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Campanas al final de clases

A cuadernos blanquecinos,
por la ventana abierta,
llega el timbre repentino
de la campana que suena.

Rompen filas los alumnos
entonadas sus promesas,

viene el descanso oportuno

junto al flamear de la bandera.

Los lápices no bailan,
otra vez la pelota rueda.

Vacías quedarán las aulas 
pero llenas las veredas.


Es curioso el mundo digital; toda tu vida, tu pasado, tus deseos para el futuro, todo eso está escrito y casi al alcance de la mano de aquel que lo quiera averiguar. Ahondando en el asunto del club de las batallas pokémon me enteré, por ejemplo, que el mísmo estaba integrado por apenas seis alumnos del colegio: primero estaba su líder, el presidente Satoshi, un chico más bajo que yo, de piel tostada y con el pelo de un negro inconfundible. Entre los pokémon registrados en su equipo figuraban un totodile, un charmander y aquel pikachu que Dawn una vez me mencionó. Siguiéndolo en el orden de jerarquías se encontraba Brock, alguien que gustaba de los pokémon duros como onix, pineco o sudowoodo y aparentaba a su vez esa misma dureza con la imagen pétrea de sus gestos. Luego estaba May; sonriente, bonita, su perfil en las redes sociales la describía como una gran coordinadora. Ella y sus skitty, glaceon y torchic eran las personas de quienes más me interesaba aprender. Por último estaban Citron, un rubio de rasgos nazis con un bunnelby, un chespin y un luxio, Giselle, una chica despampanante con un cubone, un graveler y un gracioso bellsprout, y Macey, una niña con un equipo compuesto por puros pokémon de fuego tales como vulpix, slugma y cyndaquil. Todos ellos parecían fuertes entrenadores, aunque no poseyeran un grado muy alto que les permitiera figurar en el ranking nacional de entrenadores, pero sin embargo sus récords personales realmente resultaban alentadores.

Quise encontrarme con los integrantes de aquel club pero por más que buscara no lograba cruzarme con sus rostros en los pasillos ni chocarme con alguno de ellos entre el patio o en las escaleras. Nuestros horarios simplemente no coincidían, parecían no existir en medio de aquel mar de personas revoloteando de un lado al otro del instituto. No tenía deseos de arriesgarme a ser vista con los chicos fricki del colegio, por lo cual no podía asistir a una de sus reuniones, pero al parecer se trataba de personajes tímidos que no gozaban transitar los espacios comunes de la escuela.

Una mañana, tras vencer en la lucha diaria que me ofrecía mi imagen del otro lado del espejo, asistí a clases meditando que tal vez debía olvidar el asunto de las peleas. No tenía sentido, estaba queriendo ser competitiva y fuerte cuando sólo necesitaba ser distante de aquel grupo de gente grosera y todo andaría bien. No necesitaba ese tipo de preocupaciones... Comprendí que al haber dejado de hablar con Misty y los demás de su grupo el tema de Trip poco a poco se iría apagando y que tal vez eso sería lo mejor.

Todo anduvo bien a partir de ese momento y por fin pude dedicarme a hacer nuevos amigos encontrándome con una chica encantadora que soñaba con ser entrenadora pokémon aunque por algún motivo que no se atrevía a compartir les tenía miedo. Su nombre era Lillie y ella consideraba que tanto fennekin como yo eramos asombrosas por el simple hecho de ser nosotras mismas. Lillie parecía ser una de esas personas sin prejuicios y con muchas ganas de hacer cosas en lugar de sólo ver a los demás sobresalir, aunque bien sus temores la llevaran a ponerse trabas que no la dejaban alcanzar sus objetivos, lo cual no me impedía sentir una gran admiración hacia su persona.

La paz por fin me había alcanzado terminando los primeros días de aquella fatídica semana hasta que una tarde al salir de la escuela, el primer viernes de mi vida en esa institución para ser más exacta, algo que no me esperaba vino a mí con furia a recordarme que para que una pelea pueda olvidarse, ambas partes debían involucrarse con la idea.

—¡¿Qué demonios está mal contigo?! —grité al chico de cabello cenizo tras sentir las ramitas de su pokémon picando contra mi nuca.

—¿Qué pasó, princesita? Pensé que ibas a demostrarme que querías ser una entrenadora —desafió burlón.

—Pues ya no me interesa. No necesito demostrar nada a nadie más que a mí misma. —Ni mi actitud evasiva ni mi tono de seguridad fingida bastaron para hacer que Trip se me alejara.

—Vamos, muéstrame de qué eres capaz. Tengamos una batalla pokémon aquí y ahora.

—¿Por qué no mejor te vas a desafiar a tus amiguitos del grupo de los presumidos y me dejas a mí en paz?

—¡¿Por qué nos llamas presumidos?!

—¿Estás bromeando? El nieto del profesor Oak, la hermana de un grupo de estrellas de espectáculos acuáticos, la hija de una ex-campeona en concursos pokémon, la chica sobre la que todos dicen será la futura Maestra dragón de su pueblo, y en medio de todos ellos... tú —No pude evitar que el tono de mis palabras resultara despectivo, sentía auténtico desprecio al hablar de Trip aunque quisiera evitar demostrarlo—, el protegido de Alder y de quien todos esperan algún día alcance a ser el próximo campeón de Unova.

—¿Ser gente cool nos convierte en presumidos? —Su voz burlona me resultaba insoportable, al igual que la forma en que me miraba, como si quisiera marcar una diferencia entre los dos, un sesgo que por mi parte me resultaba risible.

—Tal vez no, pero cuando los veo ahí, sentados a un lado del montón, burlándose de todo aquel al que ven pasar, conversando sobre coches, sobre moda, sobre lujos... O qué, ¿creías que los que estamos a su al rededor no los podíamos escuchar? Por supuesto que sí, y lo que nos llega no es agradable.

—¿Entonces te duele que seamos mejores que ustedes? Si quieres hacerte valer hazlo en una batalla pokémon

Caminé decidida hacia adelante cargando mi voz de firmeza para que comprendiera que no me amedrantaría ante él ni ante nadie, pero no logré que retrocediera ni un paso. —No quiero pelear contra ti porque sé que eso no demostraría nada. ¿Por qué no retas a tus amigos?

—Tú vienes de Kalos, quiero ver cómo son los guerreros de esa zona. —Había avanzado hasta quedarse frente a frente conmigo. Su cercanía me incomodaba y aunque no podía dejarme avasallar por la manera en que invadía mi espacio privado, elevé notoriamente la voz para que no se perdiera ni una palabra de mi mensaje.

—¡Yo no soy una guerrera!

—Todos lo somos —aseveró inmutable—, tal vez para serlo sólo necesites el estímulo adecuado.

Sentí otra vez las ramas de Snivy golpeándome el rostro, pero esta vez no ocasionaron un simple picor, sino más bien un dolor agudo y repentino que me hiciera caer al suelo. Toqué mi mejilla con una mano encontrándome con una zona caliente que probablemente estuviera roja. La adrenalina y el terror me inundaron, sentí mi estómago volverse de piedra mientras que una sensación de ahogo anudaba mi garganta y mis fuerzas cedían para dejarme desarmada. Quería correr, pero mi cuerpo no respondía. Pronto un nuevo latigazo arrancó un gemido de mis labios y el dolor me obligó a adoptar una postura antiálgica como queriendo abrazarme a mí misma en el suelo y sin saber cómo reaccionar, ¿qué planes tenía en mente Trip como para atacarme de ese modo?

—¡Basta! Por favor, ¿qué te hice? —sollocé cubriéndome con la mochila para que luego su pokémon me la arrebatara y la arrojara a una zanja a varios metros en la lejanía. Quise dirigirme hacia ella a gatas para tomar la pokebola de Fennekin, pero Snivy volvió a agredirme logrando que cayera boca arriba y nuevamente comenzó con los golpes y las ramas.

Yo gritaba, Trip reía, su pokémon no paraba. Una pequeña turba se fue juntando a nuestro al rededor, la cual lejos de defenderme se dedicaron a sacar fotos y a grabar videos de mi reacción. De la manera más ilusa pensé que pararía, que de un momento a otro entendería que yo no podía pelear, que por más que quisiera no estaba a su altura y que además jamás desearía arriesgar a mi pokémon a un encuentro con el salvaje que aquel rubio cenizo portaba como compañero, pero aquello no ocurrió. Trip parecía poseído por una especie de mentalidad violenta y primitiva capaz de volar todo rastro de raciocinio de su conciencia hasta volverlo un monstruo incapaz de detenerse ante el sufrimiento del otro. Si esto seguía así podría llegar a matarme...

Haciendo abuso de mis últimas fuerzas salté lejos de los latigazos hasta alcanzar la pokebola de mi amiga y de su interior la zorra ígnea hizo acto de presencia para pararse en postura defensiva, permitiéndome al fin un mínimo respiro. Verla tan motivada a cuidar de mí me hizo sentir verdaderamente valorada, pondría mi vida en sus manos, pero en esta ocasión su poder resultó ser insuficiente. Pese a la ventaja de tipo, los ataques de mi compañera no lograban hacer blanco con el escurridizo reptil, y éste no tardó en asestar un golpe que la dejara fuera de combate.

Corrí desesperada para cubrirla con mi propio cuerpo, no quería verla morir, y cuando creí que  ya no había más nada que hacer por nuestro bienestar, supliqué con fuerzas buscando algo de piedad, pero mis exigencias no parecían alcanzarlo sino más bien empeorar la situación. Pensé con renovada ingenuidad que ya no se pondría peor, pero el desalmado tenía algo más en mente, algo que escapaba a todas mis suposiciones y en un acto de cobardía desleal ordenó a su pokémon utilizar hojas navaja y con ellas desfigurar mi rostro.

Hilos de sangre escarlata brotaron de mi mejilla ante el paso caliente del filo de aquel pequeño ser, pero nadie intervino para frenarlo. Un pensamiento cruzó por mi mente: pronto sería mi fin, ya no había forma de poderme escapar, salvo caso que Fennekin pudiera hacer algo... pero era inútil. Moriría antes de exponer a mi compañera a una situación similar. Lo acepté con resignación bajando el rostro e ingresando a mi amiga su pokebola para que al menos ella no sufriera, y cuando creí que él daría el golpe de gracia, un estallido repentino me hizo levantar la mirada, descubriendo que adelante de mí había otro pokémon.

—¿Pikachu? Pero cómo... —Mis palabras se vieron interrumpidas por las órdenes de un entrenador a quien no tardé mucho en reconocer: cabello negro alborotado, uniforme deportivo, piel morena y una mirada penetrante; ese definitivamente era Satoshi, el chico al cual había estado buscando.

Nunca me había sentido especialmente atraída por las batallas pokémon, las veía como algo lejano, indiferente, completamente innecesario, a decir verdad, pero ese enfrentamiento entre Satoshi y Trip llegó a mí como una revelación. Desde mi postura de damisela en peligro, aquella que de toda manera posible había querido evitar, pude sentir la adrenalina, el deseo de ganar, las emociones producidas por cada estampida del ratón eléctrico, por cualquier huracán de hojas que se formara de aquella alimaña verde acatando ciegamente las órdenes de su entrenador, pude saborear la desesperación de que los ataques chocaran sin causar daño alguno y por fin, después de varios segundos de combate intenso y eufórico logramos experimentar el sabor de la victoria.

Creí que Trip cesaría su ataque, pero él no era el único que tenía en mente experimentar una batalla emocionante, y por algún motivo de la multitud que se había formado entorno a nosotros los rostros de Gary y de Misty se hicieron presentes para insultar al azabache por haber interrumpido.

—Tú sabes cómo son las cosas aquí, Mostaza —insinuaba el castaño en un tono que me resultó muy misterioso.

—Así es, él sólo se estaba divirtiendo con la nueva, ¡hace lo mismo con todos! ¿O me vas a decir que para ti ella es especial? 

Satoshi negó con la cabeza y luego me señaló con una mano abierta antes de exclamar. —Si yo no lo detengo podría lastimarla de manera irreparable. Ya me tienen harto ustedes y su costumbre de andar pisoteando a los nuevos sólo para demostrar quién manda.

—¿Ah sí? ¿Y qué harás tú al respecto, perdedor? —cuestionó Gary—, no creo que con ese pequeño pikachu puedas hacer algo contra mi blastoise y su starmie. Aún con ventaja de tipo sigues siendo sólo un novato.

El chico de cabello alborotado gruñó por lo bajo como reconociendo que su oponente estaba en lo correcto. Lo vi levantar dos pokebolas más y liberar de ellas a Charmander y a Totodile gritando a plena voz. —No me importa si las cosas son así o si deban ser de otro modo, lo que no tolero es que tú y tu grupo de bravucones le hagan la existencia insoportable a todo aquel que se enteren que es más débil. Para detener estos abusos es que nació el club de las batallas y nosotros no pensamos dar un sólo paso atrás.

Los pokémon de ambos bandos corrieron al encuentro de su adversario, algunos de sus golpes más poderosos chocaron comenzando con la batalla, pero justo cuando este encuentro cobraba fuerzas, un enorme Jynx apareció en medio y detuvo a todos los contendientes usando una ventisca que alterara los ánimos de los combatientes.

—¡¿Qué está ocurriendo aquí?! ¿Cómo puede ser que ustedes, alumnos de la prestigiosa institución de la Escuela Pokémon de Kanto estén combatiendo como vándalos a plena calle y en horas de luz del día?

—No se altere profesora Lorelei, nosotros sólo estábamos jugando —mintió Gary pero ella no pareció convencida con esas palabras.

—Me importa un pepino si es un juego o es una actuación, esto se detiene aquí y ahora. ¡Vayan todos a sus casas, el espectáculo terminó!

—Profesora Lorelei, esa chica está lastimada —Se apuró a decir Satoshi. Los ojos de la maestra se abrieron como platos al notar el estado en que me encontraba.

—Se cayó mientras practicábamos, no es nada grave. Si quiere yo personalmente la escoltaré al hospital —ofreció Trip con la mala intención escrita en la frente.

—No. Yo me encargaré de ella desde ahora. Ustedes lárguense, ya hicieron suficiente.

Pese a su actitud autoritaria podía adivinar un dejo de temor en la mujer al tener que enfrentarse a aquellos renombrados hijos de famosos. Lorelei era una persona prudente y compasiva, no me abandonaría a mi suerte, pero desafiar a un grupo tan influyente era sin dudas una locura, no me extrañaba que hubiera dudado ni que ella misma se contuviera a la hora de dictar un castigo. Después de todo, aquel altercado no había ocurrido dentro de los límites del colegio, no había forma en que ella pudiera tomar parte en solucionarlo.

Me subió a su automóvil e indicó que me tranquilizara, que todo estaría bien, a lo cual no pude más que sonreír a sabiendas que era verdad lo que estaba diciendo. Supliqué que nos dirigiéramos primero al centro pokémon para curar las heridas de mi compañera y ella accedió sin problemas.  Entonces, cuando el auto arrancó, pude ver por la ventana el rostro de Satoshi alejarse hasta perderse en la distancia. Nadie había actuado por mí, le debía mucho a ese entrenador que poco a poco se iba perdiendo de mi vista, hundido tras la débil línea del ocaso.

Nota de autor: Esta historia está basada en Pokémon (la cual no me pertenece) como así también en la historia original «Lecciones de artes marciales», la cual es de mi autoría y la podrán encontrar en mi perfil de Wattpad.

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