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Capitulo 6: Sus reglas

Cada momento que pasaba en la empresa era imprescindible, me agobiaba, en especial él. Levitt era tan...tan odioso  que me recordaba a Bruno cada vez que lo encontraba entre los pasillos. Durante semanas me hizo trabajar el doble, al parecer le encantaba verme ahogada entre papeles.

Te lo mereces Raquel por husmear donde no te llaman.

La puerta se abrió bruscamente y unos ojos azulados cayeron sobre mí cuerpo haciendo que sienta picazón como si tuviese alergia.

Estaba furioso.

—¡Raquel! —Dios, su voz me hacía sentir tan pequeña.

—Lev...

—Señor Levitt —Corrige molesto. Su mirada era agresiva.

Julieta me miró asustada.

—Señor Levitt ¿Qué necesita? —Traté de guardar la calma, lo menos que quería era un escándalo.

—A mi oficina. — Y eso fue todo lo que dijo antes de salir. Me odiaba y como no hacerlo después de todo lo que he hecho.

Después de salir tras él, allí todo se encontraba en calma, pero aun sentía esa presencia aterradora que el emanaba. Era un ogro cuando se enojaba y lo peor de todo es que se desquitaba conmigo.

Mientras estaba sentada frente a su escritorio, él estaba dándome la espalda observando por la ventana silenciosamente.

¿Es enserio señor Rojas? Interrumpe mi trabajo para que solo le observe el culo.

Vaya pedazo de mierda que es. Rodé los ojos de sólo pensarlo.

—Señor Roja yo... —Intento romper el hielo entre los dos, pero él hace un ademán para que me calle y no hago otra cosa más que obedecerle.

Como una sumisa.

Volteo los ojos molesta e inquieta. Me fastidiaba todo, en especial él. Ese pedazo de hielo me hace enojar y no puedo gritárselo a la cara porque él es mi jefe, el que toma las decisiones y si había que jugar tendría que hacerlo a sus reglas.

—Sé que hemos empezados con mal pie señorita Raquel. —Vaya después de todo tenía modales. Primero interrumpe mi trabajo como un desquiciado, luego me llama informalmente y después exige respeto al corregirme. ¿A qué jugamos señor Rojas? —Sé que no me he comportado de la manera correcta y profesional como debería hacerlo y por eso le pido disculpas.

¿Disculpa?

Cerré los ojos por un momento, estaba tratando de formular la información correctamente en mi cerebro. ¿Disculpa? Me pedía disculpas, pero ¿esto de que va? Me grita, me humilla y luego actúa como si nada ha pasado.

—Señor Rojas, todo está bien no pasa nada. —Y mordiendo mi lengua reprimo mis palabras regalándole una falsa sonrisa que se ve a leguas.

El no ríe, no dice nada, solo me mira fríamente como lo ha hecho desde que lo vi por primera vez. Me levanto de la silla para salir, pero es más rápido que yo y toma mi mano arrastrándome a un pequeño cuarto que estaba tras unas de las puertas de su oficina.

—¿Qué hace señor Rojas? —Aún se mantiene en silencio y me arroja a la cama que estaba en dicha habitación. Mis piernas empezaron a temblar y mi respiración se hizo pesada. ¿Qué es lo que trama este hombre? ¿Por qué hace eso? ¿Qué es lo que quiere de mí?

—¿No es lo que buscas? —Dice fríamente.

—¿Es enserio? —Suspire levantándome y arreglando mi ropa que se encontraba arrugada por su repentina acción. —¿Esto de que va? Si quiere follar conmigo solo dígalo y yo le respondo si quiero o no.

Oh, Dios. No me digan que he dicho lo que acabo de decir.

Silencio.

Más silencio

Él no hablaba.

Yo no hablaba.

Le eché un vistazo, era demasiado guapo no puedo negarlo, con razón Maximiliano no pudo resistirse a sus encantos. Cabellos castaños, ojos azules, barbilla afilada y ni hablar de su gran físico, al parecer al hombre le gustaba hacer ejercicio.

Y la imagen del Levitt en el club aquella noche nubló mi cabeza, él totalmente desnudo con su rostro sorprendido y mi puño sobre su cara. Me olvidé de que estaba ahí e intenté salir nuevamente como si nada había pasado.

No tengas vergüenza, él falló, no tú.

—Raquel.

No sé cuántas veces en el día lo he escuchado decir mi nombre con tanta informalidad.

—¡Señorita Raquel! —Le lancé a la defensiva.

—Lo que diga. Le propongo algo.

Propuesta.

Hace calor.

Mucho calor.

—¿Sí? —Respondo curiosa.

Se fue acercando a mí lentamente hasta estar frente a frente, sentía su respiración sobre mí. Levitt era bastante alto creo que mide 10 metros más que yo, ¿tan enana soy? Sus manos empezaron a recorrer mi rostro con caricias suaves pero que a la vista eran llenas de puro placer.

—¿Qué tal si jugamos un juego? Tu no pierdes nada, yo tampoco. —Y sus dedos se pusieron sobre mis labios que al instante de realizar esa acción se entreabrieron. —Ganamos los dos.

Lo aparté de mí bruscamente, como se atrevía a faltarme el respeto de esa manera. Es un atrevido.

—Lo siento yo me tengo que ir. —Y salí embalada, excitada y sobre todo molesta. Él me hace enfurecer con sus desvaríos y cambios de humor.

No intentó detenerme porque sabía que si lo hacía no lo iba a lograr. No solo salí de su oficina también de la empresa, me olvidé de que hoy tenía que realizar un examen y estaba apresurada.

¡Dios, que tonta soy!

Tomé un taxi y apurándolo para que me lleve rápidamente a la universidad llegó en lo que canta el sol. —¡Quédese con el cambio señor Carlos! — Le grito antes de bajar casi corriendo por así decirlo. Agradecía que conocía al hombre porque de no ser así ya me hubiese echado de su auto.

Sin percatarme de nada Bruno me intercepta en la puerta del salón, intento librarme de él, no quiero que se haga falsas ilusiones o que formule un "nosotros" en su pequeña cabeza. Durante estos días he tratado de guardar distancias con él.

—Raquel no me ignores más. —Toma mi mano y me arrastra al parqueo. Me quedo mirando su acción y el recuerdo de Levitt nubla mi mente por segunda ocasión. —¿Estás bien? ¿Tienes fiebre? —Dice poniendo una de sus manos sobre mi frente. Me pareció tan lindo su gesto que no lo detengo. —Estás rojas.

—Bruno, ¿Sabes que tenemos examen? —Digo ignorándolo.

—Teníamos.

—¿Qué? —Mi boca se abre sorprendida. —No me digas que he llegado tarde.

—10 minuto de retraso digamos. —Él ríe y yo pongo mi mano sobre mi frente angustiada. —No te preocupes el examen se canceló, ya sabes que la maestra Leticia estaba embarazada, —asiento mirándolo fijamente — pues, el parto se adelantó y no hubo otra opción más que cancelarlo. —Dice haciendo gestos de felicidad.

—Ese niño me ha salvado el culo.

Me mira, lo miro y unas carcajadas salen de sus labios contagiándome igual. Bruno se detiene acercándose a mi rostro hasta que nuestras respiraciones se juntan.

—¿Qué haces?

—Quiero besarte.

—Bruno, esto está mal.

—¿Por qué? ¿Acaso no sientes lo que siento?

Él era imprescindible, baje la mirada a su pecho. Llevaba una camisa de cuadros a juego con un pantalón fino. No puedo negar que tiene buenos gustos.

De repente sin pensarlo tomé su rostro y deposité un suave y cálido beso sobre sus labios. No debía hacerlo porque eso significa darle falsas esperanza conmigo y lo menos que quiero hacer es lastimarlo. No quiero que se sienta como yo me sentí luego de lo que me hizo mi exnovio, pero ahí estaba, haciéndolo.

Y siempre mi vida ha sido toda una contradicción.

—No quiero ilusionarte.

—Déjame ser tu amigo y quizás si llega a pasar algo pues lo intentamos. — Según lo que he escuchado de Bruno es que cuando quiere algo hasta obtenerlo no se detiene y sé que quitármelo de encima no es una tarea fácil.

—¡Está bien!

Bruno tomó su mochila sacando cuatros entradas de esta misma, lo miré esperando que me explicara para qué es.

—Es para que vayamos al cine —hizo una pausa pasándome dos de las entradas. Me quedé con el semblante confuso aún sin entender nada — una es para ti y la otra para una de tus amigas, estás son una para mí y otra para mi hermano —dijo señalando las boletas con la que se quedó.

—Tienes un hermano. —Expreso curiosa.

—Cuatro de ellos. —Murmura guiñándome un ojo.

Una vez nos pusimos de acuerdo con quien recogía a quien, me marché a mi casa para prepararme. La otra entrada pensaba dársela a Julio, pero terminé invitando a Sofia la cual no lo dudó dos veces para aceptar. Estaba emocionada.

Me miré al espejo, mi cabello estaba recogido en una coleta combinando con una blusa de flores y mis jeans ajustados que hacía enmarcar mi gran trasero y es que lo amaba.

Siempre que me veo al espejo me siento sexy y poderosa, porque soy hermosa y nadie más que yo debía decirme siempre que lo era.

__

Las horas pasaron y estaba sentada en el asiento del copiloto del auto deportivo de Bruno, él es un hombre de buenos gustos de eso no hay duda, pero tener tremenda máquina me tomó por sorpresa porque en la universidad es todo un misterio.

Sofia iba en la parte de atrás y él manejaba.

—¿Y tu hermano? —Cuestiono curiosa.

—Llegará un poco tarde al cine.

—Quién compra boletas para dejar pasar la película y llegar horas después que avance. —Sofia dice sarcásticamente.

—Mi hermano por supuesto.

—Es un tonto. —Susurro recordando que yo soy de las que siempre llegan tarde a los lugares.

—No te creas no. —Observo a Bruno por varios segundos, se veía tan sexy manejando y ni hablar de su cabello ligeramente despeinado. —Hemos llegado.

Sofia se pegó a mi como un chicle. —De donde has sacado a ese bombón.

Rio por su insinuación.

—De la Universidad.

—Si no lo quieres puedo quedármelo. —Susurra juguetona.

—Es todo tuyo.

Entramos a la sala del cine, llegamos aquí y ni siquiera sabíamos lo que íbamos a ver, solo que teníamos las entradas.

—Es para ver Spiderman. —Bruno expresa quitando mis dudas.

—Enserio, ¿Eso? — Sofia le cuestiona.

—Si, ¿Tiene algo de malo? —Por su tono de voz supuse que se estaba molestando.

Antes que ella dijera algo que arruinara la noche yo me adelanté intentando aligerar el ambiente. —Ya estamos muy grandecitos para estas peleas tontas.

—Exacto. —Ella dice entre dientes.

Los minutos pasaron rápidamente y la película empezaba a aburrirme, miré a los alrededores, a uno de mis lados estaba Bruno sumamente concentrado y al otro una Sofia profundamente dormida.

—Bruno, iré al baño. Vengo en un momento —Él asiente sin mirarme, estaba bastante concentrado.

Me vi en el espejo mi cara era un desastre, traía unas ojeras que ni el maquillaje podía cubrir. Estas semanas habían sido súper pesadas con ese hombre desquitándose conmigo como toda una fiera.

Luego de lavar mi cara salí a tomar un poco de aire.

Diablos, mala idea.

Mis ojos se abrieron de par en par al encontrarme con mi frívolo jefe allí saliendo de su auto. Solté mi cola y puse mi larga cabellera sobre mi rostro intentando esconderme, pero fue en vano.

Él ya me había visto.

—Señorita Raquel.

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Uwu gracias por llegar hasta aquí, el capítulo que viene está sumamente picante, no olviden votar y comentar que tal les parece la historia.

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