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34. Noviembre

El frío comenzó a arreciar. Había mañanas en las que llovía ligeramente, y otras en las que las tormentas me despertaban abruptamente. El servicio meteorológico había pronosticado para finales de mes el paso de un huracán que sacudiría primero el noreste de Carolina del Norte y se desplazaría por la costa oriental de Estados Unidos, para finalmente azotar el norte de Massachusetts, Maine y Nueva Jersey. No fue ni el primero ni el último huracán que mis ojos verían, y aunque la ciudad estaba en estado de alerta, no se esperaban más que vientos fuertes y tormentas esporádicas a lo largo de dos días. Una chaqueta abrigada, botas para caminar en la lluvia y un paraguas era todo lo que necesitaría.

Cuando Aarón se vio derrotado en el juego de indiferencia, cambió su manera de actuar. Observé con pesar que comenzó a alejarse de la gente y que el eco de su risa dejó de oírse en los corredores de la institución. No me alarmé en un principio, aunque me dolía verlo triste y melancólico, pero no estaba segura de si era yo la causa de su desdicha.

Un día no se presentó a clases. Yo lo esperaba con ansias, aunque ya ni siquiera nos saludábamos. Aún necesitaba su presencia para sentirme viva y con ánimos para continuar, aunque él ya no me hablara. El solo hecho de verlo pasar a través de la ventana del salón calmaba mi desasosiego.

La última vez justamente una de mis plumas rodó por el pasillo para terminar junto a los zapatos de piel lustrosa que había estado utilizando en ese tiempo. Maldije mi mala suerte cuando me agaché sin mirarlo para recogerla. Entonces él se me adelantó, la cogió y la acercó a mi rostro. Una sonrisa enternecedora, que no veía desde hacía mucho tiempo, acudió a sus labios. No me dijo nada, pero una vez más su forma de mirarme me hizo pensar que todavía me amaba. O quizá eso quise creer.

Pasaron cinco días sin que se presentara. A pesar de la ley del hielo que habíamos establecido, empecé a preocuparme. El sexto día llamé a su casa. Se me acalambró la mano y me quedé sin habla cuando oí una voz femenina que no era la de su madre. Colgué el auricular a pesar de que preguntaba insistentemente si había alguien del otro lado de la línea.

A los pocos segundos entró una llamada del mismo número.

—¿Annia? ¿Annia? ¿Eres tú? —Escuché la misma voz.

—Sí —musité después de un largo silencio.

—Soy Arlette. ¿Me recuerdas?

Me maldije por haberme metido en tal lío. traté de infundir seguridad a mis palabras:

—Sí... sí te recuerdo. ¡Claro! ¿No vivías en California?

—Sí, pero ya volvimos —aclaró, y de inmediato añadió con un tono de desesperación—: Annia, necesito hablar contigo. Es muy importante. ¿Conoces el café Luna?

❀𖡼⊱✿⊰𖡼❀

Me reuní con Arlette dos horas más tarde. Vestía un precioso suéter de lana rojizo, que daba más realce a su melena de bucles negros, una falda corta ceñida a su esbelto cuerpo y unas botas blancas hasta las rodillas. De inmediato me reconoció al entrar al café. Después de saludarme ordenó un capuchino. Ante mi cara de intriga, aclaró:

—Sé lo que pasó entre Aarón y tú —yo esquivaba su mirada porque, a veces, tan solo al escuchar su nombre mi corazón se estremecía—. Mi hermano está mal, Annia, muy mal...

—No es mi culpa —contesté con acritud.

—No lo entiendes... y tú eres la única que puede ayudarlo.

—¿Y qué de especial tengo yo para ayudarlo si está enfermo? Además, él ni siquiera me dirige la palabra —respondí vagamente.

—Escucha, Annia, lo que te dijo Aarón sobre su infidelidad no es cierto. Solo lo hizo para alejarte de su vida.

—Pe-pero...

—Sí, sí, sí —dijo impaciente—, es verdad que ella fue a buscarlo, pero... ¡qué se yo, Annia!... ¡quizás sólo fue un simple beso! Yo estaba ahí. ¿No te lo dijo? Hace más de cuatro meses que regresamos a vivir a Lynn. Vi a Clara salir rápidamente de su alcoba, iba como alma que lleva el diablo, ni siquiera se detuvo a mirarnos. Yo estoy segura que no sucedió nada. Pero te cité por otra razón, Annia. —Me tomó de las manos—: juro que traté de localizar tu número de teléfono, tu dirección, pero Aarón no quiso dármelos. Gracias a Dios que llamaste. Desde que terminaron no ha querido hacer nada; no se mueve ni se levanta de su cama, solo mira hacia el techo de su habitación. Pareciera como si las sombras de sus pesadillas y sus más grandes temores se estuvieran apoderando de él. Siempre supe que mi hermano terminaría mal. Annia... —Me miró fijo—, por eso ahora debo hablarte de lo que Aarón nunca quiso que supieras.

»Seguramente ya te habrás dado cuenta que la influencia de Rosemary en su vida, además de la falta de carácter de mi padre, ha quebrantado toda la confianza que tenía en sí mismo. Yo no he podido ayudarlo... Pero cuando te conocí me llené de alegría porque por fin pude ver a mi hermano sonreír. Yo nunca lo había visto más feliz que aquella noche en la que entró a mi recepción sosteniendo tu mano. Supuse que tú podías salvarlo de sí mismo. ¡Que lo arrancarías para siempre de sus devastadoras pesadillas! —Arlette estaba a punto de llorar, y yo había quedado simplemente sin habla. Trató de recomponerse—: Sé que sabes que ella no es nuestra madre y cómo se hizo parte de nuestra familia. ¡Pobre de mi hermano! Siempre relegado a un segundo lugar, atormentado por esa señora.

»Desde pequeño, ella se ensañó con él. Al principio, yo no entendía por qué hacía esa diferencia conmigo. Con el paso del tiempo me di cuenta de la horrible verdad: Rosemary no sufrió el aborto del hijo de mi padre. No, ese niño nació; tenía los cabellos oscuros y los ojos ambarinos, como los de mi padre. Pero no logró vivir más de dos meses y murió de una afección al corazón. Por eso, cada vez que ella miraba a Aarón, pensaba en su hijo muerto. Odió a mi hermano desde entonces. En realidad, se debatía entre quererlo por su parecido u odiarlo por ser el hijo del hombre que la lastimó en su juventud y un joven bello y gallardo, lleno de oportunidades que su hijo nunca tuvo.

»Aquel día en que Clara salió de la casa, Rosemary se dirigió a la habitación de Aarón. Lo que escuché de sus labios fue estremecedor: «¿Lo ves? Lo has hecho nuevamente —le recriminó—. Otra vez fallaste, justo cuando decías que ibas a cambiar. Pero después de todo... ese es el tipo de mujer para ti. Los dos son iguales. Egoístas por naturaleza. Frutos de malas semillas.» Aarón la miró confundido: «¿Malas semillas?...» Rosemary sonrió malignamente: «Sí, nada bueno puede salir de ti, Aarón. Por más que lo intentes. Siempre terminarás fracasando. Y siempre lastimarás a los que te rodean. Como lo hace tu padre.» Él agachó la vista y cerró las manos: «Aún puedo... madre... todavía puedo...» Algo debió ver Rosemary en el rostro de Aarón porque por un momento su mirada se dulcificó: «¡Oh, querido! —Se acercó a él, lo atrajo a su regazo y acarició sus cabellos—. Claro que puedes... claro que podrías... —Aarón sonrió por un instante— ...si fueras valiente, tan valiente como debió serlo él.» «Madre...» Ella continuó: «Él. Él no me llamaría madre. Él me diría mamá. Sí, mi pequeño, Aarón. —Una lágrima resbaló por su mejilla—, porque él era mi hijo. Aquel que sí debió vivir. Mi dulce niño se parecía tanto a ti. ¿Sabes? Tenía tus mismos ojos, tus mismos cabellos. —La mirada de Rosemary se tornó ausente, mientras seguía acariciando la cabellera de mi hermano—, pero tú no eres como él... nunca lo serás. Mi hijo lo habría hecho mejor. ¡Qué injusto que Dios te haya dado la oportunidad a ti y no a él!».

»Aarón contuvo sus lágrimas cuando ella abandonó su habitación. Yo entré. Él miraba fijamente el piso. Lo llamé, lo tomé del hombro y lo sacudí. Pero él no se giró a mirarme. «No le creas, Aarón. No le creas nada. Rosemary no sabe lo que dice», le rogué mientras lo abrazaba, pero él permaneció estático.

»Desde que tengo memoria —continuó—, Rosemary ha minimizado la capacidad de Aarón. Lo ha tratado como si fuera un inútil a tal punto que él no se considera lo suficientemente bueno para nada ni para nadie. Se desprecia a sí mismo, mientras cubre su debilidad y su falta de confianza con una fachada de seguridad y aplomo inescrutable. ¡Tú que lo conoces más de cerca debes darte cuenta de que él no es lo que parece!

La cabeza me daba vueltas. Sí, siempre supe que Aarón sufría; sus ojos me lo decían... La historia de Arlette de pronto aclaró todo. Su manera de comportarse después de nuestro rompimiento confirmaba la teoría: Aarón fingió todo ese tiempo. ¡Y yo por tonta le creí!

—Llévame a verlo —rogué.

Eché unos cuantos centavos en la mesa como propina y salimos del lugar.

Yo salvaría a mi Aarón. Lo salvaría del abismo en el que se estaba hundiendo a voluntad.
Aarón estaba en la misma posición que Arlette me describió. Al principio creí que ella había exagerado, pero ni una palabra había de sobra en su relato.

Mi Aarón estaba ahí, sin expresión alguna; su boca parlanchina se apretaba en una delgada línea. Su bello rostro semejaba el de un moribundo... recordé las oscurísimas ojeras que tenía el día que regresé de Vermont.

—Aaron... —le llamé quedamente mientras me acercaba a él. Lo tomé de la mano y volví a pronunciar su nombre, esta vez más claro y fuerte.

—Aarón...

—...

Hice lo mismo en repetidas ocasiones y moví su cuerpo, sujetando sus manos tibias. Las lágrimas empezaron a descender de mis mejillas y fueron a estrellarse entre sus dedos. En un momento pareció despertar de su delirio. Ladeó la cabeza en mi dirección. Entonces supe que me había reconocido.

—Annia... —susurró—. Viniste....

—¡Claro, tonto! —lloré de alegría al verlo incorporarse. Tuve ganas de golpearle el pecho, presa de un dolor incontrolable—. ¡Estaba tan preocupada por ti!

Él sonrió.

—Increíble —murmuró—. Después de lo que te hice, has venido a verme...

—¡Porque te amo, Aarón! ¡Te amo y no importa lo que hagas: siempre permaneceré a tu lado!

Una sonrisa genuina rompió el sello de sus labios.

—Lo siento tanto, princesa. Siento haberte herido.

Quiso incorporarse. Me extendí hasta alcanzar sus hombros para ayudarlo.

—Ya es pasado, Aarón. Todo está perdonado entre nosotros.

—En mi letargo soñaba contigo —confesó—. Todos estos días han sido una pesadilla para mí. Tu bella sonrisa se había escapado. Me preguntaba en qué momento la perdí.

—¡Ya no digas nada! —Lo atraje hacia mi regazo—. ¡He sido una tonta todo este tiempo!

—¿En verdad me amas, Annia? ¿Cómo un ser tan maravilloso como tú puede quererme?

—Porque tú eres maravilloso también. Eres perfecto para mí. Créeme, Aarón... ¡Créeme, por favor!

Se aferró a mi abrazo buscando mis labios, con la misma pasión con la que siempre lo hacía, y yo le correspondí mientras nuevas lágrimas bañaban nuestros rostros ya húmedos.

❀𖡼⊱✿⊰𖡼❀

Me despedí de él después de hacer que comiera un poco. Mi corazón rebosaba de alegría, lleno de esperanzas, sueños y planes a futuro. De nuevo tenía a mi Aarón conmigo, sostendría su mano tan fuerte que nunca lo dejaría caer. Él sería mi motor y yo siempre sería su apoyo, hasta que la muerte nos separara... Y yo no podía imaginarme siquiera ese día.

Arlette me dio las gracias. Estaba a punto de romper en llanto. Había salvado a su hermano. Él recuperaría la confianza en sí mismo. Prometí volver al día siguiente y todos los días posteriores, hasta que Aarón se sintiera mejor. La escuela era lo menos importante. Yo quería estar con él, arrancarlo de las garras destructivas de Rosemary; de sus propios miedos y abismos.

Esa noche bajé la bolsa de mis recuerdos tan sólo para extraer el teléfono que Aarón me había regalado tiempo atrás. Lo utilizaría de nuevo, para llamarlo sin falta cada día a las once de la noche y para darle los buenos días a las siete de la mañana.

—Solo llamo para desearte buenas noches —susurré—. Te amo, Aarón, nunca lo dudes.

—Gracias... me haces muy feliz.

Quise llorar de la emoción.

—Te veré mañana —concluí.

Una larga pausa siguió a mis palabras.

—¿Estás ahí? —pregunté alarmada.

—Sí, princesa —respondió dulcemente—. Te veré luego.

—Adiós, mi amor —dije suavemente.

—Annia.... También te amo... Nunca lo olvides.

—Nunca. —Colgué.

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A la mañana siguiente una ventisca otoñal y gotas de lluvia azotaron mi ventana. Se anunciaba el huracán, que ya había llegado a la parte este del país. Una ráfaga abrió el ventanal de par en par, trayendo consigo hojas y pétalos muertos que se dispersaron por toda mi cama.

Tenía tanto frío que me levanté rápidamente para cerrarla.
Recogí la hojarasca y la deposité en la basura. Montones de hojas bailaban enloquecidas por el raquítico césped. El fuerte ulular me recordó el día en que sepultamos a mi padre. Era un día gris, con nubarrones y un viento enfurecido a pesar de ser primavera. Tuve un mal presentimiento.

Busqué frenéticamente el móvil. A pesar de que tenía los dedos entumecidos logré marcar más o menos rápidamente el número de Aaron. Luego de que sonara varias veces, un escalofrío recorrió mi columna vertebral. Llamé a su casa. Arlette contestó.

—¿Cómo? ¿No está contigo? —Quedé helada—. Dijo que irían a dar un paseo a Long Beach. Le dije que estaba loco, que el clima no era el ideal para ir a un lugar así. —Percibí un temblor en su voz—. Annia... se fue hace más de dos horas.

—Tenemos que buscarlo. —Traté de dominar mi nerviosismo.

Nos dirigimos a la bahía. Ninguna de las dos dijimos ni una sola palabra durante el camino. El área estaba desierta. No había ninguna señal de advertencia, pero las olas se alzaban tan alto que azotaban la costa con ferocidad. Ninguna persona se habría atrevido siquiera a dirigir sus pasos hacia ese lugar.

El convertible de Arlette sorteaba las calles con rapidez, pero la torrencial lluvia entorpecía nuestra búsqueda del automóvil de Aarón. Yo rezaba pidiendo con fervor que se encontrara bien, como lo hice aquel día de primavera en la cama de un hospital, después del horrible incendio.

Logramos divisar el Jetta negro, en uno de los tantos estacionamientos de la bahía, cerca de una pequeña casa de madera.

Descendimos con rapidez, pero él no se encontraba allí. Un horrible presentimiento se apoderó de nosotras. Sin decir nada, saltamos la cerca para dirigirnos a la playa. Corrimos frenéticamente, pero con dificultad, porque las botas se enterraban en la arena mojada. Las altísimas olas rompían con implacable fuerza y nos cubrían de salitre. Nuestras lágrimas se mezclaban con la sustancia blanquecina mientras gritábamos su nombre a todo pulmón...

❀𖡼⊱✿⊰𖡼❀

Encontraron el cuerpo de mi Aarón al día siguiente. Había sido arrastrado por las olas. Agradecí la oportunidad de poder acariciar su dulce rostro por última vez.

Era otra muerte más en mi vida; otro ser que me dejaba sola. Me pregunté con gran dolor si siempre sería así.

Fue encontrada una carta dirigida a mí en el asiento delantero de su automóvil. Recordaba sus últimas palabras mientras la abría: «Yo también te amo... nunca lo olvides». A pesar de amarlo tanto, no supe que se estaba despidiendo.

Querida princesa:

No te enfades conmigo por la decisión que he tomado. Tus bellos ojos castaños y tu sonrisa deslumbrante me acompañarán por siempre, adonde quiera que vaya...

Yo no soy bueno para ti, ni para nadie. No importa cuánto me lo digas, ni cuánto te esfuerces por hacérmelo creer, Annia. Sé que eso no es cierto. Lo he sabido siempre, casi desde que nací. Solo sé lastimar a las personas que me rodean. Me volví un experto en romper corazones... incluso el tuyo.

¿Ya lo ves? Te lastimé, aunque nunca quise hacerlo. Pero me prometí no hacerlo nunca más; desaparecer por completo de tu vida, para que seas feliz con alguien que realmente te merezca. Nunca entendí qué fue lo que viste en mí, y te estaré eternamente agradecido por haberme dado una oportunidad, aunque lo haya echado a perder, como siempre.

Mi madre tiene razón, siempre la tuvo... No la juzgues, sé que me quiso, a su manera, y tan solo deseaba ayudarme y hacerme más fuerte. Pero yo siempre fui débil, desde el día en que nací.

Nunca pensé en vivir más de veinte años, pero gracias a ti lo hice, y me diste los momentos más maravillosos de toda mi vida.

Tú me amaste... ¿verdad?... Pero, Annia... ¿me amabas solamente porque salvé tu vida? Una vez dijiste que me darías otra oportunidad, las que fueran, solo porque yo te rescaté de las garras de aquel incendio...

Mi princesa... yo no fui el que te salvó... nunca supe quién lo hizo,... cuando nuestras manos se soltaron yo no supe más de ti... ¿Qué te hizo creer que había sido yo?

Decidí callarme porque tú me amabas, porque aceptaste quererme y porque me darías mil oportunidades tan solo por eso. Estuvo mal, lo sé, pero te amaba tanto que tenía miedo de perderte. Pero ya no te mentiré más y dejaré que hagas tu vida con alguien que realmente te merezca, no con un pobre diablo como yo...

Nunca te dije que mi madre, mi verdadera madre, murió mientras navegaba en algún lugar de Europa, hace muchos, muchos años. Sentía que ella me llamaba con su dulce voz, tan dulce como la tuya... Hacia ella me dirijo, Annia, hacia mi madre, que sé que algún día me quiso y que me espera con los brazos bien abiertos.

No llores por mí. No soporto ver tu carita triste. Ríe, siempre ríe, porque tu sonrisa ilumina a los que te rodean y los haces creer y tener esperanza.

Sonríe siempre y sé feliz.

Te ama por siempre,

Aarón S.

El dolor fue intenso y profundo. Me sentí a la deriva, con una simple carta como toda despedida. «¿Qué hice mal para que decidieras poner fin a tu vida?»

El sacerdote pronunció su responso citando frases de la Biblia. Mi madre sujetaba mi mano con fuerza, como el día en que empezaron a bajar el ataúd de mi padre, mientras todos arrojábamos rosas, sus queridas rosas. Me sentía en un mundo irreal, en una pesadilla. Cuánto deseaba que alguien me despertara...

Sabía que había sido mi culpa, sí. Todo este tiempo, lo único que hice fue minar aún más la confianza y la seguridad de Aarón. Nunca debí abandonarlo a sus pensamientos destructivos la noche en la que sus brazos extendidos suplicaban mi perdón.

Qué egoísta fui... Se me partía el alma de tan solo recordarlo. Tan embebida estaba hurgando en el pasado de mi padre que lo dejé en el abandono durante todo un mes, tiempo suficiente para que él creyera que no valía nada, para convencerse de que no merecía siquiera vivir. La culpable era yo sin duda alguna... Si no hubiese sido tan egoísta y hubiera renunciado a su amor para dárselo a Clara, como lo hizo Irenne con mi madre, las cosas habrían sido diferentes. Tal vez todavía estaría vivo y no descendiendo lentamente a un lugar gélido y profundo, donde mis ojos ya no le verían... Tal vez.

Luego recapacité: No... no había sido yo. La responsable de todo era esa señora parada justo frente a mí, derramando lágrimas falsas. Podía adivinar la cara de gusto a través del velo de su sombrero negro. Esa zorra manipuladora y mezquina había deshecho, pisoteado el espíritu de Aarón. Estaba ahí, simulando haber sido una verdadera madre, cuando lo único que hizo fue destruirlo.

La rabia se apoderó de mí. Solté la mano de mi madre y le grité, le grité con toda la potencia de mis pulmones.

—¡¿Por qué llora, Rosemary? ¿Por qué? ¿No era usted la que decía que su hijo no valía nada?! ¡Pues mire a su alrededor si tenía razón! ¡Mire cuánta gente quería a Aarón!

Los jóvenes que descendían con cuerdas el féretro de Aarón se detuvieron. Todo el mundo me miraba, pero a mí no me importó. Me abrí paso entre todos aquellos cuerpos oscuros, aquellas figuras cuyos rostros no recuerdo, hasta que pude alcanzarla. Ella no dijo nada, retrocedió un poco y sujetó con más fuerza la mano de su marido. Por primera vez la veía tal cual era. Me miraba desconcertada, mientras las lágrimas seguían corriendo sobre su rostro.

—¿Está contenta ahora? —grité muy fuerte, para que todos pudieran escucharme, incluso el propio Aarón—. ¡Es su culpa que Aarón esté ahí! ¡Es su culpa que él prefiriera morir antes que seguir escuchando de sus labios que no valía nada! ¡Que viva muchos años, Rosemary Hale! ¡Los suficientes para arrepentirse cada día de su vida!

Quise seguir gritándole, pero un nudo en la garganta, el más grande que he sentido en toda mi vida, me lo impidió. Caí al suelo de rodillas para romper en sollozos. Las manos cálidas de Mario me tomaron de los hombros y me levantaron para sacarme de la multitud. Con dificultad comencé a caminar, aferrándome a su cuerpo.

Cómo deseé estar lejos de aquella escena final en la que la lápida de mi Aarón sería colocada.

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