Capítulo veintidós 💜
James
Observé con atención el suelo de tierra. No era como el de la plazoleta cerca de casa. Ahí había fango, y siempre que volvía con mi madre a nuestro pequeñísimo departamento, lo primero que hacía era quitarme los zapatos.
—James, no camines dentro de casa así, vas a ensuciar el piso, amor—me decía mamá con ese tono tan dulce.
Y entonces, los dejaba en la entrada.
—¿Quieres una galleta?—ofreció Berta, negué y pegué la cabeza a la cuerda del columpio—. ¿Qué tal un helado?
Volví a negar.
—Por favor, niño, debe haber algo que pueda hacer por ti—comentó, exhausta.
Me encogí de hombros.
—Me gustaría un abrazo—le comenté, avergonzado.
La mujer se acercó a dármelo. No se sentían como los de mi madre, pero era mejor que los pésames que había recibido durante toda la tarde.
—Te prepararé el chocolate caliente que tanto te gusta—avisó cuando nos separamos y acto seguido, se fue de nuevo a la casa.
Permanecí mirando a la nada más segundos de los que podía contar.
—¿Por qué tan triste, hermanito?—se burló una voz chillona.
Alcé la vista y me encontré a mi estúpido hermano Jake. Un niño presumido y fuera de órbita, que se creía la gran cosa. Todo porque se había criado con los bolsillos llenos de dinero.
—¿Qué no lo ves? Mi madré partió—le señalé la reunión dentro de la casa.
—Ah, ya, ¿Tanto escándalo por eso?—sonrió.
Solté un suspiro.
—Déjame—fue lo único que salió de mi boca.
—No seas llorón, muchos niños pasan por estas cosas y son valientes—intentó minimizar mi dolor—. No como tú, que solo lloras y lloras.
Llevó los puños a su cara e hizo un gesto como si estuviera llorando.
—Perdí a mi mami—se burló y ejecutó un falso sonido de llanto—. Estoy solo.
Una figura se apareció a mi lado.
—Menudo imbécil—dijo un pequeño Raven, vistiendo un diminuto traje negro.
—Ay, pero si es tu noviecito—continuó—. Los dejo para que se den un par de besos.
Pronto, se fue mientras soltaba una risa malvada.
—Qué tonto—Frunció el ceño Rav, mientras tomaba asiento en el columpio a mi lado—. A veces me pregunto si es realmente tu hermano.
—Lo es, lamentablemente.
Un silencio se instaló entre nosotros.
—Y...—comenzó—. ¿Cómo estás?
—Mal—concluí.
—Ahora vivirás aquí con tu padre.
—Parece—me encogí de hombros.
Otra vez, silencio.
Raven era el único amigo que tenía cuando pasaba los días en casa de mi padre porque básicamente, su progenitor hacia negocios con el mío. Nos habíamos vuelto cercanos pero no lo suficiente para que fuera mi confidente.
En la escuela pública a unas cuadras del apartamento, allí estaban mis verdaderos amigos: Frank y Eric. Esperaba verlos algún día otra vez, pero sospechaba que mi padre pensaba cambiarme a una de esas instituciones donde iban niños refinados.
—¡Ay, no lo puedo creer! Debe ser el pequeño James—exclamó una mujer, unos metros alejados de nosotros—. Pero si está hecho un trapo, pobrecillo.
Llevaba un plato cubierto de una tela metálica. Desde mi lugar, oliendo el aire, determiné que parecían ser muffins.
—Cariño, no hables tan alto, pueden oírte—le advirtió el hombre a su lado.
Ella asintió, avergonzada y volvió la vista a nosotros.
—Hola niños—se acercó con cautela y tanteó algo detrás de sus piernas que empujó frente a nosotros—. Ella es mi hija Liz, ¿Les parece si se queda con ustedes mientras le llevamos esto a tus padres?
En efecto, era una niña la que se escondía detrás de ella. Pero cuando su madre la expusó, se quedó por unos segundos, paralizada.
Me flechó el corazón, cuando la ví en ese vestido negro con ese peinado que seguro le había hecho su madre y que no le gustaba nada, porque se lo acomodaba cada tanto. En ese entonces, pensé en que era la niña más hermosa que había visto. Pero lo que más captó mi atención fue ese collar de piedras de colores que le colgaba el cuello, seguro lo había hecho ella.
