto, miró atónita a Sesshomaru, quien le correspondió con perplejidad.
—¿A esto le llamas rasguño, miko?
No supo si se sintió más avergonzada por ese toque o por la mirada que él le dedicó. Se había imaginado una piel extremadamente fría, pero solo sintió un gran calor proveniente de esas manos entrelazadas alrededor de sus muñecas.
—Tienes razón, prestaré más atención…— respondió ella en voz baja, mirando hacia otro lado.
Ahí estaba. De nuevo triste y condescendiente, como si se arrepintiera de haberlo molestado. Esa no era la miko ruidosa e insolente a la cual se había acostumbrado. Ese cambio en su forma de ser, le daba la impresión de ser una presa lista para ser devorada, una criatura frágil. Otra cosa por la cual debía culpar a ese tonto híbrido.
Kagome levantó la vista lentamente, casi temerosa de encontrarse con la de Sesshomaru. Tan pronto como cruzó los iris dorados del demonio, se sintió en llamas, todo su cuerpo comenzó a arder, no solo donde aún sostenía sus manos con fuerza.
Sabía que ya no podía apartar la mirada, se sentía encadenada, atraída por tal magnetismo que por un momento le dio vueltas la cabeza. La vergüenza no desapareció, pero el deseo creció, ahora ya no le importaba que Sesshomaru pudiera leer sus emociones.
Ella siguió mirándolo, admirando sus ojos, ligeramente brillantes, en los que se reflejaban las lenguas del fuego, haciéndolos parecer casi como el infierno en la tierra. Un infierno para perderse como los amantes malditos, solo que esta vez el deseo era propio y la culpa no sería adjudicada a un libro de romance.
—S–Sesshomaru…
Su nombre salió levemente con su respiración, como diciendo que era tan natural como respirar. Una petición silenciosa, una tímida invitación.
Las ya frágiles barreras del demonio se hicieron añicos, la besó con entusiasmo, tratando de controlarse, pero ahora solo el instinto estaba al mando.
Kagome estaba sorprendida, pero lo deseaba tanto que se abandonó totalmente. Sesshomaru rompió el contacto solo para volver a cruzar sus miradas.
Volvió reclamar su boca, sin embargo, no dejaba de mirarla, como si temiese una reacción negativa por parte de ella.
Los párpados del demonio no tardaron en cerrarse, concentrándose en saborear esos labios cuyo sabor tanto había imaginado, sus lenguas comenzaron a bailar juntas como si se conocieran de toda la vida.
Kagome estaba abrumada por la pasión que los impulsaba a ambos, se aferró al kimono de Sesshomaru acercándolo aún más. El demonio creyó enloquecer. Sus manos comenzaron a deslizarse sobre el cuerpo de la sacerdotisa, probando sus formas, deseoso de sentir su carne, no solo a través de la tela.
Siguieron besándose, explorándose, quedando casi sin aliento, como si la separación fuera la verdadera falta de oxígeno. Sin embargo, se vieron obligados a detenerse.
Sin dejar de mirarse, recuperaron el aliento, sus frentes se inclinaron, sus corazones ensordeciendo a ambos.
Kagome sonrió, una sonrisa que lo decía todo, encantadora en su belleza, una sonrisa que era solo para él. Por primera vez, Sesshomaru sintió su corazón dar un vuelco de alegría. Él también sonrió levemente, antes de volver a devorar esos labios, los cuales se encontraban rojos e hinchados, terriblemente tentadores para un depredador como él.
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