Capítulo treinta y cinco (Final) 💜
¡HEY TÚ! Sí, tú que estás a punto de leer el final, no olvides dejar tu estrellita <3
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Lizzie
Asomo mi cabeza por el pasillo y ahogo un pequeño grito cuando veo a una figura a través del vidrio de la puerta.
Cuando volteo a mi costado, noto a la hermana de Greta con la espalda contra la pared y una expresión de horror en el rostro.
—Tranquila, quizás son vecinos que vinieron a pedir azúcar—le digo e intento fingir una sonrisa.
Uso las palabras en plural porque resulta que cuando bajamos las escaleras, un cuchicheo se hizo presente en el frente de la casa. De forma que nos enteramos que hay dos personas queriendo entrar y debido a ello, decidimos dividirnos en dos grupos: Joana y Esther cubriendo la puerta trasera, donde oímos los pasos y Ariadna conmigo vigilando la puerta principal.
—Ah sí, claro a esta hora—comenta, sarcástica—. Muy conveniente.
Ni siquiera momentos como este pueden apagar la actitud de una adolescente enojada con la vida.
Pero, la verdad es que tiene mucha razón. ¿Quién golpea la puerta de una casa a estas horas? Está claro que quien sea, no tiene intenciones buenas. Oh, carajo. Nunca pensé que estaría en una situación igual. El palo de Hockey tiembla en mi mano, no puedo mantenerla quieta. Esto es horrible, quiero cerrar los ojos y transportarme a otro sitio.
No, soy una adulta y puedo manejarlo.
Empiezo a pensar alguna estrategia para inmovilizar al ladronzuelo y llego a la conclusión de que debería intentar que entre en la casa para golpearlo con el palo.
—Vamos a acercarnos y a colocarnos junto a la puerta—detallo nuestro plan—. Abriré un poco y cuando el ladrón ingrese, lo golpearé con el palo.
Ariadna asiente con cautela.
Vuelvo a asomar la cabeza y me doy cuenta que la figura parece estar más cerca. Entonces, debo tomarme un momento para cerrar los ojos y respirar antes de comenzar a avanzar.
Cuando me armo de valor, empiezo a caminar de puntillas y Ariadna me pisa los talones, procurando hacer el menor ruido posible. Me detengo al llegar al frente del mueble recibidor. Es una pequeña mesa con un jarrón y un frasco donde la familia arroja las llaves cuando llega a la casa.
Miro a Ariadna, quién acaba de apoyar sus manos en mis hombros como forma de protección, y asentimos al mismo tiempo.
La figura sigue allí, inmóvil. Parece ser un hombre bastante alto y de pelo corto. Analizo a dónde debería ir direccionado mi golpe y concluyo que le apuntaré a su cabeza.
Un rayo de electricidad me recorre el cuerpo por lo que estoy a punto de hacer. Pero trago saliva y finalmente, abro con lentitud la puerta.
Al principio, no pasa nada. La sombra no se mueve –aún puedo verlo a través del vidrio— y creo que se quedará allí en el porche hasta que avanza y el corazón se me encoge en el pecho.
Entonces, cuando veo al enorme hombre pisando dentro de la casa, cierro los ojos y simplemente golpeo.
Pero en lugar de una queja por parte de la persona a la que herí, parece que por el lugar resuena un ruido igual a cuando rompes un jarrón.
Cuando vuelvo a abrir los ojos me quedo muda.
Efecto Foster.
El ladrón es James, y no, no es una ilusión óptica. Él está aquí, vivo y con la cara llena de golpes pero no producidos por mí, porque al parecer no soy buena apuntando a lo quiero.
Miro el piso, donde los pedazos del jarrón del recibidor se encuentran desperdigados por el suelo, y cuando elevo la mirada me doy cuenta que James está haciendo lo mismo.
—¿Qué pasa? ¡Dale con fuerza, otra vez!—alienta Ariadna, que aún no sabe quién es.
Ante esas palabras, James levanta la mirada y me sonríe.
—¿Me ibas a golpear con eso?—pregunta.
Escondo el palo detrás de mi espalda.
—No—miento.
Él alza una ceja, divertido y las mejillas se me encienden.
—Bueno, pero, ¿A quién se le ocurre aparecer así a esta hora de la noche?—lo cuestiono.
—¿Así cómo, exactamente? Iba a tocar la puerta hasta que se abrió sola.
También es mi culpa.
—¿Y tú entraste? Qué mal de tu parte.
Se encoge de hombros.
—Pensé que quizás había sucedido algo.
Abro la boca, dispuesta a a contestar pero me detengo antes de que mi humillación sea peor. Debe pensar que estoy loca o algo así.
—¡Ey, eres el de la televisión!—lo reconoce Ariadna mientras ríe.
James rasca su nuca, avergonzado.
—Ah, sí, hoy no he tenido el mejor de los días...—contesta.
Bueno, parece que no soy la única humillada.
—¡Le prometo señora que soy un hombre bondadoso y honrado!—Raven aparece en la sala de estar y se escuda detrás del sofá.
Al parecer, Joana lo persigue detrás con uno de esos palos de amasar con los que estiras la masa de pizza para que se aplane. Pero cuando Rav se posiciona detrás del sillón, ella lo mira del otro lado con el ceño fruncido.
—Bueno, mejor dicho, soy un hombre honrado—corrige con una sonrisa, aunque se queda pensando respecto a lo último y vuelve a modificar:—. Soy un hombre.
De pronto, Esther aparece por el umbral con un cuchillo en la mano y una actitud amenazante. Ahora mismo diré que la verdad da mucho miedo con su bata rosa que le llega a los pies y su gorra de dormir sobre la cabeza. No hay nada como una abuelita guerrera para defender a la familia.
Rav tuvo la peor parte, eso seguro.
Entro a la sala con la misión de apaciguar las aguas que están bastante turbias en este momento.
—No le hagan daño, está bien—les digo—. Lo conozco hace años, no es un ladrón.
Ellas bajan sus armas al instante y puedo ver que una expresión de confusión les atraviesa el rostro.
—¡Liz!—exclama Rav y se acerca a darme un abrazo.
