
Capitulo 7: Mis reglas
—Señorita Raquel —Él toma mi mano por milésima vez y me acorrala en los pasillos de la empresa, yo bajo la cabeza, me muero de vergüenza — ¿Por qué ha estado huyendo de mí durante todo este tiempo?
—Lo que pasó aquella noche no debió suceder. — Se fue acercando más y más hasta estar sus labios rozando mí oído. Sentí una sensación inexplicable, el me hacía llegar al clímax sin ni siquiera penetrarme.
—¿Y qué pasó esa noche? —Dice sensualmente mordiendo mi oreja.
Alzo la cabeza y por primera vez en el día nuestras miradas hacen contacto visual. Sentí una clase de espasmos en mi pecho y unas ganas de sacar las garras que he estado ocultando durante semanas para no fallar una vez más en mi vida personal y profesional.
De repente toco sus labios con una de mis manos lentamente sin dejar de mirarlo. Lo que hacía estaba mal, pero era hora de jugar a mis reglas, y de alejar ese miedo de que algo va a salir mal porque sé que si no me arriesgo realmente nunca iba a saberlo.
—Juguemos a mi manera esta vez. — Digo provocativa. —¿Quieres probar? — Tomo su corbata y lo acerco a mis labios. Esta vez yo tengo el control y no me daré el lujo de dejar que él lo tome.
—Estoy listo para hacerlo. — Muerde su labio sin dejar de mirarme. Lo que estaba a punto de suceder se salía de mis manos y no podía hacer nada.
Lo deseaba.
Me deseaba.
Y si las cosas son consentidas no hay porque parar hasta que uno de los dos diga basta.
Al final de cuentas, solo es sexo sin compromiso.
Lo arrastro a su oficina viendo que nadie nos esté observando, me percato de que no hay ni una persona en los pasillos y cierro la puerta con llave. Él quería esto y yo quería esto y ya nadie lo puede parar.
Me besó ferozmente, desabotonando mi camisa verde, que por cierto me encantaba. Nuestros labios se intensificaron y un gemido salió de los míos.
No sentí pena.
No sentí vergüenza.
Porque yo lo quería así.
Me doy cuenta de que él tiene el control sobre mí y lo paro poniendo mis manos sobre su pecho. —A mi manera. — Expreso súper agitada.
—Como gustes. — Levitt curva los labios de manera provocativa.
—Me has preguntado qué pasó esa noche, ¿Cierto? — El asiente juguetón.
—Lo he hecho.
—Qué tal y si follamos mientras te lo cuento.
—¿Palabras cargadas de erotismo? — Levanta una ceja.
—Más bien música para tus oídos.
El ríe, jamás lo he visto reír. Era tan guapo que mis ojos no paraban de verlo.
—Señorita Raquel — Oh no, me ha visto.
—Señor Levitt que casualidad — digo haciéndome la distraída.
—¿Acaso está huyendo de mí? —Pregunta acercándose a mí.
Hago un ademán con las manos susurrándole —Para nada.
—No creo.
Doy la vuelta para marcharme, pero el me detiene con sus palabras.
—Me he quedado esperando su respuesta.
—No tendrá una, porque no la hay.
—Siempre las hay.
—En mi caso no. —Mantengo mi postura de no hacerle frente. Él era demasiado fuego como para dejar que me derrita.
—¿Y que hace aquí?
—Lo mismo que usted — Ruedo los ojos y hago una mueca sarcásticamente.
—Calma fiera. —Siento sus pasos tras de mí. —Le han dicho que es tan sensual cuando se enoja. — Me volteo para decirle unas cuantas cositas, pero el me detiene colocando sus dedos sobre mis labios, no sé en qué momento se acercó tanto a mí, pero lo que si sabía era que nuestros cuerpos estaban tan pegados el uno del otro que me empezaba a intimidar. —La deseo Raquel.
Estaba tan cerca que nuestras respiraciones se juntaban contractándose con el frío aire de la noche.
Eso si me ha tomado por sorpresa. Creo que moriría un infarto de tantas cosas raras que pasan en mi vida. Me he convencido de que esto no es real y que solo estoy dentro de un libreto sin sentido.
El me deseaba y no dudo en hacérmelo saber.
Pero yo no quería jugar. No sé si eso es lo que mis palabras quieren que crea porque mi mente me decía otra cosa y no precisamente eran sanas sino cargada de mucha perversidad.
—Yo... — balbuceo nerviosa. —Est...
Él me interrumpe besando mis labios, yo no supe que hacer así que lo empujo molesta.
—¿Qué le pasa? No puede venir a decirme eso y luego besarme así por así. —Exhalo tratando de guardar la calma.
—No puede negar que no me desea como yo a usted Raquel —el buscaba mi mirada, pero yo lo evadía —míreme, acaso no puede aceptar la realidad.
—La única realidad es que yo soy su empleada y usted es mi jefe. —Lo señalo enfadada.
—Y eso no es algo que pueda impedir que esto suceda.
—Pretende que seamos el típico cliché de jefe a empleada que terminan follando sobre la mesa de una oficina. — Alego aturdida.
—Vaya, me ha leído la mente.
—Yo mejor me voy.
—No puede estar huyendo siempre.
—¿O sino qué? —Lo miro desafiante.
Él pone su mano sobre su mentón y se queda un momento pensado. Ese hombre no se cansa de ser tan guapo.
—No tendré otra opción más que follarte, duro, áspero, salva....
Lo interrumpo antes de que llegue a alterar más la situación. —¿Y que obtiene con esto?
—Placer.
—¿Placer? —Alzo las cejas confundidas.
—Así es, te sonará un poquito anticuado, pero esta es la mejor manera que tengo para relajarme.
Un pequeño silencio nos invadió. La cara de Maximiliano siendo embestido bruscamente aquella noche no abandonaba mi cabeza, tengo miedo de jugar y que luego todo se salga de control porque si hay algo que presiento es que mi ex igual se atrevió a jugar y terminó solo.
Y ahora creo que tengo algo con Bruno, y no quiero fallarle. Quizás esto es lo que me está orillando a no meter las manos en el fuego y mantenerlas en el frío invierno.
Lo peor de todo este circo es que no puedo negar la realidad de que lo deseo tanto como el a mí y que todo sucedió tan rápido que no me di cuenta cuando comenzó.
—Solo será sexo sin compromiso. —Argumenta.
—Tengo miedo. —Finalmente le digo sin mirarlo.
—El miedo siempre estará ahí para consumirnos, sólo tenemos que saber enfrentarlo. —Me quedo callada pensando que hacer. —¿Está dispuesta a jugar conmigo? —Pregunta elevando su mano hacia mí.
No sé si tomarla o no.
Lo miro dudosa durante unos pequeños segundos, y pienso en todo lo que está en juego; Bruno, mi trabajo, mi dignidad. Pero es algo que se puede restablecer, así que tomé su mano alejando todo mal pensamiento de mí cabeza.
Estaba dispuesta a jugar justamente con el hombre con quien mi ex me fue infiel.
—No te arrepentirás—. Alejando la formalidad comentó hablándome del brazo hacia su auto.
—Espero no hacerlo—. Susurro.
Nos montamos en su coche. Conduce y ninguno de los dos hablamos. Y le agradecía su silencio porque en estos momentos no tengo la cabeza fría como para pensar bien lo que estábamos apunto de hacer.
Ya en la puerta de una casa este la abre dejando ver el espacioso lugar. Se hace a un lado caballerosamente dejándome pasar.
Todo estaba ligeramente adornado por largas cortinas negras con destellos rojos. El lugar era precioso y sobre todo se veía caro.
Tratándose de Levitt Rojas sus sostificados gustos siempre resaltarían, sobre todo.
—¿Es su casa? —Pregunto tímidamente.
—Debemos dejar las formalidades Raquel —emite tomando una botella de champán que se encontraba en una pequeña mesita que estaba en la sala —¿venimos a follar o a charlar?
Bajo la cabeza apenada. Se me olvidó el principal motivo por el cuál estoy aquí. Dejé a mis amigos en el cine para solo follar con mi jefe y creo que estoy empezando a sentir remordimiento.
—Lo siento.
Levitt me pasó una copa de vino y la agarré tomando todo el líquido de un solo tirón. Si que estaba nerviosa y el empezó a notarlo.
Se fue acercando a mí hasta acortar la distancia entre nosotros. —Te deseo Raquel. —Vuelve a pronunciar otra vez esas palabras sin ningún temor por delante.
Levanto la mirada observando fijamente su rostro. Sus ojos azules provocaron una electrizante chispa que recorrió toda mi espalda. Levitt remojó sus labios con su lengua y eso fue tan excitante que sin pensarlo dos veces lo besé.
El me apartó de sus labios y con una sonrisita dice: —No tan rápido fiera.
Es la segunda vez que me llama de esa manera y no me molesta en lo absoluto, al contrario, me causa tantas ganas de sentirlo.
—Lo siento. —Repito en voz baja.
—Cada vez que digas esas palabras te castigaré. —Fruncí el ceño confusa.
—¿Castigarme?
—Así es. —Me toma de la mano arrastrándome a un cuarto.
Luego de entrar, una gran cama como la de aquel club llamado clímax y un ambiente un tanto parecido a la de este mismo invadió el lugar.
Sentía el morbo en el aire.
Levitt fue hasta un cajón y sacó unas sogas. A mi mente fueron llegando todo tipo de pensamientos, desde lo bondadoso a lo perverso.
Se acercó nuevamente a mí quitándome la copa que traía en la mano y amarrando estas mismas con aquella soga.
Suelto una risa nerviosa. Él no me mira, no me habla, solo sigue su acción hasta terminar el último nudo.
—Te quitaré la ropa. —Dice para posteriormente realizar lo comentado.
Cuando está a punto de bajar mis bragas lo detengo con mis palabras —espera —me mira confuso— no me siento segura de hacer esto.
—¿No me deseas?
—Si, pero... —Levitt se incorpora frente a mí y me besa.
—Sin peros.— Susurra sobre mis labios. —Si me deseas como yo a ti, déjamelo saber.
Esas palabras quizás fueron lo que activaron aquella pequeñita chispa en mi interior, volví a tomar sus labios con braveza. Levitt empezó a quitar los botones de su camisa azul mientras me besaba.
Lo deseaba y se lo estaba dejando en claro con mis acciones.
Ambos caminamos a la cama sin abandonar nuestras bocas. Éramos pura morbosidad. Este me volteó sin dejar mis labios y levantó mi pelvis quedando justamente mi trasero pegado a su intimidad. Eso me excito más y lo peor de todo esto es que no podía tocarlo, pero el a mi si, ya que mis manos seguían atadas.
Eso lo hacía más placentero.
Luego de una lucha interminable de besos, él colocó un preservativo y me penetró dando estocadas lentas y suaves. Mis piernas temblaban y mi cuerpo empezaba a sentir ese placer indescriptible que me hacía elevar al cielo.
Después de unos minutos ambos acabamos agotados. Él se levantó de la cama y se fue directo al baño supuse y yo me quedé tratando de asimilar lo que habíamos hecho.
—Y así fue como todo sucedió —Le digo antes de explotar en un intenso orgasmo.
—Vaya fiera, eres sorprendente—Dice quitándose de encima de mí.
—Gracias por recordármelo —Relajo altanera.
El ríe y yo no me sorprendo de ello, creo que soy la única que puede ver su sonrisa a pesar de todo.
Después de arreglar mi ropa y despedirme salgo de la oficina para ir a mi casa, pero la sorpresa que me encuentro al salir jamás lo esperaba. Eric el hermano de Levitt sale de mi oficina que queda justamente frente a la de mi jefe abotonando los botones de su camisa. Por su respiración agitada y las pequeñas gotas de sudor supuse que había terminado una lucha interminable de sexo con nada más que Julieta.
—No has visto nada. —Hace una mueca alocada y sigue su camino entre los pasillos.
Froté mi cuello e igual seguí su acción.
—No has visto nada Raquel. —Me digo a mí misma, sabiendo lo torpe que puedo llegar a ser.
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