No dió tiempo a contestar, la mujer se fue y nos dejó con esa niña revoltosa de ojos café profundos.
—Hola—saludó ella.
—Hola—le respondió Rav, despegándose de su asiento y entregando su mano—. Me llamo Raven, y soy el rey de España. Así que más te vale que me sirvas.
Ella frunció el ceño y la tomó con inseguridad.
—Mmmh, pareces ser muy joven para ser rey—determinó.
—¿Y?—la provocó, irritado.
A Raven no le gustaba que le llevaran la contraria.
Ella se sonrojó.
—Nada.
Me puse de pie.
—No te preocupes, Liz—le dije—. No es rey de nada.
Mi comentario la tranquilizó pero alteró a Raven, quién frunció el ceño.
—Pero no cuentes nuestro secreto—me riñó.
Liz se acercó a mí, ignorándolo.
—Lamento que hayas perdido a tu madre—me dijo y bajó la vista a sus pequeños zapatos de seda—. Si yo perdiera a la mía, estaría muy triste.
De todos los pesames que había recibido, el suyo fue el más significativo para mí y no era que haya dicho lo más poético del mundo, pero agradecí que fuera honesta. Y que no me mirara como todos los adultos, con esa clase de pena falsa.
—Gracias—me mostré cortés—. Pero no le pasará lo mismo a la tuya.
Ella asintió y rebuscó algo en el bolsillo de su vestido.
—Te hice esto para que te sientas mejor—me entregó un collar igual al que llevaba—. Lo hice yo misma, porque quiero ser diseñadora.
Bajé la vista a la pieza en mi mano.
—Pues, sigue practicando, porque ese collar está horrible—comentó Raven, inclinandose a un lado para poder verlo.
Y es cierto que el collar no era lo más estético del mundo, ¿Pero que se podía hacer? Estaba hecho por las manos de una niña. Además, me pareció adorable, era la primera que me regalaba algo hecho en casa, mi padre siempre me compraba regalos costosos que, luego, no me atrevía a usar.
Liz lo miró con los ojos entornados.
—Está perfecto—dije, pasandolo por mi cuello—. Gracias.
—Sé que acaban de mudarse, yo vivo allí—señaló la casa de al lado—. Si quieres jugar algun día, puedes venir.
—Lo haré—le sonreí.
Ella me sonrió también.
Mi madre no estaba, pero me hallaba seguro de que se había encargado de enviarme a una mujer tan maravillosa como lo era ella.
***
9 años después...
Cerré la puerta detrás de mí. Era bueno estar en casa, al fin. Sentía el cansancio no solo en mi cuerpo, sino también en mi alma.
Incluso, mi mente estaba quemada con tantas formulas. Por las tardes, le daba tutorías a Liz porque nunca se le dió bien química. Y no podía culparla, el profesor era todo un hijo de puta. Ni siquiera le importaba enseñar, solo pasaba los temas al pizarrón de forma rápida y en general. Luego, en los exámenes le gustaba colocar ejercicios rebuscados para enviar a sus alumnos a recuperar.
De todas formas, había un beneficio interesante en ser el tutor de mi mejor amiga, y es que podía verla todo el tiempo mientras intentaba resolver un problema. Y ella no lo notaba por mantener la vista en la hoja. Era un plan vespertino perfecto.
Siempre mis ojos contorneaban su rostro a detalle; repasaba su mirada, sus labios regordetos, el lunar pequeño en su mejilla y su nariz perfecta. Luego, mi mirada bajaba a sus pechos, que resaltaban de su escote cuando apoyaba los brazos sobre la hoja delante. Normalmente, era cuando meneaba la cabeza y volvía a centrarme en ayudarla.
Sin embargo, lo que más me fascinaba era cuando terminabamos la sesión y me miraba fijo con esos ojos marrones que brillaban bajo unas pestañas largas para decirme «James, voy a pagarte de alguna forma, te lo prometo. Ya me siento suficientemente mal con que tus padres costeen la matrícula».
En ese momento era inevitable, mi mente iba a pensamientos demasiado impuros, me habría gustado decirle «Nena, puedes pagarme ahora mismo, solo subamos a tu habitación». Pero no, nunca podría decirselo mientras seamos amigos, porque ella es importante para mí y quiero cuidar lo que hay entre nosotros. Así que le decía «No hay problema Liz, como te dije me encanta enseñarte. Y no te preocupes por lo de la matricula, mis padres quieren que recibas la mejor educación. Además eres como mi hermana».
Y mierda, no pensaba en ella como una hermana. Pero era como si me tratara de convencer a mi mismo.
Tiré mi chaqueta encima del sofá y de pronto, observé una figura bajita venir hacia mí. Una expresión de preocupación adornaba su rostro.
—James—dijo Berta con el tono de voz bajo.
Levanté ambas manos como forma de paz.
—Lo sé, lo sé, no debí tirar mi chaqueta sobre el sillón—reconocí mi error—. Lo siento, no volverá a suceder.
Tomé de nuevo la prenda, la cual ella me quitó con suavidad de las manos.
Meneó la cabeza.
—No es eso—niega—. Hoy Jake ha llegado borracho a casa.
Solté un suspiro.
Eso no podía significar nada bueno. Últimamente mis padres intentaban lidiar con el problema llamado «Jake», que se había convertido en el epicentro de todas las conversaciones y de cualquier pensamiento.
Ni siquiera sabemos que fue lo le sucedió, pero no me extraña que haya terminado así porque siempre tuvo un carácter de mierda. De igual forma, más allá de eso, encontró refugio en dos adicciones; el cigarro y la bebida. Y a veces, otras sustancias, teniendo en cuenta que el único plan que hacía los fines de semana era reunirse con unos tipos que conoció una vez en una fiesta.
En ese entonces me había mal acostumbrado a cubrirlo cuando se escapaba de casa. No porque él me lo pidiera, porque no quería hablarme, sino para no causarle preocupación a mis padres.
Las primeras veces que descubrí que había huido sin permiso, averiguaba dónde estaba rastreando su celular e iba a buscarlo. La vuelta a casa siempre era sencilla: no presentaba resistencia alguna, pues estaba demasiado borracho o drogado. Quién sabe, pero lo dejaba dormido en su cama. Al otro día, bajaba a la cocina por una pastilla para calmar el dolor de cabeza y fingía que yo no existía. Al final, como se escapaba todo el tiempo, decidí desistir.
—Berta, ¿Dónde están mis padres?—pregunté.
—En la cocina, la señora Foster está devastada—confiesa con los ojos rojos.
Supongo que a Berta le afectaba de igual forma que a mi madre porque ella siempre estuvo con nosotros. Más que una criada, era una confidente de la familia.
—No te preocupes—Acaricie el costado de su brazo para tranquilizarla—. Voy a ver qué pasó.
A medida que me fui acercando a la cocina, el cuchicheo se fue haciendo cada vez más presente. Pero cuando puse un pie en ella, un silencio se instaló entre mi padre y mi madre. Parecía que ella estaba llorando con su espalda apoyada en la encimera y él la estaba consolando.
—Hijo, llegaste—Intento sonreír mi padre.
Su mirada de preocupación lo delataba, por mucho que fingiera, se notaba que algo andaba mal. Luego, mi madre intentó secar sus lagrimas con la manga de su sueter y no hizo falta que de sus bocas saliera ni un sonido más.
—¿Qué pasó con Jake?—pregunté.
Papá exhaló.
—Llegó borracho, eso es todo—contestó.
—¿Y por qué Mandy llora?—repliqué.
Ella se acercó hasta a mí con los ojos nublados y colocó sus manos en cada uno de mis brazos. Fruncí el ceño.
—No pasa nada, cariño—le restó importancia—. Solo tuvimos una pequeña pelea.
—Comprendo—dije con calma, intentando que vea que estaba tratando de ser comprensivo para que me siga dando información—. ¿Qué clase de pelea?
Mandy se separó de mí y dió unos pasos hacia la encimera para rebuscar algo en los gabinetes. Cuando obtuvo una bolsa de frutos secos, comenzó a extraer las nueces, pues era lo único que le gustaba.
—Jake llegó a la casa y tu madre se acercó a recibirlo, pero lo encontró llevándose puesto los muebles, tambaleando—explica papá—. Tu madre trató de ayudarlo, pero él se enojó y pelearon. Ella le dijo que no puede venir a casa en ese estado, y él contestó...
—No importa—lo corta Mandy, que aún se encuentra en la tarea de dividir.
Él suspiró.
—Le dijo «Cállate, zorra»—concluye.
Ella detuvo su tarea para volver a derrumbarse.
No puedo negar que un gran sentimiento se indignación se adueñó de mi cuerpo. No, no era indignación, era rabia. No tenía derecho de tratar a su madre así, ¿Cómo siquiera podía insultarla? ¿Acaso había perdido el respeto a todo? ¿No se daba cuenta que en sus peores momentos era Mandy la que estaba detrás, alentandolo? Me puso furioso. Cómo siquiera no podía valorar todo lo que ella hacía por él, cómo no podía agradecer su presencia.
Sabía que nunca le habría hecho a mi madre, de tenerla, eso. Pero esa era la cosa, que no la tenía conmigo y él que sí, la trataba como una «zorra».
—Ya no sé que hacer—Mi padre se acercó y colocó una mano en su hombro—. Lo intentamos todo; pero no se presenta a las sesiones de terapia, no asiste a las reuniones de adictos ni tampoco quiere hablar con nosotros. Ni siquiera sé si está haciendo algo más que...
No pudo continuar.
—¿Por qué no lo enviamos a un internado?—le propuso mi padre—. Digo, quizás.
—No lo sé, ya va a cumplir dieciocho, deberíamos apurarnos.
¿Un internado? Era una locura. Nunca había ido a uno, pero dudaba que los chicos que iban allí serían tan tolerantes como nosotros. Al primer insulto que recibieran de Jake, le propinarian una paliza.
—¿Dónde está ahora?—interrogué.
—Arriba—indicó mi padre, sin importancia.
Me acerqué a uno de los cajones de la cocina, donde estaban las cosas del servicio y tomé una bolsa de residuos. Entonces, cerré el compartimiento con brusquedad. Luego, me dí vuelta en dirección a su habitación.
—James, no—me interceptó Mandy en las escaleras.
—Dejame intentarlo—fue lo único que dije.
Mandy intercambió miradas con mi padre, quién asintió y acto seguido, soltó mi brazo.
Sin nada que me detuviera, abrí la puerta de su cuarto y un olor repugnante a alcohol invadió mis fosas nasales. Caminé el pequeño pasillo con dificultad, apenas podía ver algo con la poca luz que proveía el televisor.
Encontré a Jake sentado en su sillón inflable viendo el canal de deportes mientras bebía una cerveza. A su alrededor, todo era caos; la habitación estaba destruida de arriba a abajo y como me temía, había latas de alcohol por doquier, además de que el piso estaba cubierto por colillas de cigarro.
No había notado mi presencia hasta que me acerqué hasta la ventana y subí la cortina tan alta que el sol invadió todo espacio que antes tragaba la oscuridad.
—¡Eh! ¡Pero, hijo de puta!—exclamó, furioso.
Se puso de pie y me miró, irritado.
Acto seguido, comencé a tirar las latas y colillas dentro de la bolsa de basura. No había mucha ciencia; había que limpiar ese desastre cuánto antes.
—Lamento haber arruinado tu plan de vida, que es...¿Mirar televisión todo el día hasta que te mueras? Eres un chiste—le dije impaciente mientras arreglaba el sitio—. ¿Por qué no has asistido a la sesiones de terapia?
—¿Te enviaron ellos?—se mofó, evadiendo mi pregunta—. No puedo creerlo.
—¿Has enviado tu carta a la universidad?—le pregunté—. ¿Estás haciendo algo de tu vida, además de beber?
Se quedó sin palabras. Perfecto, no había hecho nada más que eso.
—La llamaste «zorra» a Mandy, te pasaste—comenté.
Intenté bloquear mis oídos, esperando el ataque.
Se río.
—Esto no puede ser en serio—al parecer se divertía—. ¿Qué puede enseñarme un huérfano sobre madres?
Decidí no contestarle y seguir con lo mío, porque no quería pelear. No había subido a eso, pero bien lo podría haber insultado por ese comentario.
Me acerqué a su armario y rebusqué unas prendas de ropa decente, porque últimamente Jake se vestía con trapos. En serio, su estado era decadente, incluso se había dejado crecer la barba. Ni siquiera tenia idea de si se había bañado en estos días. O en este mes.
—Tienes razón, sí que me equivoqué, tu madre fue la zorra—escupió. Detuve lo que hice—. No perdió oportunidad de meterse con mi padre y el plan le salió redondo porque ahora vamos a compartir la herencia. Lastima que haya muerto antes de recibir el dinero.
Inhale y exhalé.
No pasaba nada, siempre me lo decía. Llegó el momento en que ni siquiera me importaba las babosadas que salían de su boca, que no las justificaba su crisis, porque siempre había sido así.
—No quiero tu dinero, no quiero nada, ¿Sabes? Quédate con todo—le dije, arrojándole la ropa que atrapó gracias a sus pocos reflejos. Se ve que se había despabilado un poco—. ¿De qué me sirve tener los bolsillos llenos pero estar vacío por dentro como tú?
Se río.
—Uy, que poeta—se burló—. Claro, todos usan ese cuentito de «Quédate con todo» cuando en realidad, están esperando el momento para que se muera la persona—comenzó—. No te creo nada, seguro eres un pretencioso igual a tu ma...
No lo dejé terminar, me le fui encima. Lo acorrale contra la pared, tomándolo del cuello de ese trapo sucio que seguro usaba de camiseta. Y lo hice tan brusco, que su cuerpo rebotó un poco hacia adelante luego de impactar contra la pared.
—Atrevete a decir una cosa más de mi madre—lo amenacé y no volvió a emitir sonido—. No me importa si quieres matarte aquí a alcohol y a cigarros. Realmente no me interesa en lo más mínimo qué va a pasar contigo.
Su pecho subía y bajaba con rabia, pero no dijo ni palabra.
—Pero hay abajo dos personas que están detrás de ti como si fueras un bebé, porque tienes diecisiete años y te comportas como uno—expresé entre dientes—. Ellos te aman. Mierda, si te pasara algo, nunca se lo perdonarían y tú estás aquí, despreciando todo su esfuerzo por sacarte adelante. Porque aquí todos te quieren ver progresar, menos tú mismo.
»No saben qué te pasa porque no hablas con nadie, te ven beber cervezas y fumando. ¿Cómo crees que se sienten viendo que su hijo se destruye a sí mismo y no pueden hacer nada?—le digo todo lo que hemos estado hablando a sus espaldas porque, ninguno, era capaz de hablar con él decentemente—. Tienes diecisiete años, es tiempo de que empieces a darte cuenta que es la única vida que vas a tener y la estás desperdiciando en vicios.
—Ya es tarde—concluye.
—¿Tarde para qué? Eres un adolescente, y aún si fuera que tienes cuarenta, aún hay tiempo. Siempre lo hay, solo debes pensar en el día de tu muerte e imaginar que es lo quieres ver cuando repasas tu pasado—le repliqué—. Hasta el momento, lo único que verás son tardes frente a un televisor en estados cuestionables. Por favor, ¿Siquiera disfrutas los programas?
Exhaló.
—No—fue lo único que salió de su boca.
—Jake, tienes que cambiar, tú lo sabes en tu interior. Pero cuando la voz de tu cabeza te intenta advertir, la duermes con sustancias—le fui directo—. No debería decirtelo pero están pensando en enviarte a un internado.
—¿Un internado?—preguntó, frunciendo el ceño.
Aflojé mi agarré y me aparté.
—Sí.
—Está bien, no lo harán—le quitó importancia—. Es algo que terminará en amenaza y además, cumpliré dieciocho en unos meses.
—No es solo una amenaza.
—Te aseguro que sí.
—Te digo que no.
Camina al centro de la habitación.
—¿Y por qué estás tan seguro?—preguntó con recelo.
—Porque si no cambias, como el hijo más razonable de los dos y por lo tanto el más escuchado, voy a manipularlos para que te metan en uno y pases los meses más horribles de tu vida antes de cumplir dieciocho—Alcé ambas cejas, como diciendo «¿Qué piensas de eso?»—. Lo haré, porque nada me haría más feliz.
No lo dije en serio, no me interesaba dañarlo y tampoco quería que lo metan a un lugar así, pero sabía que sí lo provocaba por ese lado, quizás se despertaría. Por supuesto que Jake no me caía bien, pero era mi hermano y el único que tenía.
Me miró fijamente por un rato para comprobar mi postura y cuando me mostré firme, su mirada se ablandó. Calló, pensante hasta que determinó:
—Voy a bañarme.
Se perdió en dirección al baño, y luego llegó a mis oídos, el sonido de la ducha. Suspiré, cansado.
Seguí con mi trabajo de limpieza, descartando botella tras otra.
—¡James!—exclamó una voz femenina.
Cuando alcé la vista, noté a través de la ventana de Jake, que Liz se asomaba de la propia de su habitación. Me acerqué y coloqué mis brazos en el aféizar.
—¿Todo bien?—preguntó mientras retorcía sus manos—. Creí oír gritos y vine a ver.
«No, Liz. Nada está bien, te necesito» como me gustaría poder decirle eso.
Le dí mi sonrisa más encantadora, lo que hizo que sus mejillas se tiñeran de rojo.
—Todo excelente, preciosa—le guiñé un ojo.
Sonrió y una extraña sensación de calidez se formó en mi pecho.
***
7 años después...
Damas y caballeros...
No, no me gusta.
Buenos días...
Demasiado informal.
Bajé las escaleras de casa y me dirigí al salon. Tomé asiento en una silla de la alargada mesa, cerca de Mandy.
Había platos y cubiertos para cuatro, pero solo estabamos nosotros dos.
—Esa corbata está preciosa—me alagó Mandy, cortando un waffle.
Miré hacia abajo y la enredé en mi mano. Era de color lila oscuro, realmente me hacían ver como todo un hombre de negocios. Además, sentía que podría darme suerte.
—¿Te gusta? La hizo Liz—reconocí.
—¿Te hizo una corbata para la inauguración de la empresa? Eso es un gran detalle de su parte.
La inauguración era todo un evento, se colocaría un escenario y un atril. Habría un listón rojo bloqueando la entrada, esperando que sea cortado y un montón de gente interesada en mi negocio.
Había preparado mi discurso con una semana de anticipación pero parecía que las palabras no funcionaban. Algo había cambiado desde el momento en que las escribí. Ese día me sentía nervioso y eso es lo que me hubiera gustado decir, pero claro, no podía demostrar ni un ápice de inseguridad. Era el jefe y nadie iba a querer invertir en una empresa cuyo líder era débil. Tenía que controlarme.
—Sí, lo es—sonreí, involuntariamente.
Berta se entrometió por mi costado con una jarra.
—¿Café?—me ofreció. Asentí y cuando terminó de servirme en la taza, colocó una mano en mi hombro como gesto de apoyo—. Que todo salga bien hoy, nene.
—Gracias, Berta—Le sonreí y tomé su mano—. Esperemos que sea así.
Se alejó con una sonrisa de orgullo y le sirvió otra taza a Mandy.
De pronto, por el umbral de la puerta apareció Jake vestido de traje. Tomó asiento frente a mí.
—Hoy es la inauguración de la empresa tu hermano, ¿Estás feliz?—le preguntó Mandy.
—Como una perdiz—comentó con ironía.
Mandy soltó un suspiro y me miró mientras meneaba la cabeza en una forma sútil de decir «No le prestes atención, seguro está feliz».
—¿Vas a ir?— lo interrogó ella.
—Estoy intentando cerrar unos negocios para papá—comenzó a excusarse, lo que no le gustó nada a Mandy—, así que no cuenten conmigo.
Solté un suspiro.
—Entiendo, me gustaría que vinieras porque...—intenté persuadirlo.
—No puedo—me cortó.
Bien, entendí. Después de tantos años, seguíamos en conflicto.
—Pero es un día importante para tu hermano y...—intentó convencerlo ella.
—Mamá—la llamé y de inmediato, hice un gesto para que viera que no había de qué preocuparse. Ella se mostró comprensiva.
De pronto, papá ingresó al salón entusiasmado.
—¡Ja! ¡Miren los titulares del periódico de esta mañana!—Agitó el papel de su mano mientras tomaba asiento. Leyó:—. ¡James Foster abre una nueva empresa en el centro de la ciudad!
Reí cuando comenzó a agitar mi hombro.
—¡Ese es mi muchacho!—alentó.
De pronto, a mis oídos llegó el sonido de la puerta de la entrada seguido de unas voces conocidas.
—Piensa, si estuvieramos en un apocalipsis zombie, tú morirías primero—escuché a Raven decir en el pasillo—. ¿Qué podría hacer una diseñadora? ¿Un desfile de muertos?
Sabía que él era quién entró primero pero mi mirada cayó, por costumbre, en ella.
Llevaba un vestido de color turquesa. Básico, lo habría descrito Liz, pero yo no sabía mucho de eso, de lo único que tenía noción era de lo hermosa que se veía.
—Espero que los zombies vayan por ti—determinó ella, frunciendo el ceño.
—No lo harán, buscarán personas con cerebro—contesté, divertido.
—¡Oye!—se quejó Raven, mientras tomaba asiento junto a Jake.
Cuando Liz arrastró la silla a mi lado, noté que una sonrisa discreta le adornaba el rostro. Entonces, solo por ese pequeño gesto, mi broma había valido la pena.
—¿Cómo estás?— me preguntó, juntando sus manos, entusiasmada.
—Bien—Solté un suspiro.
—¿Qué dice tu discurso? Espero que hayas incluido unas líneas de agradecimiento para mí—Raven colocó los dos pies sobre la mesa mientras llevaba los dos brazos hacia su nuca, en una postura de relajación.
En ese momento, Berta ingresó al salón y le bajó los pies de un golpe. Intercambiaron miradas asesinas.
Los agradecimientos...Repaso el discurso en mi mente: esta empresa es mi proyecto de vida etc etc, espero que podamos expandirla a otros países etc etc, negocios, cantidad de empleados, rendimiento y punto final. Perfecto, había olvidado agradecer a mi familia.
—Mierda, olvidé los agradecimientos—contesté, agobiado mientras rascaba mi nuca.
—No te preocupes, todo va a salir bien—dijo mamá, intentando tranquilizarme.
—A menos que se ponga nervioso—replicó Jake, con una sonrisa maliciosa—. Me refiero a que toda esa gente y sus celulares, dispuestos a grabar la mínima falla. Me preguntó cuál será: si se te olvidará cortar el listón, no te saldrán las palabras o quizás te caigas al subir al escenario.
Quizás sus palabras habían calado más profundo de lo que pensaba, porque tenía mi cabeza dando vueltas y el aire comenzó a faltarme.
—¡Jake!—lo reprendió papá, como si tuviera dieciocho años. Pero no, tenía veinticinco y se comportaba como un niño.
Tuve que ponerme de pie.
—Disculpenme, voy a buscar algo arriba—me excusé para poder moverme hacia otro sitio.
Cuando me metí a mi habitación, tomé asiento en mi cama—sobre las sabanas de figuras de astronautas que alguna vez elegí—y pasé una mano por mi rostro con frustración.
No era que me costará mucho hablar con otras personas, pero dar un discurso frente a tantas, era una locura. Y pensar en toda esa atención sobre mí, estaba ejerciendo presión en mi cráneo. No podía respirar.
—¿Puedo pasar?—preguntó una voz femenina.
La figura de Liz, se encontraba en el marco de la puerta, con los nudillos al aire porque acababa de golpear la madera.
Suspiré.
—Sí, claro.
Se acercó hasta mí y aunque, lo convencional habría sido sentarse a mi lado, decidió arrodillarse en el piso cerca de mis piernas. Y de mi rostro, porque en ese momento, estaba cabizbajo.
—Jake solo estaba bromeando—su dulce tono era música para mis oídos, esbozó una sonrisa de pena.
Colocó una mano sobre mi rodilla, no sin antes dudar por unos segundos, como si se estuviera debatiendo si era apropiado.
Carraspeé y junté las palmas de mi mano.
—Lo sé—Mejor era ahorrarse tocar el tema, podría haber argumentado sobre las intenciones de Jake, que claramente eran malas. Pero decidí enfocarme en otra cosa, en otro problema más grande.
Hice algo que la paralizó: apreté su mano. Fueron dos segundos, pero la ví quedarse sin aire. ¿Tan horrible sentía mi tacto? Me obligué a deshacer mi movimiento.
—Siempre me cuesta saber cuándo estás nervioso, creo que...lo ocultas muy bien—confiesa, lo que hizo que en mi cara apareciera una sonrisa—. Pero tus ojos no mienten.
—¿En serio?—La miré con fijeza mientras los entornaba, tratando de provocarla—. ¿Qué dicen ahora?
El mensaje que le quería transmitir era claro, pero quería ver si lo captaba o si buscaba siquiera comprenderlo.
Sus mejillas se pusieron rojas.
—Que...estás muy pero muy nervioso—determinó, desviando la mirada.
Solté un suspiro.
—Para ser honesto, no sé que estoy haciendo—No he hablado de esto con nadie más, así que admitirlo en voz alta cuesta un poco—. Pienso que soy muy joven e inexperto para llevar una responsabilidad así.
Cuando volvió a mirarme, en su cara se distinguió una sonrisa
—Entiendo—dijo.
—Miles de familias dependen de que tome las decisiones correctas y si no lo hago, podría dejarlos en la calle—comenté, abrumado—. Esto es demasiado para mí.
Aplastó sus labios, dubitativa.
—Creo que lo que piensas es muy acertado —me elogió. Extraño, pero parecía que así era—, Y también es bueno que seas consciente de que tienes una responsabilidad grande, así siempre llevarás los negocios con seriedad.
—Quizás sea así—cedí—. Pero no cambia el hecho de que realmente podría dejarlos sin nada.
—Debes permitirte cometer errores, tienes veintitres años—respondió, siempre tan asertiva—. Lamentablemente, el negocio puede salir bien o mal, pero al menos lo habrás intentado.
¿Intentarlo? No me cabía en la cabeza. Las cosas debían salir perfectas. Siempre había sido demasiado autoexigente conmigo mismo, por mucho tiempo quise ser el hijo perfecto. Quise ser el huerfano que para mis padres valió la pena recibir en su casa.
¿Y qué habrían pensado ellos si mi compañía se venia abajo? Sería una decepción. No podía permitirme fallar, cada tiro debía ser acertado. Y la presión me estaba ahogando.
—James—acercó su rostro al mío, procurando que vuelva de mis pensamientos—. ¿En qué piensas?
—Quiero ser el hijo perfecto, Liz—le fui franco—. Para mis padres, porque ellos lo merecen, han hecho demasiado por mí y no quiero fallarles. Sé que no tenían porque quedarse conmigo y encargarse de todo, pero lo hicieron—señalé mi pecho—. Y siento que les debo más de lo que les he dado.
Ella exhaló.
—P-Para mí, tú eres perfecto—me dijo, aunque noté su voz temblorosa.
Tomé su mentón con lentitud. Como me habría gustado plantarle un beso, pero solo me limité a decirle:
—Eres dulce como la miel—Y me puse de pie, caminé unos metros—. Pero sé que estoy lejos de serlo.
—Tus padres—comenzó e hizo que volteara en su dirección. Esta vez, su cara entera se había teñido de carmesí—. O al menos tu papá, sí tenía que darte todo lo que te dió, porque eso es lo que hace un buen padre. Y normalmente no esperan mucho a cambio, solo que los quieras. Así que, no tienes que presionarte tanto. Mejor dicho, no lo hagas.
Se puso de pie y mientras acomodaba mi camisa, continuó su discurso.
—Sé que te abruman muchos pensamientos, pero solo tienes que alejarlos y confiar en que las cosas saldrán bien—me contuvo—. Ya verás que no pasa ninguna de esas cosas que él nombró. Solo concéntrate en leer el papel. Si te quedas en blanco, puedes mirarme, y hablarme a mí.
Alejar y confiar, podía intentarlo. Además, con esfuerzo la mayoría de las cosas salían bien, así que no tenía que abrumarme porque daría todo de mí para que la compañía saliera a flote.
Y Liz tenía razón, mis padres no me habían pedido mucho más que lo típico de ser una persona buena. Pero en fin, siempre esa voz ganaba la batalla. Esa misma que me impulsaba a conseguir un máximo rendimiento, me destruía por dentro.
Se apartó en cuanto concluyó que mi imagen estaba bien.
—¿Y te guiño el ojo, no? Como señal de «Salgamos corriendo de aquí».
—O me guiñas como «Esto es facilisimo»—repuso, mientras reía.
Intercambiamos miradas y permanecímos en silencio. No había nada más que decir, pero entendímos que necesitabamos del otro como el respirar. Me imaginaba muchos momentos junto a ella, pero nunca podía compartirselos, tenía miedo.
—Voy a tener que conseguir un nuevo apartamento, ya no puedo dormir aquí con las sábanas de astronautas—corté la tensión—. Arruinaría mi reputación como jefe.
Ella se río.
—Es una buena idea.
Comenzamos a caminar hacia el salón, otra vez.
—¿Vas a venir a visitarme, no?
Ella asintió, entusiasmada.
—Claro, iremos con Raven—dió saltitos.
Eso no es lo que quise decir, para nada.
—¿Y si te invito a ti, sola?—le pregunté, ella se paró en seco a unos centímetros de la puerta del salón.
Parpadeó, impactada.
—Pero, ¿Qué haríamos?—salió de su boca.
—Te lo cuento después—concluí con una sonrisa antes de regresar a mi asiento.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro