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Capítulo VI. "Lazos de sangre".

"El mayor pecado del hombre, es arrepentirse cuando ya llega la parca..."

Shin se encuentra tomando una taza de café mientras siente el aire de la ventana mover una parte de su capucha, mostrando la tiniebla bajo esta.

Últimamente su lista ha estado rara, pero cree que es cosa del tiempo. Le da la última ojeada a su libro de invitados antes de hacerlo desaparecer e ir a recibir al nuevo visitante.

—Hola, Fernando —mira fijamente al señor de pelo negro, piel bronceada y barriga cervecera que está vestido de Sheriff en sus narices.

—¿Arturo? ¿Eres tú? —temblando, con las pupilas moviéndose sin parar como si se fueran a salir de sus órbitas y las manos al frente, intentando tocar a la muerte- No puede ser.

—¿Qué? ¿Te preocupa estar muerto? —alza una ceja, resopla y rueda los ojos— Te recuerdo que yo fui quien te maté.

He ahí el factor estresante de Fernando; agranda los ojos de manera descomunal, dejando de temblar y quedándose quieto.

—¿Oye, estás bien? —la parca decide acercarse con cautela. En un abrir y cerrar de ojos, literalmente, su visitante se hallaba postrado frente a Shin— ¿Qué demonios haces?

—¡Perdón! —una... dos... tres lágrimas dan inicio a un espiral de llanto y mocos— Perdóname; por no haberte dado el reconocimiento que debías desde antes, por opacarte, por dejarte en las sombras cuando merecías el mismo mérito que yo, por no ayudarte en tus peores momentos. Perdón por ser un mal hermano —alza la mirada, una mirada triste, arrepentida y lastimada—. Por culpa de mi ego nunca reconocieron tus métodos como oficial, a causa de mi orgullo quise ser el único héroe del pueblo, mi avaricia fue la razón por la que yo tuve todo y tú nada, pero lo peor fue que al no asumir las verdades y dejarte viviendo en las sombras te despidieron, caíste en el vicio de alcohol y nunca me preocupé por ti —se arrastra hasta mis piernas, aún con el mar que brota de sus ojos, intentando aguantarlas—. Te he hecho cargar con mucho odio, rencor, ira e incluso con mi muerte —el señor de cerca de 50 años se empieza a golpear la frente contra el suelo, sin atreverse a mirar a los ojos a shinigami.

—Te perdono —sube la mirada de manera lenta—. Me gustaría decir eso, pero no soy el indicado para eso —aquí está, la verdadera forma de este ser: con su capa negra desgastada, su pálida y huesuda piel junto a las esferas rojo sangre que conforman su rostro—. Ya que yo no soy tu hermano, no soy Arturo.

Su fría y cortante voz hace detener la respiración de Fernando, logrando que este la mire por primera vez a los ojos.

No hacen nada, ni la parca ni Montero. Solo se miran, como si se estuvieran hablando a través de miradas.

—¿Él está bien? —las primeras tres palabras salientes de la cálida voz de Fernando. A lo cual la muerte asiente en respuesta.

—Está bien y vivo —se sienta en el pasto seco de su patio delantero, a la altura de su compañero—. Ahora está en un centro de rehabilitación, no lo atraparon por tu asesinato y tu mujer lo está ayudando a salir adelante —se inclina la cabeza y se toca suavemente el mentón antes de decir las siguientes palabras—. Lo de la escuela, fue idea de tu hermano para darte un escarmiento, algunos estudiantes lo ayudaron. Todos están a salvo.

Alucinante, es la mejor palabra que puedo decir para este momento.
Un señor de la segunda edad, tendido en un océano de desconsuelo sobre los muslos ocultos bajo la túnica de la muerte. A su vez, está acariciando su cabellera canosa.

—Ya puedes estar tranquilo, héroe de Dumila, todos están bien y tú pronto te sentirás mejor —muestra sus afilados dientes en forma de una sonrisa dulce y aliviadora.

—Falso héroe, diría —secándose las pocas lágrimas que le quedan y soplando su la flema de su nariz, sonríe.

¡No! Maldita sea, tú debes causar miedo, no tranquilizar. La parca da un respingo en su lugar. Parece que oyó. Da igual. Shinigami mueve la cabeza hacia otro lado, a la vez que se aparta de Montero y se levanta.

—¿Pasa algo? —le cuestiona el susodicho.

—Nada malo, solo que es hora de que te vayas. Sígueme.

Sin ninguna otra pregunta que decir, el "héroe" sigue a la muerte hasta el interior del hogar.

Se detienen en donde se encuentra la palanca y al poner su mano encima de esta, siente el calor de otra mano sobre la suya. Dirige su mirada a Fernando.

—Gracias, por todo —sin más dilatación, jala la palanca con la mano de la parca debajo de la suya.

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