Lo acepto con ganas y siento la mirada de James clavada en la nuca.
No creo que le agrade la idea de que lo salude así en absoluto. Pero me importa poco y nada. Tendrá un recibimiento de esta índole cuando lo merezca.
—Lo siento—le digo.
—No te preocupes, merezco ser perseguido—confiesa—. Debí pararte cuando hablaste, pero te ví tan segura de hacerlo que simplemente te dejé.
—No, está bien–le digo—. La verdad tenía que salir a la luz.
Cuando nos separamos, lo veo sonriendo con complicidad. Y volteo hacia James.
—Hija, es el de la televisión—Esther se acerca al pelinegro con emoción—. ¡Está en nuestra casa!
—Tú tienes mucho dinero—Ariadna da unos pequeños saltitos en el lugar—. ¿Estamos en una cámara oculta y en realidad ganamos un millón de dólares?
James alza una ceja.
Entonces, Joana decide intervenir en el pequeño encuentro que se está formando.
—¿Qué pasa aquí?—Coloca una mano en su cintura.
—Vine a hablar con Liz—responde James y clava los ojos en mí—. Vine a hablar contigo.
Me quedo inmóvil, sin poder mover las piernas.
Las miradas convergen en mí y es imposible no sentir la presión de decir algo. Pero tampoco tengo claro qué hacer.
Para mi suerte, Joana toma las riendas de la situación.
—Creo que es momento de que los dejemos solos—se acerca a las dos interrogantes y comienza a empujarlas fuera del sitio.
—¡¿Qué?! ¡Por qué!—se queja la adolescente cuando es arrastrada contra su voluntad hacia la cocina.
Mientras Ari insulta y se muestra irritada con la decisión de Joana, lo que hace más difícil su retirada, Esther se queda embelesada viendo a James y por eso, a su hija no le toma esfuerzo llevársela.
Cuando quedamos solos, después de mucho tiempo, se siente el aire más pesado y denso.
La ultima vez que lo ví fue hace unos días, antes de mi confesión y no tenía las marca violácea debajo de su ojo ni el moretón en su mejilla. Y lo admito, me inhibe un poco de verlo en este estado. Parece que Jake ha querido cobrar años de resentimiento, y no dudo que mi amigo también lo haya hecho. Me pregunto si su hermano lo interceptó de camino aquí, porque me sorprende la rapidez con la que ha sucedido todo.
—Estoy un poco sediento del viaje—llama la atención Rav mientras frunce los labios—. Iré a buscar un vaso de agua.
Asiento.
Por poco me olvido que mi amigo estaba aquí. Cuando lo veo irse a la otra habitación, mi corazón comienza a latir nervioso. Y el ritmo aumenta aún más cuando veo que James da unos pasos hacia mí.
—Liz...—comienzo.
Le doy una mirada al umbral de la cocina. No quiero hacer esto aquí en el medio de la sala. Algo me dice que no es suficiente privacidad y tengo miedo de que alguien venga cuando las cosas se pongan feas entre nosotros, porque presiento que lo harán.
Sin previo aviso, tomo su brazo y lo obligo a subir las escaleras. Nos encierro en la habitación de Zek.
Mientras James deambula por el pequeño espacio, aprovecho para dejar el arma en su lugar y encender la luz.
—Qué rápido—suelta, observando la cama—. Creí que llevaría más tiempo pero tú método me agrada.
Al instante, voltea para mirarme de arriba a abajo y su sugerencia me obliga a tragar saliva.
¿Qué?
—¿Qué quieres, James?—lo interrogo—. ¿No tuve suficiente? ¿No me heriste bastante como para venir aquí e insistir?
Si soy sincera, no lo quiero aquí. No quería verlo y lo sostengo. Ahora solo me pregunto «¿Para qué?», preferiría que dejara las cosas como están y que cada uno tome un camino distinto. Si al final no me quiere, no necesito que venga a tratar de arreglar nada. Aunque crea que por nuestro código de amistad deba hacerlo y sí, pienso que por eso ha venido. Le inquieta que nuestra amistad se pierda, que deje de seguirlo como perro faldero que acata órdenes.
Mis palabras lo hacen entornar los ojos.
—Liz, yo no vine a...
—¡No te puedes aparecer y desaparecer así como así en la vida de las personas!—lo acuso—. No soy una muchacha que acabas de conocer hace dos segundos y si fuera así, tampoco tendrías derecho de jugar conmigo.
—Lo tengo claro, de verdad—alza ambas manos en señal de paz—. No quiero herirte.
—¿A qué vienes, entonces?—le preguntó—. Yo decidí irme, respétalo. Ahora, da la vuelta y regresa al hotel.
Me alejo un poco hasta quedar a unos metros de la ventana por donde se puede visualizar un hermoso cielo estrellado.
Detrás de mi, se oye el rechinido de la estructura de la cama. Acaba de tomar asiento.
—Te amo.
—¿Qué?—me doy la vuelta.
—Te amo—vuelve a soltar—. Demasiado, y estoy confundido. Sé que eres el amor de mi vida y me siento cohibido.
No creo que él haya dicho lo que haya dicho, ¿O sí? Debo estar alucinando o quizás me afectaron las pocas horas de sueño porque James está confesando sentimientos. No, de verdad, él está hablando sin que se lo haya pedido.
La última vez que me dijo que me amaba era porque quería convencerme de unirme a su plan. Ahora, es extraño oírlo de su boca sin intenciones detrás. Si es que no hay intención detrás.
—No sé qué hacer, no sé cómo actuar ni qué debería decirte—confiesa—. Creo que por primera vez en años, esto es algo que no puedo planear y ciertamente es aterrador.
Me acerco a él con cautela, temo que sea parte de mi imaginación y se desvanezca en el aire apenas lo toque.
—¿No estás enojado por lo que hice?
—Ya te dije que nunca podría enojarme contigo, ¿No?—comenta, sonriendo.
—¿Y me quieres?
Mi pregunta lo hace sonreír con diversión.
—Lamento ser insistente pero tengo que confirmar que entiendo lo que me dices—me tiemblan las manos de nervios.
Mi experiencia me ha enseñado que puedo ilusionarme sola, sin señal alguna de su parte. Ahora necesito que me confirme todo lo que entiendo, para no caer de nuevo en una decepción.
—No te quiero, Liz—comenta, lo cual me confunde y decepciona un poco pero las esperanzas vuelven cuando aclara:—, yo te amo.
Dejo de respirar más segundos de lo que puedo contar y hay muchas mariposas revoloteando dentro de mi estómago.
Mi agitación aumenta cuando lo veo ponerse de pie para acercarse. Y no puedo moverme, o más bien, no quiero hacerlo. Permito que se quede unos centímetros lejos de mi, que nuestras respiraciones se mezclen y el espacio entre nosotros sea pequeño.
—¿Ahora vamos a estar juntos?—le pregunto.
Me imagino su respuesta pero para mi sorpresa, pasa sus brazos por mi cintura y apoya su frente sobre la mía. Entonces, rodeo su cuello para sostenerme y cierra los ojos con parsimonia.
¿Por qué no responde? Esta debería ser la parte en la que nos besamos sabiendo que todo va a estar bien y viviremos felices por siempre. Pero no dice nada. ¿Por qué no me dice que sí? ¿Por qué no emite ni una palabra? Estamos cerca de la meta, del objetivo y parece que quiere arruinarlo todo con un silencio inoportuno.
—¿J-James?
Cuando pronuncio su nombre, abre los ojos con lentitud y esas dos joyas azules es en todo lo que puedo pensar. Pero están oscuros, su mirada es diferente a la de cuando algo lo anima, en cambio, parece estar deprimido y triste.
—Sabes que no soy quién solía ser, ¿No?—pregunta.
Lo sé, tengo claro que James no es el sujeto que conocí hace mucho tiempo. Pero tampoco es un caso irreversible, en el fondo, sigue siendo él y con algo de ayuda, podría dejar de sufrir por un pasado tormentoso. Además, yo lo sigo queriendo. Dije que no, pero cuando lo tengo en frente, mis sentimientos adormecidos por una falsa represión temerosa, se despiertan y no tengo forma de pararlos.
—Está bien, yo te quiero así—le digo.
Un sentimiento de nostalgia se aloja en mi pecho al instante que dejo de sentir el calor de su piel cuando él decide separar nuestros rostros.
—Liz, eres muy dulce...—Me dice con una sonrisa.
Siento el calor en mis mejillas, aún no me acostumbro a escuchar salir cosas como esas de su boca y en especial, que estén dirigidas hacia mí.
—Pero estoy roto, amor—concluye—. Tú lo sabes, yo lo sé y tenemos que aceptarlo.
—No estás roto, James, mira cualquiera puede desviarse y tomar un camino equivocado...
—Lizzie—me detiene—. Está bien.
Trago saliva, porque se ha formado un nudo en mi garganta y honestamente, duele.
Lo proceso con tristeza y amargura. A partir de ahora hay dos palabras que se marcarán como fuego en mi mente: «Está bien». Y no sé cómo refutarlo porque su expresión me dice todo. Me dice que lo ha entendió y aceptado, que no se siente definido por eso pero que tampoco le agrada la idea de ver los pedazos de él mismo desperdigados por quién sabe dónde.
Y lo peor, es que sé lo que se avecina. Pero ruego que no lo diga, que no lo haga.
—De camino aquí, estuve pensando grandes actos de amor para recuperarte—esboza una sonrisa amarga—. Pero ahora sé que el mayor acto de amor que puedo hacer es dejarte ir.
La flecha me atraviesa el corazón y no de forma amistosa. La punta está enrollada entre mi órgano, mi pecho sangra sin cesar y me duele. Duele mucho.
Me alejo de su cuerpo como si fuera un hierro caliente. Su despedida no me gusta, me sabe a excusas, me sabe a irresponsabilidad sentimental y a otras basuras. No era necesario que volviera a meter el dedo en la llaga. No después de haberme dicho que me ama, es que ¿No significa nada? Al final, siempre es lo mismo.
—Lizzie...—trata de volver a acercarse estirando su mano.
Cuando la aparto, me mira sorprendido.
—Dijiste que no viniste aquí a herirme—le digo con frialdad.
—Es lo que estoy intentando hacer.
—¡No me estás dejando ir, estás huyendo!—le escupo lo que pienso en la cara.
Se queda atónito, perplejo y abre los ojos sin poder creer lo que oye. Pero es la verdad, es la realidad que evita, es lo que me hace sentir.
No otra vez, no la humillación invadiéndome como la vibración de cuando golpeas algo muy fuerte, probablemente aquel objeto herido sea mi ego. Tan frágil, y débil, siempre espero que me diga lo que quiero escuchar pero nunca llega.
Me dirijo a la puerta, no soporto esto ni un minuto más pero en cuanto nota mi intención, bloquea mi paso y se atrinchera contra mi única salida.
—¡¿Es eso lo que piensas, de verdad?!—exclama, dolido—. ¿Que yo no quiero estar contigo y trato de evitarlo?
—Sí—respondo, firme.
Intento sostenerle la mirada desafiante pero me veo obligada a desviarla. No puedo ni siquiera ver sus ojos, estoy furiosa. Quiero que desaparezca ahora mismo o se vuelva transparente y me permita irme.
Siento su brazo rodear el mío, y me sorprendo cuando me atrae hacia sí.
—Mírame.
No lo hago.
—Mírame, Liz—vuelve a pedir.
Cuando vuelvo a negar, siento que su aliento cerca de mi oreja porque acaba de suspirar como si no esperara esto de mí.
—Voy a irme del país un tiem...
—¿Cuánto?—no llega a completar la frase que mi pregunta ha sido disparada en su dirección.
Me cruzo de brazos, aún de espaldas y sintiendo su cuerpo detrás del mío.
—No lo sé, unos meses quizás.
—Perfecto, vete.
—¿Vas a escucharme?
—Oí suficiente.
Oigo una mínima risa, casi puedo imaginar la forma en la que sonríe por mi comentario.
—Eres imposible cuando quieres—comenta, divertido. Luego susurra muy cerca de mi oído:—. Deja de coquetear conmigo.
Me alejo unos centímetros, como si me produjera asco tenerlo respirando el mismo aire. No me causa gracia su broma y por sus ojos centella un rayo de tristeza.
Simplemente veo pasar mi final feliz por el costado. Y duele, carajo. Dolió cada vez que lo sentía cerca y se alejó, y me hiere ahora que creí que podría ser algo seguro.
—¡No es justo!—grito.
—Amor...
—¡No! No me vengas con amor y ese tono de pena—lo ataco.
Lágrimas de impotencia comienzan a empapar mis mejillas y el peso de mi cuerpo, que parece haber aumentado, me obliga a tomar asiento en una de las camas.
—He estado aquí año tras año, esperando—comento, acongojada—. ¿Para qué? Para verte ir y no poder hacer nada.
A través de mi vista nublada, lo veo sentarse a mi lado con una expresión de preocupación en el rostro.
—No va a ser así, te tengo una propuesta.
Aquella oración me deja perpleja, parpadeando sin entender nada.
—¿Una propuesta?—repito.
Él alza una ceja, sugerente.
—Si me hubieras oído antes, lo sabrías.
Me quedo muda, esperando lo que va a decir. Pero antes de comenzar a hablar, coloca una mano sobre mi muslo y masajea la zona despacio. Y por un momento olvido que estoy furiosa, solo puedo pensar en sus dedos hundiéndose en mi piel despacio, a un ritmo tan agradable.
—Quiero que, en primer lugar, entiendas que no quiero arrastrarte conmigo—aclara—. Créeme Liz, no soy el hombre que te mereces, no por el momento y quiero ser mejor para ti.
Lo miro y él alza las cejas para ver si voy entendiendo. Asiento.
—Voy a irme del país, eso es algo que he decidido en el camino, porque necesito tiempo a solas y retomar terapia—me explica—. Ahora mismo no soy quien quiero ser, tengo que mejorar y tratar mis problemas familiares.
Lo escucho con atención, pienso y analizo pero mi corazón está roto, así que es difícil distinguir sus buenas intenciones.
—En ese tiempo, podemos estar juntos, a la distancia, si es lo que te parece.
—¿Un amor a distancia?
—Podríamos escribirnos todos los días—propone—. Es lo que tengo para ofrecerte, temporalmente hasta que vuelva aquí y estemos juntos.
Su idea me hace saltar de la cama y deambular por la habitación.
—¿Y si no acepto?—le devuelvo.
Lo intento rechazar para provocarlo con la esperanza de que, en el fondo, lo haga cambiar de idea.
—Liz, no tienes que esperarme si no quieres hacerlo—me da una sonrisa con un poco de pena—. Pero te advierto, yo lo haré, voy a escribirte todos los días y cuando vuelva, si estás sola, voy a tratar de conquistarte.
—James...
—Es la verdad, si quieres puedo mentirte.
Lo miro con atención y analizo punto por punto como si pudiera encontrar alguna falla, pero la realidad es que no la hay. Él pensó en mí, y en él, pensó en lo mejor para ambos.
Su idea parece coherente, ahora que estoy más tranquila puedo verlo. Sé que siente que está hundido, lo sé pero mi egoísmo no me permitía procesarlo. Solo estaba pensando en estar juntos pero no en lo que él está atravesando internamente. La realidad es que James está sufriendo, lo noto en su mirada perdida y si lo retengo conmigo, la mala seré yo.
—¿Crees que esto es lo mejor?—le pregunto.
—¿Hay otra alternativa?—me devuelve—. ¿Sabes lo que pasará si estamos juntos ahora con el desorden que hay en mi cabeza?
Se pone de pie y vuelve a tomarme de la cintura. Coloca un mechón suelto detrás de mi oreja.
Lo que intenta decirme es que si estamos juntos, la oscuridad que lo invade ahora, podría destruirme. Muy a mi pesar, creo que tiene razón porque es como si estuviera condenándome a mi misma y no soy lo suficientemente fuerte para atravesar el dolor de los dos.
—Esto es mejor para ambos—determina y sonríe cuando bromea:—. Además, si te soy sincero, tu padre me da un poco de miedo.
Su comentario me saca una sonrisa. Quizás no sea James del todo pero está volviendo a recuperar su humor, eso es algo bueno.
—Voy a extrañarte.
Alza una ceja.
—Si tienes sexo con algún otro hombre mientras no estoy, espero que imagines que estás conmigo—me advierte.
No estaría con alguien más, de eso estoy segura. Igual que él, lo esperaría. Pero por el momento, solo para molestarlo, voy a reservarme esa información para mí sola.
—Y si le digo tu nombre, ¿Crees que se va a molestar?—le sugiero.
Él muerde su labio inferior.
—Te volviste muy atrevida desde la última vez que te vi.
Me encojo de hombros.
—Quizás no tenía quien me enseñe modales—bromeo.
—Que suerte que volví, entonces—comenta.
Sin perder más tiempo, me besa y cuando siento sus labios sobre los míos, vuelvo a cobrar vida. Al principio, intenta ser suave pero va aumentando el ritmo de forma agresiva hasta que me siento segura de morderlo. Cuando su lengua se introduce en mi boca, tengo ganas de arrancarle esa camisa que lleva puesta.
Un calor se aloja debajo de mi vientre, demostrando que lo que más extrañaba de James era su forma de llevarme al paraíso con un solo beso. No necesita más, solo sus manos apretando mi camiseta de dormir mientras mueve su cuerpo contra el mío.
Pero nos detenemos casi de forma instantánea cuando oímos una voz masculina alterada.
—¡Dónde están los ladrones!—el grito de Lorenzo se hace presente y proviene desde la planta baja.
Nos miramos mientras en el ambiente nuestras respiraciones pesadas se combinan con los alaridos que dan algunos de los hermanos de Zek.
—Bajemos—le digo.
Comienza a caminar hacia el pasillo y lo sigo de cerca. Tengo los labios latiendo como si hubieran sido succionados con ganas, así que los lamo para ver si el efecto se va e intento acomodar mi traje de dormir porque está arrugado después de que lo apretó con los puños.
—Está bien, pero algún día voy a cobrar todas las situaciones que hemos detenido—me guiña el ojo por encima de su hombro.
***
—¿Cómo estoy? ¿Estoy bien?—pregunta una Greta alterada a su reflejo en el espejo.
Después de una larga noche de Joana explicándole a sus hijos que los mensajes de texto que les había enviado estaban mal porque no había tal ladrones y en cambio, los habían invadido dos señores con más dinero que ellos, tanto Raven como James durmieron en el comedor. A este último no le gustó la idea de estar lejos y a la noche intentó atraparme en mi camino de vuelta hacia el baño. Pero lo detuve, porque es una casa de familia y yo respeto eso. Además, todavía no estoy lista para volver a desnudarme delante de él.
Me pongo de pie, luego de hacerle unos pequeños arreglos al largo de la cola del vestido. Greta lo diseñó y creo que le quedó fabuloso. Pero está demasiado nerviosa para arreglar los últimos detalles, así que me pidió que fuera yo quién lo hiciera.
—Estás preciosa—la elogio.
Me doy la vuelta para guardar todo en su lugar, y me detengo un segundo para echar un vistazo por encima de la ventana, solo para determinar que la entrada nos está soplando en la nuca. Por lo que veo, los invitados ya han tomado sus respectivos asientos, además Zek está parado en el altar hablando con sus hermanos, quiénes son los padrinos de boda.
Una Ariadna agitada entra por la puerta y lleva una mano a su pecho, buscando aire. No puedo culparla, subió las escaleras con un largo vestido color lavanda. Es lo que nos corresponde llevar a ambas como las damas de honor de Greta.
Un punto a favor es que es mucho más cómodo que el vestido que recuerdo que Celina quería que use para su boda pero el peinado es un tanto más molesto: un semi recogido con una flor blanca apoyada sobre una oreja.
—Ya está todo listo, rápido—comenta.
—Ayúdenme a moverme—pide ella haciendo un gesto hacia su vestido.
Al instante, las dos la ayudamos a elevar la enorme falda del vestido y comenzamos a avanzar escaleras abajo. Greta me toma del brazo con fuerza después de haber expresado lo mucho que la aterra bajar sola sino puede verse los pies.
—¿Qué te dijo James?—me susurra—. Quiero que sueltes la lengua, no hablaste desde anoche.
La verdad es que lo estoy llevando las cosas bastante bien. Bueno, hasta que
de repente, pienso en que estaremos lejos y no podré verlo por mucho tiempo. Entonces, mis ánimos caen como si fueran aviones de papel mal hechos.
Pero tener un poco más de tiempo para pensar en la propuesta de James, me dió la sabiduría necesaria para entender que no había mejor opción que el espacio. Yo también lo necesito, y con ansias.
Ya estuve viendo un poco el panorama que me espera cuando esto termine y la verdad es que necesito centrarme antes de tener novio. Volveré a casa de mis padres, intentaré encontrar algún empleo cerca de la zona y seguiré diseñando mi pequeña línea de ropa. Después, podría comenzar a venderla a conocidas como hizo Joana con sus cuadros, eso me permitiría expandirme.
Tengo un plan, por primera vez en la vida y creo que si bien no es lo que esperaba, estoy emocionada por ver que va a suceder.
—¿Te parece el mejor momento para hablar de esto? Vas a casarte en dos segundos—le digo.
Pone los ojos en blanco.
—Bien, te dejaré estar tranquila el día de hoy pero mañana, voy a hacerte una videollamada y vas a tenerme que contarme todo.
Parece que después de estos días juntas volveremos a las llamadas a distancia, porque Greta va a tener una luna de miel en las vegas. Y en cuanto me lo contó, la idea me pareció bastante salvaje pero divertida.
—Recuerda agradecerle a James por el regalo de boda, pero no hacía falta—me dice—. Con ese dinero seguro podemos ahorrar para mudarnos a un departamento más grande, bueno si es que Zek deja de insistir con comprar la última PlayStation.
Me río cuando la veo poner los ojos en blanco.
Peleas de pareja.
—Lo haré—le aseguro.
Nos posicionamos frente a la puerta que da al jardín trasero. Y Greta le hace un gesto a su madre que se encuentra a unos metros para que nos entregue dos hermosos pequeños ramos.
—Ustedes irán primero con las flores—nos dice.
Asentimos, seguras.
Parece que mis ánimos están en calma hasta que la marcha nupcial empieza a oírse por el sitio y entonces, entro en una especie de remolino de emociones.
—¡Gretita!—un hombre canoso y vestido de traje aparece por una de las puertas del costado.
Greta se le arroja encima, y él la estrecha entre sus brazos con fuerza. La escena hasta me dan ganas de llorar.
—¡Papá!—Exclama sobre su hombro.
Todos estábamos un poco preocupados porque el padre de Greta pudiera llegar a la boda. Resulta que es médico en un centro clínico en otro estado y este fin de semana le tocaba una guardia. Así que su acompañamiento al altar era impredecible.
Cuando se separan, él la mira de arriba a abajo con emoción y hasta puedes notar que los ojos se le llenan de lágrimas.
—Estás hermosa.
—Gracias papá.
—No se pongan sentimentales, me enferman—les llama la atención Ariadna.
Su padre se acerca y la asfixia en un abrazo que la hace soltar insultos hasta que comienza a reír cuando procede a hacerle cosquillas.
—Ya, compórtense—les llama la atención Sara y nos dice tanto a Ari como a mí:—. Prepárense para salir en el siguiente compás.
Todos nos posicionamos donde debemos; parece que voy a salir primera y cuando Sara me lo dice, mi estómago se revuelve como loco.
—Lizzie, saliste en la tele—comenta un momento el padre de Greta antes que las puertas se abran.
Le sonrío sobre mi hombro. La verdad es que me da gracia que me lo diga como si no lo supiera.
—Créeme papá, lo sabe bien—le responde su hija.
Entonces, las puertas se abren y cuando comienzo a caminar por el pasillo, puedo imaginar por un pequeño momento que se trata de mi boda. Sí, con las flores de decoración colgando, las sillas blancas, el arco decorado de forma natural, un vestido largo y James al final del pasillo vestido de traje.
Sin embargo, cuando veo hacia delante me encuentro a Zek y entonces, la ilusión se rompe para volver a una realidad diferente.
Me posiciono en mi sitio y por instinto, porque me siento insegura, los busco. Y noto que ambos están sentados en la última fila de asientos.
Abro la boca indignada cuando Rav me saca la lengua y James se ríe a su lado.
Tontos.
Durante la ceremonia intento mantener la concentración en los novios pero cada tanto caigo en la tentación de ver a James. Siempre digo «una vez más» y ya voy contabilizando más de diez veces de voltear a su lugar. Aunque concluyo que no tengo idea cuando pueda volver a tenerlo en la misma habitación, así que quiero memorizar todas las facciones de su rostro. En uno de esos intentos, cruzamos miradas y me guiña un ojo. Pero en lugar de ponerme roja, ya he asumido que es algo entre nosotros. Como una especie de código secreto al que más me vale acostumbrarme.
Cuando termina la declaración de marido y mujer, empieza la verdadera fiesta. La familia desarma lo hecho y coloca mesas rodeando una enorme pista de baile. El dj que Greta me había comentado en una charla es bastante bueno, mantiene el lugar animado con música movida y creo que Esther piensa igual, porque la veo meneando sus caderas de anciana con fuerza.
—¿Esos son tus movimientos?—le pregunto con una sonrisa divertida a James cuando lo veo moviendo las piernas.
Sus pasos son bastante innovadores y creo que en parte la mayoría de los que lo han mirado a lo largo de la velada, es por sus extraños modos de desenvolverse en la pista y no porque la mitad de los medios estén comentando su vida como si fuera la última novedad del momento.
En realidad, me alegra que se vaya por un tiempo y aleje de todo este caos. Porque de verdad que están siendo despiadados con él.
—¿Qué tiene de malo?—devuelve sin dejar de agitarse.
Suelto una risa.
—Como bailarín, eres un buen empresario—me burlo.
Mi comentario lo hace detenerse y abrir la boca, indignado.
Antes de que pueda hablar, Raven aparece por un costado con dos vasos en la mano con dos pequeñas sombrillas, una roja y otra azul.
—¿No será usted señor el dueño de la pista, no?—le pregunta con gracia mientras le ofrece un trago.
—¿Lo ves?—me dice y pongo los ojos en blanco. Entonces, toma el vaso y se queda inspeccionando la pequeña decoración tropical que trae el mismo—. La boda de mi hermano es un asco comparado con esta.
No lo dice de forma burlona, de verdad que la fiesta está encendida como si se tratara de una enorme celebración. Lo cierto es que no se necesita tanto dinero para pasarla bien.
—De verdad, nunca habría encontrado estas pequeña sombrillas en ese lugar—comenta.
—La gente con dinero es un asco—se burla Raven mientras baila.
Me pasa el trago que está bebiendo y le doy un sorbo. Nada mal para estar hechos por Lorenzo en una pequeña mini heladera. Me quedo viendo el borde por donde ambos bebimos y no puedo evitar sonreír.
Sí, ahora compartimos bebida. ¿No es emocionante?
—Ugh, no me digan que ahora todo lo que comamos lo van a compartir porque me da ganas de vomitar—me despierta de mi trance mi otro amigo con una mueca de repugnancia.
De forma adrede, James me atrae por la cintura y me da un beso corto en los labios.
—No solo lo que comamos—me susurra.
Creo que olvidé cómo se respira.
—Ya he visto demasiado—comenta Rav alzando una mano en nuestra dirección y moviéndola como si quisiera borrarnos de su vista—. Me voy a bailar con la abuela... ¡Menea ese culo, Esther!
En cuanto desaparece, nosotros nos separamos y seguimos bailando un buen rato. James me hace reír cada vez que ejecuta uno de sus movimientos, que por cierto, cada vez parecen más exagerados. Y al final, concluyo que solo los hace para divertirme.
Parezco una pesada pero no me despego de él ni por un segundo. Hasta me da un poco de pena cuando tengo que separarme para ir al baño, pero Greta me ayuda a distanciarme un rato cuando me pide que baile con ella e intento sumergirme en su aura festiva sin pensar en nada más. Después de todo, tengo que acostumbrarme a tenerlo lejos.
Aprovecho el momento de los discursos a los novios para sentarme a su lado y apoyar mi cabeza en el espacio entre su omoplato y su cuello. No voy a mentir, huelo un par de veces ese aroma a centro comercial que me encanta y espero que James no lo note pero cada vez que alzo la nariz un poco, lo veo sonreír.
—Me siento olorosamente sexualido—admite con una sonrisa.
—Perdón—me encojo en mi lugar pero no me despego de él—. Es que intento memorizar detalles.
Sus ojos se iluminan de pena. Supongo que él también intenta olvidar que nos queda poco tiempo juntos.
—Te voy a regalar mi perfume—me tranquiliza.
—¿De verdad?—le pregunto, emocionada.
Agacha la cabeza para rozar mi nariz con la suya.
—Sí, lo que tú quieras.
Por suerte todas nuestras escenas amorosas son interrumpidas por la presencia de una persona que nos tiene vigilándonos y no duda en darnos una mueca de asco cada tanto para que sepamos que no nos quiere.
—Ay, mi papi y mi mami juntos—Así Raven aparece y se desploma en la silla de al lado—. Me mato con tanto amor.
Lleva unas gafas de sol puestas que quién sabe de dónde las sacó pero seguro que intenta cubrir lo rojo que están sus ojos después de los mínimo diez tragos que lo vi ingerir lo que lleva de la tarde.
Abro la boca para intentar soltarle una broma pero James decide decir algo que me mantiene alerta.
—Cuídala cuando me vaya—lo amenaza.
Nuestro amigo suelta un sonido de queja.
—Ah sí, tú dejas a tu noviecita aquí y yo tengo que hacerme cargo.
—Raven...—le llama la atención con severidad.
—Hasta que me muera—contesta él y esta vez, no hay tono de burla ni broma. Pero como Raven no dura mucho tiempo siendo una persona seria, no tarda en agregar:—. ¿Es lo que quería escuchar, amorcito?
James le sonríe, complacido. Y me mira un segundo para soltar:
—Sí, es lo que quería escuchar.
Me da un pequeño beso en la coronilla mientras a nuestro alrededor comienzan a ejecutarse los discursos hacia la pareja.
Por suerte, Greta me ha permitido que no dé ningún discurso. Después de la última vez, ambas decidimos que lo mejor sería que esta vez esté en el público y no en el escenario. Fue la mejor decisión, aunque después de ver que la mayoría que sube allí sueltan cualquier cosa por estar pasados de copas, me siento un poco más acompañada.
—Voy al baño—dice James cerca del último discurso y yo asiento en su dirección.
Cuando lo veo irse, me acerco a Raven y le pregunto:
—¿Cómo han ido las cosas con Jessica?
Él baja mínimamente sus gafas para mirarme.
—Obviamente no me merecía—concluye.
Alzo una ceja.
—¿Tú la dejaste?
—Fue más bien un cincuenta cincuenta—hace un gesto con la mano de masomenos.
No le creo nada, será porque la ocasión lo requiere, porque el aire parece más denso o porque lo conozco. Sí, es esa última opción la más certera.
—Lo siento, Rav—aplasto los labios.
Estiro mi mano por encima de la mesa y tomo la suya. Él me mira con cara de pena.
—No es que estaba súper enamorado o algo así, pero pasábamos tiempo juntos y me había encariñado un poco.
Me debería preocupar que hable de su relación con una chica como si se tratara del amor que le tiene a un perro pero siendo sincera, es Raven, él es así y hasta que él no sienta la necesidad de cambiar, las cosas seguirán siendo como son: un hombre con muchas relaciones dispersas y confusas.
—Estarás bien—le aseguro.
Raven siempre está bien.
—Disculpen, quiero pedirles su atención, por favor—oigo una voz muy conocida por los altavoces del lugar.
Cuando volteo hacia el escenario, veo a James de pie frente al micrófono. Las manos le tiemblan y noto que su pecho no deja de bajar ni subir, desesperado. ¿Qué hace ahí? Él odia hablar frente al público.
—Este, lamentablemente, no será un discurso para los novios—los mira directamente—. Aunque me han recibido increíblemente bien y de hecho, esto es algo que he hablado con ellos para tener su autorización.
Bajo la mirada a Greta que está sonriendo en mi dirección.
¿Qué planearon?
—Si es que tienen televisores en sus casas, habrán visto que...—entorna los ojos–. Bueno, habrán visto muchas cosas, pero esencialmente malas sobre mí. Por ejemplo, ahora mismo no sé cómo estoy parado después de haber bebido tanto.
El último comentario le saca sonrisas a los invitados y con Raven intercambiamos una mirada divertida.
—Pero no he venido a hablar sobre mí, porque de seguro están hartos de eso, de hecho, yo estoy realmente cansado—comenta. Sus ojos caen directamente sobre mí—, así que no hablemos de mí, hablemos de Lizzie del Carmen.
Me incorporo en mi asiento, perpleja.
—Ese video que anda circulando es injusto porque ella estaba borracha y pasando por muchas cosas—dice, meneando la cabeza—. Hay mucha gente burlándose de la situación cuando en realidad, creo que es digno de admirar que alguien se pare aquí y le diga a otra persona lo que siente.
Hablando de actos de amor memorables, este tiene que ser digno de retratar en una película. Y lo gozaría plenamente si recordara que estoy aquí, porque una parte de mí pasó a mejor vida con esas palabras tan dulces.
Algunas miradas empiezan a caer sobre mí y me obligan a tratar de volverme más pequeña en mi asiento.
—No puedo hacer que la llama se apague, eso es verdad, así que ahora les pido que saquen los celulares y graben este momento—le habla al público con claridad y los invitados hacen lo que le pide—. Gracias por su cooperación.
Saca del bolsillo un pequeño papel arrugado y lo desdobla. Luego, cruza su mirada conmigo.
—No es que no sea capaz de decirlas sin leerlo pero me pone nervioso hablar frente a tanta gente y siendo sincero, he escrito algo que creo que va a gustarte más que cualquier improvisación—Sus comisuras se elevan en una mínima sonrisa y procede a leer:—. Lizzie, te amo desde que somos pequeños, desde la primera vez que te ví y me diste ese collar que hiciste a mano. No me acuerdo de muchas cosas de cuando era joven porque siendo sincero, he tratado de olvidar la mitad de mi vida pero siempre me he asegurado de que mis recuerdos contigo se queden intactos.
Una ola de emociones me invade y siento como si una enorme nube de flores me atravesara el cuerpo. Los ojos se me nublan y quiero llorar pero no de angustia, sino de felicidad. Extrañamente y por primera vez en mucho tiempo, mi alegría es tal que me dan ganas saltar como una desquiciada.
—Eres la única persona en el mundo que me hace sentir que soy suficiente, me amas en todas mis facetas incluso cuando no deberías hacerlo—dice y su comentario me hace soltar una risa—. Eres leal, Liz. Y eso es tan difícil de conseguir. Como tantas otras cosas que tienes porque eres única en todo sentido. No eres un desastre, eres lo que siempre has estado destinada a ser: el ser humano más hermoso que he tenido el placer de encontrarme.
Cuando dice las últimas palabras, confirmo una inseguridad que tenía; estoy llorando a mares. Él tiene las palabras justas, siempre las ha tenido y hoy las llevaba guardadas en su bolsillo.
—Eres un ángel que no muchos entienden, pero no deberías sentirte mal por ello—sigue leyendo—. El mundo aún no es capaz de comprender las cosas más bellas.
No puede decirme esto. No puede.
—No pretendo quitarles más tiempo pero es algo que debo decir—intenta finalizar su discurso—. Creo que eres capaz de conseguir todo lo que te propongas. Quiero que sepas que eres sumamente inteligente, determinada, soñadora, comprometida y sin ir más lejos, hermosa. Pero no te aproveches de eso, eh, no todas las personas tienen el privilegio de tener tantas cualidades.
Su chiste me saca una mínima sonrisa que podría ser una carcajada si no tuviera la cara empapada de lágrimas.
—Lo que trato de decir es que no tienes que cambiar, no tienes que ser lo que crees que tienes que ser, simplemente sé lo que eres—determina y cierra el papel—. Para mí, quién eres está perfecto. Gracias.
El lugar estalla en aplausos y vitoreos. Raven aplaude impresionado, parece que él tampoco tenía idea de lo que se avecinaba.
Sin embargo, cuando James baja del escenario, la ronda de discursos normal vuelve a instalarse y yo me siento mejor que nunca.
Cuando toma asiento a mi lado, me le voy encima. No metafóricamente. Literalmente, me subo a su regazo y le doy el beso más sensual que puedo darle.
—Si esto consigo por subirme una vez al escenario—comenta, impactado—. ¿Qué me das por ir otra vez?
Me río.
—¿Puedo quedarme el papel?
—Seguro.
Rebusca en su bolsillo para otorgarmelo y le doy vuelta un par de veces porque solo están las primeras líneas del discurso.
—Faltan partes.
Él entorna los ojos.
—¿De verdad?
Alzo la vista de nuevo hacia él.
—Improvisaste todo el discurso—suelto, confundida.
—Es fácil cuando guardas las palabras por años.
—James...
Lo estrecho fuerte contra mis brazos. No quiero soltarlo, no quiero dejarlo ir. ¿Cómo espera que lo vea subir a un avión después de decirme todo lo que me dijo? La distancia es aterradora, podría matarme.
No me muevo ni un centímetro pero él tampoco se queja, me deja abrazarlo lo que queda de la fiesta. Y cuando intento separarme porque creo que lo he asfixiado, él vuelve a pegar nuestros cuerpos. Al final, la despedida es muy amarga.
La fiesta continúa hasta que la noche se hace presente y llega el momento en que se debe acompañar a los novios hasta la entrada de la casa. Así, veo a Greta subirse a un convertible azul mientras Zek comparte gritos con sus hermanos.
—Liz—me llama ella con un gesto y me acerco a abrazar su cuerpo medio salido del auto—. Te amo, amiga.
—También te amo—le digo con pena—. Cuídate mucho.
—Tú igual—comenta y da una pequeña mirada sobre mi hombro—. Más vale que no sufra.
Cuando volteo, noto que James se acaba de acercar para acompañarme mientras algunos papeles blancos comienzan a adornar el ambiente.
—Estaremos bien—dice.
Lo miro y determino:
—Sí.
A Greta las palabras le bastan para meterse al auto y luego de una indicación abrupta a su esposo, que no deja de saludar a todos, el auto se marcha y nos alejamos del pequeño grupo que intenta con desesperación ver el recorrido por la carretera.
No diré que no siento tristeza de verla marcharse porque Greta es un pilar muy importante para mí y notar que ahora está creciendo, significa que yo también lo estoy haciendo. Y también es señal de que pronto nuestra relación va a mutar. Ambas nos formamos juntas pero la vida nos está separando. Bueno, un poco. Por ahora.
—Está haciendo su vida—me dice James, a mi lado—. Ahora tú tienes que hacer la tuya.
Cuando bajo la vista, noto que me toma de la mano con fuerza mientras acaricia mis nudillos con su pulgar.
—Lo sé—aplasto los labios, un tanto triste.
Pero no me da tiempo de procesar las cosas, porque unos brazos me rodean el cuello y el de James.
—Los tres solos otra vez—comenta un Raven bastante pasado de copas—. ¿Qué hacemos ahora, eh? ¿Volvemos al hotel?
—¿Quieren volver ahí? Aún faltan días para la boda—repite James no muy convencido con la idea.
Tiene razón, no sería capaz de volver a ese lugar tan pronto. De hecho creí que nunca debería regresar pero ahora soy más que una amiga para James y debería acompañarlo. Es la boda de su hermano. Me ha dicho que ahora las cosas mejoraron entre ellos y sé que querrá estar ahí con él. Pero como yo, aún no se siente preparado. Lo entiendo.
—Bueno, ellos se van a las vegas, nosotros podríamos ir...—sugiere Rav.
Entonces, James me mira. Lo admito, me gusta que me dé el poder de decisión de la relación. Además, aún no suelta mi mano y me da fuerza saber que me sostiene.
—¿Tú que dices?—me pregunta.
—Supongo que un pequeño viaje no nos haría daño.
—Está todo dicho, vámonos ya—comenta.
Lo veo correr hacia el auto de Jake a una velocidad récord. Debería explicarle que aún no tengo mis cosas y que tengo que empacar antes de irnos pero creo que se quedará dormido en el asiento trasero antes de que pueda ir por mis valijas.
—Te acompaño a buscar tus cosas—dice James.
—¿Jake no va a enojarse porque estamos llevándonos su auto a otro estado?
Él se encoge de hombros.
—Un enojo más, uno menos—analiza—. Es lo mismo.
Cuando estamos subiendo las escaleras de la entrada, no tarda en comentar:
—Al final la debilidad de un villano es una mujer, eh.
Me río de forma instantánea pero mientras nos dirigimos al segundo piso, me quedo reflexionando sobre sus palabras.
Quizás hubiera sido mejor enamorarme del príncipe. Eso de seguro, pero ciertamente el villano es más irresistible. Más caótico, problemático y siempre está en movimiento. Además, la redención de un buen villano es mucho más interesante que la historia de cualquier miembro de la realeza.
Sé de lo que hablo.
Me enamoré de un villano.
—————————————————-
¡Hola! ¿Cómo están? Lamento los errores que puedan existir porque aún no pude editar este capítulo final pero les tenía prometido que lo subiría, asi que aquí está.
Quería comentarles que pienso escribir un epílogo para cerrar la historia como se debe, ¿Ustedes piensan que ellos podrán resistir la distancia? Nosotros vamos a averiguarlo en el próximo capítulo.
Como siempre, muchísimas gracias por el apoyo y todo el amor. Después del epílogo, subiré los respectivos agradecimientos. Gracias <3.
—Sofi (La autora).
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro