2. La Fiesta de la Primavera
—¡Es hoy! ¡Es hoy! —gritaba Clara mientras se colgaba con insistencia de mi brazo izquierdo.
—¡Clara! ¡Me asustaste! ¿Qué? ¿Qué es hoy? —pregunté molesta, tratando de desprender a la pequeña rubiecita, que mas bien parecía una sanguijuela.
Clara liberó mi brazo, se llevó su mano derecha a la boca y rió con singular alegría.
—Pues... ¿qué mas va a ser hoy? —me preguntó aún advirtiendo mi enojo. En realidad me había sacado un buen susto al interceptarme de esa manera en el pasillo de la escuela.
—¡Hoy es la fiesta de la primavera! —canturreó.
—¿Y eso qué? —respondí despectivamente mientras reanudaba el paso—. Yo no voy a fiestas —puntualicé.
—¿No iras? Pero Annia, ¡Aarón! ¡A la fiesta va a ir Aarón!
—Aarón.... —Entorné los ojos tratando de hacer encajar ese nombre con alguno de mis conocidos o pocos amigos, pero nada vino a mi mente. Miré a Clara con gesto de interrogación y negué con la cabeza. Ella bufó.
—¿Es que tengo que decírtelo todo yo? —me preguntó un poco molesta—. ¡Aarón Schein! ¿Oyes bien?: ¡Schein!
¡Vaya que sí la escuchaba bien! ¡Me estaba gritando prácticamente en el oído el apellido Schein!
—¿Con que Aarón? —La miré con suspicacia. Ella rió con malicia. De pronto supe a quien se refería.
Aarón Schein: Un joven guapo, atlético y alegre. A mi parecer... un fanfarrón finalmente. Su reputación en la universidad, completamente enlodada. Y vaya que la institución era grande. En las aulas y los pasillos de la escuela su nombre era famoso. Conocido a sus veinte años como un auténtico «Casanova», un conquistador sin remedio. Le gustaba salir con chicas que no buscaran un compromiso, de cuando en cuando se metía en algún aprieto si alguna joven se enamoraba de él y entonces empezaba a acosarlo mas de lo que él quisiera. Pero él era todo un rompecorazones. Conocía la manera de librarse de aquellas chicas que revoloteaban a sus pies. Dejando corazones rotos y resentidos por aquí y por allá.
Bueno, tenía que reconocerle algo al tipo: podía ser un buen amigo, era divertido, y de personalidad liviana, juguetón y bromista, siempre con buen sentido del humor. Su única debilidad eran las mujeres, pero no cualquier tipo de mujeres, él buscaba a las más lindas, pero si eran tontas, mucho mejor.
—¿Qué tienes tú con él, Clara? —Quise saber, intrigada.
—Pues veras... —respondió Clara, mientras retorcía con su dedo índice su simpática y rubia coleta—. ¡No lo creerás! ¡No, seguro que no lo creerás!
Pues, no le iba a creer si no me lo decía. Después de una pausa y risas nerviosas, ella continuó.
—Mario se ha hecho amigo de él, bueno... —dudó—... no exactamente su amigo, pero el martes pasado llegué a casa temprano, y ahí estaban los dos en la sala, platicando. ¡Muy amena su conversación! ¡No podía creer que Aarón estuviera en mi casa!
¡Yo tampoco lo creía! ¿Qué tenía que hacer Aarón con alguien como Mario? Ellos dos no tenían nada que ver... ¿Y platicando sobre qué? ¿Desde cuándo a Mario le gustaba platicar con alguien como Aarón? A no ser que la plática tratara de chicas... pero Mario no era así. Mario era inteligente, diferente, y yo jamás le había conocido siquiera una novia. No me cabía en la cabeza como esos dos podían siquiera congeniar en algo.
—Pero, Clara. —Interrumpí mis pensamientos—. ¿Tú quieres ir a esa fiesta sólo porque va él?
—Pues.... sí —respondió casi para sí misma.
—Pero sabes lo que se dice de Aarón —torcí la boca, luego el pánico se apoderó de mi y elevé la voz—: ¡No creo que sea buena idea!
—Mira, Annia —contestó, sus ojos verdes ya revelaban una cierta irritación. A Clara no le gustaba escuchar que sus ideas no eran buenas o que tal chico no le convenía—: Aarón se acercó a mí ese día —continuó—. Yo estaba en la cocina bebiendo un vaso de soda cuando me tomó por sorpresa diciendo que ya me conocía. ¿Puedes creerlo? ¡Ya me había visto antes!
«Por supuesto que te había visto...». Lo pensé, pero no lo dije. Clara gustaba de vestir blusas con tremendos escotes y pantalones muy ajustados, aunque era bajita y un poco menuda, tenía formas bien definidas, una cadera redondeada y un busto firme que podía llamar la atención de cualquier hombre.
—Platicamos unos momentos —prosiguió—. Él me hizo reír mucho. Me preguntó si asistiría a la fiesta y yo le dije que todavía no sabía, y él me dijo que le gustaría verme ahí. ¡Que le encantaría bailar conmigo! ¡¿Puedes creerlo?!
—¿Y qué tal si quiere jugar contigo? —alegué tratando de persuadirla, no me gustaba la manera en que sus ojos brillaban cada vez que decía su nombre—. ¿No te acuerdas que hasta hace poco salía con Mildred Fox? —Pensé en un último recurso para disuadirla—. Después ella se encerraba en el baño de la facultad y permanecía ahí por horas y horas, a pesar de que había una larga fila esperando. Ella continuaba sentada en el excusado llorando desconsolada, y yo tenía que tranquilizarla y decirle que el tipo era un idiota. ¡A pesar de que yo ni siquiera lo conocía! Hasta que un buen día lo entendió y dejó de llorar por los rincones. ¡Yo no quiero verte así a ti también!
«Ni quiero tener que esperar las horas para poder entrar al baño».
—No Annia, no quiere jugar conmigo. Él sabe que Mario me protege. ¿Por qué meterse con la hermana de un tipo que es más grande y más fuerte que él, si no la va a tomar en serio?
Clara decía una gran verdad. Mario cuidaba de ella. Él nunca permitiría que nadie le hiciera daño. Mario siempre lo resolvía todo.
—Está bien, Clara —suspiré derrotada—, solo ten cuidado, ya sabes cómo es él. —Todavía el recuerdo de Mildred Fox, sentada sobre el excusado mientras lloraba, me ponía los pelos de punta.
—Tal vez Milly no nos contó toda la verdad —dijo como leyendo mis pensamientos—. Puede tratarse de cosas que inventa la gente. ¡Por Dios! ¡Es lindísimo, guapo, bromista, inteligente! ¡Todo lo que una chica puede desear!
—Yo diría que es un patán —concluí—, pero está bien, Clara, ya sabes que siempre te he apoyado.
—Entonces, ¿irás conmigo Annia?
—¡Claro que no! En eso sí que no te apoyo —solté una risotada.
—¿Por qué no? —me insistió—. Anda, ve conmigo.
—No, Clara. No me gustan las fiestas. Ya lo sabes...
—Anda, Annia. Solo será un rato... no tengo con quien ir.
—¿Y tu hermano? ¿No irá?
—No creo la verdad... dice que ya no tiene edad para esas cosas.
—¡Ya veo! —suspiré desconsolada mientras me introducía al salón de clases. Sabía que terminaría accediendo a los deseos de mi amiga, e iría a una fiesta a la que no quería asistir. En realidad, ninguna fiesta me gustaba.
❀𖡼⊱✿⊰𖡼❀
Ese mismo día por la tarde fuimos al centro de la ciudad para comprarnos ropa nueva para la ocasión. Sin muchos ánimos observé como mi amiga se divertía entrando tienda tras tienda probándose todos los vestidos y conjuntos que le gustaban. Yo me limitaba a esperarla afuera mientras hacía como que miraba los escaparates. Cada vez que ella me miraba, le enseñaba una amplia sonrisa para que mi desánimo no la incomodara y continuara comprando con alegría.
