Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

En una playa de Río

—¿Esperas a alguien, Pedro? —pregunta Hinata pausando el vídeo y mirando con curiosidad hacia la puerta.

El muchacho toma su móvil de encima de la mesa, comprobando la hora y, de paso, si tiene algún mensaje de alguno de sus amigos avisándole de una visita. Pero allí no hay nada.

—No, no he quedado hasta dentro de una hora.

El timbre vuelve a sonar.

El japonés se levanta y va a abrir.

—Retrocede diez o veinte segundos, porfa —pide mientras toma el pomo de la puerta y lo gira— que me he despistado y no quiero perderme cuando Todoroki le robe la cinta a... —las palabas se quedan atoradas en su garganta al contemplar a la persona que está frente a él, en su puerta. Parpadea un par de veces, incrédulo. Tras unos cuantos segundos en absoluto silencio, sus labios se mueven solos, aun si él no es capaz de procesar del todo lo que sus ojos le muestran —¿Kage-yama?

«No, no, no. Es imposible».

Bueno, imposible imposible no es.

A decir verdad, Kageyama está en Brasil con la selección japonesa de voleibol, eso no puede negarlo. Pero hasta ahí llega la posibilidad real de que esté ante su puerta, ¿verdad? El hecho de que estén en el mismo país.

Porque una cosa es que haya cruzado medio mundo con el equipo nacional para jugar en las olimpiadas y otra muy distinta que haya sido capaz de cruzar media ciudad para llegar a presentarse en su casa.

¡Pero si incluso se pierde en Miyagi si no tiene cuidado! ¿Cómo ha sido capaz de encontrarle en un lugar como Río?

Debe estar soñando, sí, no hay más opción.

Tanto hablar con Kenma respecto a lo que haría cuando Kageyama realmente estuviese allí, indeciso sobre si intentar verlo o si prefería inventarse alguna excusa para evitarlo —aunque se muriese de ganas por pasar un rato a su lado—, le ha hecho alucinar. Seguro. Tiene que ser eso.

—Hola, Hinata.

¡Madre mía! Su cerebro sí que es talentoso para recrear incluso esa voz grave y seria que tiene el armador.

Boca abierta. Más segundos de silencio. Un golpe de realidad.

Literalmente un golpe. Kageyama acaba de golpearle la frente —quizá con demasiada fuerza— para hacerle reaccionar.

—¿Estás tonto o qué te pasa, boke?

Bueno, no hay más dudas. Este es el Kageyama real, y él está jodido. Bien jodido.

De todos los posibles escenarios que se había imaginado para encontrarse con su antiguo compañero en Brasil, ninguno se parecía, ni de lejos, al que está ocurriendo en ese mismo instante.

Se frota el lugar donde el moreno le ha golpeado.

—¿Por qué siempre eres tan bruto?

—Porque estás atontado.

Pedro se asoma entonces desde la sala y observa a los dos chicos.

—¿Shōyō?

El pelirrojo se da la vuelta para mirarle y por fin parece recuperar la compostura.

—¡Ah, Pedro! Este es mi amigo Kageyama, de Japón —anuncia, demasiado efusivo, señalando al moreno que aún permanece en el exterior. Después se dirige al setter—: Vamos, pasa, pasa, no te quedes ahí. Este es Pedro —señala entonces al joven que está tras de sí—, mi compañero de piso. Tiene diecinueve años y es estudiante. Y muy aplicado, la verdad.

Kageyama tarda en reaccionar unos segundos. No comprende qué le ocurre a Hinata y menos aún por qué está dándole explicaciones sobre el tipo con el que lleva viviendo desde que se mudó, si ya le ha dado datos suficientes durante estos meses, y además se han visto antes a través de la pantalla.

No obstante, se inclina y saluda, y el brasileño mueve su cabeza en respuesta, algo desconcertado también ante la reacción de su roomie.

El recién llegado se adentra unos cuantos pasos en el apartamento.

Hinata cierra la puerta, con los nervios agarrotados en el estómago y la cabeza marchando a doscientos por hora, buscando excusas que ofrecerle a su excompañero de equipo, si es que acaso se le ocurre preguntar por las largas que le ha estado dando la última temporada.

Kenma le había advertido que era una posibilidad. Oikawa también. Incluso el idiota de Tsukkisima le había planteado que era bastante factible que, según sus propias palabras, «el rey, que no comprende tus soslayadas razones y vanos esfuerzos por evitarlo, vaya a pedirte explicaciones».

Después de buscar las palabras «soslayadas» y «vanos» tuvo que darle la razón. La posibilidad existía. Y ahora es más real que nunca.

¿Cómo se confió en que Kageyama tendría toda su atención puesta en el voleibol hasta el punto de ignorar que él le estaba ignorando?

«Bonito juego de palabras, pero... ¿de qué me sirve esto ahora?»

Respira profundamente un par de veces y después se gira por fin. Con un gesto indica a Kageyama que lo siga hasta la pequeña sala donde unos minutos antes Pedro y él veían —o más bien reveían, porque esta debe ser la sexta o séptima vez de Boku no hero— el anime de turno para practicar el idioma. En realidad, Hinata no sabe cuándo va a usar algunas de esas expresiones, aunque de verdad le gustaría.

Los dos habitantes de la casa se sientan compartiendo el sofá verde que decora la sala, y el invitado inesperado ocupa una silla frente a ellos, a un lado de la mesa baja de centro.

Durante unos minutos nadie dice nada. El ambiente se vuelve realmente incómodo y algo asfixiante. De pronto, Hinata se pone en pie.

—¡¿Dónde están mis modales?! ¿Quieres tomar algo, Kageyama? Tenemos té, limonada fría y algunos refrescos, pero si quieres otra cosa yo...

—Un poco de agua está bien —el armador corta la verborrea del pelirrojo. No entiende la actitud que tiene. Aunque, a decir verdad, lleva un mes sin entender nada de nada.

Durante ese tiempo han seguido en contacto, llamándose y mandándose mensajes, como lo hacen habitualmente desde que Hinata decidió irse a la otra punta del mundo para mejorar. Incluso de vez en cuando se hacen videollamadas a través del portátil, aunque él no es muy dado a las cámaras, ni a los ordenadores, y aún le cuesta. Pero el pelirrojo le ha insistido tanto con eso de que debían verse para ir comparando quién está ganando más músculo, que no ha podido evitarlo.

O tal vez no ha querido evitarlo.

Por eso no entiende cómo han cambiado las cosas en tan poco tiempo. No sabe si ha hecho algo que haya molestado a Hinata —aunque una cosa se le ocurre— hasta el punto de evitar ciertos temas en sus conversaciones. Más bien un tema en particular. El de cómo iban a hacer para verse cuando él viajase a Brasil para las olimpiadas. Desde que se lo planteó, todo han sido excusas.

Cuando le confirmaron que estaba convocado, fue el primero al que se lo contó. Y, como siempre, parecía muy emocionado, casi tanto como él, feliz y ¿orgulloso? Aunque sin dejar de lado el pequeño toque de competitividad que le da ese aire de molesta ilusión; el que le hace brillar los ojos mientras aprieta los dientes, como si quisiera decir: «me alegro por ti, pero no presumas demasiado, que pronto yo también estaré allí».

Y él sabe que así será. Desde hace años tiene claro que antes o después, Hinata estará a su lado en la cima del mundo del voleibol. Fue una promesa. Y él confía en que la cumplirá. Confía en Hinata, tanto como él lo hizo en el pasado. A ojos cerrados.

—Y, ¿qué te trae por aquí? —indaga el pelirrojo, más nervioso de lo que pretende, al volver de la cocina con un vaso de agua.

«Bueno, esto ya pasa de castaño oscuro».

—¿Estás hablando en serio? —cuestiona, molesto. Hinata asiente, aunque sabe de sobra la respuesta—. Llevas ignorándome casi un mes.

—Eso no es cierto —rebate, aunque sin mucha convicción—. No he dejado de responder a tus mensajes y tus llamadas.

—Hinata, no me jodas.

Pedro carraspea y, de pronto, ambos son conscientes de que no están solos en aquella habitación.

Hasta ese momento, cada uno de ellos ha estado más pendiente de las emociones que les estaban embargando —rabia y molestia en el caso de Kageyama, y miedo y nerviosismo por parte de Hinata—, que no han prestado atención a lo que estaba sucediendo a su alrededor.

Y no es la primera vez que les pasa. A veces se concentran tanto en sus cosas que el resto del mundo parece desaparecer.

—Perdona, Pedro, es que...

El chico se levanta y sacude la cabeza, restándole importancia.

—Voy a salir ya. Parece que algunos de mis amigos han llegado antes de tiempo al lugar donde hemos quedado. —Levanta el móvil como para dar más credibilidad a sus palabras, aunque Hinata sospecha que es todo mentira.

Y no le sorprende, porque la situación es incómoda, más para un espectador ajeno.

El muchacho desaparece en un instante, tras la puerta de su habitación. Hinata y Kageyama permanecen en silencio. Tras unos minutos, Pedro sale de nuevo, con una chaqueta fina en la mano. Se despide cordialmente de Kageyama y después sonríe con amabilidad hacia Hinata. Antes de salir por la puerta, le desea suerte, moviendo los labios, pero sin dejar salir su voz.

Eso le sorprende. Él le ha hablado de su amigo algunas veces —muchas veces, a decir verdad— pero nunca ha dejado entrever la realidad de su relación o sus sentimientos hacia él. O eso cree. Aunque Kenma siempre le dice que es demasiado obvio y que, a excepción del propio Kageyama, el resto tiene claro lo que siente por el armador.

Y quizá Kageyama sepa algo también, porque últimamente —al menos antes de que se torcieran las cosas en este último mes— ha habido algunas insinuaciones de su parte. Incluso se atrevería a decir, que por parte del moreno también. O eso le ha parecido.

Niega interiormente. No es momento para pensar en eso. Suficiente tiene con lidiar con la situación en la que se encuentra, con un Kageyama cabreado y un montón de excusas tontas que, por lo que se ve, no ha creído.

—¿Ya podemos hablar de por qué no has querido que nos viéramos? —pregunta el setter sin perder tiempo.

—¿De dónde sacas esa idea? —a Hinata le tiembla un poco la voz. Bebe para tranquilizarse del vaso que está sobre la mesa; ese mismo vaso que un rato antes le ha llevado a Kageyama. El efecto, al darse cuenta, es justo el opuesto al que pretendía. Se da mentalmente un golpe en la frente. ¿Cómo puede ser tan idiota? —Te dije que estaba ocupado y por eso no podía quedar. No sé por qué dices que no quería...

—¿Ocupado con qué? ¿Viendo anime? —señala la televisión, donde aún puede verse a Deku en la pantalla.

«¡Mierda!»

Kageyama espera por una respuesta coherente de Hinata, pero no llega. Se empieza a desesperar. La paciencia —sobre todo con los demás— no es una de sus virtudes, así que la actitud del pelirrojo le está colmando la poca que tiene. No sabría precisar si está más enfadado o decepcionado, aunque también hay algo de preocupación y temor entremezclados con esos otros sentimientos.

Intenta calmarse. Recuerda las palabras de Ukai y de Suga: lo principal es la comunicación. Pregunta lo que no sepas, habla con los demás.

Se arma de valor y rasca ese poco de templanza que aún le queda antes de clavar sus dedos en la cabeza de Hinata y hacerle confesar a golpes si es necesario.

—¿Qué te pasa? Estás raro. No pareces tú. Es como si... no sé... como si estuvieras ¿enfadado conmigo? —confiesa, cohibido, sin encontrar las palabras correctas.

—¿Enfadado? —Shōyō suelta una especie de risa forzada— ¿Por qué habría de estarlo?

—No lo sé. Por eso te estoy preguntando.

—Estás alucinando. Estoy bien. Todo está bien. —Esas respuestas no convencen a Kageyama, porque le conoce lo suficiente para saber que miente—. De hecho, ahora que estás aquí podemos ir a hacer turismo o, no sé, lo que quieras.

El moreno le dedica una mirada cansada. Parece que no va a conseguir nada alargando esa conversación. Toma su bolsa y la coloca sobre sus piernas, abre la cremallera y rebusca un poco. Toca un envoltorio pequeño, de papel, lo sostiene un instante entre sus dedos, vacila, y finalmente lo deja caer de nuevo en el interior. Se asoma un poco y encuentra lo que busca.

Hinata lo observa en silencio, esperando. Kageyama saca un sobre y lo pone sobre la mesa.

—Te traje esto. —Da un par de golpecitos con el índice en el blanco papel—. Aunque no quieras verme a mí, igual te interesa asistir a un buen partido. Al menos imagino que el voleibol sí te sigue gustando.

El pelirrojo toma el sobre y lo abre. Dentro hay un pase para el siguiente encuentro que disputará la selección nipona durante los juegos olímpicos; uno establecido para dos días después. Levanta la vista, boquiabierto. Después regresa su mirada al papel y lo acaricia con el pulgar, como en trance, incapaz de hacer nada más.

Kageyama se pone en pie, se despide prácticamente en un susurro y se va hacia la salida.

El sonido de la puerta al cerrarse hace reaccionar a Hinata de golpe. Levanta la cabeza y mira al frente, al lugar vacío que hasta unos momentos antes ocupaba el moreno. Aún tarda dos segundos en procesar la información.

«No, no, no».

Sin dilación sale corriendo y abre con ímpetu, gritando el nombre del setter.

—¡KAGEYAMA!

El chico de orbes azules se detiene. Apenas había avanzado veinte metros cuando la voz de Hinata le ha hecho parar en seco. Se da la vuelta y le mira directamente a los ojos.

—¿Ya estás dispuesto a dejar de decir estupideces y contarme qué mierda te pasa?

Hinata asiente en silencio, algo avergonzado, y, tras unos instantes de duda, camina de vuelta a su casa. El moreno le sigue, pensando que es allí donde van a continuar la conversación que han dejado a medias, pero antes de poder entrar, el más bajito toma sus llaves y su cartera del mueble de la entrada y cierra la puerta.

Kageyama le mira con curiosidad.

—Tienes tiempo, ¿no? —el armador mira el reloj de su muñeca y asiente—. Entonces ven conmigo.

Caminan durante un rato, uno junto al otro, por unas callejuelas estrechas. Tobio lleva la vista clavada en el suelo y, de vez en cuando, le echa miradas a Hinata que parece ir muy concentrado en algo.

Nunca le ha visto tan silencioso y tan parado. A él, que es pura energía en movimiento. Le dan ganas de retarlo a una carrera, algo que lo haga volver a ser el Hinata de siempre y no esa especie de zombie que va a su lado.

El pelirrojo se detiene de pronto. Kageyama lo mira y después hacia el frente. Las callejuelas estrechas han desaparecido y se encuentra con una playa de arena blanca y la inmensidad del mar frente a sus ojos.

Hay gente, pero no demasiada. El clima es cálido, aunque hay una pequeña brisa que alivia un poco la sensación de calor.

Hinata camina hasta un murete, se sienta en él y se saca las zapatillas; las toma en sus manos y se adentra en la arena. Le hace un gesto para que lo siga y él lo hace, como un soldado a su capitán, sin cuestionar nada, sin preguntar, sin rechistar. Como siempre lo ha hecho.

Porque, aunque todo el mundo piense que es Hinata el que persigue a Kageyama, la realidad es justo al revés. Tal vez no en el voleibol, pero sí en el resto. Es él quien persigue la estela de sus mechones pelirrojos, esos que ondean al viento en ese mismo instante con la pequeña brisa marina, el que le busca para no desviarse del camino hacia pozos oscuros que ya conoce y en los que estuvo inmerso, el que no le ha perdido de vista desde que se encontraron en Karasuno, porque sabe que gracias a él, y junto a él, ha conseguido cosas que nunca imaginó.

Y espera —o más bien desea— que Hinata se sienta de la misma manera con respecto a su persona.

Caminan unos cuantos pasos por la arena y se acercan al borde del mar, donde el agua aún no llega. Hinata delante. Kageyama detrás.

—Sí quería verte —suelta directamente, a quemarropa, dispuesto a confesar la verdad de una vez—. Y no. No has hecho nada malo por lo que debas disculparte o que me haya hecho enfadar. —Aún no se gira, no se siente lo suficientemente valiente para hacerlo—. Soy yo. Yo y mis inseguridades. Yo y el no ser capaz de alcanzarte. Yo y el temor de que veas que no estoy a tu altura.

—Hinata...

—No. Déjame decirlo. —Se gira por fin. Las mejillas arreboladas, a juego con el sol del atardecer que se quiere perder bajo el mar, incendiado de rojo a punto de ser apagado por las azules aguas del océano—. He trabajado... No, estoy trabajando mucho —rectifica— pero aún no estoy a tu nivel. ¡Mírate! —Le señala de arriba abajo—. Juegas en un equipo profesional, te convoca la selección nacional, has alcanzado tus sueños y aun así continúas creciendo. —Deja escapar el aire tras una sonrisa de orgullo—. Tenía miedo, ¿vale? De la distancia que aumenta entre nosotros, de no llegar a ti, de no cumplir mi promesa, de no ser... suficiente.

Kageyama se aproxima con rapidez y, en un impulso, lo estrecha entre sus brazos. No le deja continuar.

Hinata se queda inmóvil. No sabe cómo reaccionar a eso. ¿Kageyama lo está abrazando? No es la primera vez, vale, aunque tampoco han sido muchas. Y siempre hubo un motivo para hacerlo, como un partido ganado, por ejemplo. Pero ¿qué significa aquello justo en ese momento? ¿Consuelo?

Eso no es para nada típico de Kageyama. O al menos de la imagen que se ve, de lo que proyecta, porque él siempre ha pensado que hay mucho más detrás, aunque no sea capaz de expresarlo.

—¿Kageyama?

—Definitivamente eres idiota, idiota —le suelta tan tranquilo—. ¿Acaso estás muerto? —Hinata lo mira sin comprender. Tobio afloja el agarre y le devuelve la mirada—. Viniste aquí con una meta y un tiempo determinado que aún no ha pasado, ¿cierto? —El pelirrojo asiente, aun intentando averiguar dónde quiere llegar el armador—. Entonces todavía estás a tiempo de alcanzarme y de cumplir la promesa que me hiciste. —Los ojos del pequeño sol se abren sobremanera. Como si aquellas palabras fuesen una especie de hechizo sanador, la presión que Hinata lleva sintiendo en su pecho desde hace un mes desaparece. O más bien es sustituida por otra; una que tiene más que ver con la idea de que aún está entre los brazos de Kageyama. Siente su rostro enrojecer y su pulso acelerarse. ¿Desde cuándo ese idiota del voleibol, antisocial y con la sensibilidad de una piedra se ha vuelto tan perceptivo y tan, tan...? No sabe ni cómo describirlo siquiera—. Aunque no te lo pienso poner fácil. —Una sonrisa bravucona adorna su rostro.

Y de pronto todo está bien entre ellos. Algo ha hecho clic en sus cabezas y ambos sienten que han recuperado lo que temían haber perdido.

Más Kageyama que Hinata.

Porque ahora sabe que lo de Shōyō sólo era miedo. Y, aunque ese miedo actual no le haga vomitar o retorcerse de dolor en el baño, como le ocurría en su cercana adolescencia antes de un partido, sigue siendo miedo. Y ha evolucionado hasta hacerle perder por un momento la confianza y la alegría que desprende allá por donde va. Y eso es algo que nunca quisiera verle perder, porque es una de las cosas que más adora de él.

Permanecen así, ajenos a todo excepto a ellos mismos, nerviosos, sin saber cuál es el siguiente paso a dar o cómo avanzar tras ese momento íntimo que han construido sin darse cuenta.

No les hace falta pensar mucho. La naturaleza es compasiva con ellos y se encarga de ponerle fin de forma inesperada pero agradable, cuando la marea sube y el agua del océano moja de improviso sus pies. No está demasiado fría, pero sí lo suficiente para que ambos se sorprendan y rompan el abrazo en el que estaban inmersos, de manera natural aunque algo acelerada.

Los dos se colocan de frente al mar, con una sonrisa, dejando que el suave viento revuelva sus cabellos.

Kageyama abre su mochila de nuevo y saca aquel envoltorio que había decidido mantener guardado en casa de Hinata. Ahora sí. Ahora es el momento.

Golpea el hombro del mayor con el propio y le tiende el pequeño paquete de papel.

—Toma.

Hinata desvía su vista hacia la mano del armador y después a sus ojos.

«Son tan azules como este mar».

Eso es lo primero que cruza por su mente al verlos bajo la tenue luz del atardecer. Inconscientemente se ruboriza. Sacude su cabeza y habla.

—¿Otro regalo? —Le devuelve el golpe con el hombro—. Cómo se nota que los jugadores profesionales están bien pagados —comenta con algo de burla, para ocultar la vergüenza que le produce la situación, mientras toma el paquete.

—Si no lo quieres puedes devolvérmelo —le reta estirando la mano—. Y lo mismo va para la entrada que te di antes.

—¡Quita! —Le da un manotazo para detener sus intenciones, demasiado suave en realidad—. Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita —canturrea como un niño pequeño, y consigue sacarle una sonrisa. No de las forzadas, no. Sino de esas sinceras y hermosas que le hacen ver especialmente guapo.

Abre el paquete con manos temblorosas. No es el primer regalo que recibe de Kageyama —su funda de móvil es claro ejemplo de ello— pero por algún motivo este lo siente más especial.

Saca del interior un cordón de cuero, con un pequeño abalorio ensartado en él. Lo toma entre sus dedos con cuidado y lo observa. Es una especie de medalla con un número diez. Lo acaricia suavemente y sonríe.

—Es muy bonito —dice en apenas un susurro.

Antes de levantar la vista —o quizá para evitar hacerlo y tener que mirar al armador directamente a los ojos—, decide colocárselo inmediatamente en el cuello. Sin embargo la mano de Kageyama lo detiene. Le agarra por la muñeca sin imprimir demasiada fuerza, solo la necesaria para que no se ponga aún el collar, y le arrebata el colgante, para después dejarlo sobre su palma abierta dandole la vuelta.

Hinata se fija entonces en que la parte posterior tiene grabado algo. Lo lee y sus ojos se llenan de lágrimas. Le da vergüenza, pero no puede evitar que unas pocas se escapen.

«Puedes volar más alto».

Se siente estúpido, hasta que mira por fin los orbes índigo de su compañero y ve que también parecen brillar por las lágrimas contenidas.

Durante unos instantes permanecen en silencio y deja que esa conexión especial que tienen, y que parecen haber recuperado apenas un rato antes, se mantenga a través de sus ojos y el tacto de sus manos, que aún mantienen unidas.

Kageyama carraspea. Y después rompe del todo el silencio con una retahíla acelerada, que casi le hace reír.

—No hace falta que lo uses, aunque parece que está de moda llevar estas cosas al cuello. O al menos eso dice Miwa, ya sabes que yo de moda no entiendo. Pero vamos, que puedes guardarlo o hacer lo que quieras con él. Al fin y al cabo es tuyo. Es como un regalo de cumpleaños atrasado.

Es un discurso sin mucho sentido, pensamientos en voz alta, palabras que intentan llenar los huecos que los nervios van abriendo en su pecho, evitando pensar en la sensación de tener aún entre sus manos la mano de Hinata.

Sabe que tiene que soltarlo, que está alargando un contacto que no es necesario, pero le gusta estar así, aunque sea un poco.

Por fin se decide a romper la unión.

Pero antes de que pueda retirar la mano, Hinata invierte los roles y es él quien le agarra con fuerza, se alza sobre las puntas de sus pies, y le da un pequeño beso en los labios.

Eso no se lo esperaba.

Le mira boquiabierto y el bobo de Hinata está sonriendo, con un hermoso sonrojo en sus mejillas y los ojos brillando.

—Gracias —dice de pronto levantando su mano y contemplando el regalo que sostiene. Sin decir más se coloca el colgante al cuello por fin, con las comisuras de sus labios elevándose hacia el cielo.

Kageyama espera unos segundos para ver si continúa hablando y de paso le explica a qué ha venido el beso. Que no se queja, ¡claro que no! Pero hacer algo así, sin más, y quedarse tan tranquilo...

Sin embargo, el reloj continúa su avance y Hinata permanece callado.

Tal vez él debería permanecer callado también, o decirle un simple «de nada» y zanjar ahí el tema. Seguramente sería la mejor opción, porque no sabe si quiere oír la respuesta, pero, ya no tienen quince años y en unos días tiene que volver a Japón. Y, para ser sincero, no quiere quedarse con la duda.

—¿Estás adoptando nuevas costumbres?

—¿Eh? ¿A qué te refieres?

«Vamos, ahora se va a hacer el tonto. No me jodas».

—Me refiero a lo que acabas de hacer —Hinata frunce el ceño y él se desespera—. No recuerdo que en nuestro país andemos besando a la gente para agradecer los regalos —agacha un poco la cabeza, pero el sonrojo es notable en sus mejillas—. A-al menos, no así —carraspea para recuperar la compostura y después alza la vista de nuevo, enfrentando al antiguo señuelo—. ¿Es acaso algo típico aquí en Brasil?

Hinata suelta una carcajada y niega con la cabeza.

—Aunque lo fuera, te recuerdo que yo sigo siendo japonés, ton-to-ya-ma —golpea con el índice el brazo del armador, una vez por cada sílaba de ese apodo, y este le insta para que continúe—. Quiero decir que no haría eso con cualquiera. ¿A-al menos, no así? —imita la respuesta de Kageyama, al tiempo que le guiña un ojo.

El colocador se molesta ante la burla y coloca su mano sobre la cabeza de Hinata, clavando sus dedos en el cuero cabelludo y haciendo que el pelirrojo suelte un gritito. No ha puesto mucha fuerza, así que ha debido ser más por la sorpresa que por otra cosa.

Como puede, Hinata se zafa del agarre y echa a correr por la playa.

—¡A ver cómo se te da correr en la arena, Yamayama! —le grita entre risas, girándose hacia él, pero sin detener su veloz paso. —¡Te espero en el chiringuito del tejado azul!

El desafío lo pilla al vuelo y, sin perder tiempo, sale en persecución del pelirrojo.

—¡Has hecho trampa, boke! ¡Es una salida en falso!

Corren como un par de locos por la playa, esquivando a la gente y las toallas de algunos bañistas que aún están extendidas en el suelo.

El viento les da en la cara, y el eco de las risas mientras llevan a cabo la improvisada competición les provoca nostalgia de un tiempo que ahora parece lejano. Sin embargo, también les hace felices.

Minutos después, ambos están tirados en la arena recuperando el aliento.

—Te he ganado —dice entre resuellos Hinata.

—Solo porque eres un tramposo.

Kageyama gira su cabeza hacia la derecha y contempla al pelirrojo que tiene los ojos cerrados y una preciosa sonrisa en los labios. Verle así le da una sensación de alivio increíble.

El último mes ha sido duro, ha pasado miedo. Incluso ha llegado a pensar que la había cagado del todo con Hinata y por eso él no paraba de ponerle cualquier excusa para no concretar un encuentro para cuando estuviese en Río.

Se ha atormentado pensando en que esas pequeñas insinuaciones que le había hecho durante sus llamadas eran las responsables de su distanciamiento. Porque aunque era cierto —como ha dicho Hinata esa misma tarde— que no había dejado de responderle al teléfono o los mensajes, él notaba la incomodidad del pelirrojo y eso hacía que le doliese el pecho. Se ha reprochado mil veces haberse atrevido a hacer algo contando con que la distancia le daba el valor que le había faltado en Miyagi antes de que se marchase al otro lado del mundo.

Y ahora, ha descubierto que no tenía nada que ver con eso. Es más, después del beso que le ha dado hace unos minutos y esa «no explicación» del porqué del mismo, tiene claro que hay algo más entre ellos; que no ha imaginado ciertas cosas. Pero aún quiere saber. Necesita poner algo en claro. No quiere irse de vuelta a casa con las dudas.

—Hinata.

—¿Mmm? —no abre los ojos, pero sabe que le escucha.

—¿Por qué me has besado? —pregunta sin rodeos, reuniendo todo el valor del que es capaz.

El pelirrojo se incorpora, quedando sentado con las piernas cruzadas, mirando al mar.

—¿No crees que no deberías preocuparte por eso ahora? Estás en una concentración deportiva, jugando en las olimpiadas, tendrías que estar pendiente de eso y no de otras cosas.

—Nos han dado la tarde libre —rebate de modo infantil—, así que puedo estar pendiente de lo que yo quiera.

Hinata deja escapar una suave risa.

—¿Cuántos años tienes? ¿Cinco?

—Puede ser. —Kageyama se incorpora también, imitando la postura del otro—. Pero no puedo evitarlo. Necesito una razón.

—¿Una razón? Está bien.

Los dedos de su mano derecha se elevan y juegan con el colgante que pende ahora de su cuello. Está nervioso, muy nervioso. Le ha besado por un impulso.

El regalo, y sobre todo el significado del mismo, ha hecho latir su corazón con fuerza. Sumado a eso está, por supuesto, lo que le ha dicho, la confianza que le tiene y la seguridad en qué cumplirá su promesa. ¿Es que acaso, en estos meses, se ha vuelto una especie de gurú del conocimiento emocional? ¡Maldita sea! ¿Así quién podría contenerse?

Es algo con lo que ha soñado cientos de veces y, de pronto, lo tenía tan al alcance de la mano... Aunque ha sucedido tan rápido que apenas ha podido disfrutarlo.

Bueno, está claro que no le va a decir nada de eso, así que suelta lo primero que le viene a la mente.

—Lo he hecho porque me apetecía.

Kageyama abre los ojos con incredulidad. Es una explicación estúpida y quiere rebatirle, exigirle que sea más preciso. Pero tiene la impresión de que por mucho que insista no va a conseguir nada.

Además, quizá Hinata tenga razón y sea mejor dejar las explicaciones para otro momento. Apenas tienen tiempo para estar juntos un par de horas más y la distancia volverá a ser parte de su rutina. Al menos la distancia geográfica. Porque ahora que han hablado siente que están cerca de nuevo. Más cerca que nunca, en realidad.

Y mientras tiene esa sensación de cercanía le gustaría tomar el mismo valor que ha tenido Shōyō antes y devolverle el beso, pero aún le falta mucho para eso.

Lo más a lo que se atreve es a mover un poco su mano y rozar con el dorso la de Hinata. Parece poco en comparación con ese abrazo que le ha dado antes, pero por ahora es suficiente para que su cabeza deje de insistir en hacer algo más.

Sin embargo, no tiene que contentarse con ese pequeño roce. Es Shōyō el que vuelve a tomar la iniciativa y entrelaza los dedos con los suyos.

No habla, pero no hace falta. Ahora no.

Y así, sentados en una playa de Río, con el sol apenas visible sobre el horizonte y la pequeña brisa arrastrando algunas gotas saladas hasta sus rostros, sienten la calidez extendiéndose desde sus dedos hasta el centro del pecho.

Una calidez que viene del amigo, del compañero, del rival deportivo, de quien te insta a mejorar. Una calidez que surge de la certeza de saber que ese alguien siempre estará a tu lado aunque haya un océano de distancia entre ambos.

La calidez que te da el saber que tras el esfuerzo, y pese a la incertidumbre del futuro, hay alguien que cree en ti tanto como tú —o incluso más—, y que cuando llegue el momento estará ahí para celebrar tus triunfos y para compartirlos en el mismo escenario.

La calidez de una promesa que se hace más patente y más real.

Y es en una playa de Río donde esa promesa se refuerza y se renueva.

Porque Hinata puede volar aún más alto y Kageyama estará a su lado para verlo.

__________________________

N/A: Solo quiero añadir, ¡Feliz cumpleaños, Shōyō! XD
21/06/2022

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro