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Álgido



Una vez más ha caído el ocaso y la oscuridad vuelve a mí, fría, cruel y lúgubre, como siempre y a la vez como nunca. El dolor de su muerte me ha dejado sin fuerzas, la esperanza se ha convertido en una cruel broma del destino, el mismo que me asecha, igual que el asesino vigila a su victima hasta que la ve morir en vida, tocando fondo, sumergida en halo de pavor que carcome su alma y jugando con crueldad hasta reventar la frágil tela de su cordura. 

O quizá, se trate solo de una jugarreta de un Dios injusto, que se burla de mi dolor y goza con mi pena. 

La fría brisa que se cuela por el enorme ventanal meciendo con suavidad las cortinas, me remonta a esa noche, los recuerdos se agolpan pasando uno a uno como una película de horror. La cuerda atada a media recamara, el cuerpo sin vida oscilando con suavidad; de izquierda a derecha con infernal lentitud. Fui testigo de como el brillo detrás de sus ojos desaparecía, mientras esbozaba una última y triunfal sonrisa, con un hálito final ¡lo había logrado! . En ese momento podría jurar que vi como su espíritu abandonaba ese lastimado cascaron, el mismo que alguna vez amé con locura, el que me llevó a conocer el cielo y ese que hoy me hunde en un infinito vació de dolor y miseria. 

Noche tras noche he revivido la escena, mi frágil cordura solo es comparada con un carcomido trozo de hilo que puede reventarse con cualquier pensamiento erróneo.

 ¿Temo por ello?  No lo sé, ya nada esta claro por aquí. 

Y mientras me dispongo a pernoctar. Hoy puedo sentir algo distinto; la brisa de la noche se cuela con por el ventanal con una frescura peculiar como acompañado de tu colonia. La puedo percibo entre mis sabanas, en mi mullida almohada, escociendo cada trozo de mi piel, bailando entre los mechones de mi oscuro cabello. Aprovecho para cerrar los ojos e inspirar hondo sintiendo tu presencia a mi lado, una hermosa paz como hace mucho no experimento se posesiona de mi alma y el sueño me abraza con gentileza y dulzura. 

Las ventanas se abren de golpe, frágiles cristales saltan por doquier haciéndome dar un fuerte grito de horror mientras me siento de golpe en mi cama y un álgido viento pasa por mi columna, hasta llegarme a la nuca, me estremezco. De alguna manera logro controlar los férreos temblores y me levanto rodeando con ambos brazos mi cuerpo. La seda de mi delgada bata roja juega entre mis piernas. Estiro mi mano para cerrar el ventanal pero una voz me detiene, suave y cosquillaste, como venida de otro mundo, llega hasta mis oídos, pongo atención al murmullo de palabras incoherentes y lejanas. Con curiosidad me acerco, caminando sobre los vidrios que por alguna razón no logran lastimarme. 

La suave luz entre la oscuridad del balcón me recibe, suave y misteriosa. Y ahí esta de nuevo esa voz, pero ahora llega clara y resonante, repite mi nombre, una y otra vez. Los temblores de mi cuerpo han parado, no siento frió, ni miedo, solo una extraña curiosidad que me hace caminar directo a esa cálida luz, ¨¿quién eres?¨ Me aventuro a preguntar, la voz resuena apelando a mi atrofiada memoria, jamás podría olvidar esa lexía, la él. El viento cambia de pronto de dirección y  vuelve a llenarse de su fragancia y la luz se aleja un poco. Me desespero, quiero tocarla, sentirla, llenarme de su quietud y paz. Nunca he añorado más otra cosa en mi vida.¨Ven, no me dejes¨ suplico entre lagrimas pero la luz solo se aleja. 

Estoy al filo del balcón, el viento acaricia mi rostro, estiro la mano y con la punta de mis largos dedos acaricio la luz. Una ráfaga de imágenes; de vivencias viene como un huracán. Alegría, tristeza, furia y dolor mucho dolor, se apoderan de mi alma, un volcán de lagrimas explota al tiempo que lavan mi alma, el peso que he cargado durante años desaparece de mi espalda y de pronto me siento liviana, libre, cómoda como nunca antes. El tristeza se ha ido, la soledad ya no existe. Sonrió mientras la luz va perdiendo fuerza hasta desaparecer por completo y un suave te amo, escapa por labios. 

Despierto entre mis sabanas, los suaves almohadones están mojados de lagrimas. La fresca brisa mueve las cortinas con calma, los cristales están intactos, la paz en mi alma es sublime. Cierro mis ojos para volver a  dormir pero una punzada en la planta del pie izquierdo me lleva a tocarla, con cuidado remuevo de ella un insulso fragmento de ese cristal pulido. 

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