Capítulo 55
El camino de regreso hacia nuestro departamento se me hizo mucho más largo de lo que se me hizo cuando Jayden y yo íbamos de camino a la fiesta, sin embargo, por el reloj del auto de mi novio, se que nos habíamos hecho el mismo tiempo tanto de ida como de regreso.
Supuse que el hecho de que el tiempo se ralentizara para mí, tenía que ver con el shock que me había causado lo que vivimos hace un momento. Era la única explicación que le podía encontrar.
Sigo trazando suaves caricias sobre la mano de mi novio mientras le echo una rápida mirada para asegurarme de que esté bien. Sin embargo, lo encuentro igual que hace un momento: perdido en sus pensamientos. Resoplo con una ligera mueca y desvío la mirada hacia el frente, enfocándome en Liam. Él, quien se ofreció a traernos después de notar que Jayden no estaba en condiciones para conducir, maniobra con cuidado hasta el estacionamiento subterráneo de nuestro edificio.
—Llegamos. —anuncia mí amigo, estacionándose.
—Gracias por traernos, Liam. —le digo con una pequeña sonrisa y estirando mi brazo para darle un suave apretón en su hombro.
—No hay de que.
Jayden no dice nada, simplemente abre la puerta y sale del carro. Suelto un fuerte suspiro y me quedo viendo como camina hacia las escaleras.
—Estoy segura que también Jayden te lo agradece, Liam.
Me regala una sonrisa comprensiva a través de retrovisor.
—Lo se, Paris. Tranquila.
Asiento con la cabeza, suavemente, y salgo a la par que él del carro.
—Toma —me estrecha las llaves del carro de Jayden—. Te dejo sus llaves.
—Si —las tomo—. Gracias otra vez por traernos, Liam.
—No hay nada que agradecer, Iris
Hago el ademán de dar un paso en dirección hacía dónde se encuentra Jayden, pero me detengo antes de hacerlo y me vuelvo hacía mi amigo.
—¿Vas a esperar a Aby aquí?
—Si. Supongo que ya no tarda.
—Oh, está bien —paso saliva con dificultad—. ¿Puedes agradecerle por mi? ¿Y a los otros también, por favor? Diles que mañana yo lo haré en persona pero, por mientras, ¿puedes hacerlo tú?
Me regala una sonrisa dulce y lleva su mano a mi brazo.
—No hay nada que hacer, Paris, esto es algo que hacen los amigos.
—Pero, ¿cómo no voy a agradecerles si han hecho tanto por mi?
—Te repito, es algo que hacen los amigos.
Siento el cariño y el agradecimiento recorrer mi cuerpo, por lo que le regalo una pequeña sonrisa.
—Ahora vete. Ve a ver que todo esté bien con tu novio super estrella.
Asiento con la cabeza con una sonrisa, antes de darme la vuelta y caminar en dirección a las escaleras.
Luego de llegar a la primera planta y tomar el elevador para subir a mi piso, me encamino hacía el departamento de Jayden. No hace falta llamar a la puerta o abrirlo con mis llaves ya que, al llegar, me encuentro con la puerta entreabierta.
La empujo con suavidad y me adentro a nuestro departamento. Cierro la puerta detrás mío y entrecierro mis ojos, tratando de adaptar mi vista a la oscuridad de nuestro departamento, sin embargo, mi ceño se frunce cuando al pasar la vista por la sala, no logro distinguir ninguna figura entre la oscuridad.
—¿Jayden? —doy un par de pasos hacia la sala—. ¿Dónde está...?
—¡Carajo!
El insulto de mi novio, proveniente de la habitación, me hace caminar hacía allá de inmediato, temiendo que algo le haya pasado.
Abro la puerta en seguida y el temor que sentí hace unos instantes se desvanece al ver que está bien. Está sentado sobre la cama con el dorso de su mano derecha enfrente de él y una botellita de alcohol en su mano izquierda, y su rostro está contraído en una mueca de evidente dolor.
Está tratando de curarse...
Tan pronto como ese pensamiento llega a mi cabeza, me encaminó hacia él y me coloco en cuclillas enfrente suyo. Pongo una de mis manos, con suavidad, encima de la suya, mientras que con la otra trato de quitarle el alcohol.
—Yo puedo hacerlo. —dice sin mirarme y con los dientes apretados.
Hago una mueca. La forma en la que evade mi mirada me lastima un poco, sin embargo, me obligo a mi misma a tomar una respiración y seguir.
—Se que sí —murmuro y con suavidad trazo una caricia en su mano—, pero quiero ayudarte.
Se mantiene unos segundos agarrando con fuerza el botecito, antes de soltarlo y dejar escapar un suspiro.
Al tenerlo en mi mano, acerco a mi la cajita de primeros auxilios, que descansa en el piso, y dejo ahí adentro el botecito.
—Antes de aplicar cualquier cosa, te debes lavar las manos, ¿lo hiciste?
Llevo mi mirada hacia él y el silencio que me otorga es suficiente respuesta para saber que no hizo.
—Bueno, entonces debemos ir a lavarte, Jay.
Me pongo pie y tomo una de sus manos entre las mías, para tirar de él con suavidad, en una silenciosa petición para que se levante.
Tras obedecer mi petición y levantarse, lo guío al baño del departamento y una vez nos adentramos, me encargo de abrir el agua fría del lavamanos, para después meter en ella las manos de Jayden.
Me encargo de enjuagar sus nudillos, con la suficiente delicadeza como para no lastimarlo, y uno por uno voy retirando la sangre de ellos y cualquier rastro de suciedad que tenga, hasta que quedan totalmente limpios.
—Ahora voy a secarte tus manos, ¿si?
Él asiente una sola vez con la cabeza, por lo que yo empiezo a secarlo, con una toalla, con la misma precaución que tuve antes.
—¿Te duele?—cuestiono sin dejar de limpiarlo.
—No.
—¿Te arde?
—Un poco.
Asiento con la cabeza, lentamente, antes de bajar la toalla y dejarla encima del lavabo.
—Bueno, eso es normal, pero lo bueno es que, por lo que se puede ver, no hay infección o alguna lesión, ¿bien?
Vuelve a mover la cabeza en forma de respuesta, lo cual me hace tener un pinchazon en el pecho, puesto que todo el camino hacia acá y desde que llegamos apenas si me mira o me habla. Creo que la oración más larga que me ha dado, hasta ahora, fue cuando me dijo: «yo puedo hacerlo», fuera de eso, se ha mantenido muy callado.
—Voy rápido por hielo a la cocina.
Sin esperar la respuesta que, seguramente, no va a llegar, me encamino con rapidez a la cocina para tomar un par de hielos del congelador y ponerlos en un trapito. Una vez ya listo eso, regreso con la misma velocidad hacia el baño, en donde Jayden se encuentra esperándome en la misma posición en la que lo dejé: enfrente del lavamanos y el espejo.
—Regrese.
Llevo una de mis manos a su abdomen para empujarlo un poco hacia atrás y poder posicionarme entre él y el lavabo.
—Dame una de tus manos.
Estiro una de mis manos y, acotando mi petición, pone su mano derecha encima de la mía. Llevo el hielo a sus nudillos y tan pronto como el frío hace contacto con su piel, lo veo esbozar una mueca.
—Será solo un par de segundos —le digo al ver su expresión—. Es para la hinchazón y el dolor, ¿está bien?
Y, así como hace unos minutos atrás, no me responde, solamente hace un pequeño movimiento con la cabeza.
Ignorando, otra vez, ese pinchazo en el pecho, me encargo de seguir aplicando el hielo para desinflamar sus nudillos. Mientras hago eso, me es imposible no recordar el momento en el que Alex me llamo "zorra", "enferma mental" y en la reacción de Jayden, luego de escuchar eso.
Jamás había visto una pelea, solamente en películas pero, después de esta vez, no tengo ganas de volver a presenciar otra. Las emociones y sensaciones que me causó ver a dos personas pelear, es algo que no quiero volver a experimentar y, mucho menos, si mi novio va a estar implicado. Odiaría, con todo mi corazón, ver que salga mucho más herido de lo que está en este momento. No podría verlo así. Me dolería.
—Veo que sabes mucho de esto.
La voz de Jayden me saca de mis pensamientos y llevo con rapidez mi vista hacia él.
—¿Mande?
—Digo que —pasa su lengua por sus labios en un gesto nervioso—, sabes mucho de curar heridas.
La felicidad burbujea en estómago, luego de escucharlo hablarme, y me veo en la necesidad de reprimir la sonrisa que amenaza con salir.
—Mi mamá es enfermera —respondo y quitó el hielo de su mano para pasarlo a la otra—, me es casi imposible no saber esto.
—Oh, es verdad —sus orejas se ponen rojas y me da una rápida mirada, apenado—. Lo siento, lo había olvidado.
Le sonrío.
—Esta bien, Jay. No pasa nada.
Bajo mi mirada hacia su mano, para ver que el hielo esté funcionando y este bajando la hinchazón de su mano.
—Paris.
—¿Si, Jay?—respondo sin quitar mis ojos de su mano.
—Lo siento mucho.
Ese comentario me hace fruncir el ceño, extrañada, y alzo mi vista hacia él.
—¿Por qué te disculpas, Jay?
—Por la pelea de hace rato —suelta un suspiro tembloroso—. No fue mi intención ponerme de esa manera, pero no pude contenerme luego de la forma en la que te llamó. —aprieta sus dientes con fuerza.
—Jay...
—Solo quería darle una lección —continua hablando—. Hacerle saber que nunca, jamás, iba a volver a permitir que te hablara o te tocará de esa manera, pero ya me di cuenta que mi reacción estuvo mal —baja su mirada hacia el piso—. Lo siento mucho, amor. No quise arruinar tu fiesta.
Mi corazón se apachurra.
—Jay, cielo —dejo el hielo a un lado y llevo mis manos hacia sus mejillas, para alzar su mirada—. No arruinaste nada, amor, y no tienes porque disculparte. El único culpable y responsable aquí es Alex.
Subo una de mis manos y empiezo a acariciar su cabello con suavidad.
—Tranquilo, Jay, porque tú no hiciste nada malo.
—Pero te asusté, ¿no? Y eso es aún mucho peor.
La manera en la que me dice esas palabras y la forma en la que sus ojos se llenan de miedo y culpabilidad, hacen que me duela el corazón.
—No, amor. No me asustaste —le regalo una pequeña sonrisa tranquilizadora—. Lo único que me hizo temer es que te hicieras daño, pero mírate, estás bien. Sano, salvo y guapo.
El sentimiento de culpa se desaparece de sus ojos, lo cual me hace sentir un enorme alivio, y una pequeña sonrisa aparece en su boca.
—Te quiero, Paris.
—Te quiero más, Jay.
Sus brazos se envuelven en mi cintura, apretándome en un fuerte abrazo que yo correspondo, pasando mis manos por su cuello y recargando mi cabeza en su pecho.
—Gracias por defenderme, Jay.
Se separa un poco de mí y ahora él es el que toma mi mejilla.
—Lo haría mil veces más, Paris.
Vuelvo a abrazarlo, acurrucando me en su pecho y disfrutando la calidez de su cercanía. Y, mientras lo hago, siento un poco de tristeza al saber que dentro de unas cuantas horas él volverá a irse.
—En unas horas se acaban tus vacaciones. —susurro.
—Lo sé.
—Y volveremos a alejarnos.
Me apretuja con más fuerza, pero sin lastimarme.
—Lo sé.
—Como desearía irme contigo.
Se separa de mí y me observa con una pequeña sonrisa frágil.
—Lo se. Yo también desearía que te fueras conmigo —enreda un mechón de cabello en su dedo índice—, pero no quiero llevarte a la misma ciudad donde vive mi verdugo.
—Lo sé —hago una mueca—, pero cómo me hubiera gustado pasar mis vacaciones a tu lado.
Sonríe.
—Algún día, amor. Algún día te llevaré a ti y a tu mamá a pasar unas vacaciones conmigo.
Suelta una pequeña risa y mi pecho se llena de calidez al escucharlo decirme que también llevará a mi mamá.
—Ahora quiero que dejemos a Billy y al otro imbécil de lado y me dejes besarte hasta que te arda la boca, porque pasaré un buen tiempo sin ti y no sé si sobreviviré sin tus besos.
Suelto una carcajada.
—Que exagerado.
—Si estuvieras en mi posición, no me llamarías así.
Antes de poder replicar su boca atrapa la mía con delicadeza. Sus labios rozan los míos con una suavidad que hace que mi pecho se llene de amor y calidez. El beso empieza como una suave caricia, lenta y tranquila, disfrutando de nuestra cercanía y aprovechando este momento en el que estamos juntos, dejando atrás que, en unas horas, estaremos a kilómetros de distancia.
Sus manos descansan en mi cintura, firmes pero sin apretar, y su nariz roza la mía en un gesto que me hace sonreír entre el beso.
Me dejo llevar, entregándome por completo a ese momento y disfrutando de las pequeñas caricias en círculos que sus dedos empiezan a trazar en mi cadera.
Poco a poco, conforme los minutos pasan, algo empieza a cambiar. Su respiración se vuelve más profunda, más irregular, y el beso, que antes era algo tierno, una suave exploración, comienza a intensificarse. Siento su mano subir por mi espalda y no se detiene hasta que se hunde en las hebras de mi cabello. Tira de el con cuidado, para inclinar mi rostro y profundizar nuestro contacto. Un jadeo escapa de mi garganta, luego de tal acción, y su cuerpo se pega más a mí, aprisionándome contra el lavamanos, como respuesta al sonido.
Sus labios abandonan los míos y empiezan a bajar lentamente hacia mi mandíbula y luego hacia mi cuello, donde succiona, lame y besa, provocándome suspirar de placer.
Vuelve a subir su boca la mía, besándome con mucha más intensidad que antes y, durante el beso, siento como un agradable cosquilleo comienza a acumularse en la parte baja de mi estómago y empieza a bajar a mi parte íntima.
Buscando saciar aquel delicioso burbujeo, muevo mi pelvis hacia adelante y suelto un suspiro lleno de satisfacción cuando, ante el movimiento, siento un bulto en los pantalones de Jayden.
—Paris...
Ignorando que mi nombre sale de sus labios con la advertencia de que me detenga, hago el movimiento una, dos, tres veces, buscando saciarme, hasta que en la cuarta recibo, por respuesta, un gruñido por parte de mi novio, seguido por un rápido movimiento que me hace dar la vuelta y colocar mi espalda en su pecho.
Con la respiración agitada, alzo la vista hacia el espejo, y me quedo viendo como tanto mis labios como los de Jayden, ahora están sumamente hinchados.
—Amor, si no te detienes ya no podré seguirme conteniendo. —dice con los dientes apretados y con sus manos sujetándome como grilletes mi cintura.
Sus palabras van directo a mi vientre y me veo con la necesidad de buscar más.
—Tal vez ya no quiero que te sigas conteniendo.
Por el reflejo del espejo, veo la sorpresa aparecer en su rostro por unos segundos, antes de que en sus ojos aparezca un brillo cargado de un intenso deseo.
—Espero que no te arrepientas de lo que acabas de decirme, ángel.
Una corriente eléctrica atraviesa toda mi columna.
—No, no lo haré.
Esas son todas las palabras que necesita Jayden, para volver a voltearme y retomar el beso, con la misma urgencia que él había mostrado antes.
Con las manos en mi cintura, Jay empieza a empujarme fuera del baño y yo me dejo guiar por él hacia nuestro dormitorio, sin separarnos.
La oscuridad de la habitación nos envuelve al cruzar el umbral, y el aire cargado de nuestra cercanía parece intensificarse. Al separarnos por un instante en busca de aliento, mis ojos captan cómo la tenue luz que se filtra por las persianas dibuja sombras ondulantes sobre las sábanas, como si el espacio mismo respirara con nosotros.
Jayden toma mi mano con suavidad, guiándome hacia la cama. Sus movimientos son cuidadosos, como si temiera romper algo frágil, pero la urgencia en sus ojos contradice su delicadeza. Me deja de pie frente a él mientras se sienta en el borde del colchón, y sus manos suben lentamente por mis caderas, hasta posarse en mi cintura.
—Ven aquí —murmura, su voz ronca y cargada de emoción.
Llenándome de valor, me siento en su regazo, colocando una pierna a cada lado de su cadera y me inclino para besarlo. Esta vez el beso tiene un ritmo distinto, más pausado, como si quisiera memorizar cada detalle antes de su partida.
Sus dedos comienzan a juguetear con el dobladillo de mi blusa, pero no avanza más allá. Es como si estuviera esperando mi aprobación. Me aparto apenas unos centímetros y, con el cuerpo envuelto en deseo, asiento suavemente con la cabeza.
Con un movimiento rápido y seguro, desliza la blusa por mi cabeza, dejándola caer al suelo en un gesto que parece marcar un punto de no retorno. Sus manos no tardan en encontrar el broche de mi sostén, que se abre con una facilidad casi desesperada bajo sus dedos expertos.
Un suspiro entrecortado sale de mis labios cuando los tirantes se deslizan por mis brazos, dejando mis senos desnudos frente a él. Su mirada recorre mi piel con una intensidad que me enciende aún más, y el aire entre nosotros parece vibrar, cargado de expectación y deseo.
Jayden no dice nada, pero sus ojos hablan por él. En su mirada se mezcla el deseo con algo más profundo, algo que me hace sentir venerada, como si para él no existiera nada más importante en este momento.
La respiración se me corta y el corazón empieza a aporrear con tanta fuerza mi pecho que siento que se me hará un agujero en el pecho, cuando lo veo inclinarse hacia mí para dejar un casto beso entre mis senos.
—Tu cuerpo es una obra de arte que me cuesta creer que sea real.
Sus palabras impactan en mi corazón de tal manera, que lo siento gritar de alegría juntos a las mariposas inquietas de mi estómago.
Sube sus labios hasta mi boca, dejando ahí un corto beso, antes de mirarme con sus preciosos ojos grises que, en ese instante, parecen hablar de todo lo que no se dice con palabras.
—Te quiero tanto, Paris.
Sonrío.
—Y yo te quiero más, Jay.
Sus labios buscan los míos de nuevo, y con las manos temblando, me encargo de quitarle su playera. Mis dedos recorren su torso desnudo, bajando lentamente, sin detenerme hasta llegar al borde de sus pantalones. Un nudo se forma en mi estómago, y mi pulso se acelera al darme cuenta de lo que estamos a punto de hacer. Cuando levanto la vista hacia él, su expresión me da la seguridad que necesito.
El mundo exterior desaparece por completo cuando se da la vuelta conmigo, dejando mi espalda sobre la cama con una impresionante delicadeza. Y, en ese momento, entregándole mi cuerpo, con cada caricia, cada beso, solamente me doy cuenta de algo de lo que ya tenía certeza.
Amo a Jayden Blackwood.
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—Luego de eso, Liam nos llevó a Jayden y a mí al departamento y me encargue de curar sus nudillos.
—Oh, vaya.
La cara de mi mamá llena de sorpresa me hace querer reír, pero me mantengo sería.
—Lo sé. Muy intenso, ¿no?
—Bastante —deja salir el aire de sus pulmones y mueve su cabeza—. Entonces tuviste un Jueves bastante... interesante, ¿no?
—Sin duda que sí —resoplo y recargo mi cabeza en el sillón—. En fin, ¿qué opinas de lo que te conté?
—Pues... que ya era hora.
Frunzo el ceño y la miro con confuso.
—¿Qué?
—Si, ya era hora alguien le pusiera un alto a esa sanguijuela. Una lástima que no puede ser yo. —dice, soltando un suspiro de exagerado arrepentimiento.
—¡Mamá!
La miro con diversión.
—¿Qué? Me pediste una opinión y es lo que te estoy dando.
Suelto una risa y niego con la cabeza.
Hace un día que Jayden se fue de Los Ángeles. Luego de la maravillosa noche que pasamos juntos, la cual no ha dejado de rondar mi mente erizándome la piel y poniéndome el cuerpo a temblar, Jayden tuvo que marcharse el Viernes, muy temprano, para tomar su vuelo.
Lo acompañé primero al departamento de su hermana para dejar su auto y después fuimos al aeropuerto. No puedo negar que fui un inmenso mar de lágrimas al despedirme. No quería que se fuera, pero sabía que tenía que marcharse. Tras múltiples besos y palabras hermosas que parecían querer calmar mi angustia, tuvo que irse. Mi corazón se rompió al verlo caminar hacia las puertas de abordaje.
Aby llegó por mi un rato después de que Jay se fuera. Cuando me vio, me dio un abrazo que, aunque no logró desvanecer la tristeza, sí logró reconfortarme un poco. Tras eso, juntas emprendimos el camino de regreso a nuestro departamento ya que había llegado la hora de empacar nuestras cosas y volver a casa.
Ahora estoy en Malibú. Llegué ayer por la tarde, pero no pude contarle a mi mamá todo lo que pasó el jueves hasta hoy, porque tenía turno nocturno en el hospital. Pasé toda la noche ansiosa y desesperada, deseando compartirlo con ella.
Durante la noche, pensé mucho en mis amigos de la universidad, ya que después de la pelea en Los Ángeles, estoy segura de que ya saben quién es mi verdadera pareja. Aun así, siento que es importante que lo escuchen directamente de mí. Tal vez no sea necesario, pero quiero decirlo con mis propias palabras.
El sonido de mi teléfono, anunciando una llamada, me saca de mis pensamientos, por lo que estiro mi mano para tomarlo de la mesita de centro y contesto al ver que se trata de Aby.
—Hola.
—Prende la tele. —suelta con urgencia, interrumpiendome, apenas le contesto.
—¿Qué?
—¡Que prendas la tele, Paris!
Doy un respingo cuando la escucho alzarme la voz.
—Está bien, ya voy.
Tomo el control y enciendo la tele. Tal y como ella me lo pidió.
—Listo.
—Pon el canal de los famosos.
—¿Ese es el 232?
—Si, Paris. ¡Apúrate!
Arrugo la nariz y empiezo a cambiarle al canal.
—Pero que humor tie...
—... El canté Jayden Blackwood se vio enredado en una disputa que, incluso, llegó hasta los golpes.
La presión me baja, el miedo se acumula en mi estómago y las manos empiezan a sudarme cuando veo de que va la noticia.
—Carajo.
Me levanto, con el corazón desbocado, dejando mi teléfono caer a un lado y doy un paso hacia la televisión.
—Según nos informan, está pelea se dio luego de que un allegado a la acompañante de Jayden, de quién aún no conocemos su nombre, le faltara al respeto verbalmente. Esto llevo al cantante a reaccionar de manera violenta. Golpeando a la otra persona hasta casi dejarlo inconsciente. Adelante con las imágenes.
El corazón empieza a martillarme con fuerza el pecho, lleno de miedo, mientras veo el video que se reproduce en la tele. En el, se ve claramente como Jayden golpea, sin piedad, a Alex quien durante todo el vídeo se mantiene en el piso, tratando de cubrirse de los golpes.
—Ay Dios. —murmura mi mamá, asombrada.
El vídeo continúa reproduciéndose y, al parecer, la señora de la televisión vuelve a hablar, pero yo ya no estoy escuchando. Mi mente empieza a sumirse en una angustia tan grande, que hace que los oídos empiecen a pitarme y todo mi cuerpo se comience a debilitarse.
Tomo fuertes y profundas respiraciones, mientras me dejo caer al sillón. Mi mamá aparece en mi campo de visión y por la forma en la que mueve sus labios, se que está diciéndome algo, pero no la escucho. No soy capaz de escucharla. No cuando mi cabeza solo está pensando en Jayden.
Lo va a matar.
Lo va a matar.
Lo va a matar.
Ese cruel pensamiento continúa repitiéndose en mi cabeza y, junto a ellos, imágenes de mi novio sufriendo. Siendo herido. Muerto. Empiezan a pasar una tras otra por mi mente.
—Jayden —suelto entre un jadeo y aferro mi mano a la de mi mamá—. Necesito... hablar con Jayden. Necesito saber si... está bien. Si está vivo.
Apenas y escucho mi voz tras pronunciar esas palabras y, aunque la cara de mi mamá palidece, toma mi teléfono celular y empieza a teclear algo en el.
Por un momento detiene lo que estaba haciendo y por mi mente pasa que ha dado con su contacto, pero por la forma en la que su ceño se frunce, se que no ha dado con eso.
—Acaba de llegarte un correo.
La voz suena lejana por lo que me veo en la necesidad de preguntar para saber si si escuché bien.
—¿Qué?
—Un correo. Acaba de llegarte un correo.
—¿De quién?—cuestiono, tratando de modelar mi respiración.
Sube su mirada hacia mí.
—De Billy Richardson.
€
¡Aquí el final!
Ahora si hermanas, agárrense, prepárense mentalmente y pidan cita con el psicólogo porque se vienen cositas.
Los quiere, Hanna.
-3 capítulos para el capitulo final.
ig:hannasvelez
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