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La lluvia golpeaba incesantemente, no dejaba de caer del cielo, se lanzaba con arrogancia sobre los techos de la aldea, como si quisiera despedazarlos.
Aquella lluvia violenta absorbió todos los ruidos externos, el bosque quedó en silencio, incapaz de responder a ese largo y palpitante monólogo del aguacero.
En el fino oído de Sesshoumaru solo latía el sonido de la lluvia en el techo, aislándolo del resto del mundo. Todo lo que podía escuchar era lo que estaba a su alrededor. El crepitar ocasional del fuego agonizante y la respiración irregular de Kagome, creaban una sinfonía discordante que lo acompañaría toda la noche, hasta que la otra humana regresara.
¿Qué estaba mal con él? La miko estaba pisoteando su orgullo sin saberlo. Cómo podía ser posible tal falta, cuando incluso aquellos que solo se atrevieron a ofenderlo en lo más mínimo, habían sido inmediatamente decapitados. Aun así, irónicamente, no le importaba.
Se había repetido a sí mismo que no debía tratar con ningún humano aparte de Rin, que lo único que debía importarle era el honor y el poder. Aunque lo repitiera como un mantra, sentía que, desde lo más profundo de sí mismo, a ese Sesshoumaru que poco a poco iba resurgiendo, ya no le importaban aquellas reglas que se había impuesto rígidamente durante siglos. El canto que se repetía estaba perdiendo lentamente su significado, desvaneciéndose en el pasado, a la sombra de un futuro decididamente diferente.
Abrió los ojos, no había nada en esa casa que atrajera su atención fuera de Kagome. La sacerdotisa jadeaba por la fiebre y ciertamente también tenía pesadillas, dada la forma en que se movía.
El paño húmedo se deslizó de su frente y, sin pensarlo, Sesshoumaru volvió a ponerlo en su sitio. Un gesto natural, del que ni siquiera se había dado cuenta, pero del que inmediatamente se arrepintió, maldiciéndose a sí mismo.
Volvió a acomodarse con los brazos cruzados, tratando de no pensar en la única cosa que no podía sacarse de la cabeza. El lugar no lo ayudaba en absoluto, el perfume de la miko parecía estar impregnado incluso sobre las vigas de la casa.
Era una tortura. Su olfato desarrollado percibía cada partícula del dulce perfume, sí, conocía bien esa nota, eran las hierbas que crecían por todo el pueblo y que ella recolectaba a diario, sin embargo, el olor a hierbas curativas picaba en su sensible nariz. Era la nota cálida, envolvente, la que lo estaba hechizando, el aroma que desprendía la larga cabellera azabache de la miko.
Como le hubiese gustado tomar un mechón entre sus dedos y olerlos más de cerca, con más intensidad, para descubrir todos los matices de ese olor cálido como el sol, como la tierra, un olor que olía a hogar.
Poco a poco, su instinto comenzaba a exigir más de ese aroma que lo enojaba, lo hechizaba, lo relajaba, lo agitaba. Podía oler la piel de la ningen, un intenso olor a hembra fértil. ¿Y qué decir de sus finos oídos? Percibían claramente sus sibilancias, su respiración irregular, los latidos incesantes de su corazón, este parecía a punto de estallarle en el pecho. Y luego estaban sus ojos, los cuales seguían cada gota de sudor que surcaba su rostro, su cuello, hasta el hueco delicioso entre sus senos.
«¡¡SUFICIENTE!!»
Sesshomaru dio un salto, arrepintiéndose de inmediato, pudo haberla despertado. Sin embargo, la sacerdotisa permanecía dormida, inconsciente de la perturbación del yokai.
El demonio se acercó a una ventana, se apoyó contra ella para no ser visto desde afuera. En un lugar tan pequeño y pobre, esa masa de olores, de ruidos, lo enloquecía más que el alboroto del bosque en época de celo.
Absurdo.
¿Cómo una simple mujer humana, con fiebre, inmóvil y tan vulnerable, podía trastornarlo de esa manera? ¿Por qué no podía mantener el control?
Estaba a punto de irse. ¿Lo quería? No estaba seguro. Pero su cuerpo estaba al límite, sus sentidos aún más, ebrios de Kagome. Aun así, debía quedarse, había dado su palabra. Cuidaría de ella hasta que la otra mujer humana regresara.
Hizo acopio de todo su autocontrol, sentándose, esta vez más lejos del futón. Intentó escapar, pero la esencia de Kagome estaba en todas partes, solo esperaba no volverse loco antes del amanecer.
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—¡Ahora todo está claro!
Era tarde en la noche, Miroku y Sango estaban sentados juntos alrededor del fogón. Una taza de té acompañaba el relato de la mujer.
—¿Es todo lo que tienes que decir? No sé si me molesta más tu reacción que a ese tipo con Kagome empapada en sus brazos.
Sango siempre fue un pozo de emociones fuertes, era una de las cosas que Miroku amaba de ella, su carácter tan opuesto al suyo mucho más tranquilo.
—Mi dulce Sango, ¿qué puedo decir frente a la evidencia? —ella le dedicó una mirada inquisitiva—. ¡Ah, el milagro del amor! —exclamó el monje.
—¿Enamorados, Sesshomaru y Kagome? ¡Creo que te has vuelto loco, Miroku!
—Entonces, mi querida esposa, ¿cómo explicas el gesto de Sesshoumaru entonces?
—Eh, bueno…
Sango fue sorprendida por la pregunta del monje.
—No digas casualidad —anticipó—. Sabes que no es posible. Sesshomaru habría hecho tal cosa solo por Rin, por nadie más.
—¿Qué tiene que ver Kagome con eso?
—Piénsalo, cariño. Después de la crisis con Inuyasha pensábamos que Kagome nunca se recuperaría. ¿Y entonces? De repente vuelve su sonrisa, las ganas de hacer y ayudar. Todos estamos extremadamente felices, pero se nos escapa la verdadera razón. ¿La última pieza? Shippo viéndola ir y venir del bosque, sin razón aparente.
Sango miró a su esposo, conectando todas las piezas. Luego, la iluminación.
—¡Se veía con Sesshoumaru!
—Hemos resuelto el misterio.
Sango bajó los ojos, sintiendo una leve presión en su pecho.
—No te deprimas cariño —la consoló su esposo, rodeándola por los hombros y abrazándola contra su pecho.
—No lo estoy —respondió ella secamente.
—No tienes que estar enojada, ni triste. Kagome debe haber tenido sus razones para no decirte nada.
—Pero somos amigas —murmuró contra el pecho de su marido.
Kagome era libre de hacer lo que quisiera con su vida, pero el hecho de que ella no la hubiera hecho partícipe de esta nueva historia de amor hizo que cuestionara su amistad, que se cuestionara a sí misma.
—Precisamente por eso, no habrá querido estresarte por esta nueva situación. Sabes cómo es Kagome mejor que yo, no quiere perturbar la vida de nadie a su alrededor, ¿cuánto tiempo pasó antes de que te hablara de sus problemas con Inuyasha? —Sango permaneció en silencio, absorta escuchando las palabras de Miroku—. Además, si es como creo, ni siquiera ellos saben que están enamorados el uno del otro.
Sango levantó la vista, sorprendida por la afirmación de su marido.
—¿Cómo puedes saberlo?
—Kagome está en medio de emociones encontradas, siendo zarandeada por Inuyasha. Y luego, está Sesshoumaru. Todos sabemos cómo es él, si alguna vez admite sus sentimientos por Kagome, le llevará su tiempo.
—¿Entonces dices que no saben que se enamoraron? Bah, no estoy tan segura—dijo Sango con escepticismo, todavía triste y preocupada.
Miroku sonrió, abrazándola con fuerza.
—Mañana tendrás confirmación cuando hables con Kagome.
Sango realmente lo esperaba. Esperaba que su esposo tuviera razón, que Kagome realmente no la hubiese alejado de su vida.
❍
Al despuntar el día, la oscuridad comenzaba desvanecer en el azul intenso del filamento. La tormenta había pasado durante la noche, dejando atrás la tierra encharcada y lodosa, los bosques rejuvenecidos y silenciosos; mientras que los ríos desbordados rugían furiosos.
Los típicos aromas del amanecer cosquilleaban en la sutil nariz de Sesshomaru. Fue un alivio para él saborear ese tono diferente después de toda una noche, tratando de ignorar el intenso perfume de Kagome.
La miko descansaba felizmente, su fiebre finalmente había bajado, dándole un poco de paz.
El demonio se encontraba impaciente, la humana no había sido puntual y eso lo irritaba. Estaba harto de esa situación que le incomodaba tanto.
Quería salir de allí y recuperar algo de claridad mental, reprimir esos malditos instintos animales que lo habían acosado toda la noche.
Estaba a punto de marcharse, cuando de repente, pasos. Primero incierto, tropezando, luego cada vez más frenético, como una carrera.
Sintió que esos pasos emocionados se acercaban a la cabaña, la humana finalmente había llegado. La oyó detenerse en la puerta, podía oler su indecisión.
—Entra —ordenó perentoriamente.
La puerta se abrió, dejando ver a Sango. La mujer aún parecía adormecida.
—No pensé que realmente te encontraría aquí.
¡Qué insolencia! Le hablaba con confianza, aun sabiendo que debía tratarlo con respeto.
—Este Sesshomaru mantiene su palabra, no como ciertos humanos — respondió el demonio, poniéndose de pie. Su figura destacaba en la habitación, imponente y majestuosa.
—Yo también tengo responsabilidades —replicó Sango irritada.
El demonio estaba cada vez más nervioso, la ningen realmente estaba tentando su suerte, si aún seguía con vida era gracias a la miko.
El Sesshoumaru del pasado no habría actuado como lo estaba haciendo en ese momento, dejando pasar por alto tales insolencias.
Ya no lo podía soportar más, en un par de pasos llegó a la puerta, superando a la recién llegada.
—¿Cómo está Kagome?
Una última confidencia osada tomada por la humana.
—Estable — respondió seco y ácido antes de desaparecer literalmente delante de los ojos de la mujer.
Sango estaba incrédula. Sesshoumaru se comportaba como siempre, pero había algo diferente en él, ya no parecía tan tranquilo y controlado.
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—Mmmh... Sango. ¿Eres tú?
Mientras Sango revolvía con cuidado la sopa mixta que hervía en el fuego, una débil voz la distrajo de sus pensamientos.
—¡Kagome! ¡Oh, finalmente despertaste!
Sango caminó hacia ella inmediatamente, entregándole un vaso con agua fresca. Kagome lo bebió, sedienta como si hubiera pasado días en el desierto.
—¿Qué sucedió? —dijo luego mirando a su alrededor.
—Realmente pareces tener una pasión desenfrenada por desmayarte aquí y allá —su amiga respondió irónicamente.
Los ojos de Kagome se agrandaron, pero no dijo una palabra. Sango se dio cuenta de que había recordado lo que había pasado, así que decidió continuar con el juego de palabras.
>>Menos mal que un príncipe plateado te ha traído a casa —comentó sonriendo.
Kagome la miró con asombro, luego se sonrojó violentamente, mirando hacia abajo. Sango la había descubierto.
—Yo… Lo siento por no decirte nada Sango. No creí que valiera la pena.
A Sango le hizo ternura su reacción, Kagome estaba en evidente dificultad, pero sobre todo en total confusión.
Lo que acababa de decir la había sorprendido, evidentemente Kagome no esperaba tal gesto de Sesshomaru. Miroku tenía razón, después de todo.
—Oh, Kagome —susurró, acariciando la cabeza de su amiga, la sacerdotisa levantó la vista aún con el rostro morado—. Vale la pena Ahora, ¿verdad? —Una sonrisa sincera iluminó el rostro de Sango —. Así que, ¿desde cuándo están juntos?
Kagome casi se quema al volcar el tazón de sopa caliente que Sango le estaba dando. Se sonrojó violentamente por enésima vez, desatando la hilaridad de su amiga.
—¡Ajaja, vamos, estoy bromeando!
Se sentó a los pies del futón, de cara a la sacerdotisa.
Almorzaron juntas, solas, como no ocurría en mucho tiempo. Kagome se sentía un poco incómoda, no sabía por dónde empezar pero sobre todo qué contar. Porque, francamente, ni siquiera sabía lo que estaba pasando.
—Bueno…—comenzó, sorbiendo la sopa caliente.
De repente las palabras comenzaron a fluir como un río embravecido, ella le contó todo a Sango en detalle, desde el primer encuentro entre ella y Sesshomaru hasta unos días antes, cuando, en cuanto se enteró de su regreso, sintió la urgente necesidad de hacerlo.
La incomodidad que se había apoderado de sus entrañas hasta hace poco parecía haberse disuelto como el vapor en el aire. Después de todo, Sango era su mejor amiga, su única vía de escape, la única persona que podía entender sus dificultades para vivir de una manera que sentía que era solo una parte de ella. Y por eso, después del bochorno inicial, hablarle de Sesshoumaru parecía lo más natural del mundo, Sango la escuchaba mientras daba rienda suelta a todos sus pensamientos.
—Ahora todo me queda más claro —dijo Sango en cuanto Kagome terminó de hablar. Su amiga la miró interrogante, no tenía nada claro de lo que estaba pasando—. Sientes algo por ese energúmeno todo blanco.
Kagome se sonrojó, hundiendo su cabeza en sus hombros.
—¿No, cómo podría? ¡Es imposible! Es cierto que en su compañía me siento bien, pero aun así, le hice una promesa Inuyasha. Volví a esta época para estar con él.
—¿Prefieres ser infeliz por cumplir una promesa? —la pregunta de Sango desplazó a la sacerdotisa—. No tiene sentido que te apegues a una promesa que Inuyasha no considera.
Sango tomó sus manos, apretándolas entre las suyas y mirándola a los ojos. La amargura de Kagome era palpable en el aire a su alrededor.
—¿Qué debo hacer, Sango?— preguntó Kagome en un susurro entrecortado.
—¡Déjate llevar, Kagome! —respondió ella con vehemencia—. No le mientas al corazón, no intentes engañarte convenciéndote de una realidad que ya no existe. Escucha a tu corazón, ya te está gritando lo que quiere.
Sango seguía mirando a Kagome a los ojos, esperaba haberle sido útil, haberla ayudado a luchar contra el peso que había estado cargando sobre sus hombros durante meses. Kagome miró hacia abajo, apretando las manos de Sango. Luego levantó la cara, tan roja de vergüenza que Sango soltó una risita.
—Yo creo... que me estoy enamorando de Sesshomaru.
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¡Capítulo más largo que los chismes de mi vecina! ¿Realmente leyeron todo eso? Lo que causa la insonnia.
Antes que nada, quiero agradecerles por tomarse el tiempo de leer esta historia. Por otro lado, les informo que, posiblemente, no actualizaré hasta enero. ¡He aquí el truco, no me maten!
Espero tener varios cap para ese entonces.
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