CAPÍTULO 15
Chris
La noche no está yendo como yo pensé que sería. Uno de los jugadores de fútbol, amigo de Tyler, ha hecho una fiesta en su casa y nunca faltamos, ni nosotros ni todo el equipo de animadoras y el resto de deportistas del instituto, que no son pocos. El caso es que en estas fiestas la casa está a rebosar de gente bebiendo sin parar y pasándoselo en grande. Normalmente yo me dejo llevar y hago lo mismo que el resto: beber hasta estar borracho y vomitar en el jardín mientras amanece para después dejarme caer en algún lugar. Pero esta noche no es así, desde luego que no. Solo llevo cerveza y media, y apenas tengo ganas de terminarme esta. Tengo el móvil en la mano mirándolo cada maldito minuto por si ella me llamase. ¿Por qué tenía que aceptar la invitación de Georgina?
Echo una mirada a mi alrededor, estoy sentado en un sillón del salón de la casa y me encuentro rodeado de personas, las hay allá donde mire. Pero hay algo distinto: Chad se está liando con alguien en el sofá y ella está a horcajadas encima de él. Bueno, no es ninguna novedad, sucede siempre. Pero ahora que estamos enfadados y sé sobre su encaprichamiento secreto por Sam, me resulta repugnante. Manchó los dulces labios de Sam con esa boca y es que me arde la sangre solo de pensarlo.
En un rincón veo a David y PJ demasiado cariñosos mientras sostienen un vaso rojo en sus manos, diría que ya van bastante servidos y no tardarán en buscar una habitación. Y Tyler está hablando con sus compañeros en la cocina mientras beben. Qué bien, todos se lo pasan estupendo y yo no dejo de pensar. Ni siquiera he subido historias a Instagram sobre la fiesta y es lo que siempre hago.
—Hola, Chris. —Siento la voz insinuante de una chica mientras se recuesta en el brazo del sillón en el que estoy sentado. Cuando alzo la vista, veo que se trata de una de las tantas animadoras, en concreto, Tracy Chow, mejor amiga de Becca la capitana.
—Tracy —saludo, aunque mantengo la vista al frente.
—¿Sabes? Todavía estoy esperando a que intentes enamorarme, no sé por qué aun no lo has hecho —comenta mientras desliza un dedo por mi pecho—. Pero conmigo podemos pasar directamente a la acción, luego puedes romperme el corazón las veces que quieras, no me importa.
Sigo su mano con la mirada, comienza a bajar serpenteando hasta llegar a rozar cierta parte de mi cuerpo. Entonces de un movimiento se coloca encima de mí colocando sus piernas a un lado y decide ir directa a mi cuello comenzando a besarlo.
Si esto ocurriera hace dos semanas, no lo habría pensado mucho y le hubiera seguido el rollo, incluso tendríamos que subir y buscar otro sitio más íntimo. Yo estaría tan borracho como ella y lo pasaríamos bien. Ahora no sé bien cómo actuar. Estoy sobrio con una de las tías que están más buenas de todo el instituto y con miradas de algunos jugadores de fútbol sobre mí, diría que no son muy simpáticas. Pero no siento nada, debería sentir ya el calentón solo por tenerla encima y aun así no hay nada. Incluso me siento culpable por estar en esta situación.
Entonces mi móvil comienza a vibrar en mi mano. Alzo la mano y miro como puedo por encima de Tracy que sigue con su tarea. Es un número que no tengo agendado y, dadas las circunstancias, solo puede tratarse de una persona.
—Lo siento, Tracy. No me apetece esta noche.
Me levanto como puedo dejándole el sillón para ella y la escucho soltar un bufido de fastidio. Salgo a la puerta para alejarme del bullicio y el ruido de la música para después descolgar la llamada.
—¿Diga? —contesto.
—Chris.
El corazón me da un vuelco. Su voz no es como la de siempre, es algo distante y apagada, lo cual me preocupa demasiado.
—¿Sam? —Escucho su respiración, casi puedo decir que sollozos—. ¿Estás bien?
—Chris, ¿puedes venir a recogerme?
—¿Estás en casa de Georgina?
—Estoy en su casa, en su aseo. Di-dijiste que te llamara si pasaba algo malo.
—No te preocupes, ya voy para allá, no te muevas.
Cuando cuelgo, una fogosa sensación comienza a surgir en mi interior. Georgina le ha hecho algo a Sam, no sé qué, pero estoy seguro de que ha sido algo malo y no me voy a cortar un pelo con ella. Intento pensar con claridad, el poco alcohol que había en mi cuerpo se ha evaporado y eso me da pie a pensar en la opción de conducir un coche. No puedo ir a por Sam en skate, así que no me queda otra opción, tengo que ir a mi casa a por el coche de mi madre. Ello me recuerda a sus palabras al respecto. ¡Por Dios! Si no es ahora el momento, ¿cuándo lo será?
Por suerte para mí, la casa del jugador de fútbol no queda lejos de mi calle, así que pongo rumbo a mi casa corriendo y para cuando llego estoy completamente hecho una sopa, pero no me importa, tengo que llegar a tiempo. Entro en mi casa para buscar las llaves del coche y, por suerte para mí, ellos fueron a casa de mi tía. ¿Dónde las esconderá mi madre?
Rebusco por los cajones de la entrada, pero no hay rastro, ella no suele cogerlo demasiado, por lo que no las tiene a mano. Decido subir a su habitación y rebuscar en sus bolsos, dando con ellas en el segundo de ellos. Premio.
Me subo al coche e introduzco las llaves en él. Respiro hondo y me digo a mí mismo que puedo hacerlo. Hago todos los pasos que recuerdo y hasta ahora todo va bien. El siguiente es el más importante, consiste en que el coche se mueva. Voy marcha atrás con cuidado de que no aparezcan otros coches y entonces salgo a la carretera. Suelto todo el aire contenido debido a la tensión que tenía en mi cuerpo y sigo mi camino hasta la casa de Georgina.
Sabía perfectamente que algo tenía en mente con Sam y con más razón ahora que la rechacé. Pero debe entender que esto no va con ella y que no va a conseguir nada con eso.
Me estaciono justo delante de su puerta una vez llego. Me bajo con rapidez y corro hasta la puerta. Toco una vez con fuerza, pero no parece que haya intenciones de que vayan a abrirme por lo que insisto añadiendo el timbre junto a la puerta. Se escuchan pasos dentro y alguien hablando, pero no logro entender qué dicen. Vuelvo a tocar, pero esta vez más fuerte.
—¡Georgina, como no abras la puerta la voy a tirar abajo yo mismo! —La furia comienza a recorrer mis venas. Pensar que Sam solo quería tener una fiesta de pijamas y pasarlo bien, y que, por culpa de los caprichos de Georgina y sus amigas, se ha llevado una experiencia horrible, me hierve la sangre.
La puerta se abre lentamente dejando ver a una atemorizada Georgina. Está claro que sabe lo cabreado que estoy porque ya se lo advertí y ha hecho caso omiso, justo como imaginé. Sin embargo, solo tengo en mente una cosa, por lo que intento controlarme y no explotar.
—¿Dónde está? —exijo saber arisco.
—E-en el aseo —contesta con voz trémula.
Entro en la casa sin ser invitado, apartando a Georgina de mi camino. El aseo está en la planta baja al final del pasillo. Me detengo frente a la puerta y doy suaves golpes en ella.
—Sam, soy Chris, abre la puerta, por favor —hablo a través de la madera pero ella no contesta y eso me preocupa bastante—. Sam, voy a entrar, ¿vale?
Sigue sin contestar por lo que procedo a abrir la puerta despacio. Sam está en el suelo agarrando sus rodillas mientras su cuerpo tiembla. Su cabello está empapado y manchado por un líquido azul y parece extenderse por su pijama. Me acerco a ella con cautela y me agacho para estar a su altura.
—Sam... Oye, ¿qué pasa? ¿Estás bien? —pronuncio intentando mantener la calma, pero tiene la mirada perdida—. ¡Sam! —Agarro su rostro con ambas manos hasta que por fin parece volver en sí parpadeando y mirándome por unos segundos.
—Chris...
Reparo en la gravedad del asunto y por un momento se me pasa por la mente lo que ha ocurrido.
—Madre mía, Sam. Levántate, nos vamos. —La ayudo a levantarse y cojo sus cosas del suelo. Enlazo su mano con la mía para sacarla de ahí hasta asegurarme de que se mete en el asiento copiloto del coche y poner sus cosas en los asientos traseros—. Quédate aquí, enseguida vengo.
Cuando me giro, me encuentro de cara con Georgina. Doy unos cuantos pasos y coloco las manos en mis caderas, intentando buscar las palabras más suaves que pronunciar. Ella me observa, pero desvía la vista por un momento hacia Sam sentada en mi coche. No le quito los ojos de encima porque quiero que vea lo enfadado que estoy con ella, que vea las consecuencias de sus actos.
—Lo sabía... —comienzo a decir en un tono bajo que aumento poco a poco—. Sabía perfectamente que no podías estarte quietecita sin hacerle daño a una persona tan inocente como Sam. Dime, ¿en qué parte de esta historia ella te ha hecho algo malo? ¡Dime!
—Chris, yo...
—No quiero escuchar excusas o justificaciones porque no las tiene. Sé perfectamente qué has hecho y por qué. No te ha gustado que yo te rechazara y no se te ocurrió mejor idea que ir a por ella. ¿Por qué no vas a por mí? ¿Eh? —Se encoge de hombros y lágrimas comienzan a agruparse en sus ojos—. No quiero dejarte en ridículo delante de tus estúpidas amigas, solo te advierto de que como le toques de nuevo un pelo a Sam, puedes empezar a echar de menos el tuyo.
Doy por zanjada la conversación y me reúno con Sam en mi coche sin volver la vista atrás. En cambio, la centro en la chica a mi lado y me percato de nuevo del mal que le han causado. No sé en qué pensará, pero solo quiero abrazarla y disculparme por no haber insistido en que no fuera.
Georgina se ha pasado de la raya. Sabía que había cambiado cuando entró en ese instituto elitista, me contó muchas historias en las que criticaban y humillaban a las personas que no consideran de su altura. Al principio no me interesaba mucho, pero a medida que me contaba más, cada una iba a peor dándome cuenta de en lo que se había convertido por culpa de esa gente. Por eso sabía que algo malo iba a ocurrir, que no se iba a quedar de brazos cruzados aceptando que a mí me gusta alguien que no es ella. Yo no me considero un santo ni mucho menos, no soy el más indicado para hablar de humillaciones, pero por lo menos lo reconozco y ahora me siento realmente arrepentido por ello. Fui un idiota al que le gustaba romper corazones.
Lo único que me asombra de Sam es que no parece haber derramado una sola lágrima. Pensé que la encontraría llorando, pero resultó ser todo lo contrario, de hecho, aún no sé describir cómo la encontré. No siente pena por sí misma, no se pregunta qué ha pasado ni por qué. De verdad que me gustaría saber qué es lo que se le pasa por la cabeza.
—¿Estás bien? —pregunto mientras comienzo a conducir.
—Sí, solo necesito ducharme.
—¿Te han hecho daño? Por favor, dímelo, no intentes encubrirlas, no se merecen eso lo más mínimo. No debí dejarte ir.
—Me dijeron que tú tratas mal a las chicas. —El corazón se me detiene unos segundos tras escuchar eso y tengo que controlarme para no desviarme de la carretera—. Y que hacías lo mismo conmigo.
—¿Y qué les dijiste?
—Dije que tú eres mi amigo y que tú nunca me harías algo así. ¿Verdad?
—No, claro que no...
—Luego me tiró su bebida en la cabeza y empezó a hablar demasiado rápido, tanto que no pude comprenderla. Me puse nerviosa y me encerré en el aseo para llamarte. Tenías razón, no debería haber aceptado.
«Joder.»
—Lo siento, Sam. Tendría que haber insistido en que no fueras. Ellas no son buenas personas y deduje que algo planeaban. Si ves de nuevo a Georgina, no le hables.
—Está bien. No es culpa tuya.
Respiro hondo por fin al saber que todo está bien salvo su pelo y su pijama.
—Tendrás que ayudarme a ir a tu casa, no recuerdo bien el camino.
—No puedo ir a mi casa esta noche —dice apresuradamente.
—¿Qué? ¿Por qué? —Intercalo la vista entre ella y la carretera.
—Porque hoy dije que iba a dormir en otra casa y ya no puedo volver.
—No creo que les importe que vuelvas, les puedes decir que al final se suspendió la fiesta.
—Chris. —Su respiración comienza a ser más sonora y agitada—. ¡No puedo ir a mi casa! ¡No puedo! —Repite con un tono de voz más levado de lo que estoy acostumbrado a escucharla porque es como si fuese otra persona.
—¡Vale, vale! Bien, ¿entonces dónde quieres ir? ¿Quieres ir con Ada?
—Ada está visitando a su abuela en otra ciudad.
—Ok... ¿tienes algún otro amigo con el que puedas quedarte?
—No.
—Pues tú me dirás dónde quieres pasar la noche.
—Contigo.
Mi piel se eriza al escuchar tal cosa y una sonrisa tonta aparece en mi rostro mientras la miro intercaladamente. Admito que las imágenes que se me han venido a la mente no son nada sanas y que estoy exagerando. No veía posible la opción de mi casa porque no quería presionarla o meterla en problemas, pero la idea no es tan mala y a mis padres les agrada Sam, no creo que haya problemas. Además, no está nada mal pasar la noche del viernes viendo su dulce rostro y su tan asombrosa sonrisa, mucho mejor que en esa fiesta con Tracy Chow.
—Mi casa. —Noto su mirada clavada en mí, esperando mi aprobación—. Supongo que no es mala idea.
—Bien, gracias. Lo pasaremos bien, como una fiesta de pijamas solo de dos personas.
—Podemos ver una película. ¿Cuáles te gustan?
—La última vez que vi una película, fue en la clase de ciencias. Trataba sobre el ADN.
—Eso es un documental, Sam. No me digas que no hay televisión en tu casa.
—Hay una, pero solo la usa papá, prefiero leer mis libros. Mis padres decían que la televisión solo sirve para hipnotizar a las personas y contaminar la vista.
—Ajá... ¿Sabes? No todo aparece en los libros. Hay cosas que solo se aprecian con la vista. Y ver la tele de vez en cuando no es malo y no tiene por qué contaminar la vista, de hecho, puedes aprender cosas de ella.
—Leyendo tienes mucha más información y la imaginación es una buena vista.
—Y te doy la razón, pero sigo pensando que la televisión no tiene que ser mala si solo la ves un par de horas al día. ¿No has visto nunca películas? ¿Ni siquiera de dibujos cuando eras pequeña?
—De niña las veía con Ada, sí que eran dibujos y las veíamos en su casa.
—¿Ada y tú os conocéis desde pequeñas?
—Sí, nuestras madres eran muy amigas. Cuando quedaban para merendar, nos reuníamos y jugábamos.
—Nunca te vi con ella en el instituto.
—Antes me unía a ella y sus amigos, pero ninguno mostró interés por lo que decía y sé que no querían que estuviera allí. Entonces preferí irme sola, a veces voy a la zona de césped y allí observar a los insectos que van apareciendo y de los que todos huyen. Ahora estoy contigo y tus amigos, al menos no son como los amigos de Ada. PJ me gusta.
«Ahora entiendo que se confundiera cuando yo se lo dije.»
—Siempre serás bienvenida.
—Gracias.
Finalmente llegamos a mi casa, sanos y salvos. Mi aventura en coche no ha sido tan mala, me siento orgulloso de haber actuado y haber resuelto bien el problema. Me siento como un héroe. Aunque la víctima a la que acabo de salvar no me vea de la misma manera.
Al entrar, compruebo que estamos solos y que no hay invasores inesperados que puedan destrozar la noche con un banquete y millones de preguntas junto a halagos. Deben de estar pasándolo bien.
Invito a entrar a Sam quien acepta con su sonrisa de siempre. No me siento como la última vez que ella vino, ahora estoy bastante más nervioso por su compañía, sobre todo porque va a quedarse a dormir.
—Puedes dejar tus cosas ahí. —Señalo un hueco que hay debajo de las escaleras donde se suelen poner las cosas de los invitados—. ¿Tienes hambre?
—¡Sí, mucha! No llegué a comer nada.
—Ok, podemos pedir pizza. Dime que la has probado porque si no, ya no sé qué pensar —Ríe ante mi tono de desesperación.
—La he probado, no te preocupes —continúa riéndose—. A mi madre le gustaba mucho.
—La comeremos a su salud pues.
Nos sentamos en el sofá del salón y cojo el teléfono para pedir a través de la aplicación que suelo usar. No sé qué puede gustarle a Sam, así que pido una prosciutto. Vuelvo a centrarme en ella que continúa mirando la casa a pesar de que ya estuvo aquí una vez.
—¿Y cuándo comeremos los perros?
—Perritos calientes —digo tras una carcajada.
—Eso.
Sonrío de medio lado e inclino mi cuerpo hacia el suyo para susurrarle:
—Cuando tú quieras.
Espero tener algún tipo de reacción por su parte. Sin embargo, tras mirarme a los ojos durante al menos tres segundos, los lleva hacia el lado contrario y así examina la estantería con libros de mis padres. Suspiro resignado por no conseguir lo que pretendo en lo que las mariposas se encargan de revolotear. ¿Se trata de un castigo de la vida? ¿O alguien ha puesto velas en mi contra?
Se me vienen a la cabeza las palabras que hace un momento me decía Sam. Dijo que Georgina le ha contado cuáles eran mis intenciones con ella originalmente y me sorprende que no haya exigido explicaciones por mi parte para comprobar la veracidad. Sam confía en mí, cree que me acerqué a ella por voluntad propia, porque quería conocerla y todos sabemos que eso no fue así. Me siento mal al dejarla creer erróneamente esa versión y si mi propósito es intentar cautivarla, lo mejor es serle sincero en todo momento.
—Sam. —Ella no me devuelve la mirada, pero sí que emite un sonido a modo de respuesta—. Lo que Georgina te ha dicho antes de mí, es cierto. —Solo entonces obtengo toda su atención cuando se gira contemplándome.
—¿Me quieres hacer daño?
—No. Al menos ya no.
—No lo entiendo. —Arruga las cejas e inclina la cabeza a un lado.
—Yo les hacía daño a las chicas, les hacía creer que estaba enamorado de ellas y luego confesaba que no era verdad.
—¿Y cómo podías hacerles daño entonces?
—Ahm... —No estaba seguro de cómo tomarme esa pregunta, parecía no entender el dolor de un corazón roto. Pero si nunca tuvo pareja, no tiene amigos y tampoco ha visto películas... Podría ser posible—. A nadie le gusta que le mientan y menos si es con un amor fingido. Ellas se creaban ilusiones conmigo que después yo destrozaba.
—¿Es como si les dices que eres su amigo, pero resulta ser mentira?
—Sí, algo así.
—Eso quiere decir que tú no quieres ser mi amigo realmente. —Su expresión cambia de un segundo a otro a una más desanimada.
—¡No! Ya te he dicho que ya no quiero hacerle daño a nadie. Sí, al principio iba a ser así, pero eso ha cambiado y de verdad quiero ser tu amigo. Eres genial, Sam. —Mis palabras no parecen tranquilizarla demasiado, es evidente que aún le preocupa y no es lo que pretendía, entonces se me ocurre la mejor manera de hacer que me crea—: Te lo prometo, quiero ser tu amigo y no voy a hacerte daño.
Y ahí está de vuelta esa expresión que tanto me gusta, aportándome la tranquilidad que necesitaba.
—Yo también te prometo que soy tu amiga y que no te voy a hacer daño —repite mis palabras con dulzura, tanta que casi me derrite por completo.
Mientras esperamos la comida, propongo buscar una película para ver hasta escoger una que a ella le llamó la atención. Media hora después, el repartidor timbra a mi puerta con la pizza. Sirvo los platos y vasos junto a los refrescos y la caja con la pizza. Me siento frente a ella, pero antes de probarla, me quedo embobado al verla coger la primera porción y darle el primer mordisco. Pronto se da cuenta de que la estoy mirando, pero no se avergüenza ni se extraña, tan solo me dedica una sonrisa. ¿Nunca se sonroja? ¿Tampoco se pone nerviosa?
—Siento mucho lo que te ha pasado esta noche. Pero... —Cojo mi primera porción— ...voy a intentar solucionarlo para que te lo pases bien.
—¿Qué haremos?
—Bueno, estamos comiendo pizza, veremos la película, podemos hacer palomitas, también tengo juegos de mesa. Aunque...
—¿Qué?
—Si no quieres me da igual, con tu compañía me es suficiente para toda la noche.
—¿Te gusta estar conmigo? —Da otro mordisco sin darle importancia a lo que acabo de confesarle, y he de decir que me ha afectado.
—No te haces una idea. —Siento que la estoy mirando demasiado como un completo idiota, pero es que no puedo hacerlo de otra forma. Lo que esta chica está causando en mí es algo completamente sobrenatural. Ella me sonríe aun masticando y luego bebe del refresco.
—A mí también me gusta estar contigo. Pero, podemos ver esa película, y aun así estaré contigo, ¿no crees? —Asiento mostrando mis dientes. De alguna forma, esa respuesta ha sido como música para mis oídos. Sé que no promete nada, pero con solo escucharla decir que le agrado, ya soy feliz.
Terminamos de comer, recojo la mesa y me posiciono delante del televisor para buscar la película que habíamos seleccionado. Cuando me siento en el sofá a la espera de que ella también lo haga, la noto inquieta de pie a mi lado.
—Chris.
—¿Sí?
—Me gustaría ducharme, aún huelo a refresco de Georgina y mi pelo está pegajoso.
—¡Ay, Dios! Perdona. Se me había olvidado por completo esa parte. —Qué idiota soy, he estado tan nervioso por tenerla en mi casa mientras estamos a solas, que ni me he dado cuenta de que su aspecto no debe ser el más cómodo. Menudo desastre—. Quizás deberías cambiarte de pijama, buscaré algo mío.
—No puedo ponerme otra cosa.
—¿Por qué?
—Porque este es el pijama de los lunes y viernes. Hoy es viernes.
—Pero Sam, está manchado y seguramente húmedo. ¿No crees que podrías coger un resfriado?
—Es posible. Pero tengo que ponérmelo.
—Vale. Te propongo algo: vas a quitártelo y a ponerte algo mío cuando te duches, de esa forma puedo meterlo en la lavadora y secadora para que así puedas dormir con él. ¿Qué te parece?
Ella lo sopesa por unos instantes con seriedad. No entiendo su obsesión por los pijamas en días señalados, pero no me importa.
—Está bien. ¿Dónde está la ducha? —Desvía la vista hacia las escaleras que tiene a su izquierda.
—Arriba, a mitad del pasillo a la izquierda. —Señalo con mi dedo hacia arriba.
Comienza a caminar mientras la sigo por detrás para buscar algo que pueda ponerse. Saco una camiseta de manga larga que ya apenas uso y un pantalón cómodo de pijama de hace un par de años. Camino hasta el baño con intención de ofrecerle la ropa, no sin antes avisar de mi llegada y que ella me dé su aprobación para que pase. Y para mi sorpresa la encuentro atareada con las cosas que hay en el baño.
—¿Q-qué haces? —Se gira al escucharme hablar.
—Ordeno tu baño —informa como si fuese obvio.
Levanto una ceja intentando entender la situación. Es cierto que no acostumbramos a ordenar los productos que utilizamos, están repartidos por el lavabo y algunos dentro de la ducha. Sabía que era muy ordenada, pero jamás pensé que llegara a este nivel.
—No tienes por qué ordenarlo —digo acercándome a ella. Lo está agrupando y ordenando todo justo en el lugar donde se utiliza y lo que se suele usar más a menudo, nada está fuera de su lugar.
—No es nada. ¿Qué es eso? —Se refiere a la ropa que llevo en la mano.
—La ropa que voy a prestarte mientras tu pijama se lava.
—¡Oh, qué amable! Aunque no es que sea de mi agrado. —Lo coge con las dos manos y lo observa con una mueca de desagrado.
—Bueno, es que no tengo ropa para chicas y no me atrevo a coger algo de mi madre —río tímidamente. Aun así, parece conforme y espera a que salga del baño para dejarla sola y que finalmente pueda ducharse.
Vuelvo a mi habitación y me tumbo sobre mi cama, sin hacer nada especial, solo observar el blanco techo mientras pienso en lo que Sam me está causando. No estoy seguro de lo que siento, pero sé que va en aumento y temo enamorarme por completo de ella para que finalmente me deje claro que no le intereso. Eso me dejaría destrozado, como la última vez. Pero siento que, si eso llegase a ocurrir, no me importaría sufrir porque al menos lo intenté de verdad y sé que ella nunca querría hacerme daño.
Sin esperarlo, ella se echa a mi lado en la cama. No me he dado cuenta de que el tiempo ha pasado y ella ya terminó su ducha. Realmente estaba inmerso en mis pensamientos. Finalmente se ha puesto lo que le di y lo cierto es que me gusta verla con mi ropa. Es como si ella y yo tuviéramos algo más íntimo, aunque sé que realmente no es así y solo de imaginarlo me provoca una sonrisa.
—¿De qué te ríes? —Gira su cabeza hacia mí, observándome con sus ojos color miel.
—Nada... —Vuelvo a observar el blanco techo pensando en cómo es Sam, analizando cada comportamiento que la hace diferente, cada razón por la que me gusta ella y solo ella. Pero, ¿por qué es tan diferente? —Oye, a veces haces cosas muy extrañas.
—¿Cómo qué?
—Pues... nunca has comido perritos o hamburguesas, andas descalza a todos lados, sonríes en todo momento, aunque te hagan pasar por la situación más vergonzosa del mundo, tienes que ponerte un pijama distinto cada día, te apasionan sobremanera las mariposas, juegas en las clases a las cartas y ordenas los baños ajenos.
—¿Y cuál de todas esas cosas es la extraña? —Por primera vez, su mirada me penetra por completo, quizás es la última cosa que pensé que diría.
Sin embargo, me da que pensar. Yo creía que podía saber todo sobre una chica con solo mirarla una vez, así sucedió con las chicas anteriores. Pero quizás eso sucedía porque todas las demás eran para mí las típicas chicas de instituto que más o menos comparten los mismos gustos. Las personas a esta edad aún no saben cuáles son sus verdaderos gustos e intereses, aún no saben quiénes son, convirtiéndolo todo en un gran cliché. Yo soy un ejemplo de ello. Me dedicaba a enamorar a chicas para romperles el corazón, haciéndome creer que era diferente a los demás. Pero no es así, soy igual al resto.
Las experiencias son las que cambian a las personas. Nos damos cuenta con el paso de los años de quiénes somos y cuáles son nuestros verdaderos gustos hasta finalmente seguir el camino a la felicidad.
Acabo de comprender que Sam sí que es diferente, porque ella sabe quién es y cuáles son sus gustos. Por esa razón no pude adivinarlos, porque para ello solo tenía que escucharla y prestarle un poco de atención. Y de manera inconsciente, ahora sé muchas más cosas de las que podía imaginar sobre ella.
Sam tiene un poder increíble sobre mí; tan solo ha bastado que se situara ante mis ojos para abrírmelos.
—Si esas cosas son extrañas para ti, Chris, yo tengo otras sobre ti. —Gira su cabeza de nuevo mirando al techo y sonríe—. Tienes un pijama con una camiseta y un pantalón diferentes, cuelgas fotos en tu cuarto donde solo apareces tú, tienes una vieja pero joven amiga a la que consideras de confianza pero que hace cosas malas, tienes toda la atención de tus padres, pero no te gusta y te haces amigo de las personas para después mentirles y hacerles daño.
Jamás habría esperado que Sam me hubiese dado un bofetón metafórico como el que acaba de darme. Era consciente de todo lo que ha dicho, pero que lo haya mencionado todo se ha sentido como un duro golpe.
—Tienes razón. Lo siento, sé que he sido un idiota. —Cierro los ojos avergonzado y tomo el puente de mi nariz como si así pudiera borrar lo último que dije. Cambio de posición sentándome en la cama y ordenando todo en mi cabeza—. Pero lo que me pasa es que aún estoy intentando entenderte. O quizás entenderme a mí, no sé.
—¿Y cómo puedo hacer que me entiendas? —Imita mi postura
—Eso es lo que yo quiero saber. —Echa un vistazo a toda mi habitación pensativa hasta que parece tener algo que decirme.
—Dijiste que hay cosas que no aparecen en los libros y que se aprecian mejor con la vista.
—Sí... eso dije.
—Vale, puede que, si aplicamos tu teoría, ambos nos entendamos mejor. ¿No crees?
—Es posible... Sí, es buena idea.
Me quedo mirándola pensativo. De repente quiero enseñarle muchas cosas, demasiadas para hacerlo en un día. Y eso provoca que saque una sonrisa solo de pensar en el tiempo que podré pasar con ella.
Oye, yo los amo😍
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro