12
❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍
❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍❍
Parecía haber pasado una eternidad desde la última vez que lo vio, en cambio, solo había pasado una efímera ronda de luna.
No creyó ser capaz de volver a la simple y natural realidad, donde los momentos tan extraños e insólitos al lado de Sesshomaru no eran más que una quimera, producto de su imaginación. Había leído duda, preocupación, incomprensión en los rostros de las personas más queridas que tenía en esa época, y esto la llevó a enmascarar el dolor que la devoraba.
Volvió a ser la Kagome de siempre y esto calmó a todos a su alrededor. Pero solo cuando estaba sola, aislada en su cabaña, podía quedarse desnuda, dejando que sus demonios internos la devoraran.
Sango amablemente la había ayudado a darle vida a su humilde casa, pero eso no ayudó a sanar sus heridas internas.
A pesar de las flores frescas, los anaqueles repletos de conservas, platos, frazadas, caldero nuevo. La joven sacerdotisa se encerraba allí, donde nadie pudiera contemplar su desgaste, ni siquiera Inuyasha que una y otra vez había aparecido gritando en la puerta de su casa.
❍
—¡Vamos muchachos! ¡Casi lo logramos!
Kagome estaba ayudando a un grupo de hombres a descargar el último carro lleno de sacos de arroz. Era un trabajo duro, incluso las mujeres estaban en los campos reparando los sacos rotos que luego se llenaban con los granos cosechados, se izaban en las carretas para portarlo al depósito, donde conservaban todas las reservas de productos secos de la aldea.
—¡Bueno, este fue el último! ¡¡Buen trabajo, chicos!!
A alegre, la joven sacerdotisa felicitó a su agotado equipo. Habían conseguido llenar el almacén prácticamente por completo, a pocos días del solsticio de invierno
—¡Gracias sacerdotisa, su ayuda fue indispensable! —los hombres que trabajaban con Kagome le agradecieron con una profunda reverencia.
Avergonzada, la miko pidió que se levantaran y regresaran con sus familias, ya que pronto oscurecería. Sabía que no era una sacerdotisa convencional, esos trabajos de hombre pesado no se adecuaban a su papel, y a primera vista se la observó con miradas de asombro e incomprensión.
Por lo general, las sacerdotisas de la época se quedaban en sus cabañas o templos creando mezclas medicinales, talismanes, o preparando rituales para las purificaciones. Pero ella no era de esa época, ¿verdad? Le encantaba ayudar a los demás, satisfaciéndola tanto como liberar a un pueblo de algún demonio malvado. Además, mantener el cuerpo ocupado la ayudaba a no pensar en Sesshoumaru y en el hecho de que, a estas alturas, no lo había visto en casi tres meses.
Pero cuando la soledad la abrazaba, entonces los recuerdos del gran demonio, volvían a visitarla, como un fantasma cuyo objetivo era atormentarla. Constantemente se repetía a sí misma que no debía preocuparse por su ausencia, que si él no había regresado era por una razón, tal vez más allá de su comprensión humana.
La situación con Inuyasha tampoco mejoraba, lo veía poco y rara vez se le acercaba. Era terco, firme en sus convicciones, según él, bastaba con esperar y ella por fin iría a explicarle las cosas. Pero eso no iba a pasar, ya no.
Pensar en ambos Inus le causaban dolorosas puñaladas en su corazón, casi todos los días había visto a su primer amor marchitarse como una planta moribunda, mientras que el otro ni siquiera había tenido la oportunidad de florecer. Sacudió la cabeza, tratando de alejar los recuerdos tristes de su mente, se había prometido ser fuerte, por ella y por sus amigos, eran la luz que la iluminaba en ese periodo tétrico de su vida. De hecho, se dirigía directamente a la cabaña de Sango y Miroku para cenar con ellos.
Se sentía más cansada que de costumbre, pero habían estado trabajando muy duro esos últimos días, así que debía ser normal. Esa sensación de debilidad pareció desvanecerse cuando a lo lejos vio la cabaña cálidamente iluminada y de la que salía una espesa humareda. Cuando llegó al umbral, ni siquiera necesitó llamar, la puerta se abrió casi automáticamente.
—¡¡Kagome, estás aquí!! —el joven Shippo claramente había percibido su presencia desde antes, por ello la estaba esperando ansiosamente.
—¡Hola Shippo! ¿Estás bien? ¡Hola Miroku!
—Buenas noches, señorita Kagome. Vamos chicas, saluden a su tía.
—¡¡Tía Kagome!!
Ambas gemelas corrieron a abrazar a su tía adquirida, quien las recibió con un dulce abrazo al que Shippo no pudo evitar unirse.
—¡Vamos, niñas, déjenla respirar! Kagome debe estar agotada.
Sango se asomó desde la cocina con su traje de mamá cocinera armada con un cucharón de madera.
—Estoy bien Sango. Hoy finalmente terminamos de llenar el almacén —afirmó la miko, mientras se quitaba los zapatos antes de entrar a la casa.
—¿Otra vez ayudando en los campos? Kagome. No tienes que hacer el trabajo de otra persona.
—Lo sé, no te preocupes por mí.
La amiga la miró de soslayo, se había dado cuenta de lo mucho que Kagome le estaba pidiendo a su cuerpo en ese último período.
—Por cierto, ¿cómo fue el exorcismo en el último pueblo? —preguntó Miroku.
—Todavía estoy ofendido porque no me llevaste contigo —se lamentó Shippo.
—No estés enojado, Shippo. Tú también sabes por qué no pude llevarte conmigo. Los habitantes de esa aldea no son conocidos por su tolerancia hacia los demonios. Sin embargo, no todo salió muy bien, tuve que usar mucha energía espiritual, todavía tengo que...
Kagome apoyó su mano contra la pared a su izquierda, sintiéndose sin energía.
—Kagome. ¿Estás bien? —preguntó el kitsune mientras se acercaba a ella.
—Tranquilo Shippo. Es solo un pequeño mareo.
—¿Qué sucede?! —Sango volvió a salir de la cocina—. Kagome no tienes buena pinta, ven, siéntate un momento.
La joven sacerdotisa levantó la mirada hacia ella, con la frente perlada de sudor.
—No hay problema... Sango... anf... solo tengo un momento... de...
Kagome se derrumbó de repente, sorprendiendo a los presentes.
Shippo trató de amortiguar la caída del cuerpo que ahora parecía muerto en sus brazos.
—¡¡Kagome!!
Sango y Miroku corrieron hacia ella. Estaba inconsciente, su pecho subía y bajaba frenética e irregularmente. El monje tocó la frente de la sacerdotisa, comprobando que estaba ardiendo de fiebre.
—¿Qué le pasa a Kagome? Shippo estaba por entrar en pánico, no sabía qué hacer mientras sostenía el cuerpo tembloroso de la joven sacerdotisa.
—Está exhausta, Shippo. Exhausta y enferma. Kagome ha agotado toda la energía que tenía.
Ahora, ¿qué harían?
—Miroku. Trae algunas mantas. Shippo tú la acompañarás con Kirara a su cabaña. Enciende un buen fuego, pero no muevas el futón demasiado cerca, yo estaré allí lo antes posible.
Como había dicho su esposa, Miroku cubrió a Kagome antes de cargarla sobre Kirara quien inmediatamente partió hacia la cabaña de la sacerdotisa, siendo seguida por el kitsune.
—Miroku. Ve con Kaede. Pregúntale qué hierba o brebaje ayudaría a Kagome. No hubo que repetirlo dos veces, el bonzo salió sin importarle el frío que comenzaba a pellizcarle la piel abrumadoramente.
Sango sabía lo que había sucedido:
Para aliviar los dolores de su corazón, Kagome terminó descuidándose a sí misma ayudando a los demás. Su amiga era así, sufría en silencio y se demolía por los demás.
—¿Cuánto tiempo tardará en recuperarse?
Shippo estaba muy preocupado, por eso no dejaba de hacer preguntas sobre la salud de la joven sacerdotisa.
—El tiempo tardará en recuperar algo de su energía espiritual. Eso la ayudará a combatir la fiebre. Al menos eso es lo que me dijo Kaede —respondió el monje, el cual había llegado jadeante a la cabaña de Kagome.
>>¿Y las niñas?
—En casa. Kirara está con ellas —respondió su esposa mientras cambiaba el paño húmedo en la frente de Kagome.
Todos estaban arrodillados alrededor del futón de la joven miko, esperando que recobrara la conciencia, pero estaba claro que Kagome había caído en un sueño lleno de pesadillas. Su cuerpo era sacudido por fuertes temblores, la fiebre hacía sufrir sus miembros, así como su mente.
❍
La noche estaba ahora en su apogeo, el fuego crepitaba menos animadamente y la suave luz que emanaba suavizaba la atmósfera en la casa de Kagome.
Sango había logrado que bebiera el té, que por suerte, ya estaba dando algunos pequeños resultados. La fiebre parecía haber bajado un poco y la joven sacerdotisa ahora dormía un sueño más tranquilo.
Shippo también se había desplomado, la tensión por la condición de la chica lo había estresado mucho, y ahora dormía agachado junto al futón de Kagome. Miroku había regresado a casa, mientras que ella se había ofrecido a pasar la noche allí, en caso de que se necesitara algo. El cansancio, sin embargo, se estaba apoderando de su cuerpo, su día como madre había sido pleno, como siempre.
Tuvo que aguantar, así que empezó a cocinar una sopa con lo que encontró en la despensa de la sacerdotisa. Cocinar la relajaba y lo encontraba tan satisfactorio, como cuidar de sus amigos y familiares. Iba a pasar otra noche sin dormir, pero nada podía quitarle su sonrisa cansada y amorosa.
❍
—Eres un medio demonio realmente estúpido.
—¡¡Oye!! Vieja ba...
La mirada que Kaede le lanzó a su interlocutor hizo que inmediatamente bajara la vista, al igual que las orejas.
—Viniste a mí en busca de consejo, así que ahora cállate y escúchame.
—Feh. ¡Habla entonces!
En medio de la noche, Inuyasha entró en la cabaña de Kaede seguro de que la anciana sacerdotisa estaba despierta preparando algunos de sus apestosos y molestos brebajes. Y efectivamente, si lo estaba, el medio demonio se sintió aliviado de encontrarla despierta. Necesitaba (extraño admitirlo, además de difícil) su ayuda.
—De verdad eres un tonto.
Esta vez Inuyasha solo bufó.
—Después de todos estos años, ¿sigues persiguiendo un fantasma?
Esa anciana tenía la gran habilidad de pincharlo siempre en los lugares correctos. No se atrevió a mirar a Kaede quien, en cambio, lo observaba con una mirada aguda.
>>Dime Inuyasha. ¿Es así, o me equivoco? Sabes, soy una anciana, me confundo fácilmente.
—Sí, sí, tienes razón —espetó Inuyasha, rojo en la cara.
Alzó la vista hacia Kaede la cual lo miraba con seriedad, haciéndolo apartar la mirada de inmediato.
—Estoy cansada de repetir las mismas cosas, ya sabes lo que pienso al respeto. Ahora vete
—Dijiste que me ayudarías con Kagome.
Kaede lo observó fijamente.
—¿Ayudarte? Tú no quieres ayudarte a ti mismo, ¿por qué debería hacerlo yo?
Inuyasha la miró con una mirada herida e indescifrable. La anciana sacerdotisa no pudo evitar sentir pena por él, además de tanta ira.
—Ah, mi querido Inuyasha —suspiró la anciana, arrodillándose frente al medio demonio—. Deja de perseguir a alguien que ya no está entre los vivos. Es la peor forma de conmemorar a nuestros muertos. Mi hermana fue una gran sacerdotisa, fue tu gran amor, lo fue. Su alma merece descansar en paz.
—Yo... yo no quiero olvidarla —murmuró el medio demonio.
—No debes olvidarla. Llévala para siempre en tu corazón, más no te niegues amar nuevamente. Pero si aún no estás listo para seguir adelante y amar alguien más, tomate un tiempo para encontrarte a ti mismo, sin embargo, Inuyasha... Recuerda, Kagome y Kikyo no son una misma persona.
Inuyasha permaneció en silencio, reflexionando sobre lo que había dicho la anciana sacerdotisa. Solía ver a su viejo amor en algunos de los gestos de Kagome y eso lo confundía, era cierto, aún amaba a Kikyo. Sin embargo, también sentía amar a la chica del futuro y no estaba dispuesto a perderla.
—Kagome está enferma. Las orejas del medio demonio se erizaron de inmediato, fijando su vista desconcertada en la anciana sacerdotisa.
—¿Qué?
—La descuidaste tanto que no te diste cuenta de que se estaba desgastando, trabajando más duro que nadie en el pueblo.
Inuyasha volvió a bajar la mirada, culpable.
—Mañana ve a verla. Y ahora vete a dormir, y nada de paseos por el bosque.
Kaede se puso de pie y apagó la lámpara que tenía encendida, luego se retiró a su habitación, dejando a Inuyasha solo en la oscuridad.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro