Tres sabores distintos
Es difícil adentrarse en la mente de los personajes una vez que decidís empezar a escribir una historia. A mí personalmente me cuesta entender por qué Gladio escribe en pergaminos para luego guardarlos en botellas, o por qué Lillie quiere estar con Trip, que es un tarado, cuando lo que la atrapó de Satoshi en un primer momento fue su generosidad para con los demás y su forma de ser tan alegre y misteriosa, o por qué Satoshi se siente menos que Serena y se vuelve alguien huidizo, algo esquivo, pero luego la tiene cerca y el mundo le da vueltas y quiere pasar más rato juntos hasta inventarse una manada de pikachus salvajes en el bosque verde, donde todos sabemos que la probabilidad de encontrar uno es del cinco por ciento, o por qué Fennel, que no tiene nada que ver con esta trama, de pronto apareció para hablar sobre la muerte, como si quisiera consolarnos cuando alguien cercano parte al otro mundo, o por qué Serena la está yendo a ver en este momento...
Quizás si lo pienso un poco, Gladio es alguien que busca impresionar; baila fantástico, se ve fantástico, habla haciéndose el misterioso y todo lo demás. Es excéntrico en exceso porque eso hace que consiga admiración por algo más que su dinero. Podría entender que quiera impresionar a Serena, pero ahora que ve que ella no está interesada en él, lejos de ofenderse, acaba de poner sus ojos en otra chica. Él es consciente de que la gente lo quiere y a muchos les gusta pasar el tiempo a su lado no por su herencia, sino porque sabe ser genial. No puede perder el autoestima que tanto le costó construir sintiéndose un perdedor al lado de Satoshi.
Por su parte, a Lillie le rompieron el corazón. Ella era como Gladio, pero más tímida. En lugar de buscar impresionar a la gente por algo más allá de su fortuna, decidió cerrarse a ellos de manera definitiva, ocasionando que se sintiera sola y vulnerable, pero cuando llegó Serena creyó que alguien de afuera, que no sabía su historia, sería una gran oportunidad para tener una amiga. Le cuesta entender que después de haberse abierto por única vez a una persona ésta la traicionara robándose al chico de sus sueños, y también que lo único sobre lo que construyó su personalidad, el poseer dinero, fuera insuficiente para captar la atención de Satoshi. Lillie se está revelando, pasó muchos años sola y tenía cosas que necesitaba soltar, y ahora que tiene una razón para ser mala quiere probar si puede serlo de verdad, quiere sentirse menos vulnerable. Quizás no odia a Serena, quizás no ama a Satoshi, quizás por eso usa a Trip. Lillie se está construyendo a sí misma dado que antes, a causa de su encierro, no lo había podido hacer jamás.
En cuanto a Satoshi, padece lo mismo que sufrimos todos cuando queremos tener algo con alguien que está por sobre el concepto que tenemos de nosotros mismos. Si te digo la verdad, hasta me molesta que lo culpes porque durante todo este último mes se la pasó pensando en la mejor forma de cortar con Serena. ¿Qué sabés vos de su vida y sus limitaciones? ¡Respetalo! Él vivió experiencias diferentes a las tuyas, no lo juzgues como lo harías con un igual. Prácticamente vivió sin familia, siendo uno más, preso y víctima de las calles. Nadie lo valoraba, ¿tanto te cuesta entender que ahora él mismo no se valore cuando le toca hacer feliz a otra persona que sí fue tratada como una princesa? No le tengas lástima tampoco, eso es peor que el odio. Es fuerte, lo va a superar.
Ahora, hablando de Fennel y de Serena, ellas dos están juntas y conversan. ¿Las querés escuchar? Yo sí. Vamos a acercarnos un poco, a ver qué tal.
—Yo no te puedo confesar, para eso está el padre Samuel —insistía Fennel ante la terquedad de Serena.
—Ya sé que el ex director Oak es el cura de esta parroquia, pero usted es mucho más que eso; es mi amiga. Yo confío en usted, no en él.
La chica de anteojos se enterneció por las palabras de su pequeña extorsionista, no obstante a lo cual se mantuvo firme por eso de respetar que lo que Serena pedía no es debido.
—Una monja no puede confesar.
—Y un cura no puede ser cura si es casado.
—¡Pero el padre Samuel es viudo, no casado! Su sacerdocio es válido, según la iglesia.
—¡Hasta tiene hijos!
—Los cuales son mayores de edad y se pueden valer por ellos mismos. En un caso así, el sacerdocio es permitido.
La muchacha ocultó sus zafiros al apretar las pestañas respirando con tranquilidad para no estallar en uno de sus ataques de nerviosismo. Necesitaba conversar con alguien sobre lo de la agenda, y el voto de silencio de la confesión obligaría a quien la oyera a no decir nada a nadie, pero no quería hablar con un cura sino con Fennel que era quien más la consoló cuando sufrió el remordimiento por no poder evitar la muerte de su amigo.
—Está bien —aceptó al fin—, que sea una charla entre amigas y no una confesión, ¡y no me digas que mejor me confiese ahora! Lo haré después, ¿de acuerdo? —Imposible decir no. Se sentaron en uno de los bancos de madera del templo, resguardadas por la penumbra silenciosa que poblaba el lugar y comenzaron su charla pudiendo observarse frente a rente, en un ámbito pleno de intimidad. Serena le contó poco a poco sobre los asesinos de la agenda, sobre sus desventuras con Lillie, su relación con Satoshi, y por fin, sin omitir detalle alguno, como si la confianza fuera el más sólido de los puentes, le narró la intervención nula de la policía y su deseo de reprimir a quienes acechaban con lastimar a las personas que quería con la única condición de que su nombre estuviera presente en una lista absurda impresa a mano en una agenda. Fennel no parecía feliz después de escuchar todo eso.
—Y bien... ¿qué opinas?
La mujer tragó saliva antes de contestar. —Desearía poder ayudarte con algo más, pero lo único que tengo para ti es este pequeño consejo: aléjate de todo este embrollo enseguida, Serena.
Una sensación de decepción se apoderó de la pelimiel al escuchar las palabras de quien acababa de proclamar como su nueva amiga. ¿De verdad pensaba que lo mejor sería dejar todo como estaba? ¿No le importaban todas las personas que podrían morir a causa de los asesinos de la agenda? ¿Qué clase de religiosa era?
No quiero darle la razón a Serena, pero es que en parte la tiene. Si un grupo de asesinos anduviera suelto por tu ciudad amenazando a personas inocentes y solamente vos pudieras hacer algo para frenarles el carro ¿te quedarías con los brazos cruzados? ¿Y si uno de sus objetivos fuera alguien a quien quisieras mucho?
—No me mires así, sé que parece que no te estoy ayudando, pero creo que es lo mejor que cualquier adulto podría decirte.
—¡Oh! ¿Y qué tal «puedes contar conmigo para detenerlos»?, ¿acaso eso no sería mejor?
¡Momento! Ya les dije que es difícil adentrarse en la mente de los personajes, pero esto es realmente el colmo: es muy raro escuchar a Serena siendo irónica. Ella en verdad debe estar molesta.
—No. Puede que no lo veas así, pero estás metiéndote en algo mucho más grande de lo que tus ojos te permitan ver: si la policía los ignora lo más probable es que trabajen juntos. Hagas lo que hagas saldrás perdiendo, Serena.
Su profecía, pese a ser algo que se venía repitiendo hace bastante tiempo sin atreverse a enunciarlo de una manera concisa, le causó una gran sensación de pesadumbre.
—... Entiendo... —mintió—, aún si los detuviera, otros vendrán a ocupar su lugar...
—Y esos otros vendrán por ti.
La charla se le había vuelto pesada; la adolescente llegó buscando ánimo y acabó por sentirse contrariada. ¿No te pasó alguna vez? Con tus padres, tus amigos, cualquiera de tus conocidos. Se siente feo, ¿no?... demasiado.
La chica agradeció amablemente y luego partió a la salida sabiendo que debía olvidar el episodio. Sin importar si aquel grupo de asesinos trabajaba para la policía o lo hacía en su contra, no desampararía a los condenados. Su mente, aún sin ser tan religiosa, sabía soportar algunos lapsos de altruismo aunque aquellos la pudieran llevar a una posible muerte de mártir.
¿De qué vale la vida escondiéndose detrás de un mostrador para venderle algo a alguien? Tus servicios, tus deseos satisfechos, tus emociones, todo carece de sentido cuando podrías haber hecho un bien mayor y decidiste cambiarlo por la satisfacción de una carrera mediocre, un billete de avión cada fin de año para menguar el peso de once meses de servicio esclavo, una familia pequeña y una mascota de comercial. Todo, todo en vano y al servicio de cosas que jamás podrías manejar. Serena lo sabía.
Caminó maldiciendo en sus adentros —demasiado íntegra como para exteriorizar ese tipo de improperios—, y buscó con el curso de sus pasos una entrada que le permitiera adentrarse en el bosque Verde.
Satoshi no la estaría esperando, pelearía feliz contra algún imberbe del club de las batallas pokémon hasta sentir la mano de la muchacha jalarlo del cuello de la camisa, los aplausos de todos los integrantes piropeando a la novia de su maestro mientras los elogiaban formulando posibles hipótesis de adónde pensaba ella secuestrarlo, sentiría sus pies forcejear débilmente para acimentarse en el suelo sin el mayor efecto, cuestionaría las intenciones de su chica, la escucharía callarlo, declinaría de su intención de contrariedad para acceder manos a los deseos de su amada, y éstos no serían santos.
Con el correr de los tironeos su camisa se abriría de forma abrupta, las manos de la pelimiel recorriendo su espalda desnuda, besaría unos labios inquietos, fugaces. Aspiraría con dificultad al enterrarse en el cabello amarillento de la muchacha para besar su cuello trazando un sendero de ósculos suaves hasta llegar al lóbulo de su oreja, sentiría como poco a poco la damita le brinda la libertad de deshacerse de aquella incómoda remera negra, rozar su piel, besarla y morderla si le apetecía.
Ahora ella lo aprisiona, él no sabe cómo actuar. Serena está furiosa y lo quiere demostrar con pasión, y aunque esta sea su primera vez, ambos saben bien cómo puede terminar. Un perfume a piel sudada inunda los sentidos de ambos jóvenes junto a la adrenalina de un bosque poco tupido y bastante transitado. Las yemas del adolescente rozan el contorno del rostro de su amada, bajan por su cuello, acarician con suavidad sus pechos generosamente expuestos a sus deseos más carnales. Ella lo sujeta por la espalda atrayéndolo hacia su cuerpo y busca con las manos entrometerse en el recoveco que forman su cadera con su pantalón.
—No.
Cesan repentinamente los besos, los forcejeos y los suspiros incontrolables.
—¿No?
Más que una pregunta podría traducirse en un desafío por parte de la muchacha. Su amado entrenador no cede.
—No quiero que sea aquí, en un lugar tan sucio. Déjame volverlo especial para los dos.
Un momento de tensión que duró lo que un silbido acabó por morir destrozado por una cálida sonrisa.
—Tienes razón —atribuyó la muchacha—, no sé en qué estaba pensando.
Satoshi adivinó la vergüenza consecuente a esas palabras y la abrazó permitiéndole sentir todo el calor de sus pieles en contacto. —La idea fue muy buena, no lo niego, pero yo tendré una mejor. Confía en mí, ¿puedes?
Serena apretó con fuerza el pecho de su amado lo suficientemente avergonzada como para verlo a la cara, pero también lo suficientemente consciente como para perder aquel contacto.
—Lo haré, pero antes quiero aclararte un detalle. Es más bien un deseo, pero quiero que sepas no aceptaré que te niegues a concedérmelo.
—Lo que quieras, mi corazón.
Ella se acercó a su oído recordando en su mente que no somos la carrera mediocre, ni el billete de avión, ni la portada del comercial. —La deuda que queda pendiente entre tú y yo de esta semana no pasa.
Mordió su oreja haciendo que las emociones revolvieran el estómago del entrenador y aún sintiendo miedo por la actitud osada que estaba demostrando, una que nuevamente hasta a mí me sorprende, tomó su ropa del suelo, se vistió con prisa y salió del bosque dejando a Satoshi en solitario, recostada su espalda contra un árbol, el calor inconmensurable entre los labios.
Ella había aceptado que aquel entrenador la hacía feliz, que quería vivir mil cosas junto a él, que no tenía que esperar por su propia felicidad, y que vale la pena sacrificar aún su propia vida por un bien que la supera: amar más allá de las seguridades.
***
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