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Capítulo VIII: "Trotamundos"

"No escoge tu final ni el destino ni la muerte, solo tú."

El día estaba nublado, oscuro y con mucha pinta de empezar a llover en nada. El ambiente olía a que se aproximaba una gran tempestad. Al menos hasta que el invitado puso un pie en el hogar de Shin. 

La llegada del nuevo visitantes traía consigo un olor un poco nauseabundo, una mezcla entre pescado podrido y huevo hechado a perder.

Sus ropajes desaliñados junto a su barba canosa y su rostro demacrado por las drogas se apreciaba aún más mayor de lo que realmente ya era.

El hombre de piel oscura subió la mirada hacia la muerte, demostrando unos ojos tan oscuros y tristes como ningún otro par.

—¿Eres yo? —dubitativo, con los ojos abiertos de par en par y el pecho subiendo y bajando a causa de su acelerada respiración.

—Soy lo que pudiste haber sido pero no fuiste, Robert —le contesta Shin, como si eso que acabara de decir fuera lo más normal del munso—. Si tu padre no hubiera sido matado a golpes —camina a su alrededor con las manos en la espalda—, si tu madre no hubiera muerto por darte toda su comida para que te llenaras —deteniéndose frente al rostro arrugado de Robert Globetrotter—, si hubieras intentado trabajar en vez de solamente vaguear —lo sube del mentón en el momento que el señor de 55 años le baja la mirada— y si no te hubieras metido en la a drogas —lágrimas salen sin parar desde los lagrimales del visitante—. Pero no te puedo culpar, eras demasiado pequeño, sin familia, sin amor y sin alguien que te guiara y ayudara en la vida.

La parca se aparta unos pasos de su visita, mira al cielo nublado de su morada y suspira pesadamente— No tienes la culpa de que tu destino haya sido tan cruel contigo desde el momento en el que estabas en el vientre de tu madre.

Gota tras gota empezaron a caer sobre ambos, empapando a Globetrotter y a la muerte. Causando que desapareciera un poco el olor a basura y fuera apaciguado por la fragancia húmeda de la lluvia.

—Pero si el destino tenía ese final preparado para mí. ¿Cómo puedes ser el yo que pude haber sido pero no fui? —levanta un poco la cabeza, logrando que las lágrimas restantes se fundieran en una con las gotas de lluvia.

—¿El final preparado? Creo que te equivocas en algo —dirije sus dos esferas rojas hacia el vagabundo—, el destino te tenía preparado parte de tu vida pero no te tenía elegido el final, ese solo lo puedes elegir tú.

Le da la espalda y se encamina dentro de su hogar— Sígueme.

Ambos pares de pasos se escuchaban resonando bajo la lluvia, charco tras charco, hasta que se introdujeron en el hogar de la muerte.

—¿Te puedo hacer una pregunta? Pero responde con sinceridad —su acompañante asiente y la parca toma un sorbo de café antes de seguir—. ¿Por qué elegiste el camino de las drogas? —inquiere.

—No es algo de lo que estoy orgulloso pero creí que así sería la única forma de ver sonreír a más personas que amaba.

—Lo entiendo —asiente, más para sí misma que para alguien más.
Tomando dos tasas y llenándolas de café, le comenta:— Creo que el hilo que marcaron para tí pensó que con ese poco de amor y aprendizaje bastaba. Aunque yo creo que mereces otra vida para que sepas aprovecharla esta vez —le brinda la taza y este la toma sin pensarlo dos veces mientras Shin coloca una manta encima de Robert.

—Yo también desearía eso pero si estoy hablando conmigo mismo en un lugar tan —sin palabras para seguir, lo interrumpen.

—¿Escalofriante?

—Único, creo que le queda mejor —bebe un sorbo y sigue—. Debo estar muerto ya -agacha la cabeza, triste—, por lo cual no pasará.

—En eso creo que tengo que diferir contigo —deja la pequeña taza de café encima de la encimera y se dirije a su habitual asiento, revelando sus dientes puntiagudos y sus ojos escarlatas, pidiendo a gritos sangre— ya que yo soy la muerte, el que decide si te dejo ir al cielo, al infierno o volver a renacer.

Si la vez que se conocieron, el mendigo abrió mucho los ojos, creo que ahora se le habrían salido de órbita si no estuvieran unidos a su cuerpo.

Se quedó estático; sin temblar, gritar, llorrar o sin siquiera respirar. Shin no está acostumbrado a este tipo de reacciones, por lo cual intenta pararse y es ahí cuando Robert vuelve a respirar.

—Entonces si estoy verdaderamente muerto —comenta para sí mismo—. Quiero saber una cosa —alza la vista.

—Adelante —le tiende la mano, invitándolo a hablar.

—¿Morí de —toma un poco de aire y se dispone a continuar— sobredosis? —la muerte asiente, sin más que comentar.

Globetrotter empieza a reírse a carcajadas, pero sin gracia. Se ríe para no llorar.

—Al final morí de lo que pensé que me traería felicidad —suelta una pequeña risa—, de veras que soy un idiota —se seca rápidamente una lágrima traicionera que amenazaba con salir de su lagrimal.

«¿Y ahora qué me va a pasar? —suspira y muestra una sonrisa forzada, solitaria y afligida.

—Vas a volver a vivir —la mirada del vejestorio se ilumina de forma lenta—. No te mereces esa vida que tuviste, nadie la merece. Tienes que vivir felíz para luego, poder llevarte junto a tus padres —abre la boca, sorprendido—, en el cielo.

Sin más que decir, Shinigami jala la palanca, sonriendo, mostrando la risita más pura que he visto en él hasta ahora.

—Disfrútala.

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