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¿Qué esperaba? Él tampoco lo sabía. Sin embargo, al menos en el rincón más profundo de su ser, esperaba que, en cualquier momento, ella se asomase entre los arbustos, con una manera delicada y silenciosa.

No tenía que esperarse nada, especialmente de un humano, especialmente sin tener nada a lo que aferrarse, excepto unas pocas palabras fugaces que impregnaban el aire a su alrededor. Aún así, se sentía decepcionado, humillado. ¿Cuándo fue la última vez que esperó a alguien? Nunca. Eran los demás los que tenían que esperarlo. No le importaba si ella se presentaba o no, no estaba allí por ella.

Tratando de no roer en exceso sus dudas, y sobre todo de no dejarlo traslucir, esperó sin mucha paciencia, apoyado contra el tronco de un árbol. Ignorando a su corazón, que secretamente esperaba que al menos lo estuviese pensando.

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Kagome...

Una voz distante, apagada, inalcanzable, tan familiar.

—¿Mamá?

—Kagome. Ve a dormir apropiadamente.

No, definitivamente esa no era la voz de su madre. Con un esfuerzo sobrehumano abrió sus párpados que parecían de cemento, enfocándose en lo que no era su casa.

—Te quedaste dormida en el suelo —la voz de la anciana Kaede llegó claramente a sus oídos—. Me alegro de que hayas terminado los amuletos, pero no quiero que enfermes. Vete a casa, tienes el día libre.

La verdad es que la anciana Kaede también se había quedado dormidas, de lo contrario no habría permitido que Kagome pasase la noche en vela a escribir sellos.

«¿Día?»

—Kaede —susurró la chica, sentándose finalmente y frotándose los ojos—. ¿Qué hora es?

—El amanecer está casi sobre nosotros.

Los ojos de Kagome se agrandaron, incrédula. Miró por la ventana e inmediatamente reconoció los tonos claros típicos de un amanecer que anunciaba un maravilloso día de sol.

El azul oscuro, casi negro, de la noche, daba paso a un azul cada vez más claro, acompañado de los colores vivos de los primeros tímidos rayos de sol que aparecían por el este, tras el espeso follaje de los árboles.

—¡No, ya amanece!

Kagome salió corriendo de la cabaña con tanta energía, sorprendiendo a la anciana Kaede. La chica ni siquiera se despidió.

El pueblo estaba desierto a esa hora, dormido con sus habitantes, apenas envuelto en una neblina helada.

Kagome corría, tropezando de vez en cuando, con las piernas todavía rígidas por la incómoda posición en que se había quedado dormida. Cálidas nubes de vapor salían rítmicamente de su boca, mientras se detenía por momentos para recuperar el aliento.

Las primeras luces del alba, que apenas diluían las sombras de la noche, hicieron diferente el camino que ya había recorrido en ocasiones, descubriendo lo que ocultaban las sombras y socavando su ya precario sentido de la orientación.

Corrió a una velocidad vertiginosa, enredándose entre las ramas.

«Debe estar esperándome» Pensó.

De seguro su mente le había jugado una mala pasada, ¿cómo podía considerar semejante estupidez? Sin embargo, no se detuvo, quería verlo. Entonces se dio cuenta, si él realmente estaba allí, ¿Estaría bien presentarse así, sudorosa, jadeante y con el pelo despeinado?

Se detuvo un momento para enderezar su ropa y tratar de controlar su respiración, pero su corazón latía a un ritmo incesante, no sabía si era solamente por la loca carrera. Avanzó con más calma, pero siempre con cierta urgencia, hasta que su mirada lo atrapó.

Allí estaba, de pie, apoyado contra un árbol, las espadas caían fieles a su costado, inmóviles como una estatua de hielo. Hizo una pausa por un momento, dándose coraje. ¿De qué tenía miedo?

—Siento llegar tarde —pronunció tímidamente, avanzando hacia el pequeño claro.

Sesshomaru se mantuvo quieto, escuchando los latidos locos de su corazón, hasta que alzó la mirada, inmovilizándola en su lugar con sus ojos glaciales de color ámbar.

Vio sus mejillas rojas, todavía un ligero ahogo, pero sobre todo los grandes ojos marrones fijos en él como pidiendo una respuesta. Ella había tratado en vano de ocultar su carrera sin aliento, como si él no la hubiera escuchado desde mucho antes. Este hecho hizo que solo torciera una comisura de su boca.

—Humana. ¿Qué te hace pensar que te estaba esperando?

Golpe bajo, se podía leer en su rostro. Se sentía terriblemente estúpida, había hecho el ridículo. Su rostro se sonrojó aún más con vergüenza, mientras apartaba la mirada de Sesshoumaru maldiciéndose a sí misma.

—Además de ser descarada y muy curiosa, también eres soberbia.

El demonio cortó el silencio avergonzado de Kagome, quien abrió mucho los ojos, sorprendida por el tono de esa declaración. ¿Estaba equivocada o realmente escuchó una nota de
(broma) en su voz?

La realidad la golpeó cuando analizó las palabras del demonio. ¿La acababa de llamar descarada, curiosa y orgullosa?

Lo miró molesta, hinchando sus mejillas y haciendo un puchero.

—¿Sería esta tu consideración hacia mí?— dijo en un tono ofendido.

Sesshomaru abrió los ojos, mirándola de reojo y apuntándola con sus helados ojos ámbares. Kagome se sintió abrumada por esa mirada de soslayo, él la miraba de una forma que no podía definir, no había odio hacia ella, ni siquiera indiferencia. Más bien era algo así como "¿De verdad crees que solo pienso eso de ti?"

Tal vez se lo había imaginado, con ese demonio carecía de certezas y solo podía hacer suposiciones extraídas de su comportamiento. Pero en ese momento sintió que sus ojos le decían justo eso, una mirada que le dio una intensidad casi difícil de sostener desde su corazón ya irremediablemente debilitado por su sola presencia.

De pronto se movió, casi pareció desprenderse del tronco del árbol del que parecía haberse hecho uno, sin interrumpir nunca el contacto con sus ojos. Ahora estaba frente a ella, todavía a la ya habitual distancia que los separaba, pero sus ojos los sentía terriblemente sobre ella, como si quisieran cavar un surco en su interior.

—Debo irme.

Por un momento Kagome no entendió sus palabras, lo que acababa de decir era tan diferente a lo que le decían sus ojos.

—¿Adónde vas? —se atrevió a preguntarle.

—Son asuntos que no afectan tu vida en lo más mínimo.

Lo sabía muy bien, ella no tenía nada que ver con su vida, él aún era un príncipe, de hecho un REY. Había heredado quién sabe cuantas posesiones, más las que se había procurado por sí mismo. Quién sabe cuantos problemas posaban sobre sus espaldas, cuántos enemigos estaban tratando de robarle su reino debajo de sus narices. Cuánto debió haber luchado y cuánto tendría que volver a luchar en el futuro, para estar seguro de que lo que es suyo siga siendo así.

Kagome bajó la mirada a pesar de que le hubiera gustado perderse allí, en esas piscinas de color ámbar, aplastada por sus pensamientos, por el conocimiento de que ambos iban por el camino de su vida personal, que jamás se cruzaría con la del otro. Él se enfrentaría a mil enemigos, mil ejércitos, tenía sobre sus hombros un reino tan vasto que ella ni siquiera podía imaginarlo. ¿Y ella? No era más que un punto borroso en la inmensidad de la vida milenaria de Sesshomaru.

Él siguió mirándola, su cabello rebelde, ocultando su rostro de su vista. Sintió como el corazón de la chica latía tan fuerte que creyó que se le saldría del pecho. ¿Estaba enfadada por sus palabras? ¿Decepcionada? ¿Asustada? No podía entenderlo si no la miraba directamente a los ojos y eso lo enfurecía. No sabía qué hacer y mucho menos qué decirle, así que giró sobre sus talones, dándole la espalda. Pensaba que su despedida sería de otra forma, no sabía muy bien cómo, pero quería afrontar la batalla que le esperaba con la misma paz interior que había saboreado en los días anteriores en compañía de aquella extraña sacerdotisa.

Incapaz de decirle nada más, ni siquiera por orgullo, caminó en la dirección opuesta. Estaba a punto de desaparecer entre las hojas cortadas en diagonal por los primeros rayos del día, cuando su voz lo detuvo en el lugar.

—¿Vas a regresar?

Ninguno de los dos notó el poder que esa simple palabra había tenido sobre el demonio, congelándolo en su sitio. Nadie jamás había detenido su camino y mucho menos las palabras pronunciadas por un humano. Sin embargo, no pudo no detenerse, sintiendo su mirada atravesar su espalda, como si quisiera leer una respuesta en su interior.

Kagome sintió que las piernas le fallaban por la decepción cuando vio a Sesshoumaru retomar su camino, ahora estaba a punto de ser tragado por el bosque y ni siquiera sabía si lo volvería a ver.

—Podría ser —fue la respuesta que recibió, acompañada de una última mirada de soslayo por encima del hombro, antes de que finalmente desapareciera de su vista.

Kagome se derrumbó sobre sus propias piernas, no estaba segura si por el cansancio o por la intensidad de la duda aún más horrenda que se había apoderado de su alma.

Regresó a casa, desconsolada y abatida. La noche pasada escribiendo amuletos empezaba a hacerse sentir, se sentía rota, desgastada fuera de su ser. ¿Era realmente todo culpa de la falta de descanso?

La chica caminó lentamente, hasta que finalmente estuvo fuera del bosque. Ahora el sol se había revelado en toda su brillante calidez y algunos de sus rayos atacaron con fuerza su rostro, obligándola entrecerrar los ojos.

Su cabeza nunca había parecido tan pesada, pero en ese momento el habitual torbellino de pensamientos que la acompañaba día y noche se había apaciguado, de hecho extinguido. No pensaba en nada, no sentía nada, aparte del gran vacío en su pecho.

Empujó la puerta a un lado y fue recibida por la penumbra de su casa vacía. El fuego que se había extinguido durante todo el día anterior había dado paso a una humedad helada que la hizo temblar. No se molestó en encenderlo, se acercó a su futón y se derrumbó encima de él. Y fue en ese momento que su cabeza se llenó de una ola furiosa.

De repente se encontró reflexionando en lo que había sucedido justo antes, en su encuentro con Sesshomaru. Quizás el último. Aunque le había dado un poco de esperanza, no valía nada en comparación con la realidad. Ni siquiera él sabía con certeza si volvería, tenía este presentimiento.

Kagome se dejó invadir por el desánimo y la debilidad. Incluso si el perro demonio salía victorioso y si algún giro del destino también lo hacía regresar a ella, el único pensamiento fijo que se había apoderado de su mente como un parásito, era la sensación de diversidad que se cernía entre ella y Sesshomaru. Ahora era innegable que sentía algo por él, se estaba aferrando irremediablemente de un ser, paradójicamente, todo lo contrario a ella.

Y de repente los puntos de conexión entre los dos le parecían imposibles, si es que alguna vez los hubo. Él era diferente, demasiado diferente, pertenecía a un mundo donde no había lugar para el error, ni siquiera para una pequeña excepción como ella.

¿Por qué diablos estaba haciendo esto? Se estaba arruinando con sus manos, todo era fruto de su ferviente imaginación. ¡Creer en una oportunidad con Sesshomaru! Estaba enloqueciendo.

Sesshomaru hacía honor a su nombre, tenía un reino, súbditos, un ejército que comandar e innumerables batallas que enfrentar. ¿Y ella?¿Qué podía ofrecerle a alguien que parecía tenerlo todo, qué podría ser tan raro y especial? Una sacerdotisa, la reencarnación de una mujer mucho más capaz que ella. Al menos Kikyo pertenecía a su época.

El abatimiento envolvió su corazón como los tentáculos de un pulpo, incapaz de ver un destello de luz en la oscuridad que se cernía a su alrededor, echándose a llorar. Ella apagó sus sollozos presionando su rostro contra la almohada, escuchando el eco de su tristeza, sintiendo lástima por sí misma.

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Sé que la historia va a pasos lentos, pero es que la trama, la narrativa y el género lo requieren. La Kagome de este fic está pasando por grandes conflictos emocionales y no es para menos, ella volvió al pasado con grandes expectativas en su relación con Inuyasha, pero al final no surgió ningún cambio, aparte de entregarse él y vivir como amantes ocasionales.

Enamorarse de nuevo no es fácil cuando la inseguridad tras una desilusión hace mella en tu interior y no te deja ver más allá. La tristeza fatal y las dudas de:

¿Quién soy? ¿Qué soy? Podrían confundir su sentir y poner en duda el pedregoso camino hacia el amor.

Sentirse inferior a su antepasado, (las comparaciones suelen hacer mucho daño) vivir sin la esperanza de volver a ver a tu familia, en una época dónde eres solo la Sacerdotisa de shikon. Pero no eres una noble, allí la vida no es tan fácil, a su edad debería tener marido e hijos.

Estuve leyendo un libro que me dejó con ciertas preguntas existenciales. XD😅

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