25. Traición
Clara volvió a hablarme dos semanas después, tal como Mario lo predijo. Sin embargo, no fue la misma, a pesar de que me disculpé mil veces y de que estaba emocionada con la idea de salir con Rubén Walls, el amigo de Aarón. Sonriendo me dijo que dejara de preocuparme, que Aarón pertenecía al olvido y que, después de todo, se había dado cuenta de que en realidad él no le gustaba tanto.
En la universidad, todos empezaron a verme como bicho raro. Sentí la mirada recriminadora de Mildred Fox cuando Aarón y yo entramos en la cafetería de la escuela tomados de la mano. Había hablado pestes del que ahora era mi novio.
Quise regresar el tiempo para detener mi boca maliciosa. Ahora tenía que tragarme todas mis palabras. Para todos no era más que una hipócrita y una mentirosa. Con razón suelen decir: «Nunca digas de esa agua no beberé».
Transcurrió el mes de junio sin muchas novedades, salvo que Aarón comenzaba a ser el centro de mi universo y estábamos construyendo un mundo aparte de la realidad que nos rodeaba. Éramos muy felices y, pese a los comentarios venenosos acerca de nuestra relación, vivíamos en el paraíso.
Aarón pasaba la mayoría de las tardes en mi casa. Veíamos televisión en la sala o simplemente nos divertíamos jugando en mi recámara luego de hacer nuestros deberes. Nuestra relación era limpia y mi madre confiaba en él. Reconozco que descuidé mi amistad con Clara. Dejé de llamarle con la regularidad de siempre, y a Mario ni siquiera le echaba una llamada de vez en cuando. A veces solo coincidíamos en los patios de la escuela e intercambiábamos unas cuantas palabras. Sin embargo, él estaba tan feliz como yo por el éxito de mi relación.
Una tarde, Clara me llamó por teléfono. Aarón estaba recostado en mi regazo mientras yo acariciaba sus cabellos.
—¡Hey, Annia! ¿Estás ocupada? —preguntó su alegre vocecilla.
—¡No, para nada! —contesté.
Aarón se incorporó para mirarme. Yo le sonreí.
—Bueno, Annia, hace tanto que no salimos juntas que pensé que este fin de semana querrías pasarlo en mi casa.
Por supuesto que yo quería estar también con Clara, a pesar de que mi cuerpo y mi mente sintieran a cada momento la necesidad de estar con mi novio. También a ella la quería, y no me gustaba sentirme distanciada de mi mejor amiga. Una amplia sonrisa se asomó en mi rostro al recibir su invitación.
Además, muy dentro de mí, aún sentía que Clara me guardaba rencor por haber elegido a Aarón antes que a ella y aún me sentía culpable. Accedí ante la mirada triste de Aaron. No lo vería quizás hasta el domingo por la tarde.
—¡Me va a resultar eterno el fin de semana sin ti! —Me besaba una y otra vez, como si quisiera hacerme cambiar de parecer.
—¡Nos veremos el domingo por la tarde! —Lo abracé como si fuera la última vez que lo iba a ver.
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El fin de semana en casa de Clara fue como volver al pasado. Me dio gusto verla, platicar cosas de chicas y fastidiar a Mario cada vez que podíamos.
—El fin de curso ya se acerca, Annia —dijo ella mientras hacía la pedicura en mis pies desaliñados—. ¿Qué piensas hacer durante las vacaciones?
No tenía ni una bendita idea... No había hecho ningún plan ni me había inscrito en ningún curso o escuela de verano.
—La verdad, aún no lo sé, Clara. ¿Qué harás tú?
—Tomaré tres cursos intensivos.
El olor a acetona me comenzaba a marear.
—¿Tres? —pregunté contrariada—. ¿Vas a sacrificar todo tu verano estudiando?
—Pues sí. De esa manera terminaré un poco antes la carrera. Además, no tengo otra cosa mejor que hacer.
—¡Pero absorberá toda tu existencia!
Ella se rio mostrando su bella sonrisa y sus ojos pícaros, mientras sostenía la pequeña botella de esmalte rosado.
—¡No seas exagerada! ¿Te gusta el color rosa?
Asentí. Aunque hubiera preferido que no me pintara las uñas.
—¿Qué tal te va con Aarón?
Me estremecí al escuchar su nombre y bajé la mirada.
—Todo va bien —admití—, hasta hoy.
—¿Sabes lo que la gente dice de ustedes?
¡Oh, sí! ¡Yo sabía muy bien lo que se decía de nosotros!
—Sí, Clara, pero no me interesa.
Ella puso una mueca de fastidio, como si hubiera estado esperando mi negativa para comenzar a hablar.
—Es que solo me preocupo por ti... ¿Recuerdas que fuiste tú quien me advirtió acerca de Aarón? ¿Cómo sabes si en realidad cambió y más adelante no te herirá?
—Confío en él... además, no se parece en nada a la imagen que me había creado. Estuve mal —reconocí—, lo juzgué mal todo este tiempo.
—Yo no creo que te hayas equivocado. ¿Te ha contado ya sobre su pasado?
Aarón no me había dicho nada...
—No me importa su pasado, Clara. ¿Debería?
—Solo... por precaución. Como tú me dijiste alguna vez, vete con cuidado.
Sí, me tenía bien merecido que Clara me restregara las cosas horribles que dije de Aarón, pero en algún momento todo eso tendría que parar.
—Sí, Clara. —Le sonreí—, me estoy yendo con cuidado.
Me mordí la lengua, porque eso no era cierto. Me estaba dejando llevar de lo lindo, corriendo como si fuera un caballo desbocado rumbo a un precipicio.
—¿Sabes qué se me está ocurriendo? —preguntó después de terminar con el pie izquierdo—. ¿Por qué no salimos en cuatro la próxima semana?
—¿En cuatro?
—Sí, Annia... —renegó—. ¡Siempre tengo que explicar todo!
—...
—¡Tú, Aarón, Rubén y yo!
—¡Ah! —contesté emocionada—. ¡Eso sería magnífico! ¿Qué se te ocurre?
—¿Qué tal los bolos?
Recordé mi última y fabulosa actuación en los bolos... aunque solo utilizaba de vez en cuando el cabestrillo en la mano izquierda, no estaba dispuesta a volver a convertirme en la burla de mis amigos.
—¿No se te ocurre otra cosa?
Ella se rio.
—¡Claro! Entonces... ¿qué te parece si vamos a bailar?
Bolos o bailes daba igual... no era buena en ninguna de las dos actividades; sin embargo, esa idea me sonó un poco mejor.
—Sí. Creo que será interesante.
—¡Más que interesante! ¡Dile a Aarón que invite a su amigo!
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Y así lo hicimos el fin de semana siguiente. Rubén, Aarón y yo nos dirigimos a Boston en el Jetta. A Clara la llevaría Mario. Nos quedamos en ver afuera de una discoteca en Cambridge.
La noche fue bastante bien, aunque me la viví frotándome los ojos porque el humo de los cigarrillos me irrita mucho, además de que no reconocía ninguna de las canciones.
Pero yo tenía mi mundo, y ése estaba enfrente de mí. Era mi perfecto Aarón, quien me abrazaba tiernamente y bailaba conmigo aunque yo siempre terminara pisándolo o perdiendo la coordinación de los pasos. Él era lo único que me importaba.
«¡Te ves preciosa!», me decía una y otra vez mientras me recordaba lo feliz que era por haberme encontrado y ser correspondido.
Aarón no era ni la sombra del hombre que una vez creí que era. Fue una gran lección para mí y mi sarta de prejuicios.
Nos sentamos en una mesa que reservamos en el segundo piso. Una vez reunidos los cuatro, empezamos a brindar por nuestra celebración. Según Clara, el motivo era el fin de curso.
Clara coqueteaba con Rubén, e incluso pude percatarme de que se besaron en una ocasión en la que Aarón se levantó al baño y yo sorbía mi bebida fingiendo mirar hacia otra dirección. Él no era mal parecido, pero sonreía estúpidamente. En esos momentos todo su buen porte se iba por los suelos. Clara se levantó para dirigirse a la barra y comprar otra cerveza.
—¡Eh! ¡Que sean dos! —gritó Rubén.
Mi amiga se escurrió entre la multitud y pronto la perdí de vista. Entonces la mirada desenfocada de Rubén se posó en mis ojos. Tenía que haber iniciado una conversación con él mientras nuestras respectivas parejas regresaban, pero no me apetecía hablar con alguien que parecía que ya había abandonado la realidad y se encontraba viajando por otros mundos.
—Hey... amiga... —me dijo balbuceando las palabras, sin duda el whisky ya había comenzado a hacer estragos- ...¿cómo te va con Aarón?
Me pareció curioso que todos me hicieran la misma pregunta.
—Bien, Rubén. Muy bien. —Fui cortante y miré hacia otra dirección. Froté mis párpados una vez más y forcé un bostezo para que mis lágrimas aliviaran un poco la irritación.
—¿Te puedo preguntar algo? —volvió a decir Rubén.
Suspiré.
—Adelante.
El chico se carcajeó.
—¡No me lo tomes a mal ¿Eh?!
—Anda... ya... suéltalo... —Comenzaba a perder la paciencia.
—Yo soy el mejor amigo de Aarón. ¿Lo sabías? —Un mechón de pelo sudado se le pegó en el ojo derecho.
—Supongo que sí...
—¡Lo conozco de toda la vida! Debo decir que nunca lo había visto como hasta hoy. ¡Vaya que lo tienes comiendo de tu mano, no habla ni dice otra cosa que no sea sobre ti!
Tomé su comentario como un cumplido.
—¿Ya te acostaste con él?
Justo comenzaba a creer que después de todo no era un estúpido. Vaya que lo era.
—¿Y a ti qué te interesa? —Traté de controlar mi enojo.
—¿Cuánto tiempo llevan juntos?
—Poco más de un mes.
—¿Y todavía nada?
—Eres un imbécil, Rubén. ¿Sabías eso? —Estaba a punto de darle una bofetada. Se me estaba acabando la poca paciencia que me quedaba.
Él se carcajeó de nuevo.
—¡Te advertí que no me lo tomaras a mal! Es solo que, conociendo a Aarón, era lógico que desde la segunda cita se hubiera enredado contigo. —Le dio otro sorbo a su bebida—. ¡No me la creo que se esté portando como un caballero contigo!
—Métete en tus asuntos. —En cuanto dije esto dejé que continuara hablando solo sin prestarle la más mínima atención.
¿Por qué todos tenían que hablar de la integridad y de la forma de ser de Aarón? Estaba hartándome de ser la comidilla de los demás. Mi novio era bueno, y me respetaba. No me interesaba lo que había hecho en el pasado ni cuántas mujeres había tenido.
Comencé a inquietarme porque Aarón no regresaba. Habían transcurrido ya más de veinte minutos.
Rubén se entretenía exhalando grandes bocanadas de humo muy cerca de mí, con la sola intención de irritarme, pero cerró la boca. Como no estaba dispuesta a seguir soportando la detestable compañía de un hombre borracho y estúpido, me levanté de la mesa. Me abrí paso como pude entre la multitud que bailaba, gritaba y de vez en cuando derramaba cerveza sobre los otros.
Entonces alcancé a divisar el bello perfil de mi novio afuera del baño de hombres, con el encendedor en la mano, dispuesto a encender el cigarrillo que tenía en la boca. Hasta ese momento, no me había dado cuenta de que fumaba. Sus ropas siempre olían a lavanda y su aliento siempre era fresco como la menta.
Alcancé a ver una mano pálida acariciando el rostro de mi novio en cuanto encendió su cigarrillo, y después, la fina figura de una mujer. Le quitó el encendedor y comenzó a besarlo. Me detuve en seco. Sentí los empujones de las parejas que habían abandonado sus asientos y caminaban escandalosamente por los pasillos de la discoteca. Las luces multicolores y el humo me nublaron la visión.
Mi Aarón le correspondió el beso a la mujer. Segundos después se retiró de ella, pero ella alcanzó sus labios de nuevo... Un flashazo iluminó el lugar en el momento en el que el disc jockey anunciaba el grupo musical que en unos cuantos minutos empezaría a tocar. Reconocí sin lugar a dudas a la chica que había besado a mi novio... Mi mandíbula empezó a tensarse al igual que mis piernas y mis puños.
—¡Clara! —grité mientras franqueaba como loca la multitud.
Aarón se quedó de una pieza. Intentó alcanzarme, pues yo no me dirigía hacia él, sino a la chica rubia que me sonreía desafiante. Lágrimas ardientes surcaron mi rostro cuando me le encaré.
—¿Por qué? —le grité mientras la estrujaba.
—¡Cálmate, Anny! ¡Fue sólo un beso! Sabías lo mucho que me gustaba Aarón. Ahora que es tuyo, déjame probar sus labios aunque sea una sola vez. Al fin y al cabo, eres tú quien terminó quedándoselo. —Fue tal su descaro que sentí unos deseos incontrolables de abofetearla.
—Annia, te lo suplico —intercedió Aarón—-, vamos afuera, puedo explicártelo.
No había nada que explicar. No estaba ciega ni sorda. Los había descubierto, y mi propia amiga había tenido la desfachatez de admitir lo sucedido.
—¡Váyanse al diablo los dos! —Me di vuelta y me eché a correr rumbo a la puerta de salida, dando tumbos y empujando a quien osara interponerse en mi camino.
El aire fresco del exterior despejó un poco mi mente. Caminé sin saber adónde dirigirme. Miré el reloj: ya era más de media noche. Los trenes ya habían dejado de pasar. Lo único que podía hacer era conseguir un taxi que me llevara a casa. Palpé las bolsas de mi pantalón; en ese momento me di cuenta de que había dejado la bolsa en la mesa de la discoteca. Me eché a llorar, sintiéndome sola y traicionada, y sin un centavo para volver a casa.
Caminé por la calle principal con la intención de parar un taxi. tendría que confesarle a mi madre lo que había sucedido. Lloré desconsolada. Me sentía herida, traicionada... Después de todo, era culpa mía.
Había puesto mis esperanzas en un chico como Aarón cuando una y mil veces había dicho que no se podía confiar en alguien como él. Ahora entendía por qué todos estaban tan interesados en nuestra relación. No era yo la del problema. Era Aarón, que siempre terminaba lastimando a sus parejas. Era Aarón, que no conocía las palabras fidelidad y compromiso. Sin embargo, yo le había creído. Me había creído diferente y especial. Lo suficiente como para cambiar su manera de ser.
Caminé durante mucho tiempo; qué lástima que no conociera bien la ciudad y que mi sentido de orientación fuera tan malo. Con los ojos aún nublados por el llanto y la nariz goteante, alcancé por fin a divisar un taxi. Le hice una seña para que se detuviera. Cuando se paró, Aarón salió del interior y se abalanzó sobre mí. Se aferró a mi cuerpo en un abrazo desesperado.
—¡Annia! ¡Lo puedo explicar! ¡Lo puedo explicar! —suplicaba.
Me limpié la lágrimas antes voltear a mirarlo. Sus ojos me imploraban y sus manos se asían a mis ropas fuertemente. De nuevo, vi en su rostro esa expresión de querer hacer lo correcto pero no saber cómo. El taxi se aparcó delante de mí.
—¡Por favor, escúchame! Yo no sabía que era Clara. ¡Yo pensé que eras tú!
—¡Claro! —me burlé—. ¡Como somos tan parecidas!
—Annia, por favor. ¡Mírame! Estoy muy borracho, apenas puedo articular las palabras. Te he buscado como un loco por todas las calles. ¡No te vayas sin escucharme!
El conductor del taxi bajó la ventanilla del automóvil:
—¿Va a subir o no?
—Déme cinco minutos —dije.
El conductor bufó, pero no se marchó.
—Y bien... ¿cómo fue que te confundiste? —pregunté con todo el sarcasmo de que era capaz.
—Bebí demasiado. Me sentía muy mal y tuve necesidad de ir al baño a refrescarme. No quise arruinar nuestra noche juntos. Yo estaba tan feliz contigo... ¡Maldita sea! ¿Por qué siempre tengo que arruinarlo todo?
—Continúa con el relato, Aarón —dije a secas.
—Cuando salí del baño, quise fumarme un cigarrillo. Como sé lo mucho que lo detestas, me quedé allí. Me sentía tan mareado que apenas pude encenderlo. De pronto escuché una voz: «No sabía que fumaras... ¿Cuántos secretos más me escondes?» ¡Era tu voz, lo juro! ¡Cuando sentí los labios de Clara sobre los míos me di cuenta que me había equivocado! Estaba tan borracho que tuve que mirarla muy de cerca para darme cuenta que era ella y no tú. Clara quiso besarme de nuevo, pero yo la aparté. ¡Por Dios! ¡Eso también tienes que haberlo visto!
Sí. Yo lo había visto. No me estaba mintiendo. Vi cómo Aarón se apartaba de mi amiga cuando ella buscó un segundo beso.
Sus ojos suplicantes, la manera como retenía mis manos, y las lágrimas que asomaron a su rostro me hicieron saber que no me mentía. De inmediato lo perdoné... lástima que siempre fui tan orgullosa: no se lo hice saber. Él me había lastimado... tanto que quise hacerle sentir lo mismo, quise herirlo de la misma manera.
—Hablaremos después —dije con frialdad y subí al automóvil.
Aarón extendía sus brazos hacia mí:
—No te vayas... —susurró, y su rostro se quebró en una expresión de dolor.
Cerré la puerta del taxi. No me importó dejarlo en medio de unas calles que ni siquiera él mismo conocía, ni me interesó si se encontraba bien.
Aarón permaneció inmóvil. El taxista siguió su marcha hasta que su sombra se hizo difusa y lo perdí de vista. Debí decirle que mi corazón ya lo había perdonado... pero no lo hice. Mi orgullo herido pudo más que mi amor por él.
Cuando miro hacia atrás, el recuerdo de los ojos dulces e implorantes de Aarón y sus brazos extendidos hacia mí aún me llena de dolor... En la vida cometí muchos errores fatales; ese fue el primero de todos ellos.
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