Después de deambular casi por tres horas, Clara por fin encontró un hermoso conjunto. Pantalón y blusa color azul marino. La blusa era sin mangas de un blanco pálido, con delicadas líneas azules trazadas verticalmente, tenía un cuello de puro encaje, abultado, y una simpática cinta, del mismo azul le daba vuelta por la cintura; el pantalón era entallado, con unas bolsas traseras y delanteras que estaban cosidas con un finísimo hilo blanco. Yo compré un sencillo vestido de manta, corto y ligero, color naranja pálido, con un escote modesto de encaje color beige y un cinto delgado del mismo color que se dejaba caer por la cintura.
Clara se veía, sin lugar a dudas, más hermosa y elegante que yo, que escogí una vestimenta por demás sencilla. Con la blusa que ella había elegido su esponjoso busto sobresalía aún mas.
Mi amiga era bella, tenía la tez extremadamente blanca, ojos verdes y pequeños, su pelo era rubio y lacio, siempre lo usaba corto, un poco debajo de la barbilla. Su nariz era pequeña y respingada, y su diminuta boca tenía siempre un color rojizo, como la sangre. No era muy alta, era cuatro pulgadas mas baja que yo, pero tenía un cuerpo muy bien formado y estaba muy orgullosa de sus cinco pies y dos pulgadas de estatura. Yo no era tan agraciada, más bien era delgada, ni presentaba las curvas prominentes de mi amiga. Físicamente parecíamos ser una la antítesis de la otra. Clara era Rubia y yo era morena.
Afinamos los últimos detalles de nuestro atuendo en su alcoba. Ahí estábamos, como siempre, solos en esa casona: Clara, su hermano Mario y yo.
—¡Marioooooo! —gritaba Clara como desquiciada—. ¡Marioooo!
La puerta de la habitación de Mario estaba abierta. El respondió tranquilo y sereno como siempre, sin despegar la vista de su libro y sin soltar el lápiz de su mano. Estaba recargado en su silla favorita con la pierna semi cruzada totalmente sumergido en un libro de física avanzada.
—¿Qué quieres, Clara? —preguntó.
—¿Vas a llevarnos a la fiesta, hermanito? —le contestó con una mueca graciosa.
—Sí, Clara —masculló Mario, apenas alzando la vista para mirarnos—. Siempre te llevo a donde me digas, ¿no?
—Bien —dijo Clara mientras se miraba en su amplio espejo de pared para vanagloriarse de su apariencia una vez más.
❀𖡼⊱✿⊰𖡼❀
Mario detuvo el motor de su vehículo. Miró hacia todas direcciones y se volvió hacia nosotras.
—Por favor, Clara —dijo Mario—, si tienen algún problema o ven algo extraño, no duden en llamarme. Las recojo a las doce de la noche, ni más tarde ni más temprano.
—Ajá... —respondió Clara, con una incontrolable urgencia por bajar del vehículo. Mario parecía más ser su padre que su hermano mayor.
—¡Se ven muy guapas las dos! —exclamó Mario sonriendo cuando descendíamos del automóvil. Clara del asiento del copiloto y yo del asiento trasero.
—¡Annia! —Sujetó mi mano—. Cuando termine su fiesta te daré un obsequio, creo que te gustará... —me guiñó el ojo.
—¡Qué bien! —exclamé contenta. Me gustaban mucho las sorpresas.
—¿Un regalo? —Clara se volvió a mirarlo—. Y a mí que soy tu hermana, ¿no me darás nada?
Mario rio ante los reproches envidiosos de Clara.
—Se lo debo por su cumpleaños, hermanita, pero no te preocupes. —Le sonrió tiernamente—: también tengo algo para ti.
—¡Mas te vale que sea algo muy bueno! ¡Si no, no me des nada! —amenazó Clara, azotando la puerta.
Mario nos dedicó una última y breve sonrisa.
—¡Nos vemos chicas! —Puso su automóvil en marcha y en pocos segundos le perdimos la pista.
—¡Bah! —bufó Clara con desinterés mientras entrábamos a la casa de campo—. Ya conozco sus regalos, terminando la noche de seguro vendrá con un chocolate barato.
—¡No me importaría que fuera un chocolate! —aclaré mientras avanzábamos— . A mí me gustan.
Aunque tuve que reconocer que Clara tenía razón. A Mario nunca se le ocurría otra cosa.
Mario era el mayor de los hermanos Sanford. Aventajaba a su hermana por un poco más de cinco años. Clara era vivaz, parlanchina y despreocupada, a veces un poco voluble e incluso superficial. Era posesiva por naturaleza, celosa y demandaba muchísima atención. Mario era todo lo contrario; era callado, melancólico y reservado, tenía buen sentido del humor pero casi nunca lo demostraba. Yo que lo conocí mas de cerca, en raras ocasiones lo escuché bromear. Era alto, delgado, de tez clara, nariz larga y fina y cabellos negrísimos, un poco largos que solía peinar hacia atrás. Sus ojos aguamarina daban la apariencia de estar siempre tristes.
Los tres asistíamos a la misma universidad; una enorme institución ubicada al norte de Lynn, Massachusetts, a la que asistía la clase media alta. Mario cursaba el primer año del doctorado en física.
Siempre fue nuestro guardián y protector. Nos cuidaba desde que tengo uso de razón. La presencia de Mario fue una constante en nuestras vidas. Nos salvó en muchas ocasiones y en otras tantas impidió que nos metiéramos en un lío.
El padre de Clara, era el muy conocido y temido juez Carlo Sanford, nacido en el seno de una familia acomodada. Ejercía en el juzgado penal, en Lynn; tenía además su propio bufete de abogados. Era un hombre que gozaba de muchas influencias y tenía amigos poderosos. Era un hombre grandulón con apariencia extraña, como si estuviera malhumorado todo el tiempo; sin embargo, aquellos que lo conocían mas de cerca, hablaban un hombre triste y solitario, preso de una infinita melancolía, como su hijo.
En circunstancias que nadie conoce (o que pretenden conocer), un día de mayo, Irenne su esposa se marchó; llevando consigo solamente una pequeña maleta con pocas pertenencias.
Eso decía la gente. Los rumores aseguraban que se había escapado con «un viejo amor». Cuatro años antes de su muerte, el matrimonio ya se había disuelto. Clara y Mario no supieron más de ella, hasta que un día nevado del mes de diciembre, cinco años después de su huida, una carta llegó a manos de Carlo Sanford: Irenne le rogaba que llevara a sus hijos a un hospital en la ciudad de Vermont, donde se encontraba agonizando a causa de un severo cáncer que se había alojado y crecido como enredadera en su estómago y pulmones.
Mario y Clara adoraban a su madre. Ella los mimaba y los cubría de besos y palabras dulces; los miraba tiernamente con sus bellos ojos verdes cuando estaban tristes, y les acariciaba con dulzura sus cabellos y mejillas, asegurándoles que todo saldría bien. Era una madre amorosa y entregada a sus dos hijos. Lo fue, hasta el día en que se marchó. Ni Mario ni Clara se explicaban el porqué de su abandono, pero de alguna manera se las apañaron para vivir sin ella.
Carlo Sanford llevó a sus hijos a aquel lujoso hospital en Vermont. Alcanzaron a verla antes de que exhalara un último suspiro. Yaciendo en una cama, la enfermedad se había llevado toda su belleza de antaño. Los rubios cabellos lucían descoloridos, su piel estaba pálida y marchita, al igual que sus ojos, ensombrecidos y hundidos, lejos de la belleza y chispa que antes los caracterizó. Fue un breve momento en el que ni siquiera hubo tiempo suficiente para pedir explicaciones y los reproches parecían ya no tener ningún sentido. Irenne musitó unas breves palabras antes de dormir para siempre.
Mario sintió desgarrarse por dentro su corazón y unos deseos incontrolables de llorar y gritar por muchos, muchos días y para siempre cuando ella finalmente cerró sus ojos. No lo hizo. Permaneció callado y sin expresión, mirando a su lívida hermana. Clara simplemente abandonó la habitación, como si la mujer que acababa de morir fuera una extraña. Jamás volvió a hablar de ella, actuaría como si nunca hubiera existido. Enterró sus recuerdos en algún lugar y pretendió olvidarla para siempre.
Carlo Sanford hizo lo mismo, y desde ese día, jamás volvió a mirar los ojos de su única y adorada hija.
Aún recuerdo aquellos viejos tiempos, cuando todo era felicidad y ni una lágrima resbalaba por nuestros rostros. Tengo bellos recuerdos de nuestra infancia. Cuando mi padre estaba vivo y antes de que la madre de Clara se marchara. Cuando nuestras familias estaban completas. Solíamos hacer viajes largos por carretera, llevando un sin fin de cosas para acampar a las orillas de ríos o lagos.
Mi padre y el de Clara, forjaron con el correr de los años una amistad larga, que finalmente, los hacía sentirse como hermanos. Emprendieron muchos proyectos juntos y echaron a andar algunos negocios importantes. Aunque siempre era Carlo el que ponía el capital para aquellas propuestas, Marcos, mi padre, era siempre el que tenía las mejores ideas. Compraron una hermosa propiedad a las afueras de la ciudad. La llamaron «El Ensueño». Y la realidad era que el nombre le hacía honor al lugar. Estaba cerca de un hermoso lago. La pequeña casita en dónde pasábamos el verano estaba rodeada de un terreno vasto, lleno de arboles que reverdecían con todo su primor durante la primavera. Tenía un huerto de rosas asombroso y un invernadero que era la adoración de mi padre.
Sin embargo, luego de aquellos acontecimientos el lugar quedó en el más completo abandono. La propiedad no se vendió, pero nadie se hizo cargo de ella. Así, «El Ensueño» quedó en el olvido para siempre.
❀𖡼⊱✿⊰𖡼❀
Eran las diez de la noche y aún permanecíamos sentadas en el mismo lugar. Ya para ese tiempo, los estudiantes habían bebido demasiado y empezaban a ponerse cada vez más alegres y a tambalearse estúpidamente.
Con tres vasos de cerveza Clara ya se veía sonrojada y empezaba a decir incoherencias. Yo solo bebí uno, pero debido a la música estridente, me encontraba bastante aturdida.
—Estoy muy aburrida —me quejé después de bostezar—. ¡Y pensar que todavía faltan dos horas para que nos recojan!
—Ay Annia, no digas eso. ¡No seas aguafiestas! —me animó Clara. De pronto la tristeza nubló sus pequeños ojos verdes—. ¿Sabes qué es lo más horrible de todo esto?
—¿Qué cosa?
—¡Que Aarón ni siquiera Vino! —hizo un berrinche.
—¡Oh! ¡Es verdad! —Quise reír, pero los ojos melancólicos y un poco desenfocados de Clara me apremiaron a no hacerlo.
—No te preocupes Clara —la consolé—, tal vez venga más tarde. Es temprano todavía.
—Si... Tienes razón —balbuceó, dejando escapar de su boca un hipo gracioso.
Me sumí de nuevo en mis pensamientos, y mejor me dediqué a mirar el jardín de la propiedad. Estaba adornado con flores de papel de todos los colores y tamaños, incluyendo las sillas y mesas. En el escenario se anunciaba la pronta aparición de un grupo musical para amenizar la velada. A unos cuantos metros se encontraba la pista de baile. De pronto una voz chillona me hizo regresar a la realidad.
—¡Mira, Annia! ¡Ahí viene Aarón! —exclamó Clara, al tiempo que pegaba un brinco de su asiento para ponerse de pie.
Ahí estaba el «gran Aarón» después de todo. El causante de mis horas de aburrimiento y mi tiempo perdido en aquella fiesta. Tres amigos le acompañaban. Cruzaron el portón del jardín, bromeando. Su risa contagiosa se escuchaba hasta donde nos encontrábamos.
Miré con más detenimiento al chico que acaparaba la atención de todas las mujeres de mi clase. Ya entendía por qué le llamaban Casanova. En realidad era guapo, y en esa ocasión se veía muy bien, engalanado con ropa de vestir. Aunque normalmente prestaba muy poca atención a su vestimenta, sabía que le gustaba solamente la ropa deportiva. Aunque esa ocasión se había engañando con ropa de vestir: un pantalón fino de un azul muy oscuro y una camisa blanca matizada sutilmente con colores plateados. Se acababa de cortar el pelo y al parecer... Me di un coscorrón mental antes de continuar, estaba prestando demasiada atención a los pequeños detalles. Aarón entornó sus ojos hacia donde estábamos. Me sentí avergonzada al darme cuenta que había captado mi mirada de escrutinio. Desvié la vista hacia otro punto perdido en la nada.
Un cuarto de hora después, sentí la presencia de alguien detrás de mí. Unos golpecitos en mi hombro izquierdo me hicieron voltear hacia esa dirección. Clara giró la cabeza en dirección opuesta a la mía. Aarón soltó una risotada. Habíamos caído en su ridículo juego.
Me sentí como una grandísima tonta. ¡Como aborrecía esa infantil y estúpida broma, y sin embargo, siempre caía! A Clara eso no le importo; al contrario, le pareció tan gracioso y no paraba de reír. Una vez que Aarón termino de hacer mofa de nosotras, saludó.
—¡Que me lleve el tren! ¡Pero qué guapas están ustedes dos! —exclamó—. ¿Cómo se encuentran el día de hoy?—, preguntó con aire seductor.
—Bi-bi-bien... —tartamudeó Clara.
Aarón se giró a mirarme, buscando también mi respuesta.
—He estado mejor —respondí indiferente, mostrándole mi más franca sonrisa fingida.
Esto pareció incomodarlo, pero no me importó; la verdad era que todavía me encontraba rabiosa conmigo misma.
Aarón se dirigió hacia Clara ignorando por completo mi desagradable mueca.
—¿Qué tal si tú y yo bailamos Clara?
—¡Cla—claro! —exclamó emocionada. Se puso de pie y Aarón tomó su mano.
Me quedé en la mesa, mientras veía como se dirigían a la pista. De todas maneras, yo no sabía bailar bien, y solo había ido a esa fiesta para hacerle compañía a Clara. Ahora me tocaba matar el tiempo de la mejor manera que me fuera posible.
Eran más de las once, Clara y Aarón seguían bailando, y yo seguía mirando mi reloj de pulsera mientras le rogaba a la manecilla larga que se diera prisa en coincidir con la corta, para que finalmente llegara la media noche. Hora en la que Mario nos recogería.
Eché nuevamente una mirada hacia la pareja. Era increíble como el pequeño cuerpecito de Clara pudiera tener tanta gracia y ritmo. Yo no era buena para el baile, así que estaba agradecida de que nadie me invitara a la pista.
En la mesa estaba Rose Mills junto con su novio Andrew. Comencé a platicar con ellos, con la única esperanza de que el tiempo transcurriera más rápido si sus charlas resultaban interesantes.
Clara y Aarón regresaron a la mesa. Mi amiga se veía exageradamente cansada y feliz, jadeante y mas despierta.
—¡Ayayay me matan mis pies! —exclamó mientras tomaba asiento.
De pronto sentí que alguien tomaba mi mano derecha.
—¿Bailamos? —preguntó Aarón.
Me quedé pasmada sin saber que decir. Quizas Clara se enojaría conmigo si accedía. Además, el pavor de dirigirme hacia la pista de baile hacía que se me retorciera el estomago.
Así que esperé por la negativa de mi amiga, que para mi sorpresa y desilusión me apremió muy contenta:
—¡Anda! ¡Ve! ¡Ve!
Eso era exactamente lo que no quería escuchar sus labios. La vergüenza y el miedo se apoderaron de mí. Si había algo a lo que le tenía mas miedo que a las cucarachas, ese algo era bailar. Solo esperaba que a Arón no le importaran mis dos pies izquierdos.
—Lo mas probable es que te pise —le advertí—: mis pies NUNCA obedecen a mi cerebro.
—¡No te preocupes! ¡Trataré de esquivarlos! —respondió hábilmente.
Nos dirigimos a la pista, abriéndonos paso entre las parejas que bailaban y nos ubicamos justo en el centro. Aún de lejos podía apreciar la graciosa figurilla de Clara, sirviéndose otro vaso de cerveza. En el templete de madera, el grupo musical tocaba y bailaba amenizando la noche invitando a los jóvenes a hacer lo propio. Observé el tejaban de madera que cubría paralelamente la pista; la estructura estaba adornada bellamente con listones de colores amarillos y azules por doquier. La iluminación era muy pobre, pues sólo unas cuantas lámparas pálidas pendían del techo.
Aarón me tomó por la cintura disponiéndose a disfrutar de una buena danza, si mis pies se lo permitían. Aarón bailaba muy bien, en mas de tres ocasiones lo pisé y en otras tantas el ritmo se me escapó. Pero para mi sorpresa, eso no pareció importarle. Después de tres canciones, rompió el silencio y me preguntó:
—Entonces, ¿te llamas Annia verdad?
—Sí, Aarón, y soy la mejor amiga de Clara —dije sintiéndome orgullosa por el apelativo que acababa de utilizar—. Además, tomamos juntos el taller de dibujo, por si no lo habías notado...
—¡Oh! ¿En verdad? ¡Ah! ¡Creo que sí te he visto! —dijo por mera cortesía, sin perder el ritmo.
—¿Cómo es que eres amigo del hermano de Clara? —aproveché para preguntarle, la duda me seguía molestando.
—¿De Mario? —preguntó extrañado—. Pues... la verdad es que no lo conozco muy bien —añadió al tiempo que me obligaba a dar una vuelta entera en la que me quedé atorada—. Tú sabes que él es tutor de materias básicas, ¿no es así?
—¡Ah si! —Mario tenía un grupo especial en la universidad en donde se dedicaba a dar asesorías a chicos con materias como física, química y matemáticas; además de dar clases particulares.
—Entonces él es tu tutor... —murmuré entendiendo por fin la conexión.
—¡Yep! —respondió Aarón con singular alegría—. Él me da clases particulares de física y matemáticas. ¡Yo no soy bueno en eso!
—Ah.... —suspiré—. Ahora entiendo.
Aarón también cursaba el segundo año de arquitectura. Sólo coincidíamos en la clase del taller de dibujo.
No era raro que Aarón no hubiera notado antes que tanto Clara como yo, asistíamos a la misma clase. Éramos tantos alumnos, que no todos nos conocíamos. Sumado a eso, él no asistía con regularidad a los talleres y si lo hacía, se la pasaba de lo lindo platicando con sus amigos.
Aarón me contó que había reprobado dos materias y que necesitaba ponerse al corriente, por eso había contratado a Mario como su tutor.
—¡Mario es genial! —exclamó Aarón—. La verdad me cae muy bien. Aunque es un poco serio, es un buen chico.
—Sí, ya lo creo —le respondí con una sonrisa mientras procuraba no volver a perder el ritmo—. Él es extraordinario.
—¡Oye, Annia! —dijo súbitamente—, el sábado entrante tengo una invitación a una boda.... ¿Te gustaría ir conmigo?
«¿Qué? ¿Qué?», me pregunté escandalizada. Perdí el paso inmediatamente. Aarón no pudo contener la risa, ante mi reacción tan obvia.
—Aarón... yo....
En ese instante se escuchó un estruendoso ruido que nos hizo estremecer. La gente empezó a gritar y a correr con dirección a la puerta principal. Otros mas trataban de buscar una salida saltándose la barda del patio trasero. No sabíamos bien lo que estaba sucediendo, hasta que vimos con horror como unas llamas comenzaron a alzarse en el fondo del jardín. Aarón me tomó de la mano e intentamos abrirnos paso a través de la gente que ya empezaba a amontonarse.
—¡Espera, Aarón! —Lo detuve—. ¡¿Dónde esta Clara?!
Ambos la buscamos alrededor.
—¡¿La ves?! —grité.
—¡No, no la veo! ¡Pero tenemos que salir de aquí!
Con horror vimos como una gran nube de humo comenzaba a expanderse a unos cuantos metros detrás de nosotros
—¡Alguien llame a los bomberos! —Se escuchaban unos gritos a lo lejos.
—¡Hay que salir de aquí! —gritaba otra voz aterrada.
No sé cuántas personas estábamos ahí, pero sí recuerdo que éramos muchos los que estábamos atrapados en aquella casa de campo y caminábamos arrastrados por una espesa turba hacia la única salida, que era el portón principal.
Pronto se corrió la voz de que el portón estaba totalmente cerrado y que la única manera de escapar era saltando la altisima barda de madera que rodeaba la casa.
«¡Dios mío! ¿Y si alguien está herido?, ¿o muerto? ¿Y si no salgo de aquí? ¿Si muero aquí?».
Seguí buscando a Clara mientras Aarón y yo éramos empujados por la turba. Los gritos cada vez eran más desesperados.
Recordé que la última vez que había visto a Clara, ella estaba sentada en una de las mesas ubicadas cerca de la entrada principal. La pista de baile era sin duda el lugar más alejado de allí, por varios metros. Quizás ella ya había conseguido salir, quizás alguien la había ayudado a saltar la barda...
Aarón y yo seguíamos atorados entre la multitud, nuestras manos seguían aferradas. De pronto sentí que soltaba la mía y rápidamente lo perdí de vista. Entonces sentí un miedo aterrador.
—¡Aarón! ¡Aarón! —grité con horror.
No podía ver muy bien entre tanta oscuridad. La única luz que me aluzaba eran las llamas del incendio. Creí que había llegado mi final.
Me encontraba sola avanzando entre la feroz turba. Varios chicos me derribaron en su intento por salir de aquel infierno. Quise incorporarme, pero las pisadas feroces de la gente me lo impidieron.
Alcancé a escuchar el crujir de maderas, como si el tejaban que cubría la pista de baile comenzara a precipitarse. Entonces supe que todo acabaría.
Encogida en el suelo, abracé mis piernas y oculté mi cabeza entre mis cabellos. e
Empecé a sentir como el aire me faltaba y me resigné a morir. Traté de llenar mi mente de bellos recuerdos. Como la sonrisa de mi madre, el dulce rostro de mi padre, la risa de Clara, la mirada de Mario, la primavera y el dulce aroma de las flores. Me di cuenta que tenía que despedirme de todo aquello que amaba... Evoqué mis pensamientos hacia un lugar mejor. A mi memoria vino El Ensueño y mi dulce padre jugando conmigo en los jardines, cerca del lago, entretejiendo flores en mi cabello que tanto adoraba.
Sentí, en una especie de alucinación, como mi padre me levantaba y me sostenía en sus fuertes brazos como cuando era pequeña. Sentí el calor de su pecho y el palpitar de su cálido corazón. Aún sumergida en esa ensoñación, advertí como alguien a quien no podía ver, tomaba mi mano y me arrastraba unos cuantos pasos; para luego cargarme entre sus brazos. Supe entonces que todo estaría bien.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro