1.
- ¡Conejo, Conejo! ¿Dónde estás? - preguntaba una chica, buscando en todos lados a aquel ser mágico esconde huevos. - Te necesito, sal ahora. - ordenó ella, alzando incluso las piedras del bosque, en busca de aquel escurridizo animal.
Ella buscó de arriba abajo, en las madrigueras más grandes con las que se topaba; entre los arbustos, en el río y la pradera. Aquel animal no aparecía; pero justo cuando había decidido rendirse de encontrarlo, un huevito colorido apareció delante de ella, entre medio de una rama hueca de un árbol. Tomó aquel bonito objeto, girandose lentamente y viendo justo a quien buscaba pero con una expresión de pocos amigos.
- Es cuatro de abril, faltan cuatro horas para que amanezca y aún me falta llenar Minnesota, Dakota del norte y Sur, Wisconsin, Michigan y Lowa... ¡ASÍ QUE DEJA DE MOLESTARME! - Exclamó enfadado, provocando que sus orejas se notaran más grandes, y en opinión de la pelinegra, viendose tiernas.
- Se supone que la Pascua es el 17. - respondió ella, acercandose a aquel humano con orejas y cola de conejo.
- En Estados Unidos no, así que dime rápido que demonios quieres y déjame seguir trabajando. - gruñó.
- Sigueme. - y sin decir más, aquella mujer se elevó a una distancia considerable del piso, levitando y avanzando a una rápida velocidad, con el chico ahora siendo un conejo real sólo que mucho más grande, persiguiendola con la máxima velocidad que sus patas le permitían.
Para cuando llegaron dónde ella quería, el animal volvió a ser un humano, conservando únicamente sus orejas y rabo de lo que antes era.
- ¿Qué se supone que debo de ver? - preguntó confundido, sin saber bien cuál era el motivo de pérdida de su hermoso y valioso tiempo.
- Atrás del arbusto. - señaló ella, tomando asiento sobre la rama de un árbol, observando con delicadeza los movimientos de su orejudo amigo.
El tipo la miró incrédulo, revisando y encontrándose con una gran canasta cubierta. Cuando la alzó, sintió un ligero peso, haciendole pensar miles de cosas que pudieran estar dentro. - ¿Es comida? - habló intrigado, bajando el objeto hecho de mimbre.
- Abrelo. - le incitó. Dudando, el hombre abrió con lentitud la banasta, apartando suave la cobija que escondía el interior de ésta - ¿Qué dices?
- ¿Estabas embarazada? - preguntó el conejo, alzando lentamente al bebé que estaba ahí - Se parece al papá, no sé quien sea el papá, pero a ti no se parece en nada. - la miró.
- No es mío; - rodó los ojos - lo dejaron aquí. Tú eres el conejo de pascua, es tuyo ahora.
- Oh no, princesa. No tengo tiempo para niños - rió, intentando hacer reír a ese pequeño niño cacheton también.
- ¡Pero tú trabajas con niños!
- Estoy demasiado ocupado pintando huevos para hacer felices a los pequeños, no puedo hacerme a cargo de uno. - le aclaró, dejando al infante nuevamente en la canasta. - ¿Viste quien lo dejó?
- Sólo lo escuché llorar, y ahí está. - dijo ella, bajando del árbol a un brinco, siendo lenta y elegante su forma de tocar el suelo.
- Algunos queriendo tener hijos y otros tirando a los suyos como basura; - murmuró - bien, lástima. Si me permites, tengo huevos que esconder.
- ¿Lo dejarás morir? - preguntó la más baja, acercandose a la canasta, encogiendose mientras miraba al bebé.
- Cuidalo tú - propuso, ansioso por irse ya.
- ¿Realmente me lo estás pidiendo a mí? - incrédula, sintiéndose ofendida por el comentario del menor le cuestionó tal comentario.
- Muerte, linda. Realmente tengo las horas contadas, ¿Podrías al menos intentarlo? - la miró. - Si no quieres, sólo toca su nariz y final feliz. Cada quien sigue con lo suyo. - la pelinegra lo pensó. Sería la manera más fácil de hacer todo, pero ella no tenía esa valentía de acabar con la vida de un ser tan joven; mucho menos cuando éste le miraba sonriente, mostrando un par de incisivos inferiores, informando con ellos de que el pequeño niño ya tenía como mínimo unos 7 meses de vida.
- Se ve tan lleno de vida - murmuró ella.
- Yo, hoy no puedo hacer mucho; necesito ir a trabajar... Volveré pronto, sólo mantenlo vivo otras cuantas horas más, regresaré a ayudarte después; - dijo, dejándole otro huevo de chocolate, siendo su manera de decirle que con eso alimentara al pequeño, dejando caer un huevo esepecial al suelo después, abriendo un túnel para volver a Estados Unidos. - claro, si es que quieres mantenerlo con vida. - y sin más, se tiró dentro para después desaparecer de ahí, dejando en el lugar del hoyo, una bonita flor.
La chica bufó; ¿Cómo se supondría que cuidaría a un ser vivo? Más que nada, ¿A un bebé? Conejo lo ve tan fácil pero no es así, no es tan sencillo, al menos no para ella.
- Así que ahora sólo somos tú y yo. - murmuró la chica, comenzando a destapar aquel huevo de chocolate que el menor le dio. Una vez el chocolate del interior quedó revelado, comenzó a acercarlo al menor, lentamente intentando no tocar absolutamente nada de él.
El chocolate por fin tocó la boca llena de baba del bebé, quien comenzó a chupar aquel dulce postre, llevando tiernamente sus manos a las de la femenina, quien tan pronto como vio que el infante se acercaba a ella, dejó el huevo rápidamente, soltando un grito de sorpresa y asustando al pequeño ser humano que habitaba en la canasta; quien después de haber recibido el susto, comenzó a llorar.
- Oh, no, no, no, no. Pequeño, no llores - pidió ella, más alterada que ese cacheton.
Ella no sabía como callarlo, los llantos del chiquito la ponían nerviosa; comenzó a mecer aquel objeto de mimbre, siendo demasiado tosca en su intento por silenciarlo. El mango de la canasta se escapó de su mano, saliendo volando y callendo fuerte al piso, tirando de su interior al bebé, quien aumentó toda la fuerza de sus gritos.
- Perdón. - murmuró ella, agachandose cerca del niño, viendo como se deshacía en llanto. Lentamente, tomó la cobija que había acompañado todo el tiempo al contrario, comenzando a echarle aire con ésta, ya que se había puesto rojo de tanto llorar y eso comenzaba a preocupar a la más alta.
El niño parecía que no iba a callarse, y el cambio de color no parecía ser algo normal. ¿Por qué lloraba tanto? ¿Realmente fue tan duro el golpe que se dio? Si continuaba así terminaría sin respirar.
- ¿Puedes ser más silenciosa? Odio el ruido. - una ronca voz salió de entre las sombras, asustando de lo inesperada que fue a la pelinegra mujer.
- ¡Night! Tiré al niño, ayúdame por favor. - suplicó ella, viendo al más alto caminar en dirección del infante, con una expresión aburrida y cansada.
Gracias a su andar parecía deslizarse, algo extraño considerando que en el suelo sólo había pasto; pero era una ilusión bastante asombrosa viéndolo desde un ángulo perfecto.
Él azabache, sin decir más, tocó la nariz del infante, callandolo al instante y durmiendolo en el proceso. La muerte jadeo al ver ese gesto.
- Despertará en unos minutos llorando, busca otra forma de callarlo.
- ¿Tendrá pesadillas?
- Mi nombre es pesadilla, ¿Tú que crees? - respondió obvio, volviendo a las sombras y perdiendose ahí de forma perfecta.
Ella tenía que buscar la forma de mantenerlo feliz, ¿Pero como se mantenía feliz a un niño?
¡Con sus ídolos!
- Rata, ayudame; sé que tienes mucho trabajo y no nos llevamos muy bien que digamos, pero ese color morado no creo que sea normal. - súplicaba aquella pequeña mujer, teniendo en el ahora cesto al niño; mal acomodado y lleno de tierra gracias a que usó un palo para echarlo dentro. - No lo hagas por mí, sino por él.
- Soy un ratón, no una rata. - aclaró el detalle, molesto de tan fea equivocación. - Si vas a recoger los dientes en Ciudad Juárez y Cali, te ayudaré con el niño. - condicionó. - Necesito administrar a mis ratones y tú tomarías el lugar del que cuidará al niño; además de que el hada no me puede ganar.
- ¡Genial, acepto! ¿Dónde queda eso?
- Largo. - El ratón de los dientes, descartado.
- ¡Por favor! Sólo son cinco minutos, sus venas sobresalen de su frente.
- Casi amanece en Montreal y no tengo cinco minutos; entiende, necesito administrar a mis hadas; Pérez no me puede ganar. - Respondió la rubia chica.
- Yo puedo ayudarte, además de que hay más niños en otras partes que donde trabaja la rata, jamás te ganará.
- Pero en Latinoamérica son más agresivos; hasta las mamás les tiran los dientes a los niños. Tiene ventaja.
- Puedo tomar el lugar de tus hadas, apuesto que incluso puedo ser más rápida. - propuso la azabache.
- ¿A cuantos kilómetros por hora viajas? ¿Conoces Vancouver? - Cuestionó.
- No lo sé, ¿9 kilómetros? Y no conozco ese sitio, a penas y salgo de éste bosque, pero si me das la dirección...
- Vete, vienes en el fin del mundo. - Bien, ningún ser relacionado con los dientes es el correcto.
- Sabía que ustedes eran los expertos en esto, muchas gracias, Olivia. - Agradecía la pelinegra a las pequeñas hadas de las estaciones quienes habían conseguido callar al menor.
- Está todo bien, Muerte, sabes que siempre es divertido tenerte aquí; claro, simplemente si no tocas nada.
- No me atrevería. - sonrió ella, feliz de que el color normal del cacheton había regresado.
- ¡Genial! - alegó la pequeña mujer, buscando a su alrededor a un compañero. - ¿Has visto a Michael?
- Aquí. - se escuchó responder al rubio, su voz temblorosa y asqueada al hablar.
Su cuerpo había sido apresado por el tierno bebé, usándolo de chupete, ocasionando que ese blanquesino y rubio joven terminara babeado y con el cabello hecho punta. Una expresión llena de traumas le adornaba el rostro.
- Conozco su garganta.
Ieghhh.
- Parece que las hadas te odian, - mencionaba la pelinegra mujer bajita, cargando la canasta donde el niño estaba llorando. - aunque sé que no te importa.
- ¿Por qué llora el pequeño sol? - una alegre voz retumbó en el alardeoso bosque, llamando la atención de aquella pálida mujer.
- Oh... Sueños. - Jadeó ella esperanzada, sonriendo en cuando el brillo de ese alegre ser rodeó su aura.
- Es un mito eso de que llorar les hace bien a los bebés, sólo les dolerá su cabeza. - comentó el rubio, tocando la nariz del joven bebé; provocando que éste durmiera enseguida.
- Gracias al cielo y a ti, Sueños; no podía lograr hacer que callara. - susurró ella, viendo como el más alto sacaba al pequeño de la canasta para cargarlo él mismo.
- Santo sol, huele horrible.
- Sí, los animales están almacenando su excremento cerca o algo así. - agregó ella.
- No creo que sea eso, es el niño. - dijo el menor.
- ¿Se está pudriendo?
- Linda, los niños también hacen popo. - Respondió el alegre joven.
- Pero la canasta está vacia. - el chico se golpeó la cabeza mentalmente.
Ni siquiera se tomó la libertad de responder cuando acostó al bebé en el pasto, cambiando ese sucio pañal y tirandolo sólo para ver como un mapache lo jalaba consigo.
- Ieghhh. - Jadearon ambos adultos.
- ¿Y así desnudo lo voy a tener?
- Supongo que sí, despertará en unas horas con hambre, busca algo que darle. - Sonrió el chico, caminando lejos del bebé y la mujer.
- ¡Espera! ¿No quieres adoptarlo?
- No gracias. El que lo encuentra se lo queda. - rió él, respondiendo con amabilidad y gracia la pregunta.
La azabache bufó.
Y aunque se podría decir que estaba siendo un horrible día, todo mejoró cuando a penas el infante despertó, a nada de volver a llorar conejo había regresado con ella. Le dio como cena un huevo hervido, y como bebida llamaron a una mamá loba que se había prestado para alimentar al niño junto a su par de cachorros.
Había sobrevivido una noche con esos improvisados padres y parecía que se encontraría bien en un futuro, o al menos esa era una visión, manteniendo en alto que la esperanza de vida del infante fuera como mínimo de un año.
Aunque para la suerte de esos dos, sería una odisea que sobreviva otro día.
El conejo de pascua: Jungkook.
Nightmare (Pesadilla): Yoongi.
El ratón Pérez: Jisung.
El hada de los dientes: Sana.
Sueños: Hoseok.
Los demás me los inventé y me inventé su carita, así que no hay foto uwu.
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